El último francotirador: apologia del terrorismo de Estado
Recientemente se ha publicado en España el libro de Kevin Lacz, ex tirador de élite de los Navy Seal de los EEUU, "El último francotirador", donde cuenta cómo mataba durante la invasión norteamericana (y de sus aliados) de Irak a la población resistente.
Según afirma en su libro, su punto de vista no se ha movido ni un milímetro. "Eran terroristas. No me
arrepiento de haberlos matado. Ni antes y ahora", repitiendo la justificación, tan de moda hoy en día, de que el ejército que resiste a una invasión está formado por terroristas, y no por insurgentes.
Lacz formó parte de un grupo de élite formado, según la ciencia militar de los países imperialistas, "a partir de ese 2% de soldados que no tienen remordimientos a la hora de matar" o, según el verbo utilizado por el autor del libro, "cazar" al enemigo.
Lacz combatió con los Navy Seal de Estados Unidos durante siete meses en las batallas de Ramadi y Faluya (Irak) y escribe que no ha perdido el odio profundo hacia los defensores de Irak; Lacz, haciendo algo muy típico de los agresores para criminalizar a los agredidos y limpiar su conciencia, los mete a todos en el saco de Al-Qaeda, aunque la resistencia, insurgencia o guerrilla iraquí comprendía a una serie de movimientos de carácter civil o militar, desde comunistas, miembros del Partido Baaz o islamistas (surgidos esos últimos, precisamente, tras la agresión norteamericana).
"Lo que quiero explicar en el libro" afirma quien sí es un verdadero terrorista de Estado con carta blanca para "cazar" o "matar", pasándose por el forro el derecho internacional y los derechos humanos, "es hasta qué punto eran malos los tipos que estábamos cazando". El sanguinario tipejo sigue diciendo (sin pensar, o sin importarle, que sus propias palabras definan al ejército criminal de los EEUU, acostumbrado a bombardear ciudades o aldeas para desmoralizar a la población, técnica iniciada por los nazis en Guernica): "No eran personas que amaban a su comunidad y cuidaban de sus hijos. No. Éstos eran tipos terribles. Mataban en masa a civiles para infundir miedo en las aldeas. Yo no sentía compasión por el individuo al que apuntaba".
El degenerado asesino a sueldo de Washington, que esconde su labor mercenaria tras una falsa supuesta conciencia y el amor a la patria, sin embargo afirma al final que, a pesar de todo, "por más duro que les dabas, ellos volvían de nuevo una y otra vez". Es lo que tiene defender a tu pueblo agredido, algo que un sicario del ejército imperialista norteamericano no podrá entender jamás.
Las cifras de lo que el tal Lacz entiende como "cacería de terroristas" son las siguientes: la encuesta Lancet 2006 estimó las víctimas de la guerra de Irak en 654.965 iraquíes asesinados desde marzo de 2003 hasta finales de junio de 2006. Una investigación de la Opinión de Encuesta Empresarial (ORB) realizada el 28 de enero de 2008 estimó en 1.033.000 las víctimas de la invasión de Irak.
Por otro lado, la libre publicación en España de libros en que se hace apología del terrorismo imperialista (éste es un caso paradigmático), contrasta con la diligencia policiaco-judicial en perseguir las opiniones de particulares contra capitostes del terrorismo de Estado fascista, como fue el almirante Carrero Blanco. Una prueba más, no por ello menos repugnante, de la naturaleza de clase de la democracia española y del tipo de terrorismo que ampara y la defiende.
Según afirma en su libro, su punto de vista no se ha movido ni un milímetro. "Eran terroristas. No me
arrepiento de haberlos matado. Ni antes y ahora", repitiendo la justificación, tan de moda hoy en día, de que el ejército que resiste a una invasión está formado por terroristas, y no por insurgentes.
Lacz formó parte de un grupo de élite formado, según la ciencia militar de los países imperialistas, "a partir de ese 2% de soldados que no tienen remordimientos a la hora de matar" o, según el verbo utilizado por el autor del libro, "cazar" al enemigo.
Lacz combatió con los Navy Seal de Estados Unidos durante siete meses en las batallas de Ramadi y Faluya (Irak) y escribe que no ha perdido el odio profundo hacia los defensores de Irak; Lacz, haciendo algo muy típico de los agresores para criminalizar a los agredidos y limpiar su conciencia, los mete a todos en el saco de Al-Qaeda, aunque la resistencia, insurgencia o guerrilla iraquí comprendía a una serie de movimientos de carácter civil o militar, desde comunistas, miembros del Partido Baaz o islamistas (surgidos esos últimos, precisamente, tras la agresión norteamericana).
"Lo que quiero explicar en el libro" afirma quien sí es un verdadero terrorista de Estado con carta blanca para "cazar" o "matar", pasándose por el forro el derecho internacional y los derechos humanos, "es hasta qué punto eran malos los tipos que estábamos cazando". El sanguinario tipejo sigue diciendo (sin pensar, o sin importarle, que sus propias palabras definan al ejército criminal de los EEUU, acostumbrado a bombardear ciudades o aldeas para desmoralizar a la población, técnica iniciada por los nazis en Guernica): "No eran personas que amaban a su comunidad y cuidaban de sus hijos. No. Éstos eran tipos terribles. Mataban en masa a civiles para infundir miedo en las aldeas. Yo no sentía compasión por el individuo al que apuntaba".
El degenerado asesino a sueldo de Washington, que esconde su labor mercenaria tras una falsa supuesta conciencia y el amor a la patria, sin embargo afirma al final que, a pesar de todo, "por más duro que les dabas, ellos volvían de nuevo una y otra vez". Es lo que tiene defender a tu pueblo agredido, algo que un sicario del ejército imperialista norteamericano no podrá entender jamás.
Las cifras de lo que el tal Lacz entiende como "cacería de terroristas" son las siguientes: la encuesta Lancet 2006 estimó las víctimas de la guerra de Irak en 654.965 iraquíes asesinados desde marzo de 2003 hasta finales de junio de 2006. Una investigación de la Opinión de Encuesta Empresarial (ORB) realizada el 28 de enero de 2008 estimó en 1.033.000 las víctimas de la invasión de Irak.
Por otro lado, la libre publicación en España de libros en que se hace apología del terrorismo imperialista (éste es un caso paradigmático), contrasta con la diligencia policiaco-judicial en perseguir las opiniones de particulares contra capitostes del terrorismo de Estado fascista, como fue el almirante Carrero Blanco. Una prueba más, no por ello menos repugnante, de la naturaleza de clase de la democracia española y del tipo de terrorismo que ampara y la defiende.
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