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La Revolución española. The making of (Parte I)
Pero
llega 1936. La Revolución estalla. Barcelona es de los trabajadores.
Vamos a ver que hacen ellos y ellas ahora, con el poder que les ha caído
en las manos.
Por José Luis Carretero Miramar
19 de julio de 1936. Un calor asfixiante en la ciudad portuaria e industrial de Barcelona. Tras un cruento asalto al cuartel de Atarazanas y fuertes enfrentamientos armados por toda la ciudad, las masas obreras han detenido la tentativa de golpe de estado militar fascista que, sin embargo, ha tenido éxito en otros lugares de España. Los trabajadores son los dueños de la situación. En medio de un enorme vacío de poder, con el Estado republicano en pleno shock y las fuerzas burguesas y liberales escondidas y paralizadas, los sindicatos y sus estructuras de acción barrial (las famosas patrullas de control) se transforman en la única arquitectura institucional operativa. Los obreros toman el poder o, quizás mejor, lo disuelven y sustituyen por sus propias formas de hacer, basadas en la autogestión y la autoorganización proletaria.
Comienza la llamada “Revolución Española”, un proceso de autoorganización obrera y campesina de una profundidad sin precedentes, pero también con sus claro-oscuros, limitaciones y errores. Una deriva incompleta y tremendamente espontánea, pero también fuertemente creativa y constructiva, que se convertirá en un marco de referencia ineludible para quienes, a partir de entonces, quieren transformar el mundo.
En la segunda parte de este texto, nos detendremos en las formas que adopta el poder popular que se construye a partir de julio de 1936, en el llamado proceso colectivizador, ahora, sin embargo, vamos a intentar desentrañar cómo alcanzó ese punto. Cómo se construyeron las bases materiales de ese poder popular que el 18 de julio irrumpió, ya maduro, en la escena, para cambiarlo todo. ¿Cómo se llegó hasta allí?
Este es un texto demasiado corto para que hagamos un recorrido detallado por el conjunto de la historia social española anterior a 1936. Para que nos explayemos sobre el contexto de la estructura económica atrasada del país o sobre las contradicciones en la superestructura cultural y política que profundizaba el intento de implementar una república burguesa y liberal en una España aún dominada por una oligarquía reaccionaria con evidentes ligazones con el escenario previo del Antiguo Régimen. Tampoco podemos narrar con detalle el despliegue del movimiento obrero por tierras ibéricas en las décadas previas. Un movimiento obrero configurado de una manera fuertemente diferenciada con respecto a sus homólogos de otros países, por la hegemonía del anarquismo dentro del mismo, y por su inserción en un arco de tradiciones previas (el republicanismo federal, el comunalismo de determinadas zonas rurales, etc) que lo hacían enormemente plural, muy radicalizado, pero también capaz del pragmatismo más dinámico y basado esencialmente en mecanismos de participación directa de las bases obreras y de pedagogía popular diversificada.
Así que lo que vamos a hacer es indicar, someramente, las líneas-fuerza de desarrollo que llevan al proletariado español, y muy concretamente al anarcosindicalismo, a estar preparado para implementar su gran hazaña, a preparar las bases materiales de lo que luego se convertirá en una realización pocas veces superada de poder directo de las clases populares.
La primera de esas líneas es la fuerte dinámica de inserción en la clase trabajadora. El anarquismo español termina pronto su debate sobre si participar o no en los sindicatos y pone en marcha una fuerza sindical que se convierte en mayoritaria en todo el Estado y absolutamente hegemónica en Cataluña. Pero es una fuerza sindical que, lejos de ser el reflejo pasivo de una determinada ideología en el mundo del trabajo, se muestra plural, diversa, enormemente rica, abierta a los más modernos desarrollos. La CNT, como ha indicado Julián Vadillo en su reciente “Historia de la CNT” nace bajo el influjo de las más novedosas líneas del sindicalismo revolucionario francés y aúna el pragmatismo que la convierte en una herramienta poderosa para el día de a día de los trabajadores, con mecanismos de participación interna ampliada (revocatorio de los dirigentes, limitación de los cargos retribuidos, estructura federal y asamblearia, todo un rico “Derecho Obrero” que regula el ejercicio de los cargos, asegura la libertad de expresión de los militantes, fundamenta la autonomía del sindicato, etc.). La CNT, lejos de ser un mausoleo petrificado a la grandeza de unas ideas, mantiene una política de innovación constante, muy centrada en la práctica efectiva y en la construcción de poder proletario: es la primera organización en adoptar la estructura de los sindicatos únicos, superando la dinámica corporativa al interior de la clase obrera y delimitando un campo más amplio, con solidaridades acrecentadas, de conflicto con el patrón, que ahora será el sector productivo y no la simple categoría profesional o la empresa, ya en su Congreso regional de Sants de 1919 (son de enorme interés las actas de dicho Congreso, publicadas el año pasado por la Fundación salvador Seguí).
La CNT muestra la misma capacidad de integración e innovación en su relación con los llamados “sectores intermedios” y en su política rural. En el campo, el anarcosindicalismo no sólo lleva una fuerte defensa de los intereses del proletariado agrario conformado por las masas de jornaleros de las zonas de latifundio como Andalucía, centrados en la expropiación de la tierra, sino que también conecta con las tradiciones comunales previas del agro aragonés, estructurado más en pequeñas propiedades y arrendatarios asfixiados por la usura de los campesinos ricos y la presión del creciente mercado capitalista. Esto le dará la base humana para el posterior proceso colectivizador en Aragón, que hunde sus raíces en las tradiciones comunales que ya había estudiado el intelectual federal Joaquín Costa, que influyó fuertemente en los militantes de la intelligentsia anarcosindicalista aragonesa, como los componentes del llamado Grupo Talión de Zaragoza. Con respecto a determinados sectores de la pequeña burguesía (abogados, médicos, profesionales, etc) la CNT también muestra una fuerte capacidad de atracción de sus sectores más progresistas, estableciendo lazos históricos de articulación con universos como el republicanismo federal o el catalanismo más de izquierdas, captando a muchos de sus integrantes e influyendo poderosamente sus espacios políticos. Algo que ha sido rigurosamente descrito en numerosos artículos de autores como Sergio Giménez o que puede rastrearse en mi libro “Eduardo Barriobero, las luchas de un jabalí”.
Además, el anarcosindicalismo se hace fuerte en el territorio. Señaladamente, en las barriadas obreras de las ciudades en pleno desarrollo, pletóricas de población recién llegada del campo, como Barcelona. El denso entramado barrial del anarcosindicalismo y su fuerte capacidad para generar una cultura propia y formas de autonomía explícita del proletariado urbano, ha sido descrito con profusión en obras como “La lucha por Barcelona” de Chris Ealham. El anarcosindicalismo conforma estructuras de “doble poder” en los barrios, mucho antes del estallido de la revolución, gestiona bolsas de trabajo, estructura el movimiento de inquilinos (organizando importantes huelgas de alquileres) e, incluso, organiza redes de autodefensa local o de logística para los activistas clandestinos, como las descritas en el inicio de la fabulosa novela “El nacimiento de nuestra fuerza”, de VIctor Serge.
Todo ello junto a una amplia actividad cultural. El anarcosindicalismo busca la hegemonía intelectual, en el sentido gramsciano. Publica revistas, periódicos, abre Ateneos, clubs de estudio, escuelas. Genera una gigantesca obra de pedagogía de masas. Contacta con lo más progresista de la academia (como Odón de Buen, fundador del Instituto Oceanográfico de Santander, que colabora asiduamente con la Escuela Moderna de Ferrer Guardia), alfabetiza a los jornaleros andaluces. No es una política centralizada, pero sí sistemática, asumida como un elemento nuclear de la actividad política. Una magnífica descripción de este proceso, que coloca al anarcosindicalismo, muchas veces, a la vanguardia de la vida cultural española puede encontrarse en el libro “Anarquistas”, de Dolors Marín.
Además, el anarcosindicalismo no teme organizar la autodefensa armada, cuando el nivel de conflicto con el Estado o la patronal escala de manera incontrolada. Una autodefensa que se vuelve un vector estratégico de primer orden en los años veinte, ante la expansión del pistolerismo patronal tras la oleada de movilizaciones espoleada por el influjo de la Revolución Rusa. La CNT se defiende ante los asesinatos de sindicalistas o abogados vinculados con el sindicato, pero es capaz de hacerlo sin recurrir al militarismo, a la generación de una vanguardia armada que tome el control del movimiento y se autonomice de él. Esa será su fuerza y también una de sus debilidades en el período 1936-39: la violencia obrera es plural, autónoma, como la propia CNT, y poco dada a la adopción de decisiones estratégicas unitarias. Capaz de parar el golpe de Estado de los fascistas, pero incapaz de generar una política propia de poder que evite la reconstrucción del Estado burgués por los partidos republicanos y el PCE.
Sin embargo, una de las debilidades estructurales de la CNT es su falta de proyección internacional. No es que el movimiento no tenga una política global o no pertenezca a una internacional. Es que la fuerte impronta de la Revolución Rusa sobre el movimiento obrero mundial aísla fuertemente al anarcosindicalismo español de muchas redes obreras europeas o latinoamericanas. El anarcosindicalismo de la época sigue siendo una corriente fuerte internacionalmente, en términos numéricos, pero ya gran parte de sus militantes y bases están migrando al movimiento comunista. El influjo del Kremlin se convertirá, a partir de 1936, en un fuerte problema estratégico para el anarcosindicalismo español, convertido en un movimiento claramente local y muy localista en sus elecciones estratégicas y tácticas. En una extraña “anomalía” del movimiento obrero español con una limitada capacidad para generar redes de solidaridad en el exterior o para provocar la imitación de sus dinámicas organizativas.
Pero llega 1936. La Revolución estalla. Barcelona es de los trabajadores. Vamos a ver que hacen ellos y ellas ahora, con el poder que les ha caído en las manos.
José Luis Carretero Miramar.
Por José Luis Carretero Miramar
19 de julio de 1936. Un calor asfixiante en la ciudad portuaria e industrial de Barcelona. Tras un cruento asalto al cuartel de Atarazanas y fuertes enfrentamientos armados por toda la ciudad, las masas obreras han detenido la tentativa de golpe de estado militar fascista que, sin embargo, ha tenido éxito en otros lugares de España. Los trabajadores son los dueños de la situación. En medio de un enorme vacío de poder, con el Estado republicano en pleno shock y las fuerzas burguesas y liberales escondidas y paralizadas, los sindicatos y sus estructuras de acción barrial (las famosas patrullas de control) se transforman en la única arquitectura institucional operativa. Los obreros toman el poder o, quizás mejor, lo disuelven y sustituyen por sus propias formas de hacer, basadas en la autogestión y la autoorganización proletaria.
Comienza la llamada “Revolución Española”, un proceso de autoorganización obrera y campesina de una profundidad sin precedentes, pero también con sus claro-oscuros, limitaciones y errores. Una deriva incompleta y tremendamente espontánea, pero también fuertemente creativa y constructiva, que se convertirá en un marco de referencia ineludible para quienes, a partir de entonces, quieren transformar el mundo.
En la segunda parte de este texto, nos detendremos en las formas que adopta el poder popular que se construye a partir de julio de 1936, en el llamado proceso colectivizador, ahora, sin embargo, vamos a intentar desentrañar cómo alcanzó ese punto. Cómo se construyeron las bases materiales de ese poder popular que el 18 de julio irrumpió, ya maduro, en la escena, para cambiarlo todo. ¿Cómo se llegó hasta allí?
Este es un texto demasiado corto para que hagamos un recorrido detallado por el conjunto de la historia social española anterior a 1936. Para que nos explayemos sobre el contexto de la estructura económica atrasada del país o sobre las contradicciones en la superestructura cultural y política que profundizaba el intento de implementar una república burguesa y liberal en una España aún dominada por una oligarquía reaccionaria con evidentes ligazones con el escenario previo del Antiguo Régimen. Tampoco podemos narrar con detalle el despliegue del movimiento obrero por tierras ibéricas en las décadas previas. Un movimiento obrero configurado de una manera fuertemente diferenciada con respecto a sus homólogos de otros países, por la hegemonía del anarquismo dentro del mismo, y por su inserción en un arco de tradiciones previas (el republicanismo federal, el comunalismo de determinadas zonas rurales, etc) que lo hacían enormemente plural, muy radicalizado, pero también capaz del pragmatismo más dinámico y basado esencialmente en mecanismos de participación directa de las bases obreras y de pedagogía popular diversificada.
Así que lo que vamos a hacer es indicar, someramente, las líneas-fuerza de desarrollo que llevan al proletariado español, y muy concretamente al anarcosindicalismo, a estar preparado para implementar su gran hazaña, a preparar las bases materiales de lo que luego se convertirá en una realización pocas veces superada de poder directo de las clases populares.
La primera de esas líneas es la fuerte dinámica de inserción en la clase trabajadora. El anarquismo español termina pronto su debate sobre si participar o no en los sindicatos y pone en marcha una fuerza sindical que se convierte en mayoritaria en todo el Estado y absolutamente hegemónica en Cataluña. Pero es una fuerza sindical que, lejos de ser el reflejo pasivo de una determinada ideología en el mundo del trabajo, se muestra plural, diversa, enormemente rica, abierta a los más modernos desarrollos. La CNT, como ha indicado Julián Vadillo en su reciente “Historia de la CNT” nace bajo el influjo de las más novedosas líneas del sindicalismo revolucionario francés y aúna el pragmatismo que la convierte en una herramienta poderosa para el día de a día de los trabajadores, con mecanismos de participación interna ampliada (revocatorio de los dirigentes, limitación de los cargos retribuidos, estructura federal y asamblearia, todo un rico “Derecho Obrero” que regula el ejercicio de los cargos, asegura la libertad de expresión de los militantes, fundamenta la autonomía del sindicato, etc.). La CNT, lejos de ser un mausoleo petrificado a la grandeza de unas ideas, mantiene una política de innovación constante, muy centrada en la práctica efectiva y en la construcción de poder proletario: es la primera organización en adoptar la estructura de los sindicatos únicos, superando la dinámica corporativa al interior de la clase obrera y delimitando un campo más amplio, con solidaridades acrecentadas, de conflicto con el patrón, que ahora será el sector productivo y no la simple categoría profesional o la empresa, ya en su Congreso regional de Sants de 1919 (son de enorme interés las actas de dicho Congreso, publicadas el año pasado por la Fundación salvador Seguí).
La CNT muestra la misma capacidad de integración e innovación en su relación con los llamados “sectores intermedios” y en su política rural. En el campo, el anarcosindicalismo no sólo lleva una fuerte defensa de los intereses del proletariado agrario conformado por las masas de jornaleros de las zonas de latifundio como Andalucía, centrados en la expropiación de la tierra, sino que también conecta con las tradiciones comunales previas del agro aragonés, estructurado más en pequeñas propiedades y arrendatarios asfixiados por la usura de los campesinos ricos y la presión del creciente mercado capitalista. Esto le dará la base humana para el posterior proceso colectivizador en Aragón, que hunde sus raíces en las tradiciones comunales que ya había estudiado el intelectual federal Joaquín Costa, que influyó fuertemente en los militantes de la intelligentsia anarcosindicalista aragonesa, como los componentes del llamado Grupo Talión de Zaragoza. Con respecto a determinados sectores de la pequeña burguesía (abogados, médicos, profesionales, etc) la CNT también muestra una fuerte capacidad de atracción de sus sectores más progresistas, estableciendo lazos históricos de articulación con universos como el republicanismo federal o el catalanismo más de izquierdas, captando a muchos de sus integrantes e influyendo poderosamente sus espacios políticos. Algo que ha sido rigurosamente descrito en numerosos artículos de autores como Sergio Giménez o que puede rastrearse en mi libro “Eduardo Barriobero, las luchas de un jabalí”.
Además, el anarcosindicalismo se hace fuerte en el territorio. Señaladamente, en las barriadas obreras de las ciudades en pleno desarrollo, pletóricas de población recién llegada del campo, como Barcelona. El denso entramado barrial del anarcosindicalismo y su fuerte capacidad para generar una cultura propia y formas de autonomía explícita del proletariado urbano, ha sido descrito con profusión en obras como “La lucha por Barcelona” de Chris Ealham. El anarcosindicalismo conforma estructuras de “doble poder” en los barrios, mucho antes del estallido de la revolución, gestiona bolsas de trabajo, estructura el movimiento de inquilinos (organizando importantes huelgas de alquileres) e, incluso, organiza redes de autodefensa local o de logística para los activistas clandestinos, como las descritas en el inicio de la fabulosa novela “El nacimiento de nuestra fuerza”, de VIctor Serge.
Todo ello junto a una amplia actividad cultural. El anarcosindicalismo busca la hegemonía intelectual, en el sentido gramsciano. Publica revistas, periódicos, abre Ateneos, clubs de estudio, escuelas. Genera una gigantesca obra de pedagogía de masas. Contacta con lo más progresista de la academia (como Odón de Buen, fundador del Instituto Oceanográfico de Santander, que colabora asiduamente con la Escuela Moderna de Ferrer Guardia), alfabetiza a los jornaleros andaluces. No es una política centralizada, pero sí sistemática, asumida como un elemento nuclear de la actividad política. Una magnífica descripción de este proceso, que coloca al anarcosindicalismo, muchas veces, a la vanguardia de la vida cultural española puede encontrarse en el libro “Anarquistas”, de Dolors Marín.
Además, el anarcosindicalismo no teme organizar la autodefensa armada, cuando el nivel de conflicto con el Estado o la patronal escala de manera incontrolada. Una autodefensa que se vuelve un vector estratégico de primer orden en los años veinte, ante la expansión del pistolerismo patronal tras la oleada de movilizaciones espoleada por el influjo de la Revolución Rusa. La CNT se defiende ante los asesinatos de sindicalistas o abogados vinculados con el sindicato, pero es capaz de hacerlo sin recurrir al militarismo, a la generación de una vanguardia armada que tome el control del movimiento y se autonomice de él. Esa será su fuerza y también una de sus debilidades en el período 1936-39: la violencia obrera es plural, autónoma, como la propia CNT, y poco dada a la adopción de decisiones estratégicas unitarias. Capaz de parar el golpe de Estado de los fascistas, pero incapaz de generar una política propia de poder que evite la reconstrucción del Estado burgués por los partidos republicanos y el PCE.
Sin embargo, una de las debilidades estructurales de la CNT es su falta de proyección internacional. No es que el movimiento no tenga una política global o no pertenezca a una internacional. Es que la fuerte impronta de la Revolución Rusa sobre el movimiento obrero mundial aísla fuertemente al anarcosindicalismo español de muchas redes obreras europeas o latinoamericanas. El anarcosindicalismo de la época sigue siendo una corriente fuerte internacionalmente, en términos numéricos, pero ya gran parte de sus militantes y bases están migrando al movimiento comunista. El influjo del Kremlin se convertirá, a partir de 1936, en un fuerte problema estratégico para el anarcosindicalismo español, convertido en un movimiento claramente local y muy localista en sus elecciones estratégicas y tácticas. En una extraña “anomalía” del movimiento obrero español con una limitada capacidad para generar redes de solidaridad en el exterior o para provocar la imitación de sus dinámicas organizativas.
Pero llega 1936. La Revolución estalla. Barcelona es de los trabajadores. Vamos a ver que hacen ellos y ellas ahora, con el poder que les ha caído en las manos.
José Luis Carretero Miramar.
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