miércoles, 30 de enero de 2019

Venezuela y el futuro de la revolución latinoamericana


kaosenlared.net

Venezuela y el futuro de la revolución latinoamericana


Las circunstancias obligan a mirar al pasado si no queremos repetir viejos errores. A mitad del siglo XX, hubo en América Latina procesos de cambio semejantes a los actuales, que la historia económica registra como industrialización sustitutiva y la historia política como “populismo desarrollista”.

(Este es un artículo originalmente escrito en 2013. Pero preserva completa actualidad, por un lado, porque está claro que la política de la derecha venezolana y del imperialismo yanqui siempre ha sido, muerto Hugo Chávez, sacar a Nicolás Maduro del poder y matar el Proceso Bolivariano; dos, porque hacemos una reflexión sobre los problemas estructurales a resolver en América Latina, que han dado al traste con otros procesos nacionalistas en el pasado. La relación entre un proyecto nacional populista de un sector de la burguesía latinoamericana y el movimiento obrero y socialista es otro de los dilemas del pasado y del presente).
En Venezuela se juega el futuro de la revolución latinoamericana. Por esa razón el resultado de las elecciones del 14 de abril ha preocupado a la vanguardia socialista de todo el continente. Pese a que el triunfo de Nicolás Maduro es incuestionable, y llamamos a defenderlo con lo que haga falta, admitamos que el avance electoral de la derecha en tan poco tiempo ha sido un balde de agua fría para quienes creíamos en la solidez de la Revolución Bolivariana aún en la ausencia de su gran líder, Hugo Chávez. De pronto hemos caído en cuenta en algo que ya sabíamos pero que estaba hundido en el subconsciente: no hay procesos políticos irreversibles.
Preocupa que el resultado electoral porque, al menos en apariencia, pueda significar un cambio de la correlación de fuerzas, pasando la reacción venezolana y el imperialismo yanqui de una situación defensiva desde el fracasado golpe contra Hugo Chávez de 2002, a una ofensiva cada vez más virulenta contra la Revolución Bolivariana y contra el proceso de cambios abierto a inicios del siglo en todo el continente.
¿Por qué se ha producido este viraje? ¿Qué hay que hacer ahora? Ese es el debate planteado.
Una realidad compleja
Debate siempre complicado pues, la realidad es que, mientras la derecha latinoamericana y su cabeza, el imperialismo yanqui, saben lo que quieren; en la izquierda parece que las cosas no están claras. Hay confusión y/o diferencias respecto a los objetivos estratégicos y tácticos en materia política, social y económica. Pero en el fondo es el viejo dilema, que otras generaciones ya tuvieron, entre reforma y revolución.
Dilema que obliga también a revisar la historia de América Latina a ver si hay algunas lecciones que sacar de nuestro pasado porque, pese a que las circunstancias específicas puedan ser diferentes, estos procesos no son completamente nuevos.
Dilema que, obviamente, no tiene fácil resolución pese a lo que crean los sectarios (que todo lo tienen resuelto en sus cabezas) porque la realidad a la que hay que enfrentar tiene diversos planos que se entrelazan:
  1. Una realidad externa, muy difícil de controlar, como el sistema mundo capitalista (Wallerstein) o mercado mundial, que impone condiciones de explotación y subordinación que caben en los conceptos: imperialismo, dependencia, naciones opresoras y naciones oprimidas, etc. El control imperialista del mundo es un factor complejo que se expresa en múltiples sentidos: político, económico, militar, propagandístico, cultural. Factor que impone límites y exige respuestas.
  1. Una realidad interna de cada país, en que la contradicción básica se dirime entre el capital y los llamados “sectores populares”, encabezados por la clase trabajadora. Pero donde el número (la cantidad) no es el factor decisivo, sino la calidad de la correlación de fuerzas está marcada por el grado de conciencia, de experiencia y de acción (movilización) de la clase trabajadora.
El “populismo desarrollista” ¿qué nos enseñó?
Las circunstancias obligan a mirar al pasado si no queremos repetir viejos errores. A mitad del siglo XX, hubo en América Latina procesos de cambio semejantes a los actuales, que la historia económica registra como el período de “industrialización sustitutiva” y la historia política como “populismo desarrollista”. Aunque no compartimos todas sus conclusiones, para la comprensión de este período siempre recomiendo un libro que en su tiempo fue un clásico, aunque luego uno de sus autores se desacreditó como presidente y cabeza del neoliberalismo brasileño: “Dependencia y desarrollo en América Latina“, de F. H. Cardoso y E. Faletto, publicado en 1969.
El “populismo desarrollista” tuvo su momento estelar, entre los años 30 y 60 del siglo pasado, con los regímenes de Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México, también Jacobo Arbenz en Guatemala, y otros; tardíamente a inicios de los 70, con los regímenes de Morales Bermúdez en Perú y Omar Torrijos en Panamá (quienes inspiraron al joven militar Hugo Chávez, a decir de él mismo en una famosa conversación con García Márquez). Creo que el trágico gobierno Allende en Chile, y la “vía pacífica al socialismo”, cae en esta categoría.
¿Qué circunstancias dieron origen y sustentación al “populismo desarrollista”?
Primero, la crisis mundial capitalista de los años 20 y las dos guerras mundiales, que debilitaron de alguna manera el control económico y político del mundo por parte de las potencias capitalistas.
Segundo, en el plano interno un rápido proceso de urbanización, que produjo la masificación de un nuevo sujeto social: la clase obrera, combinado con el nacimiento de una industria para el consumo (mercado interno) que “sustituía” la importación de bienes que antes se hacía de países centrales. También en la clase dominante se produjeron cambios: la oligarquía exportadora y terrateniente, sin desaparecer, cedió espacios a una naciente burguesía industrial y las llamadas “clases medias modernas”.
Los regímenes de “populismo desarrollista” procuraron inaugurar una fase de desarrollo capitalista autónomo (nacional), con independencia del imperialismo extranjero, apoyándose en un equilibrio de las clases sociales internas que, con políticas sociales de redistribución  de la renta y una gran intervención estatal procuraron atenuar las contradicciones de clase.
De hecho, entre los 40 y 50, Argentina llegó a estar entre las 10 principales economías del mundo. Cárdenas nacionalizó el petróleo usando sus ingresos para sufragar el crecimiento del mercado interior, etc. Brasil requiere un análisis particular, y sólo diré que, mientras algunos analistas consideran a las BRICs (que este país encabeza) como potencias autónomas emergentes, otros lo ven como apéndices del capital imperialista del OCDE.
En fin, el asunto es que todos esos procesos de desarrollo nacional autónomo y de equilibrios sociales internos se rompieron a partir de la post guerra en los años 50. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, que emergió de la Segunda Guerra Mundial, como la principal potencia capitalista, volteó sus ojos hacia el “patio trasero” y, en alianza con sectores internos (principalmente de las oligarquías tradicionales y la oficialidad militar, pero también de propios sectores de “capas medias” e industriales), decidió cortar el desarrollo capitalista autónomo y someter a estos países a un régimen de dependencia económica y política, para beneficio de sus empresas monopólicas. Se impuso la dependencia económica y política.
Una ola de sangrientos golpes de estado militar se esparció por el continente. La represión fue la manera de imponer a la clase trabajadora un capitalismo poco “redistributivo” en beneficio de un capital industrial que, de “sustitutivo”, pasó a apéndice del capital monopólico yanqui.
La Teoría de la Revolución Permanente, Trotsky y el Che
¿Qué habría impedido el retroceso de estos procesos desarrollistas? Lo que no hicieron los “populistas” de entonces: apelar a la movilización de la clase obrera, dándoles verdadero poder político, junto con la destrucción de la base material que sirve de sustento a la reacción: expropiando a la oligarquía y a la burguesía golpista.
Ese fue el gran debate en la izquierda latinoamericana de los años 50, 60 y 70. Debate que la Revolución Cubana puso a la orden del día y que remitió a otras circunstancias parecidas al otro lado del mundo: la Revolución Rusa, y los debates entre la dirección del PCUS y la Oposición de Izquierda; entre José Stalin y León Trotsky.
Entonces, como ahora, el problema que ocupaba a la socialdemocracia rusa luego de la Revolución de 1905, es el carácter de las revoluciones sociales del presente, cuya mejor solución expresó León Trotsky con su Teoría de la Revolución Permanente: a partir del siglo XX, en la fase histórica del capitalismo imperialista, las burguesías nacionales de los estados periféricos están imposibilitadas de seguir el proceso de desarrollo autónomo que siguieron los países “centrales” durante el siglo XIX (lo que pretendía el “desarrollismo” de la CEPAL y la teoría stalinista de “la revolución por etapas”), porque nuestras burguesías han perdido su filo revolucionario, ya que le temen más a su clase trabajadora que a supeditarse al capital imperialista.
Según Trotsky, el factor dinámico en los países de “capitalismo atrasado” o dependiente debe ser jugado por la clase trabajadora que, a un mismo tiempo, debe resolver las tareas “nacionales” que la burguesía no puede cumplir (como industrialización, reforma agraria e independencia nacional) a la vez que impone medidas de tipo socialista (como la nacionalización de la industria y el poder obrero). Así lo probó la Revolución Rusa de 1917
Esta teoría fue sintetizada genialmente por el Che Guevara en los años 60, y es lo que explica la sobrevivencia de la revolución cubana y el fracaso del “nacionalismo populista”, en la famosa consigna: “O revolución socialista, o caricatura de revolución“.
Unas revoluciones a medio camino
El problema de la Revolución Bolivariana, y los procesos semejantes en Bolivia o Ecuador, es que son revoluciones a medio camino. Son revoluciones en el sentido de que han surgido de la lucha de las clases trabajadoras, el campesinado y sectores populares, contra las consecuencias sociales del neoliberalismo (que a partir de los años 80 profundizó la dependencia, terminó de debilitar las industrias nacionales y extremó las disparidades sociales).
Esas revoluciones se expresaron en Venezuela con el Caracazo del 89, la rebelión militar del 92 dirigida por Chávez, y otros hechos dramáticos; en Bolivia con la “Guerra del Agua” y demás revueltas populares; en Ecuador con las movilizaciones que tumbaron un sinnúmero de gobiernos en los 90.
Esos procesos se canalizaron y hallaron sus límites por la vía de procesos electorales. No han tocado la base económica de la burguesía “nacional” apéndice del capital extranjero y no han terminado de cuajar organismos de poder obrero.
Peor aún, en el plano económico, no se ha superado el modelo extractivista mono exportador. La base para las políticas resdistributivas de los programas sociales han sido los buenos precios de las materias primas en el mercado internacional, particularmente el gas y el petróleo, o la soja para el caso argentino y los biocombustibles para Brasil.
La repartición un poco más social y equilibrada de la renta exportadora (“renta petrolera” en Venezuela) es lo que ha aportado estabilidad, hasta ahora, a los llamados gobiernos “populistas” de este inicio de siglo.
Para nada se ha roto el poder económico de la derecha, cuyo base social es la burguesía “nacional”, aliada del imperialismo yanqui. Por ejemplo, en Venezuela, el pese a las nacionalizaciones, el peso del sector privado en el PIB sigue siendo tan abrumador, que mal podría caracterizarse su economía como “capitalismo de estado”, menos de “socialista”.
Marcelo Colussi, en un artículo reciente sobre este tema decía: “Según las Cuentas Nacionales, explicitadas por el Banco Central de Venezuela (BCV), el PIB privado (el porcentaje de la actividad económica del país en manos directas del empresariado) corresponde al 71% del total (año 2010). En el año de 1999 el PIB privado era de 68%. Es decir que, a pesar de las nacionalizaciones, el PIB sigue siendo mayoritariamente privado, y comparado con países que nada tienen que ver con el comunismo –como Suecia, Francia e Italia, donde el PIB es mayoritariamente público (estatal)–, el estado venezolano no tiene en sus manos (salvo el petróleo) ningún resorte económico importante de la economía”, nos informa un economista marxista como Manuel Sutherland” (Venezuela post Chávez: una prueba de fuego y un laboratorio para la izquierda (venezolana y mundial).
.
¿Qué sucederá cuando se “deterioren los términos de intercambio”, para usar la jerga de los economistas? ¿Qué pasará cuando los precios de las materias primas decaigan y cuando el crecimiento económico de los últimos diez años decaiga, se estanque o entre en recesión, por efecto de la crisis abierta en Norteamérica y Europa? Lo que puede estar empezando a suceder.
La respuesta es simple: el capital monopólico y las burguesías locales exigirán una parte mayor de la “renta” exportadora para tapar sus déficits, lo que implica cortar los subsidios sociales y cortar los procesos políticos “populistas”, así sea a sangre y fuego. ¿No es el proceso abierto en Venezuela?
“O revolución socialista” o victoria de la reacción
La disyuntiva está colocada entre dos opciones:
  1. Tratar de mantener reformas moderadas al capitalismo latinoamericano, repartiendo un poco más la riqueza social mediante esquemas redistributivos, en lo económico, y un régimen político democrático burgués un poco más “participativo” (es decir, tratar de congelar el proceso revolucionario en los marcos actuales);
  1. O avanzar en el proceso de revolución social, fomentando organismos de poder obrero y popular, cortando a su vez la “yugular” económica que da sustento a la reacción, nacionalizando la gran industria y la banca, y sentando las bases para una economía nacional que rompa con la dependencia. Lo que no es lo mismo que nacionalizar toda la economía.
Porque, como dice el compañero Héctor Menéndez: “La idea de que gobernando “bien”, haciendo crecer la economía y mejorando la situación social de las amplias masas como hizo el gobierno de Venezuela en estos años se puede, evolutivamente, transformar la sociedad quitándole el poder a la burguesía pacíficamente, manteniendo el sistema democrático burgués electoral y las formas burguesas del Estado y la representación esencial del ejército profesional no conoce ninguna verificación empírica” (Revolución y contrarrevolución en Venezuela).
La clase trabajadora, y el pueblo en general, no aspira a la revolución por consignas abstractas y voluntaristas. Visto el proceso desde lejos, pareciera que gran parte de los votos perdidos por el chavismo se debió a la devaluación que tumbó el 40% del poder adquisitivo de los trabajadores. Medida que se tomó una semana antes del fallecimiento del presidente Chávez, por parte del gobierno encabezado por Maduro en ese momento. Lo que dio argumentos concretos a la campaña de Capriles que, entre otras propuestas demagógicas, levantó la promesa de un aumento salarial inmediato.
Como ha mencionado un comunicado de la corriente Marea Socialista la devaluación requería contrapesos, como el control de los precios de los artículos de primera necesidad, lo que a su vez fuerza al control estatal del comercio exterior y el control de las divisas. Esos contrapesos no se tomaron hasta ahora.
Guillermo Almeyra ha señalado las tareas mínimas pendientes: “En efecto, todo depende de hacia dónde se incline finalmente la balanza en la lucha por profundizar el proceso democrático venezolano, dar golpes reales al capitalismo, construir elementos de autonomía y de autogestión reforzando las comunas y los gérmenes de poder popular. Para derrotar a la derecha oligárquica y proimperialista hay que vencer a la burocracia, al centralismo autoritario, al verticalismo decisionista. Ese es el desafío para el próximo periodo, y del desenlace de esa batalla depende hacia dónde irá Venezuela, si hacia el pasado prechavista o hacia la construcción de elementos socialistas” (Los gobiernos latinoamericanos después de Chávez).
En el ámbito externo se requiere que los organismos de cooperación económica a nivel regional, cuyas bases sentó el presidente Hugo Chávez (ALBA, Petrocaribe, CELAC, Mercosur), avancen como verdaderos órganos de integración y colaboración solidaria para que puedan dar paso a un desarrollo económico endogámico que permita romper los mecanismos de la dependencia externa. Lamentablemente, al respecto existen grandes dudas de que ese sea el camino que se está tomando, al menos por parte de algunos gobiernos de la región.
Es el viejo dilema entre reforma y revolución (que sólo puede ser permanente, si quiere sostenerse). El problema del reformismo es que tiene patas cortas. Mil veces la experiencia latinoamericana ha demostrado que los procesos revolucionarios no pueden congelarse, estancarse o quedarse a medio camino. Mil veces se ha demostrado que las fuerzas de la reacción apoyadas por el imperialismo no vacilarán en corromper desde adentro, o aplastar sangrientamente desde afuera, los procesos revolucionarios que han quedado a medio camino.
No pretendemos, desde nuestras limitadas capacidades dar lecciones a nadie. Porque hablar de revolución es fácil, lo difícil es hacerlas. Pero sí deseamos colocar el dedo sobre el problema, para que juntas, las fuerzas sociales y políticas que aspiramos a la revolución social, encontremos el camino de la revolución, exorcizando el fantasma de la contrarrevolución, que ya ha golpeado en el pasado no tan lejano y amenaza de nuevo.
Panamá, 6 de mayo de 2013.
 OBA regularities. About the campaigns in this ad (read left to right and top to bottom):

No hay comentarios.:

Publicar un comentario