(Presidencia)
(Presidencia)
De acá a 12 meses la Argentina será sede del evento internacional más importante que haya tenido en su historia. La presencia de los líderes mundiales que representan casi el 90% del PBI mundial y aún más del poder militar. Durante un par de días estarán por nuestras tierras Donald Trump, Vladimir Putin, Xi Xinping, Emmanuel Macron y Theresa May, entre otros. En un mundo con crecientes rasgos multipolares, el escenario no podrá ser más impactante.
Desde este mismo momento o aun antes habrá sectores en la Argentina que estarán pensando cómo echarlo a perder o aprovecharlo para que la prensa mundial registre sus protestas y sus reclamos. Ventaja, mínima pero ventaja al fin: el 2018 no será electoral, por lo cual quizás toda esta teatralización se modere al menos un poco. Pero vayamos más allá del tradicional psicodrama argentino y el "cuanto peor, mejor".
Un evento como el G20, para explicarlo sencillamente, requiere una preparación, una organización y medidas aún mucho más amplias que las que requirieron la Cumbre Hemisférica del 2005 en Mar del Plata, con la presencia de George W. Bush o la más reciente visita de Barack Obama al país. Dista de ser meramente una cuestión policial y de servicios de inteligencia. Se trata ante todo de una operación militar conjunta entre nuestras Fuerzas Armadas, combinada y articulada con las fuerzas de seguridad y policiales. Sin ir más lejos, en el 2005 el gobierno de entonces, más allá de la estrategia político-electoral de fobizar y polarizar con Bush, estableció una zona de restricción de vuelo sobre Mar del Plata y desplegó aviones de combate A4M adquiridos durante el gobierno de Carlos Menem.
Asimismo, recibió una donación del Pentágono de 11 misiles aire Sidewinder para dotar a nuestros aviones de capacidad de intercepción. También se desplegaron unidades de la Armada Argentina frente a las costas, enlazadas con barcos de la US Navy. Todo esto mientras la delegación argentina confrontaba con Bush en nombre del progresismo en la región. Paradójicamente, el entonces presidente de Brasil, Lula da Silva, optó por invitar pos cumbre a Bush a pasar casi dos días a solas en el país vecino para hablar tranquilos y buscar espacios de cooperación. Sería más que interesante saber qué comentarios hicieron ambos en su relajada conversación a solas sobre la exaltación verbal de la delegación argentina.
Volvamos al G20 del 2018 y que ya equipos técnicos en la Cancillería y Casa Rosada comienzan a preparar. Una de las primeras preguntas que se pueden formular es: ¿cuál es el mejor lugar para realizar el evento? ¿La macrocéfala Buenos Aires? Epicentro de la disfuncional combinación de una Constitución federal, pero una psicología colectiva fuertemente unitaria o, en otras palabras, todo termina en Plaza de Mayo. La versión politológica del dicho tantas veces escuchado: "Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires".
Por ello y además como forma de ser realmente más federales, cabría pensar lugares alternativos y dotados de adecuada infraestructura. En mi caso, pienso en Mendoza; otros colegas ven con buenos ojos algún importante complejo turístico en Bariloche. Habrá que sopesar los pros y los contras en materia de seguridad y logística. En el caso de la zona de Cuyo en general y Mendoza en particular, la asistencia en defensa que brindarán las potencias en general y los Estados Unidos en particular por su capacidad de despliegue global, aún único, permitirá que aviones radar de largo alcance que operen sobre el Pacífico cubran el escenario de la cumbre.
Un desafío para la defensa argentina será contar para ese momento con al menos una capacidad básica de aviones de intercepción a reacción y dotados de armamento adecuado y enlazados con radares propios y de los países que cooperen en la seguridad de sus respectivos presidentes y primeros ministros. También material de intercepción tierra-aire y una fluida articulación entre nuestras fuerzas policiales, de seguridad y militares.
El ministro de Defensa de la Argentina, recientemente designado, tendrá este tema en su mesa, durante los próximos largos meses, como una de las cuestiones cruciales de su gestión. Quizás uno de los efectos colaterales y hasta involuntario de ser anfitriones de un evento único como un G20 sea comenzar a pensar y jerarquizar la defensa nacional.