Rohaní, confirmado presidente de Irán por el ayatolá Jamenei
Las mujeres y los jóvenes le reciben con cautas esperanzas tras el radicalismo de los ocho años de Ahmadineyad
“Agradezco a los iraníes la confianza que han depositado en mí.
Siento el peso de su elección y pido a Dios que me ayude en la tarea”,
ha declarado Hasan Rohaní
tras ser confirmado como nuevo presidente de Irán por el líder supremo,
el ayatolá Ali Jameneí. Este domingo, Rohaní jurará su cargo ante el
Parlamento. Tras el radicalismo y la polarización de los ocho años de Mahmud Ahmadineyad, los iraníes, sobre todo las mujeres y los jóvenes, le reciben con cautas esperanzas.
“Nada va a cambiar. Rohani va a sustituir a Ahmadineyad, pero Jamenei sigue dirigiendo la función”, asegura resignada Maral, una joven ingeniera química en paro que no esconde su desencanto con años de promesas incumplidas, limitaciones sociales y económicas, y el clima de hastío generalizado que ni siquiera el estallido de entusiasmo post electoral ha logrado eclipsar.
Su amiga Sabil no está de acuerdo. “Es nuestro llavero”, le responde, jugando con la idea de la llave que el clérigo de aspecto apacible utilizó durante su campaña electoral para representar la solución a los problemas. Esta cartógrafa, que también está en paro como un elevado número de los nuevos titulados iraníes, señala que el nuevo presidente se ha mostrado a favor de mayores libertades personales y sociales, y ha criticado el acoso de la policía moral a los jóvenes.
Es un asunto que ambas les toca de cerca. Hace seis años acudieron con un grupo de amigos a un parque para hacer una barbacoa y terminaron en comisaría porque chicos y chicas no tenían relación de parentesco. Tras dos noches en una celda con delincuentes comunes, fueron convocadas ante un juez que les castigó a 20 latigazos. No lograron que se los conmutaran por una multa, y la República Islámica las perdió para siempre.
Incluso los jóvenes que han logrado evitar el encuentro con los vigilantes de la moral, admiten que esa amenaza les pesa. “Es un riesgo que tenemos que asumir porque si no, no saldríamos de casa”, señala Akbar, que espera que el nuevo presidente abra un poco la mano. Las organizaciones de derechos humanos respaldan esas peticiones de que se respeten las libertades individuales, incluidas las de expresión y asociación.
Rohaní ha denunciado la censura en Internet, criticado la segregación entre los dos sexos y se ha declarado contrario a que el Gobierno se meta en la vida privada de los ciudadanos. Su estilo moderado y conciliador le ha ganado al menos el beneficio de la duda. Y él, un astuto político, ha hecho algunos guiños a mujeres y jóvenes que son los más afectados por las encorsetadas normas sociales que impone la moral oficial.
“Os aseguro que los ideales de la República Islámica de Irán no incluían la supresión de la alegría y el júbilo”, ha declarado Rohaní en su primera (y hasta ahora única) entrevista como presidente, concedida no a uno de los grandes medios estatales sino al semanario juvenil Chelcheragh.
Durante su campaña Rohaní, habló de los derechos de la mujer y prometió crear un ministerio específico. Las activistas no han esperado a su toma de posesión para hacerle saber sus expectativas. El pasado 10 de julio, destacadas feministas e intelectuales se reunieron con dos representantes suyos y le pidieron que acabe con la “atmósfera de seguridad” (la omnipresencia de los servicios secretos) y levante las restricciones a la participación de las mujeres en la vida pública.
La opinión general es que la situación de las iraníes se ha deteriorado durante los dos mandatos de Ahmadineyad y que han perdido algunos de los modestos avances logrados en la etapa de Jatamí. A diferencia de entonces, las activistas que ahora acuden a los tribunales a denunciar un abuso “no pueden estar seguras de que a los dos días no les van a llamar los servicios de seguridad”, según denunció Narges Mohammadi, vicedirectora del Centro de Defensores de los Derechos Humanos, que fundó la Nobel Shirin Ebadí. También se les ha cerrado el acceso a algunas carreras universitarias.
Pero sobre todo, varias abogadas volvieron a sacar a colación la necesidad de eliminar las leyes discriminatorias. Bajo la interpretación iraní de la Sharía (ley islámica), las mujeres tienen dificultades para conseguir el divorcio por su iniciativa, su testimonio ante un tribunal vale la mitad que el de un hombre y también heredan la mitad que sus hermanos. Muchas de las activistas que en época de Jatamí empezaron a hacer campaña para cambiarlas han sido detenidas o amenazadas durante los años de Ahmadineyad.
“Nada va a cambiar. Rohani va a sustituir a Ahmadineyad, pero Jamenei sigue dirigiendo la función”, asegura resignada Maral, una joven ingeniera química en paro que no esconde su desencanto con años de promesas incumplidas, limitaciones sociales y económicas, y el clima de hastío generalizado que ni siquiera el estallido de entusiasmo post electoral ha logrado eclipsar.
Su amiga Sabil no está de acuerdo. “Es nuestro llavero”, le responde, jugando con la idea de la llave que el clérigo de aspecto apacible utilizó durante su campaña electoral para representar la solución a los problemas. Esta cartógrafa, que también está en paro como un elevado número de los nuevos titulados iraníes, señala que el nuevo presidente se ha mostrado a favor de mayores libertades personales y sociales, y ha criticado el acoso de la policía moral a los jóvenes.
Es un asunto que ambas les toca de cerca. Hace seis años acudieron con un grupo de amigos a un parque para hacer una barbacoa y terminaron en comisaría porque chicos y chicas no tenían relación de parentesco. Tras dos noches en una celda con delincuentes comunes, fueron convocadas ante un juez que les castigó a 20 latigazos. No lograron que se los conmutaran por una multa, y la República Islámica las perdió para siempre.
Incluso los jóvenes que han logrado evitar el encuentro con los vigilantes de la moral, admiten que esa amenaza les pesa. “Es un riesgo que tenemos que asumir porque si no, no saldríamos de casa”, señala Akbar, que espera que el nuevo presidente abra un poco la mano. Las organizaciones de derechos humanos respaldan esas peticiones de que se respeten las libertades individuales, incluidas las de expresión y asociación.
Rohaní ha denunciado la censura en Internet, criticado la segregación entre los dos sexos y se ha declarado contrario a que el Gobierno se meta en la vida privada de los ciudadanos. Su estilo moderado y conciliador le ha ganado al menos el beneficio de la duda. Y él, un astuto político, ha hecho algunos guiños a mujeres y jóvenes que son los más afectados por las encorsetadas normas sociales que impone la moral oficial.
“Os aseguro que los ideales de la República Islámica de Irán no incluían la supresión de la alegría y el júbilo”, ha declarado Rohaní en su primera (y hasta ahora única) entrevista como presidente, concedida no a uno de los grandes medios estatales sino al semanario juvenil Chelcheragh.
Durante su campaña Rohaní, habló de los derechos de la mujer y prometió crear un ministerio específico. Las activistas no han esperado a su toma de posesión para hacerle saber sus expectativas. El pasado 10 de julio, destacadas feministas e intelectuales se reunieron con dos representantes suyos y le pidieron que acabe con la “atmósfera de seguridad” (la omnipresencia de los servicios secretos) y levante las restricciones a la participación de las mujeres en la vida pública.
La opinión general es que la situación de las iraníes se ha deteriorado durante los dos mandatos de Ahmadineyad y que han perdido algunos de los modestos avances logrados en la etapa de Jatamí. A diferencia de entonces, las activistas que ahora acuden a los tribunales a denunciar un abuso “no pueden estar seguras de que a los dos días no les van a llamar los servicios de seguridad”, según denunció Narges Mohammadi, vicedirectora del Centro de Defensores de los Derechos Humanos, que fundó la Nobel Shirin Ebadí. También se les ha cerrado el acceso a algunas carreras universitarias.
Pero sobre todo, varias abogadas volvieron a sacar a colación la necesidad de eliminar las leyes discriminatorias. Bajo la interpretación iraní de la Sharía (ley islámica), las mujeres tienen dificultades para conseguir el divorcio por su iniciativa, su testimonio ante un tribunal vale la mitad que el de un hombre y también heredan la mitad que sus hermanos. Muchas de las activistas que en época de Jatamí empezaron a hacer campaña para cambiarlas han sido detenidas o amenazadas durante los años de Ahmadineyad.
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