jueves, 6 de agosto de 2015

Einstein y el sionismo

Einstein y el sionismo

 

Estaba leyendo dolido estos días sobre los horrores a que somete el Estado de Israel a la población palestina, y me he acordado de las conferencias que daba Einstein hacia 1920, cuando el sionismo era un movimiento de liberación simpático y progresista. 

Einstein, judío él, era decidido partidario de crear en Palestina un santuario, un punto de encuentro en el que los judíos pudiesen vivir en paz y con seguridad…, junto con sus vecinos árabes. 

Para los sionistas de esa época, el judío no lo era por su religión, ya que un ateo seguía siendo judío. El judío estaba definido por una tradición cultural solidaria, amante de la vida a la cual consideraba sagrada, defensores de la dignidad y de la justicia, ávidos de conocimiento. 

Mostraba Einstein que habiendo sido los judíos, tan escasos en número, y tan marginados y odiados, habían dado a la humanidad literatos, filósofos, médicos, químicos, físicos, políticos socialistas en tan gran número, que proporcionalmente ningún otro pueblo había sido capaz de ello. Él estaba orgulloso de su pueblo, una comunidad en la que todos se reconocían como iguales.

Para Einstein el refugio que debían establecer los judíos en Palestina, estaría basado en la tradición moral, es decir, que no querían un Estado, si no un sitio en el que vivir construyendo el bien de todos, en paz y sin angustias. Einstein luchaba por una Facultad de Medicina, luego con una Universidad y sus diversos departamentos, ubicada en Jerusalén, que diese servicio a la población sin mirar el credo o la raza. 

A medida que fue avanzando el siglo XX, con la llegada de los nazis al poder, los campos de exterminio, la resistencia del ghetto de Varsovia… La idea de que los judíos necesitaban un lugar donde vivir, se fue haciendo más y más fuerte en él, siempre defendiendo el diálogo y la convivencia con los pueblos árabes.

Por supuesto, la violencia fue a más. Decenas de miles de judíos supervivientes de la II Guerra Mundial emigraban a Palestina animados por la esperanza sionista, de una cosa se pasó a otra, y se fundó el Estado de Israel con la oposición de cinco países árabes vecinos, que se lanzaron a aplastar a Israel. Incluso después de esta primera guerra árabe/israelí, Einstein declaraba que la primera obra que debían de acometer los responsables del nuevo Estado, era la de recomponer las relaciones con los árabes y con la población palestina, para ganar “una paz fundada sobre la comprensión y el dominio de sí mismo, y no sobre la violencia”. 
La creación del Estado de Israel, lejos de incrementar la seguridad de los judíos, ha dado paso a la paranoia colectiva. Han tenido que abandonar todos los países del área. No quedan apenas judíos en los países árabes. Circunscritos a un pequeño Estado, que un cazabombardero atraviesa en diez minutos, tienen que mantener un ejército acojonante que lleva a cabo actividades terroristas, y que incluye en su arsenal bombas termonucleares. Y no digamos en qué situación han quedado, tras las cruzadas norteamericanas sobre Afganistán e Iraq, y el incremento del fanatismo religioso de todo tipo.

¿Qué es lo que más conviene a los palestinos y a los judíos? ¿La paz basada en la comprensión y el dominio de sí mismo, o la creación de dos Estados, con sus respectivas élites corruptas, que se mirarán a cara perro? Cuando la izquierda reivindica un Estado Palestino, ¿se dan cuenta de que lo que están pidiendo es más nacionalismo, más Estado, más de lo mismo?

 

Los pueblos necesitan paz, en una Palestina no dividida, donde judíos y árabes se miren como iguales en una comunidad moral, y no política. Esa sencilla aspiración de Einstein, sigue fresca su tinta en la pancarta.

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