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De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump, por Thierry Meyssan
Este artículo este parte del libro De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestra mirada, la gran farsa de las primaveras árabes.
«Todos los Estados deben abstenerse de organizar, ayudar, fomentar, financiar, estimular o tolerar actividades armadas subversivas o terroristas destinadas a cambiar mediante la violencia el régimen de otro Estado, así como de intervenir en las luchas internas de otro Estado.»
Resolución 2625, adoptada el 24 de octubre de 1970 por la Asamblea General de la ONU
Introducción
(Palabras del autor)
Ningún conocimiento tiene carácter definitivo. La Historia, como cualquier otra ciencia, es un constante cuestionamiento de lo que en algún momento creímos cierto, hasta que nuevos elementos vienen a modificar esa convicción, y quizás a contradecirla totalmente. En lo personal, rechazo la alternativa que se nos plantea entre, por un lado, “el círculo de la razón” y el “pensamiento único” y, del otro lado, las emociones y la “post-verdad”.
Me sitúo en un plano diferente: establezco la diferencia entre los hechos y las apariencias y separo la verdad de la propaganda. Lo más importante es que, mientras haya tantos individuos que tratan de explotar a los demás, no creo que las relaciones internacionales puedan ser totalmente democráticas ni, por lo tanto, transparentes. Por consiguiente, más allá de argucias y golpes bajos, es por naturaleza imposible interpretar con certeza los acontecimientos internacionales en el momento mismo en que suceden. La verdad sale a la luz sólo con el tiempo. Acepto la idea de que puedo equivocarme en el momento de los hechos, pero nunca renuncio a poner mis propias impresiones en tela de juicio y a tratar de entender. Hacerlo es extremadamente difícil, sobre todo cuando el mundo está sufriendo guerras que nos obligan a definir nuestras posiciones de inmediato.
Por mi parte, he optado por el bando de los inocentes que ven extranjeros invadir sus ciudades e imponerles su ley, he optado por el bando de los inocentes que oyen las televisiones internacionales repetirles el mantra de que sus líderes son tiranos que deben ceder su lugar a los occidentales. He preferido ponerme del lado de los inocentes que se rebelan y que mueren entonces bajo las bombas de la OTAN. Pretendo ser al mismo tiempo un analista que trata de observar los hechos con objetividad y un hombre que trata de utilizar sus herramientas para ayudar a los que sufren.
Al escribir este libro, aspiro a llegar lo más lejos posible con los documentos y testimonios directos actualmente disponibles. Sin embargo, diferenciándome en ello de los autores que me precedieron, no trato de demostrar que la política de mi país ha sido la más correcta o que haya estado bien fundamentada. Trato más bien de entender la vinculación entre acontecimientos en los que fui simultáneamente objeto y sujeto.
Algunos objetarán que, contradiciendo mi profesión de fe, en realidad trato de justificar mis propios actos y que, conscientemente o no, no soy por lo tanto imparcial. Espero que quienes eso afirmen se esfuercen también por dar a conocer la verdad y que me indiquen los documentos que quizás yo desconozco o que los publiquen ellos mismos.
Es precisamente mi propio papel en esos acontecimientos lo que me ha permitido conocer y verificar numerosísimos elementos que el gran público e incluso otros actores desconocen. Ese conocimiento lo adquirí de manera empírica y sólo poco a poco he logrado ir comprendiendo la lógica de los acontecimientos.
Para que el lector pueda seguir la secuencia del proceso intelectual que yo mismo seguí, no escribo aquí una Historia general de la primavera árabe sino tres historias parciales de los 18 últimos años, a partir de tres puntos de vista diferentes: el de la Hermandad Musulmana, el de los sucesivos gobiernos de Francia y el de las autoridades de Estados Unidos. En aras de dirigir esta nueva edición a un público internacional, esta vez he modificado el orden de esas tres partes del libro, separándome del que había seguido en ediciones anteriores, donde había puesto en primer lugar la visión de los gobiernos de Francia.
En su empeño por hacerse con el poder, la Hermandad Musulmana se puso al servicio del Reino Unido y de Estados Unidos, mientras trataba de que Francia se sumara a su lucha por dominar a los Pueblos. Los dirigentes franceses, cegados por la búsqueda de sus propios objetivos, nunca trataron de entender la lógica de la Hermandad Musulmana, ni tampoco la del amo estadounidense, al que obedecían tanto esa cofradía como ellos mismos, y se limitaron a tratar de beneficiarse con la colonización… llenándose de paso los bolsillos, en el plano personal. Sólo Washington y Londres contaban con toda la información sobre lo que estaban preparando y sobre lo que estaba sucediendo.
El resultado es por ello algo parecido a las conocidas muñecas rusas: para conocer la última hay que abrirlas todas una por una. En el tema que nos ocupa, sólo poco a poco podemos llegar a entender la organización de acontecimientos que parecen a menudo espontáneos cuando en realidad son resultado de ciertas decisiones.
Mi testimonio es tan diferente de lo que los lectores han podido oír o leer sobre este mismo tema que algunos lo verán con inquietud y hasta sentirán temor ante las consecuencias de lo que aquí escribo. Otros, por el contrario, se plantearán numerosas interrogantes sobre esta gigantesca manipulación y sobre cómo ponerle fin.
Es probable que este libro, que expone cientos de hechos, contenga algunos errores que tendré que corregir con el tiempo. Es posible que algunos nexos entre hechos que aquí saco a la luz sean sólo casuales, pero son tan aplastantemente numerosos que no todos pueden serlo.
Este libro ha ido enriqueciéndose con pequeñas actualizaciones agregadas en función de las revelaciones que han aparecido sobre los hechos del periodo que aborda.
Estoy seguro de que los partidarios del imperialismo me acusarán de “conspiracionismo” o “complotismo”, sus expresiones preferidas. Es un cómodo insulto que vienen manejando desde hace 15 años. A él han recurrido constantemente desde que puse en duda la versión oficial de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ellos se aferran a su mentira, pero se ponen en evidencia cuando apoyan públicamente a al-Qaeda en Libia y en Siria, mientras le atribuyen masacres en Estados Unidos, así como en Francia, Bélgica y otros Estados de Occidente.
El consenso entre periodistas y políticos no tiene ya el valor que tuvo en otros tiempos el consenso entre teólogos y astrónomos ante los descubrimientos de Galileo. Ningún consenso ha permitido nunca “establecer” la verdad. Sólo la Razón aplicada a las pruebas concretas permite acercarse a la verdad.
A fin de cuentas, cuando se hayan corregido los errores menores que aquí puedan aparecer, a lo que cada cual tendrá que responder proponiendo una explicación lógica y coherente –si lo hace con sinceridad– es a esta acumulación de hechos.
(Continuará)
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