Este
pequeño Estado puede presumir de ser el eslabón más débil de un cadena
que se enfrenta sin duda a la mayor amenaza para el continente desde el
final de la Guerra Fría. ¿Por qué ha ocurrido esto? Porque
desgraciadamente Bélgica se ha convertido en un territorio atractivo
para los terroristas. La primera razón es su envidiable situación
geográfica, entre Francia, Alemania y el Reino Unido. Además, el país es
pequeño y se puede recorrer en coche de punta a punta en tan sólo dos
horas.
La segunda causa es la existencia de un barrio en Bruselas, Molenbeek, ideal para ocultar terroristas pues cuenta con simpatizantes de la lucha yihadista. Molenbeek es uno de los 19 distritos de Bruselas; con 95.000 personas, es uno de los barrios más densamente poblados de la capital belga, que tiene en total 1,2 millones de habitantes.
Molenbeek se caracteriza por tener un 40% de musulmanes y un 30% de desempleo, una cifra que probablemente sea más alta entre el colectivo de inmigrantes. El distrito podría parecer un barrio de clase obrera de una gran ciudad alemana, pero en realidad esconde un actividad yihadista efervescente. A Molenbeek se le relaciona con el ataque a la redacción del periódico Charlie Hebdo perpetrado en enero de este año o con el frustrado asalto en agosto al tren Thalys de alta velocidad que enlaza París con Bruselas. En Molenbeek surgió una organización denominada Sharia4Belgium que celebraba los atentados terroristas del 11-S o animaba a atacar a los no musulmanes ya en 2012. Su cabecilla, Fouad Belkacem, fue sentenciado a penas de prisión, pero las redes que su grupo tejió han seguido en pie, fruto del fracaso de la integración de los musulmanes.
“El Gobierno belga en las últimas décadas nunca ha logrado realmente integrar a las comunidades islámicas”, ha declarado a slate.com el bloguero belga y especialistas en seguimiento de terroristas, Pieter Van Ostaeyen.
Integración significa convivencia pacífica, pero no dominación. Integración es cumplir la ley, pero también tener oportunidades de trabajo y de aspirar al estado de bienestar. Eso ha fallado de forma estrepitosa en Bélgica. El remedio pasa por potenciar el trabajo social, una tarea que lleva mucho tiempo y esfuerzo. Y en el caso de los jóvenes radicalizados es preciso encontrar una solución a medida.
Algunos medios de comunicación no dudan ya en calificar a Bélgica como la “incubadora de yihadistas” de Europa; unos 500 ciudadanos belgas han acudido a luchar en Siria al lado del Estado Islámico frente a los 750 de Alemania o los 140 de España; en otras palabras, el país ostenta tristemente la tasa proporcional más alta de combatientes extranjeros que cualquier otro país de la Unión Europea.
Ciertos analistas, como Tim King de la página web Politico, llegan a creer incluso que Bélgica es un “Estado fallido”. King basa esa potente afirmación en el argumento de la “profunda disfunción” del Estado belga. Para los estándares europeos, Bélgica llegó muy tarde a convertirse en un Estado, lo que generó una administración pública dividida, no según patrones territoriales, sino según patrones políticos. La maquinaria que en otros lugares de Europa unió lo local, lo regional y lo nacional no funcionó en estas tierras. A esta singularidad se sumaron las grandes diferencias lingüísticas existentes, con la comunidad valona hablando francés en el sur, y la flamenca comunicándose en holandés en el norte. En gran medida, opina King, la clase política belga llegó a un acuerdo tácito, aceptando esas disfunciones como el precio que debe pagar por las divisiones de idioma y entre facciones. El país sólo se vertebra gracias a la figura del “Rey de los belgas”, Felipe.
Hasta no hace mucho Bruselas contaba con 19 fuerzas de policía, una por cada alcalde. Ahora se han reducido a seis, pero ese número sigue siendo un absurdo total increíble de creer para una ciudad tan importante como Bruselas que acoge la sede central de la Comisión Europea, de la OTAN y de cientos de otras organizaciones internacionales, es decir, que necesita una fuerte protección policial. El hecho de que las fuerzas policiales locales estén tan divididas administrativamente hablando, con alcaldes a veces enfrentados políticamente entre sí, implica una enorme dificultad de coordinación y operatividad que sólo beneficia a los criminales, es decir, a los terroristas.
En definitiva, Bélgica es un complicado Estado federal caracterizado por su falta de interconexión, donde, además, no abundan los medios de la lucha antiterrorista. Y esta es la tercera razón. Su aparato de seguridad es relativamente pequeño. Aunque Bruselas es la capital diplomática del mundo, el Estado belga sólo cuenta con unos 1.200 agentes civiles y militares de los servicios secretos, una cifra claramente insuficiente para proteger a organismos como la Comisión Europea, Alianza Atlántica, la Organización Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea (Eurocontrol) o la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (SWIFT), por poner cuatro ejemplos conocidos de las 2.500 agencias internacionales que allí se asientan.
“Necesitamos más agentes de inteligencia, no de policía”, asegura Ahmed El Khannouss, vicealcalde de Molenbeek, entrevistado por la revista alemana Der Spiegel. “Tenemos que saber quién se está radicalizando en primer lugar para ser capaces de intervenir antes”, admite. Falta pues prevención.
La OTAN haría mejor en colaborar en el refuerzo de este aparato de seguridad paneuropeo en vez de llevar a cabo costosos ejercicios en Europa destinados a responder, sin decirlo expresamente, a una presunta amenaza de Rusia. El último ejemplo fueron las maniobras militares “Trident Juncture 2015”, las más importantes de la Alianza desde 2002, donde se movilizaron entre el 21 de octubre y el 6 de noviembre unos 36.000 efectivos de más de 30 países. España fue una de las naciones anfitrionas y aportó 8.000 soldados de los tres ejércitos, además de carros de combate, blindados, helicópteros, aviones y buques, por no hablar de equipo logístico e informático. Todo ese enorme coste se podría haber invertido en algo más real: frenar el avance del Estado Islámico.
Otra causa, en opinión del periodista belga Kristof Clerix, es que la experiencia islámica en Bélgica tiene “características que difieren de otros países europeos”. La mayoría de los imames no son locales, sino que vienen del extranjero o han sido educados fuera, asegura Clerix. La mayor influencia procede del wahabismo, una corriente suní patrocinada por Arabia Saudí a través de la Gran Mezquita de Bruselas.
Por último, Bruselas es un lugar donde es fácil obtener ilegalmente un arma de fuego. Un fusil de asalto Kaláshnikov se compra por menos de 1.000 euros. Eso es consecuencia directa de la fragmentada estructura policial de la capital, que redunda en una ineficiente lucha contra el crimen organizado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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La segunda causa es la existencia de un barrio en Bruselas, Molenbeek, ideal para ocultar terroristas pues cuenta con simpatizantes de la lucha yihadista. Molenbeek es uno de los 19 distritos de Bruselas; con 95.000 personas, es uno de los barrios más densamente poblados de la capital belga, que tiene en total 1,2 millones de habitantes.
Molenbeek se caracteriza por tener un 40% de musulmanes y un 30% de desempleo, una cifra que probablemente sea más alta entre el colectivo de inmigrantes. El distrito podría parecer un barrio de clase obrera de una gran ciudad alemana, pero en realidad esconde un actividad yihadista efervescente. A Molenbeek se le relaciona con el ataque a la redacción del periódico Charlie Hebdo perpetrado en enero de este año o con el frustrado asalto en agosto al tren Thalys de alta velocidad que enlaza París con Bruselas. En Molenbeek surgió una organización denominada Sharia4Belgium que celebraba los atentados terroristas del 11-S o animaba a atacar a los no musulmanes ya en 2012. Su cabecilla, Fouad Belkacem, fue sentenciado a penas de prisión, pero las redes que su grupo tejió han seguido en pie, fruto del fracaso de la integración de los musulmanes.
“El Gobierno belga en las últimas décadas nunca ha logrado realmente integrar a las comunidades islámicas”, ha declarado a slate.com el bloguero belga y especialistas en seguimiento de terroristas, Pieter Van Ostaeyen.
Integración significa convivencia pacífica, pero no dominación. Integración es cumplir la ley, pero también tener oportunidades de trabajo y de aspirar al estado de bienestar. Eso ha fallado de forma estrepitosa en Bélgica. El remedio pasa por potenciar el trabajo social, una tarea que lleva mucho tiempo y esfuerzo. Y en el caso de los jóvenes radicalizados es preciso encontrar una solución a medida.
Algunos medios de comunicación no dudan ya en calificar a Bélgica como la “incubadora de yihadistas” de Europa; unos 500 ciudadanos belgas han acudido a luchar en Siria al lado del Estado Islámico frente a los 750 de Alemania o los 140 de España; en otras palabras, el país ostenta tristemente la tasa proporcional más alta de combatientes extranjeros que cualquier otro país de la Unión Europea.
Ciertos analistas, como Tim King de la página web Politico, llegan a creer incluso que Bélgica es un “Estado fallido”. King basa esa potente afirmación en el argumento de la “profunda disfunción” del Estado belga. Para los estándares europeos, Bélgica llegó muy tarde a convertirse en un Estado, lo que generó una administración pública dividida, no según patrones territoriales, sino según patrones políticos. La maquinaria que en otros lugares de Europa unió lo local, lo regional y lo nacional no funcionó en estas tierras. A esta singularidad se sumaron las grandes diferencias lingüísticas existentes, con la comunidad valona hablando francés en el sur, y la flamenca comunicándose en holandés en el norte. En gran medida, opina King, la clase política belga llegó a un acuerdo tácito, aceptando esas disfunciones como el precio que debe pagar por las divisiones de idioma y entre facciones. El país sólo se vertebra gracias a la figura del “Rey de los belgas”, Felipe.
Hasta no hace mucho Bruselas contaba con 19 fuerzas de policía, una por cada alcalde. Ahora se han reducido a seis, pero ese número sigue siendo un absurdo total increíble de creer para una ciudad tan importante como Bruselas que acoge la sede central de la Comisión Europea, de la OTAN y de cientos de otras organizaciones internacionales, es decir, que necesita una fuerte protección policial. El hecho de que las fuerzas policiales locales estén tan divididas administrativamente hablando, con alcaldes a veces enfrentados políticamente entre sí, implica una enorme dificultad de coordinación y operatividad que sólo beneficia a los criminales, es decir, a los terroristas.
En definitiva, Bélgica es un complicado Estado federal caracterizado por su falta de interconexión, donde, además, no abundan los medios de la lucha antiterrorista. Y esta es la tercera razón. Su aparato de seguridad es relativamente pequeño. Aunque Bruselas es la capital diplomática del mundo, el Estado belga sólo cuenta con unos 1.200 agentes civiles y militares de los servicios secretos, una cifra claramente insuficiente para proteger a organismos como la Comisión Europea, Alianza Atlántica, la Organización Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea (Eurocontrol) o la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (SWIFT), por poner cuatro ejemplos conocidos de las 2.500 agencias internacionales que allí se asientan.
“Necesitamos más agentes de inteligencia, no de policía”, asegura Ahmed El Khannouss, vicealcalde de Molenbeek, entrevistado por la revista alemana Der Spiegel. “Tenemos que saber quién se está radicalizando en primer lugar para ser capaces de intervenir antes”, admite. Falta pues prevención.
La OTAN haría mejor en colaborar en el refuerzo de este aparato de seguridad paneuropeo en vez de llevar a cabo costosos ejercicios en Europa destinados a responder, sin decirlo expresamente, a una presunta amenaza de Rusia. El último ejemplo fueron las maniobras militares “Trident Juncture 2015”, las más importantes de la Alianza desde 2002, donde se movilizaron entre el 21 de octubre y el 6 de noviembre unos 36.000 efectivos de más de 30 países. España fue una de las naciones anfitrionas y aportó 8.000 soldados de los tres ejércitos, además de carros de combate, blindados, helicópteros, aviones y buques, por no hablar de equipo logístico e informático. Todo ese enorme coste se podría haber invertido en algo más real: frenar el avance del Estado Islámico.
Otra causa, en opinión del periodista belga Kristof Clerix, es que la experiencia islámica en Bélgica tiene “características que difieren de otros países europeos”. La mayoría de los imames no son locales, sino que vienen del extranjero o han sido educados fuera, asegura Clerix. La mayor influencia procede del wahabismo, una corriente suní patrocinada por Arabia Saudí a través de la Gran Mezquita de Bruselas.
Por último, Bruselas es un lugar donde es fácil obtener ilegalmente un arma de fuego. Un fusil de asalto Kaláshnikov se compra por menos de 1.000 euros. Eso es consecuencia directa de la fragmentada estructura policial de la capital, que redunda en una ineficiente lucha contra el crimen organizado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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