Cien años de La Metamorfosis
4/11/2015 1:26:32 p.m.
La metamorfosis de Franz Kafka habla de la banalidad del terror en un mundo dominado por el
capital
Por Alexander Billet, 29 de octubre de 2015
“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregor Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”.
Vuelva atrás y lea de nuevo esa línea
inicial. Intente, si puede, desfamiliarizarse con ella. Permita que le
sorprendan las imágenes. Se despierta en su cama, después de un sueño
que nunca desearía volver a tener, y sólo entonces se da cuenta de que
algo no anda bien.
Piense
por un momento que es usted esa criatura, una cucaracha, un escarabajo o
un bicho tumbado en su cama. Sienta cómo cae en la confusión, el
pánico, la impotencia, y le invade un terror absoluto. Ahora sabe que
sus seres queridos van a retroceder con disgusto al verlo e incluso
querrán destruirle. Usted se encuentra al margen de la humanidad.
Por
esta razón, esta línea y las páginas que siguen se han convertido en
los pasajes más emblemáticos de la literatura occidental del siglo XX.
Hay mucho debates de cómo debiera traducirse exactamente estas palabras,
de si esas dos últimas palabras deben decir “monstruoso insecto” o “bicho monstruoso”, pero sea como fuere, resultan profundamente inquietantes e irresistiblemente magnéticas.
Han pasado 100 años desde que La Metamorfosis se publicó por primera vez. Franz Kafa lo escribió en 1912, como una distracción durante uno de esos bloqueos mentales del escritor mientras trabajaba en una novela. Numerosas revisiones y el inicio de la Primera Guerra Mundial retrasaron su publicación hasta octubre de 1915.
Nueve años más tarde, Kafka moría siendo todavía relativamente desconocido. Su mejor amigo, Max Brod, había recibido instrucciones para que se quemasen todos los papeles del difunto, que incluían la mayor partes de las obras que hoy conocemos de Kafka. Brod desobedeció, afortunadamente, los últimos deseos de su amigo ( aunque algunos insisten en que no eran para ser tomados demasiado en serio).
Junto con el resto de su obra, La Metamorfosis
fue prohibida en la Alemania nazi y en la Unión Soviética. Durante la
Primavera de Praga en Checoslovaquia, las obras de Kafka experimentaron
un resurgimiento del interés, antes de que los tanques rusos aplastaran
las aspiraciones radicales y democráticas de la ciudad. Durante los
veinte años posteriores, Kafka estuvo también prohibido en su país de
origen.
Hay mucho que decir sobre Franz Kafa y en particular de La Metamorfosis.
La peculiar historia y los problemas de su autor ilustran por qué es
una obra de tanta importancia que se ha mantenido en el imaginario
popular. Es un retrato único, emotivo y particularmente eficaz para
retratar el mundo moderno, que se ha escapado a nuestro control y que
prende en la psique humana.
Las ideas políticas de Kafka y el escollo de la Alegoría
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Resulta tentador ver La Metamorfosis
como una obra de alegoría política. Las ideas radicales de Kafka vienen
a reforzar esta postura, y algunos han llegado a ver en Gregor un
sustituto del proletariado, a las masas en su familia, y así
sucesivamente. Muchas revisiones radicales o de carácter marxista han
insistido en que se trata efectivamente de una alegoría. Pero creemos
que resulta un análisis de carácter muy limitado y puede suponer un
impedimento para apreciar su valor artístico, como corresponde a un
escritor como Kafka y su obra La Metamorfosis.
Esto no quiere decir que las ideas políticas de Kafka no tengan nada que ver con la historia. Seguramente que exista alguna relación. Precisamente, en el momento en el que escribe La Metamorfosis,
Franz Kafka había abrazado con entusiasmo las ideas de extrema
izquierda, de carácter anarco-comunistas. Había asistido a reuniones
antimilitaristas y antiestatistas y en sus diarios recoge declaraciones
tales como “recordar siempre a Kropotkin”.
Estas ideas políticas, lo que Michael Lowy identifica en Kafka como de un “socialista romántico libertario”, lo
sitúan bastante bien, independientemente de la mecánica ordinaria que
podría generar un análisis de su obra como una especie de rutina
paralela. Para
ser francos, Kafka era demasiado imaginativo como para eso. Es
significativo que tanto Kafka como sus obras fueron tachadas de
decadentes por el Régimen Soviético y de los Países del Este, cuando
estos ya hacía mucho tiempo que habían abandonado el materialismo
dialéctico como eje central del Marxismo. Sus temas centrales, frente a
la alienación y la terrible y aterradora situación de la condición
humana, sin dejar de mencionar su mordaz acusación hacía los mecanismos
burocráticos, sirven de reflexión sobre las deficiencias del Socialismo
Real.
El
crítico literario marxista Ernst Fischer dijo durante su intervención
en una conferencia sobre Kafka celebrada en Checoslovaquia en 1963 (
cinco años antes de que fuese oficialmente prohibido):
“Kafka
es un poeta que nos concierne a todos. La alienación del hombre, que él
representó con una intensidad máxima, asume proporciones terribles en
mundo capitalista. Sin embargo, tampoco ha sido superada en el mundo
socialista. Para superar [este fenómeno], hay que luchar paso a paso
contra el dogmatismo y la burocracia, a favor de la Democracia
Socialista, la iniciativa y la responsabilidad, un proceso largo, una
tarea enorme… El lector socialista encontrará rasgos de sus propios
problemas en sus obras, y el funcionario socialista se verá forzado a
realizarse ciertas preguntas de una manera más completa y diferenciada”.
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Esta forma diferenciada desafía nuestros procesos de pensamiento, yendo más allá de una simple metáfora. Die Weißen Blätter, la
primera revista que publicó esta obra, fue una de las publicaciones más
importantes del Expresionismo alemán. Del mismo modo que el marxismo de
Fischer y otros acólitos radicales disidentes, el Expresionismo fue una
rebelión abierta contra el radicalismo oficial de su época. Llamó la
atención sobre los rincones más ocultos de la existencia humana,
poniendo en duda las nociones positivistas de una sociedad libre, feliz y
totalmente desarrollada. Con la locura de la Guerra Mundial a la vuelta
de la esquina, tal postura resultó acertada.
La
Metamorfosis encaja perfectamente como una obra del arte Expresionista.
La historia se narra desde un punto de vista muy subjetivo, hundiendo
cada vez más a Gregor en la confusión, el dolor y la tristeza. Rara vez
la historia se aventura más allá de lo que ve o siente. Sólo al final
dejamos los confines del apartamento familiar. Las descripciones de los
personajes y su entorno son detalladas, pero no en exceso, como si
fueran sólo un componente dentro de un movimiento general a la espera de
que las cosas sean puestas en su sitio.
¿Qué
es lo que se expresa en realidad? Es fácil decir que se trata de
alienación y dejarlo ahí. No es que sea falso, pero resulta
insatisfactorio. La alienación puede ser un concepto en sí mismo, pero
en el propósito de La Metamorfosis hay mucho más en juego… ¿Qué más nos está diciendo Kafka?
Para
responder a esta pregunta también hay que responder por qué Kafka toma
prestado elementos sobrenaturales. Después de todo, no nos habla
solamente de Gregor Samsa, de un hombre que se despertó un día con un
grave problema de tedio. No, nos habla de Gregor Samsa, un ser humano
que un día apareció transformado en un sucio y desagradable insecto
gigante. En esencia, se trata de una historia acerca de un monstruo.
China Mieville dice:
“Creo
que lo que está pasando es algo acerca de la Modernidad y el
Capitalismo, en lo que no se puede pensar de una manera realista. En su
lugar, siempre aparece el retorno de lo reprimido, que no se puede
concebir sino en forma monstruosa”.
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Mieville hace una mención específica al Modernismo. El mundo de Kafka fue lo que podríamos llamar “la experiencia de la modernidad”,
que había ganado una fuerza sin precedentes y se convirtió en
hegemónica en el continente europeo. Su propio padre se vio arrastrado
desde el relativamente homogéneo Imperio Austro-húngaro, formado por
pueblos pequeños, para caer en la desconcertante y excitante ciudad de
Praga. Una vida en la que lógica aceptada de causa y efecto estaba
aferrada cada vez por un hilo más delgado.
El propio Kafka parece haber luchado en este contexto con la naturaleza resbaladiza de la identidad. En contraste con las aspiraciones de asimilación de su padre, Franz trató de recuperar una especie de misticismo judío de los shtetl [villa o pueblo con una numerosa población judía] e integrarlo en la experiencia cosmopolita. Aunque
resulta poco aconsejable reducir su radicalismo político a su tentativa
de forjarse una identidad, parece plausible que ambos estaban
enraizados en el deseo de reconciliar y aprovechar las potenciales contradicciones de la vida moderna. Lo que es más seguro, es que era consciente del trato fáustico que ese
potencial ofrecía a sus participantes: a fin de encontrar esa nueva
identidad, uno debe estar dispuesto a destruirla y pervertirla más allá
de todo reconocimiento humano.
Monstruos y monstruoización |
La Metamorfosis
no es tanto un cuento sobre un monstruo, sino un cuento sobre la
monstruoización. Antes que Kafka, otros muchos autores habían escrito
cuentos en los que los humanos literalmente se transforman. El canon
literario de Europa del Este está lleno de historias de brujería y
elementos sobrenaturales, robando a las personas su forma humana y
convirtiéndolas en sucios animales o grotescas criaturas.
Pero
estas historias aparecen como cuentos morales o tienen una función de
advertencia. Si una persona se transforma en una rata, era porque había
causado un mal a alguien. O si el que se transformaba era inocente,
entonces algún otro partícipe de la historia producía de nuevo el
cambio, u otro durante la transformación obtenía su merecido. Tiene
sentido por la justicia o injusticia que se cometía por la
transformación en sí misma.
En La Metamorfosis
no hay nada de esto. Sin duda, sentimos simpatía por Gregor y miedo por
lo que se ha convertido, pero no hay discusión en torno al bien y el
mal. Su metamorfosis tiene, en última instancia, un carácter amoral. Los
únicos elementos que tenemos para medir las acciones de la mayor parte
del cuento son las emociones de Gregor.
La
historia, sin duda, posee un sentido global, que puede ser construido a
partir de las experiencias de Gregor y de su familia, a pesar de que su
alcance es mucho mayor. Hay muchas razones para creer que este conjunto
de experiencias está detrás de la difícil situación de Gregor.
Muchos
análisis señalan a Gregor como culpable. Alguna razón habrán encontrado
para ello. Las primeras páginas de la historia describen dos cosas con
un relativo detalle: su nueva
forma de insecto, y las exigencias físicas y emocionales de su empleo
como vendedor ambulante. Esto fue algo, sin duda, deliberado por parte
de Kafka. Uno recuerda otros casos en la literatura en las que el
trabajo se describe como una transformación monstruosa. Es el caso de La selva, de Upton Sinclair, por ejemplo.
Sin
embargo, hay notables diferencias entre el trabajo de Sinclair y el de
Kafka. Mientras Jurgis y sus compañeros de trabajo en la Union Stockyards sufren
una metafórica transformación monstruosa, sus cuerpos rotos y
maltratados hasta que se reducen a algo menos que un cierto parecido a
un ser humano, la metamorfosis de Gregor es literal.
Y
a diferencia de la tradición de los cuentos de hadas, la transformación
de Gregor no es un giro de la trama que sucede a medida que avanza la
historia. Es más bien el guión. Gregor lo va sintiendo, un
descubrimiento del que no puede hablar, de que ahora prefiere la basura
en descomposición como alimento, cómo se van desvaneciendo ciertas
emociones y cómo lucha contra la sensación de aislamiento y soledad. Si
el cambio físico se presenta ya en las primeras páginas de la obra, a
continuación la metamorfosis nominal es la vida interna de Gregor.
Sin embargo, la diferencia más notable es que en La Metamorfosis
la conexión entre el trabajo y la deshumanización nunca se hace
explícita. Sólo se insinúa. A partir de las dos primeras páginas:
En
la medida en que existe una relación, en el mejor de los casos
simplemente se insinúa: es impersonal, individual y anodina. El empleo
por parte de Kafka de una voz narrativa, que hoy describiríamos como Realismo Mágico… es algo que resulta instructivo: lo que llamamos el absurdo
está relacionado con un mismo tono reconocible y cotidiano; lo
fantástico se vuelve mundano y viceversa. Observando el antipositivismo
que caracteriza el Expresionismo, parece existir una relación de
causalidad entre el hastío de Gregor y su metamorfosis. Lo sea o no, en
la medida en que lo es, hay fuerzas mayores que apuntan en esa
dirección.
Se
dice que Gregor tiene una ocupación tan exigente y agotadora porque sus
padres están en una difícil situación financiera. A lo largo del cuento
se citan diferentes maneras para que la familia compense la pérdida de
ingresos: alquilando el espacio para la criada como una habitación más
de huéspedes.
De
hecho, son los inquilinos los que precipitan la muerte de Gregor.
Cuando los tres inquilinos salen de su habitación para escuchar a su
hermana Grete que está tocando el violín, Gregor intenta salir por la
puerta para escuchar mejor, momento en el que es descubierto por uno de
ellos. Muestran pánico y se quejan inmediatamente ante el padre de
Gregor, amenazándole con abandonar la habitación. Su familia,
desesperada y avergonzada, discute, delante de Gregor, de cómo
deshacerse de él. Se ha convertido en una carga emocional, y en un
pasivo financiero.
Grete,
que antes de este incidente era una solitaria defensora de Gregor, la
que le traía la comida y suplicaba a su padre de que salvase la vida de
su hermano, ahora se refiere a él en los siguientes términos:
“Tiene que irse… es la única manera, padre. Sólo tienes que olvidarte
que se trata de Gregor. Nos hemos perjudicado a nosotros mismos por
haberlo creído durante tanto tiempo ¿Cómo eso puede ser Gregor? Si fuera
Gregor se habría dado cuenta hace mucho tiempo de que una convivencia entre las personas y semejante animal no es posible, y se habría ido por su propia voluntad”.
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Y,
sin embargo, se trata de Gregor. Ha mantenido la conciencia, a pesar de
que ha perdido la capacidad de poder comunicarlo. Intenta recuperar
aunque sea una pequeña parte de su humanidad perdida, y al intentarlo,
fracasa. A continuación la escena en la que se describe su triste y
desgarradora muerte:
Pronto
descubrió que ya no se podía mover. No se extrañó por ello, más bien le
parecía antinatural que, hasta ahora, hubiera podido moverse con estas
patitas. Por lo demás, se sentía relativamente a gusto. Bien es verdad
que le dolía todo el cuerpo, pero le parecía como si los dolores se
hiciesen más y más débiles y, al final, desapareciesen por completo,
Apenas sentía ya la manzana podrida de su espalda y la infección que
producía a su alrededor, cubiertas ambas por un suave polvo. Pensaba en
su familia con cariño y emoción, su opinión de que tenía que desaparecer
era, si cabe, aún más decidida que la de su hermana. En este estado de
apacible y letárgica meditación permaneció hasta que el reloj de la
torre dio las tres de la madrugada. Vivió todavía el comienzo del
amanecer detrás de los cristales. A continuación, contra su voluntad, su
cabeza se desplomó sobre el suelo y sus orificios nasales exhalaron el
último suspiro”.
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Los
pensamientos y las últimas sensaciones de Gregor componen el final de
su metamorfosis. Ha llegado a verse a sí mismo desde fuera, perdiendo el
control de su cuerpo. Es revelador que se vea a sí mismo como una
mercancía que ha perdido todo su valor social. Considera que lo mejor es
ser simplemente descartado. Una vez más, la convergencia entre lo
fantástico y lo anodino lo convierte en una extraña mezcla entre lo
sensiblero y lo macabro. Las mejores traducciones hacen que efectivamente experimentemos esta incómoda mezcla.
En los últimos momentos de la vida de Gregor, nos solidarizamos con él
por el horror de su transformación y de cómo se le trata.
Pero
en la otra cara discordante, no resulta difícil identificarse con el
alivio que siente la familia de Gregor después de su muerte. Porque por
mucho que nos identifiquemos con Gregor, no podemos dejar de sentir que
se había convertido en una carga. Es un desenlace inquietante: darse
cuenta de que también estamos participando en la objetivación del
protagonista. Si la humanidad de una persona se puede medir por la forma
en que se la recuerda, el recuerdo de Gregor Samsa se borra
completamente. Incluso durante su muerte, ha sido absoluta y
completamente convertido en un monstruo. No se determina la causa, y son
en realidad secundarias las maquinaciones que se arremolinan en torno a
ella.
Una metamorfosis moderna
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El pasado 17 de octubre apareció en The New York Times un extenso artículo titulado “La solitaria muerte de George Bell”. Trata
sobre un anciano cuyo cadáver fue descubierto en torno a una semana
después de su muerte en su sórdido apartamento de Queens.
Bell
había acaparado durante sus setenta y dos años de vida los suficientes
cachivaches como para que desbordasen prácticamente su vivienda. Como no
tenía parientes conocidos ni amigos, el artículo se centra en el largo y
laborioso proceso de identificación del cuerpo, a pesar de que la
mayoría de los implicados sabían que aquel montón de carne y huesos en
descomposición era, con toda probabilidad, el de George Bell.
Enseguida
surgen varias preguntas al leer este artículo. Muchos de ellas bastante
desconcertantes. ¿Cómo es posible que en una de las ciudades más
densamente pobladas de la Tierra, nadie conozca a una determinada
persona? Si la sociedad moderna determina nuestra valía por la cantidad
de cosas que poseemos, ¿por qué un hombre casi literalmente ahogado en
sus posesiones puede ser olvidado, y que su muerte transcurra en medio
de tanta indiferencia? Inquietantes como son, estas preguntas acerca de
cómo la sociedad puede descartar sin esfuerzo una vida humana, también
reflejan cómo el material y las contradicciones espirituales que
dispararon la imaginación de Kafka todavía están presentes entre
nosotros.
También
es cierto que esta misma ansiedad y angustia se ha transferido en
nuestra cultura a través de lo grotesco. Películas de terror, como ya
traté en anteriores artículos sobre David Cronenberg o la inmediatez de
los crudos dibujos de la serie El Ciempiés humano, e son algunos
de los ejemplos que me vienen a la mente. Cabe destacar que ningún
contemporáneo presenta una metamorfosis tan sobrenatural en la
naturaleza. Aunque algunas de las películas de Cronenberg son de un
carácter más fantasmal, otras como La Mosca o Videodrome,
retratan la corrupción de la forma humana que surge de la Ciencia o la
Tecnología. Aquellas entidades que se supone que nos deben ayudar a
tener una vida mejor, son objeto de una apropiación indebida por los que
se deciden en una huida hacia adelante de las dos dimensiones del
progreso. Se trata del mismo positivismo contra el que Kafka y sus
contemporáneos se rebelaron, y que con frecuencia se critica en la
actualidad.
Lo que coloca a este tipo de películas a la sombra de La Metamorfosis, aunque menos el Frankenstein de
Mary Shelley, es que mientras aquí se reflexiona sobre cómo la
modernidad redefine nuestra noción de lo que nos hace humanos, el cuento
de Kafka apunta existencialmente en cómo la misma humanidad lo
pervierte todo, sin rodeos. Es una distinción lógica. Aunque Kafka y
Shelley abrazaron los pensamientos políticos radicales de su tiempo,
Kafka escribió casi cien años después, contando con la experiencia de la
Modernidad en el espejo de la sociedad. Aunque la carnicería
manufacturada y casualmente mercantilizada de la Primera Guerra Mundial
había palidecido la visión de Shelley, la capacidad tecnológica del gas
mostaza, de los tanques Mark V, el alambre de púas, todo ello fue
tejido en el tiempo y en el lugar en el que vivió Kafka.
No
es necesario incorporar automáticamente consideraciones sobre el
Capital o Imperio o el aparato del Estado represivo a este tipo de
críticas de la alienación y extrañamiento. Ninguno de ellos se hace
evidente en La Metamorfosis. Pero si estas preocupaciones no son
bien visibles, lo cierto es que están ahí presentes. Se absorbe a través
del terror y la vergüenza de la familia de Gregor, el peso aplastante
de la duda, el hastío de su trabajo y lo inexplicable de la confusión
para convertirlo literalmente en un paria.
Lo grotesco, del mismo modo que el propio Gregor, está instrumentalizado en La Metamorfosis. Proporciona una especie de torbellino entre lo que Bertolt
Brecht distinguiría como lírica y épica: íntimamente personal e
históricamente grandioso. Las fuerzas que nos pueden transformar pueden
estar mucho más allá de nuestro alcance personal, pero también son, en
última instancia, banales.
Este
puede seer el legado más importante del cuento de Franz Kafka: un
recordatorio de que en un mundo dominado por el Capital, el terror es
tan común que casi está oculto a simple vista. Y de ser así, es capaz de
transformar la condición humana en algo indescriptible.
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Alexander Billet es escritor, poeta y crítico cultural. Es editor fundador de Red Wedge y también ha aparecido en la revista Jacobin, The Nation.com, the International Socialist Review, In These Times y otros medios. Puede ponerse en contacto con él a través de Twitter: @UbuPamplemousse
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Procedencia del artículo:http://www.redwedgemagazine.com/online-issue/monsters-modernity-metamorphosis
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