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aristeguinoticias.com¿Nuevo presidencialismo mexicano?
El
ejercicio de poderes constitucionales y "facultades
metaconstitucionales" puede desequilibrar el sistema político y llevar
al autoritarismo, opina Rogelio Muñiz.
Rogelio Muñiz Toledo*
Puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente.
Daniel Cosío Villegas**
El régimen político está agotado y su reforma es tan necesaria como inminente. Con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, la forma en la que se ejerce el poder político cambiará. Las acciones y decisiones del próximo presidente definirán, en muy buena medida, el rumbo de ese cambio.
Falta un debate a fondo sobre las coordenadas del cambio político, en la pasada campaña presidencial se habló del cambio del régimen, pero dirigido solo a la transformación del sistema presidencial. La cuarta transformación de la República es mucho más que la reforma del sistema político. El proceso para dar paso a la IV República debería concluir con una Asamblea Nacional Constituyente que elabore y apruebe una nueva Constitución.
En lo inmediato, habría que avanzar en la transformación del sistema presidencial para terminar de desmontar los elementos del nefasto presidencialismo del antiguo régimen. Hay indicios de que con López Obrador el presidencialismo mexicano apunta hacia su desaparición, o al menos eso parece.
El principio del fin del presidencialismo mexicano se puede fechar en 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados; se desvanecía uno de sus elementos centrales: el presidente perdía el control sobre el poder legislativo. Ese año, al dar respuesta al tercer informe de gobierno, el diputado Porfirio Muñoz Ledo señalo: “Aquí desembocan y toman nuevo cauce luchas perseverantes, y aun sacrificios, en contra del poder absoluto, de sus fastos y de sus excesos”.
Las reformas al sistema presidencial, en particular la de 2014 que estableció límites y contrapesos al poder ejecutivo, significarán un cambio importante en las facultades del próximo presidente de la República. El virtual presidente electo ha anunciado una serie de medidas que apuntan hacia el fin de uno de los aspectos más agraviantes del presidencialismo mexicano; de concretarse, se acabarían los lujos y la suntuosidad que han acompañado al poder público y terminaría la magnificencia con la que se han conducido los presidentes de la República; algo que los presidentes del período de transición no intentaron siquiera modificar.
Pero hay aspectos del presidencialismo que no está claro si entran o no en el plan de desmantelamiento del sistema presidencial autoritario. Al menos cuatro de los elementos con los que Carpizo caracterizó a aquél, podrían resurgir con una presidencia fuerte y que además cuenta con una amplia mayoría en el Congreso: la “jefatura real” del partido en el poder, en la persona del presidente; el debilitamiento de las cámaras, sustentado en el liderazgo del presidente sobre la mayoría en el legislativo; la tentación de ejercer control político sobre los gobernadores, con el nombramiento presidencial de los coordinadores estatales de los programas de desarrollo; y el poder de persuasión del presidente, sustentado en sus poderes constitucionales y extraconstitucionales y en su estilo personal de gobernar.
A propósito del estilo personal de gobernar, Cosío Villegas decía que “resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible”. Creo que el estilo personal de gobernar puede no resultar “fatal”, si el poder se ejerce dentro del marco constitucional y con compromiso republicano. Lo que sí sería grave, porque iría a contracorriente del cambio del régimen político, es que los elementos mencionados en el párrafo anterior, y el estilo personal de gobernar del próximo presidente, desembocaran en un neopresidencialismo, en el que el ejercicio de sus poderes constitucionales y de sus “facultades metaconstitucionales” desequilibraran el sistema político, inclinándolo hacia una presidencia autoritaria.
Afortunadamente ya no existen condiciones, ni constitucionales, ni políticas, para pensar que el presidencialismo mexicano del antiguo régimen pudiera reeditarse en sus términos, pero es un hecho que algunos de sus elementos no han desaparecido del todo, e incluso ha habido intentos de restaurarlos durante la transición y después de las dos alternancias en el poder ejecutivo federal, particularmente en los dos últimos gobiernos. Esperemos que en el próximo no exista la tentación de recuperar algunos de sus rasgos característicos.
*Abogado y consultor electoral
**Economista, historiador y ensayista mexicano
@RogelioMunizT / 28 de julio de 2018
Puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente.
Daniel Cosío Villegas**
El régimen político está agotado y su reforma es tan necesaria como inminente. Con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, la forma en la que se ejerce el poder político cambiará. Las acciones y decisiones del próximo presidente definirán, en muy buena medida, el rumbo de ese cambio.
Falta un debate a fondo sobre las coordenadas del cambio político, en la pasada campaña presidencial se habló del cambio del régimen, pero dirigido solo a la transformación del sistema presidencial. La cuarta transformación de la República es mucho más que la reforma del sistema político. El proceso para dar paso a la IV República debería concluir con una Asamblea Nacional Constituyente que elabore y apruebe una nueva Constitución.
En lo inmediato, habría que avanzar en la transformación del sistema presidencial para terminar de desmontar los elementos del nefasto presidencialismo del antiguo régimen. Hay indicios de que con López Obrador el presidencialismo mexicano apunta hacia su desaparición, o al menos eso parece.
El principio del fin del presidencialismo mexicano se puede fechar en 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados; se desvanecía uno de sus elementos centrales: el presidente perdía el control sobre el poder legislativo. Ese año, al dar respuesta al tercer informe de gobierno, el diputado Porfirio Muñoz Ledo señalo: “Aquí desembocan y toman nuevo cauce luchas perseverantes, y aun sacrificios, en contra del poder absoluto, de sus fastos y de sus excesos”.
Las reformas al sistema presidencial, en particular la de 2014 que estableció límites y contrapesos al poder ejecutivo, significarán un cambio importante en las facultades del próximo presidente de la República. El virtual presidente electo ha anunciado una serie de medidas que apuntan hacia el fin de uno de los aspectos más agraviantes del presidencialismo mexicano; de concretarse, se acabarían los lujos y la suntuosidad que han acompañado al poder público y terminaría la magnificencia con la que se han conducido los presidentes de la República; algo que los presidentes del período de transición no intentaron siquiera modificar.
Pero hay aspectos del presidencialismo que no está claro si entran o no en el plan de desmantelamiento del sistema presidencial autoritario. Al menos cuatro de los elementos con los que Carpizo caracterizó a aquél, podrían resurgir con una presidencia fuerte y que además cuenta con una amplia mayoría en el Congreso: la “jefatura real” del partido en el poder, en la persona del presidente; el debilitamiento de las cámaras, sustentado en el liderazgo del presidente sobre la mayoría en el legislativo; la tentación de ejercer control político sobre los gobernadores, con el nombramiento presidencial de los coordinadores estatales de los programas de desarrollo; y el poder de persuasión del presidente, sustentado en sus poderes constitucionales y extraconstitucionales y en su estilo personal de gobernar.
A propósito del estilo personal de gobernar, Cosío Villegas decía que “resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible”. Creo que el estilo personal de gobernar puede no resultar “fatal”, si el poder se ejerce dentro del marco constitucional y con compromiso republicano. Lo que sí sería grave, porque iría a contracorriente del cambio del régimen político, es que los elementos mencionados en el párrafo anterior, y el estilo personal de gobernar del próximo presidente, desembocaran en un neopresidencialismo, en el que el ejercicio de sus poderes constitucionales y de sus “facultades metaconstitucionales” desequilibraran el sistema político, inclinándolo hacia una presidencia autoritaria.
Afortunadamente ya no existen condiciones, ni constitucionales, ni políticas, para pensar que el presidencialismo mexicano del antiguo régimen pudiera reeditarse en sus términos, pero es un hecho que algunos de sus elementos no han desaparecido del todo, e incluso ha habido intentos de restaurarlos durante la transición y después de las dos alternancias en el poder ejecutivo federal, particularmente en los dos últimos gobiernos. Esperemos que en el próximo no exista la tentación de recuperar algunos de sus rasgos característicos.
*Abogado y consultor electoral
**Economista, historiador y ensayista mexicano
@RogelioMunizT / 28 de julio de 2018
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