jueves, 13 de abril de 2017

14 de abril de 2017: LA PERSISTENCIA DEL REPUBLICANISMO BURGUÉS Y LA MENTIRA


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14 de abril de 2017: LA PERSISTENCIA DEL REPUBLICANISMO BURGUÉS Y LA MENTIRA

 

 

 

       A la farsa ensalzadora urdida sobre la II república española le queda poco recorrido. Se acumulan los estudios objetivos, menudean los análisis, entre ellos los míos (artículos, charlas, libro, videos, etc.), y todos revelan que fue una brutal dictadura de las elites políticas y económicas que reprimió con enorme dureza las luchas populares, obreras y sobre todo campesinas. Fue la república antipopular y contrarrevolucionaria del máuser (el fusil usado por los cuerpos policiales), de las cárceles, de la tortura, de los cementerios… igual que lo había sido la I república española, 1873-1874. En ésta fue el tiránico, demagógico y criminal Francisco Pi i Margall el que desempeñó las funciones que en la II realizó Manuel Azaña. Podemos suponer qué será la tercera, dado que las dos repúblicas burguesas habidas han sido un baño de sangre.


         La defensa de la II república además contribuyó decisivamente a que Franco venciera en la guerra. Al presentar, durante la contienda, la continuidad de la república del 14 de abril de 1931 como meta se hizo imposible que las clases populares se movilizaran contra el fascismo militar. Habían sido tantísimas, sin duda muchas decenas de miles[1], las personas detenidas, golpeadas, encarceladas, heridas, con familiares muertos por los cuerpos represivos republicanos que las clases populares, como es comprensible, se negaron a respaldar a la república en 1936-1939. Ni con Franco ni con la república: esa fue la realidad de la guerra civil y lo que otorgó la victoria al primero.


         ¿De quién fue la responsabilidad fundamental de dicha política, tan mentecata como suicida? De los republicanos burgueses, dirigidos por un derechista[2], Manuel Azaña, y del Partido Comunista, la formación principal del fascismo de izquierda. Cuando éste fue cogiendo más y más fuerza, a partir de 1937, la guerra civil se hizo una pendencia atroz entre dos formas de fascismo, el de derechas o franquista y el de izquierdas o comunista, lo que hizo que la gente común diera la espalda a uno y a otro. Hoy el primero ha desaparecido hace ya mucho y el segundo es un grupúsculo sin futuro: así de severos son los veredictos sociales sobre la historia.

         El Partido Comunista, en la formidable, épica y homérica primavera de 1936, se hizo la principal fuerza favorecedora en la calle al statu quo, el fundamental defensor, junto con el republicanismo burgués, de la propiedad privada capitalista, del poder de la burguesía terrateniente en el campo, de la tiranía de la gran empresa industrial y de servicios, del Estado policial-militar, del colonialismo español en Marruecos… Cuando la guardia civil y la guardia de asalto agredían, torturaban y mataban a los trabajadores movilizados, lo que en esos días sucedía muy a menudo, dicho partido aplaudía. Cuando millones de personas se alzaron en el campo para exigir les fueran devueltos a los pueblos los patrimonios comunales que la revolución liberal les había arrebatado desde La Pepa (Constitución de 1812) en adelante, el Partido Comunista se puso de parte de las instituciones del Estado y de la gran burguesía agraria, justificando las carnicerías represivas que tuvieron lugar, muchas, muchísimas.

         Ahora son sobre todo sus patéticos residuos, así como sus continuadores y herederos, los que cada 14 de abril sacan a la calle la bandera republicana, aunque cada año con menos convicción y menos tropa. Es la bandera usada en el terrible verano de 1931, cuando la republica tenía apenas unos meses, por quienes ametrallaron a los trabajadores agrarios e industriales de Andalucía. La que ondeaba sobre los cientos de cadáveres de los asesinados en el durísimo año 1933, el más sangriento, con Azaña en el gobierno en alianza con el PSOE-UGT. La que llevaron las tropas, católicas españolas y musulmanas marroquíes, que entraron en las cuencas mineras asturianas para reprimir el civilizacional y además heroico alzamiento obrero y campesino de octubre de 1934. La que flotó sobre las cientos de matanzas de trabajadores perpetradas por el Frente Popular, una expresión escalofriante de la reacción burguesa, entre febrero y julio de 1936, dirigidas a ahogar en sangre el ascenso de la revolución proletaria y popular espontánea.

         Recientemente se ha publicado algún libro que prueba que el Frente Popular no ganó limpiamente las elecciones de febrero de 1936. De eso se sabía bastante, y hay datos que permiten concluir que fue la misma derecha la que permitió e incluso estimuló bajo cuerda, a las candidaturas de Frente Popular a cometer fraude y alzarse vencedoras. El motivo es que era la izquierda, siempre ansiosa de poder y siempre demente, la que mejor y más a fondo podría reprimir el ascenso de la revolución popular espontánea en curso entonces. La derecha estaba desgastada porque había hecho la represión de la Comuna asturiana año y medio antes, y deseaba que ahora se desprestigiase la izquierda. Al llevar a ésta al gobierno lograba romper la aproximación coyuntural que había tenido lugar entre la izquierda y las clases populares en 1934. Fue una astuta operación estratégica que sirvió magníficamente al capital y al Estado, pues durante la guerra el conflicto entre la izquierda y el pueblo fue fortísimo y resultó decisivo para el triunfo de Franco, conflicto que se había desarrollado hasta el máximo en los tensos pero esperanzadores meses de gobierno del Frente Popular anteriores al inicio de la guerra. Cuando la izquierda, organizada en el Frente Popular, se concentró desde el gobierno en lanzar fusiladas y más fusiladas contra los trabajadores en revolución durante los meses de febrero a julio de 1936, estableció las condiciones para perder la guerra civil.

         Así pues, durante un tiempo fue la izquierda la que reprimió al pueblo, luego lo hizo la derecha, luego de nuevo la izquierda y después la derecha en el territorio fascista y la izquierda en el republicano: esa es la historia de la II república en 1931-1939. La conclusión resulta obvia: la izquierda y la derecha hacen lo mismo porque son lo mismo en esencia, agentes del capital, instrumentos del Estado, herramientas de la reacción.


         Todas las fuerzas política que actuaron durante la II república tiene que asumir sus responsabilidades y no sumarse al coro de los falsificadores de la historia. El anarquismo debe dar explicaciones por su reaccionaria actuación. Desde 1929 cooperó con el ejército español en sustituir la monarquía por la república burguesa. Nada hizo en contra de ésta hasta que descubrió que, tras el 14 de abril,  CNT se estaba quedando marginada porque el nuevo régimen se volcaba económica y legalmente a favor de UGT. Además, comprobó que las clases trabajadoras estaban muy en contra de la república, así que calculó oportunistamente que situarse en ese terreno le beneficiaba como organización-partido. Durante un tiempo alcanzó ciertos resultados en términos de militancia e ingresos pero su sectarismo, espíritu doctrinario y ausencia de un programa revolucionario popular hicieron que el anarquismo entrara pronto en regresión. En las elecciones del Frente Popular Durruti y varios otros jefes anarquistas pidieron el voto para la izquierda, para el Frente Popular antirrevolucionario. Por todo eso, en el congreso de CNT de mayo de 1936 tenía menos de la mitad de afiliados que en 1932. En aquél, además, manifestó su ausencia de proyecto revolucionario, así como su negación de la revolución popular espontanea en ascenso, ¡a la que en su ceguera doctrinaria ignoró! En la guerra se hizo ya abiertamente anarquismo de Estado, participando en docenas de organismos estatales republicanos, aceptando la bandera de la II república y accediendo a tres carteras ministeriales. En lo económico los jefes y cuadros medios del anarquismo se hicieron nueva burguesía, propietaria de importantes medios de producción[3]. Su conflicto en 1937 con los comunistas fue una vulgar lucha de poder y no una acción a favor de la revolución, en la que CNT-FAI quedó perdedora. En mi libro sobre la II república investigo las causas del reprobable obrar del anarquismo, a cuya actuación dedico muchas páginas, para arrojar luz sobre un mito carente de todo fundamento.

         Con la II república todas las ideologías obreristas decimonónicas, hijas de la Ilustración y el credo progresista, es decir, de la concepción burguesa del mundo, manifestaron su verdadera naturaleza. Ahora se trata de extraer lecciones de ello para ir construyendo una nueva cosmovisión sobre la revolución. En eso estamos, con resultados ya interesantes y esperanzadores.

         El republicanismo burgués y la izquierda viven de la mentira, lo mismo que la derecha y los monárquicos. La revolución, por el contrario, necesita de la verdad.




[1] Mi libro “Investigación sobre la II república española, 1931-1936” ofrece las estimaciones más adecuadas, siempre incompletas y mucho menores a las reales estimadas, por deficiencias en las fuentes. Aún así, las cifras son escalofriantes. Que esto se haya ocultado hasta hoy hace imposible mirar con respeto a sus urdidores, los historiadores progresistas y de izquierda sobre todo, aunque los de la derecha también lo han hecho. Unos y otros son enemigos de la verdad.
[2] En mi libro hago una extensa semblanza política de Azaña, con buen soporte bibliográfico, que es inobjetable. Su recuperación por José María Aznar cuando fue jefe de gobierno (1996-2004) y ya antes por carcas tan vociferantes como Federico Jiménez Losantos, no deja lugar a dudas. Tal fue el jefe, el monarca diríamos, de la II república, al que obedecía todo el bloque reaccionario de izquierda, formado por los socialistas, los comunistas, los nacionalistas burgueses vascos y catalanes, los anarquistas y los poumistas (marxistas heterodoxos). Con Azaña hoy está, por tanto, la derecha y la izquierda.
[3] El video “¡Qué trabaje Federica!”, en referencia a la que fue gran jefa del anarquismo español en la guerra civil y ministra de la II república, Federica Montseny, explica algo (hubo muchísimo más) de la resistencia proletaria a las condiciones de explotación a que los jefes del anarquismo español, devenidos en nueva burguesía y nuevo aparato de Estado, sometieron a los trabajadores en 1936-1939.  De esto no puede hacerse una interpretación demagógica y exculpatoria pues quien se adscribe a una organización, sea la que sea, se hace nueva burguesía. Y quien tiene una ideología definida que le separa del resto de las clases populares, quien diferencie entre los que piensan (más exactamente: creen) como yo y los que no piensan como yo es asimismo candidato a ser nueva burguesía y nuevo aparato estatal. Todos los seguidores de doctrinas y dogmatismos forman necesariamente y con independencia de sus buenas intenciones (que no pongo en duda en absoluto) organizaciones, grupos de afinidad, corrientes o sectas, y estas formaciones, en cuanto hay una crisis social, se convierten en el embrión de un nuevo orden estatal-burgués. La experiencia de 1936-1939 es esclarecedora. El pueblo, las clases trabajadoras, son plurales en el pensamiento y la acción, siendo experienciales, ateóricas y aideológicas en la reflexión. Únicamente las clases altas son ideológicas y doctrinales. Todo “ismo” lleva a mantener la división entre opresores y oprimidos, entre explotadores y explotados. Cuando el movimiento obrero decimonónico se constituyó sobre “ismos”: marxismo, anarquismo, sindicalismo, etc. se hizo una expresión entre otras de la cosmovisión burguesa.

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