Con Colosio el día de su cumpleaños y en aquella mañana del magnicidio
vie 7 feb 2014 12:06
El autor con Colosio poco antes de su magnicidio. Los acompaña la
esposa de Heriberto Galindo, María del Carmen, en un convivio en la casa
del cardiólogo Dr. Teodoro Césarman.
Un día antes,
por conducto de mi gran amigo Pedro Joaquín Coldwell, el coordinador
general de la campaña, Ernesto Zedillo, me invitó un café a su oficina y
me pidió que durante la gira a Colima le hiciera esa pregunta al
candidato y le cumplí (indudablemente que los rumores y los ataques
habían puesto tenso al Dr. Zedillo).
Voy a hablar de Luis Donaldo Colosio, de lo que me dijo el día de
su último cumpleaños, el 10 de febrero de 1994, y los días 22 y 23 de
marzo previo al magnicidio.Era el día del cumpleaños de Luis Donaldo a quien se le colgó el tiempo y ya no pudo ir a comer con Diana Laura, su esposa, y con sus hijitos, Luis Donaldo y Mariana, a Ixtapa, Guerrero, donde descansaban.
Yo fungía como Coordinador de la Cuarta Circunscripción política del PRI que cubría los Estados de Michoacán, Jalisco, Colima, Nayarit, Sinaloa, Sonora y las dos Baja California. En esa virtud acompañé al candidato presidencial a Colima.
Recuerdo que me pidió presentarle al gran arquitecto y pintor Alejandro Rangel Hidalgo, amigo mío hoy ya fallecido, a quien Luis Donaldo admiraba por su obra pictórica y por la remodelación formidable que hizo de Comala, el pueblo referido por el notable escritor Juan Rulfo en la obra Pedro Páramo.
Lo acompañé, en Colima, en sus encuentros con directores de medios de comunicación locales y a un refrigerio a la casa del gobernador Carlos de la Madrid Virgen. Comimos en el Hotel América donde había obra notable del artista don Alejandro Rangel. Allí llegaron, cada quien por su lado, Mario Moya Palencia y doña Griselda Álvarez. Cada uno me pidió unos minutos con el sonorense y yo acepté, gustoso pero con la cara fruncida porque me estaban robando mi tiempo y sabía que no serían unos minutitos.
Salimos de lugar con rumbo al aeropuerto, Colosio conducía su pequeña camioneta Chevrolet Blazer de colores gris y azul verde, solamente ambos íbamos a bordo. Al encender el vehículo le hice la primera interrogación por encargo de su coordinador de campaña el Dr. Ernesto Zedillo: “¿Cuándo relevarás al Dr. Zedillo de la coordinación de la campaña?”. De golpe apagó el motor de la camioneta y me contestó con una pregunta: “¿Quién te dijo eso?”, a lo que le contesté que yo no era delator, pero que ese rumor recorría el país.
Un día antes, por conducto de mi gran amigo Pedro Joaquín Coldwell, el coordinador general de la campaña, Ernesto Zedillo, me invitó un café a su oficina y me pidió que durante la gira a Colima le hiciera esa pregunta al candidato y le cumplí (indudablemente que los rumores y los ataques habían puesto tenso al Dr. Zedillo).
Colosio me dijo que no lo relevaría, pues Ernesto era de todas sus confianzas y, además, era su enlace con el presidente Carlos Salinas y con José Córdoba Montoya, el influyente asesor presidencial. Así me lo dijo. Durante años Luis Donaldo me habló maravillas del Dr. Zedillo, a quién calificaba de muy inteligente y de gran economista dándole el mérito de haber redactado personalmente el Plan Nacional de Desarrollo. A mi regreso a la Ciudad de México, fui a saludar al Dr. Zedillo y le transmití lo que Luis Donaldo me dijo que no lo relevaría de la coordinación de la campaña y esbozó una sonrisa de satisfacción y tranquilidad que no puedo olvidar.
Terminado ese tema durante el trayecto del centro de Colima al aeropuerto de la misma ciudad, el candidato me cuestionó con algo que me incumbía: “¿Cómo te sentirías de dirigente nacional de la CNOP? Estoy pensando en ti y en Eloy Cantú para esa posición en lugar de Miguel Ángel Barberena”. En plan amistoso y confidencial que hoy después de veinte años revelo, mi amiga Silvia Hernández me había adelantado esa intención de Luis Donaldo. Le expuse mis ideas de lo que yo haría al frente de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares del PRI, y me dijo que lo llevaría a acuerdo con el presidente Salinas de Gortari y que en su momento me avisaría del resultado de ese acuerdo tan importante para mí. Antes me había dicho que yo sería candidato a senador y después, ya durante su gobierno, secretario general del Comité Ejecutivo Nacional del PRI para estar en condiciones de ser candidato a gobernador de Sinaloa.
Ese era el sueño y ese era el plan. Sin embargo, un día viajando de Morelia a la Ciudad de México, en un jet privado, me dijo que traía una preocupación porque su gran amigo y hermano José Luis Soberanes le había pedido ser candidato a senador por las expresiones de simpatía que había recibido en Culiacán; ante eso yo le dije que le diera la oportunidad a mi también amigo José Luis y que yo podría esperar. De inmediato me respondió que no, porque no quería enviar señales que generaran confusiones entre los sinaloenses, pues para José Luis Soberanes tenía planes de hacerlo secretario en su gabinete presidencial, pero insistió que su proyecto para la gubernatura de Sinaloa era yo.
Le agradecí mucho su gesto y su actitud tan generosa y solidaria para conmigo y su franqueza, sin embargo le insistí en que conmigo no habría problema alguno, pues yo le tenía, y le tengo, un enorme afecto y respeto a José Luis y que si él deseaba ser senador pues adelante. Lo sentí en medio de un pequeño conflicto sentimental y entonces le propuse a uno de los intelectuales sinaloenses más brillantes de todos los tiempos, gran amigo mío y del propio Colosio: Antonio Haas, el ilustre mazatleco que tanto brillo le dio a Sinaloa como escritor, analista, articulista, pintor y músico. Recuerdo que le dije al candidato que Haas hablaba mejor inglés que el presidente de los Estados Unidos y que además era políglota, que no era miembro de ningún partido político, pero que era colosista de hueso colorado y que pondría muy en alto el nombre del Senado mexicano en las reuniones interparlamentarias por su solidez. Me preguntó al instante: “¿Tanto así quieres a Toño Haas como para cederle tu posibilidad de ser senador?”. Y le contesté afirmativamente pues yo sabía de la utilidad de Antonio, amén de que sabía, también, que su edad avanzada no le daría para aspirar a gobernador.
Días después José Francisco Ruiz Massieu, por encargo de Luis Donaldo me consultó sobre los nombres de prospectos para las candidaturas en Sinaloa. Cuando Pepe vio que el primer nombre de la lista era Antonio Haas, Ruiz Massieu con asombro me preguntó si se trataba de un hijo o de un sobrino del escritor, a lo que le contesté que no, que se trataba del mismísimo gran escritor. El ex gobernador de Guerrero se quedó estupefacto pues esperaba el nombre de un político cercano al candidato, quizá el mío o el de Soberanes. La otra candidatura al Senado era para la CTM y en específico para Juan S. Millán, que logró llegar a gobernador. Fallecido Colosio, Soberanes fue senador y yo diputado federal en la 56 Legislatura. Así es la política.
El 22 de marzo viajamos a Mazatlán en la comitiva. Haas, quien iba convaleciente saliendo de una penosa enfermedad, Ángel Trinidad Ferreira y yo íbamos de compañeros de asiento. Mazatlán fue un éxito en todos los órdenes, tanto el mitin frente al mar en Olas Altas en la zona del clavadista como la visita al barrio conocido como El Infiernillo donde al finalizar el candidato me preguntó quién era el mejor periodista de Mazatlán y yo le contesté que Francisco Chiquete y Fernando Zepeda, a quienes invitó a subirse a su vehículo para darles una de las últimas entrevistas otorgadas en la vida del sonorense.
Llegamos al aeropuerto y de inmediato el general Domiro García le dijo al candidato al oído que le llamaban con urgencia. Ignoro quién le estaba hablando, nunca lo supe porque jamás indagué, pero Colosio, cuando iba rumbo a la torre de control a tomar la llamada, me hizo señas con la mano para que lo acompañara al privado y caminé hacia donde él iba. Me puse atrás de él, por supuesto sin escuchar lo que le decía quien estaba a la distancia hablándole y tampoco leí lo que Luis Donaldo escribía. Él hablaba poco, si acaso expresaría: “Sí, perfecto, de acuerdo, muy bien, así lo haré, ok”. Me quedé con la idea de que quien le llamó fue o el presidente Salinas o José Cordova, pues por nadie más habría suspendido su trayectoria rumbo al avión que lo trasladaría de Mazatlán a Culiacán y ya íbamos con retraso.
Después me enteré que el tema que le trataron en esa llamada era reconocerle a Manuel Camacho su adhesión tardía. Colosio estaba contento ciertamente, pero le pesaba que por agradecerle a Manuel su apoyo iba a consumirse en Culiacán los minutos reglamentarios que tenía so pena de no divulgar adecuadamente las manifestaciones de apoteosis en las dos ciudades de Sinaloa, esto me lo dijo con cierto dolor, pero se aguantó y obedeció la instrucción o la recomendación recibida.
Concluidos los eventos celebrados con el pueblo en Culiacán donde, como en Mazatlán, la gente se volcó a vitorearlo, hubo un saludo con los notables de Sinaloa en el Hotel Executivo en el que nos hospedamos. Por allí andaba Andrés Openhaimer quien había venido de Miami a hacerle una entrevista a Luis Donaldo. Luego hubo una cena parecida a una gala en el mismo hotel. Colosio no probó los alimentos y concluidos los discursos se salió corriendo hacia su suite 5001.
Yo tampoco cené, me salí a reunirme con amigos de Guamúchil y de Mazatlán que habían venido a saludar al candidato que hacía unos cuantos años, cuando era diputado federal, se había desempeñado como delegado de la CNOP en Sinaloa.
Me dispuse a ir al restaurante El Palomar de los Pobres ubicado frente al edificio del Comité Directivo Estatal del PRI de Sinaloa, en Culiacán y al llegar me alcanzaron Carlos Olmos, del equipo de campaña, y Héctor Yunes, quien fungía como delegado del CEN del PRI, diciéndome: “Licenciado Galindo, licenciado Galindo, no se siente, no se siente, lo llama el candidato Colosio a su habitación”.
Atendí el llamado de Olmos y de Yunes y los acompañé al Hotel Executivo a reunirme con Luis Donaldo Colosio en la suite 5001; recuerdo que cuando llegué al lugar, al quinto piso del hotel, salía de esa suite quien era el secretario de finanzas del CEN del PRI, Óscar Espinoza Villarreal. Pasé a la habitación y Luis Donaldo estaba con el médico que lo acompañaba, Guillermo Castorena, haciendo ejercicios de inhaloterapia porque andaba con problemas en la garganta y los bronquios. Cenamos unos sándwiches fríos con unas coca colas sin gas que había llevado hacía dos horas el mayor Castillo a quien Colosio le reclamó por lo frío de los sándwiches y el horroroso sabor de la coca cola sin gas. Ahí mal cenando el candidato me comunicó que el presidente Carlos Salinas de Gortari, en su calidad de jefe político, había aprobado que yo relevara al ingeniero Miguel Ángel Barberena al frente de la CNOP nacional, pero que el cambio, que nunca llegó a concretarse, se llevaría a cabo después de Semana Santa.
Me pidió que no lo acompañara ni a La Paz ni a Tijuana y me solicitó que me reuniera con la familia del ingeniero Manuel J. Clouthier y les llevara un mensaje amistoso de su parte, asunto que atendí, con alguna suspicacia ya que yo quería acompañarlo a La Paz y a Tijuana; al notarlo en mi cara y mis ojos me dijo que no me preocupara por hacer méritos, que él y yo éramos hermanos, y que dejara que hicieran méritos otros. Y luego me preguntó: “¿Qué vas a hacer en Semana Santa?”. Le contesté que nada, que me quedarían en Mazatlán con mi familia, a lo que me replicó: “Ponte de acuerdo con mi papá y vete a pasar con nosotros a su rancho cercano a Magdalena”. Nos despedimos con un “Alcánzame en Navojoa pasado mañana para que te reincorpores a la campaña”.
Lo saludé a las 6 AM del 23 de marzo, iba con un pantalón negro y una sudadera blanca para hacer deporte, calzaba zapatos tenis, iba a correr sobre el río Humaya con algunos amigos como Rafael Oseguera. En el vestíbulo del hotel estábamos Miguel Reyes Raso, Ángel Trinidad Ferreira y yo y nos saludamos de lejos con la mano en alto. Regresó dos horas después, se dio una ducha y se vistió para partir con rumbo a La Paz y a Tijuana. Lo despedí en el aeropuerto en la escalerilla del avión, con un apretón de manos muy cariñoso y muy sentido.
Me reuní con Manuel Clouthier hijo en el restaurante Los Arcos y después fui al periódico Noroeste a saludar a Jesús Cantú, quien era el Director General y más tarde se vino a la Ciudad de México como consejero del IFE. De ahí me fui a saludar a mi amigo Jorge Luis Téllez, director de El Sol de Sinaloa y ahí me agarró la noticia del magnicidio viendo el noticiero de Telemundo que conducía Raúl Peimbert desde Miami.
Un impacto impresionante, horroroso, doloroso, tan grande que no lo puedo describir ni narrar. Todos los que veíamos el televisor estábamos mucho más que impactados. Conservé la calma y llamé a Aeroméxico para buscar un espacio y trasladarme a Tijuana en ese instante, y le llamé a mi amigo el Dr. Héctor Líe, quién se desempeñaba como delegado del IMSS a quién le pedí que pasara por mí al edificio de El Sol y me llevara al aeropuerto a tomar el avión rumbo a Tijuana.
Llegué al Hospital General de Tijuana donde estaba el cuerpo de Luis Donaldo y saludé por separado a mis amigos Alfonso Durazo y Liébano Sáenz. Alfonso me introdujo hasta un salón del hospital donde yacía el candidato en una cama-mesa de acero (conocida como la plancha). Luis Donaldo no tenía camisa ni camiseta ni calcetines, estaba vestido con un pantalón azul marino, su color todavía era rosado, es decir que no tenía color de muerto y alcancé a ver una herida de aproximadamente 5 centímetros en el lado derecho del abdomen y su cabeza estaba rapada porque enseguida le iban a hacer un corte en el cráneo para ver cómo estaba su cerebro después del balazo que le asestaron en el lado derecho de su cabeza.
No soporté mucho tiempo ahí, salimos y esperamos a que el cuerpo fuera preparado para ser trasladado a la Ciudad de México en el mismo avión en el que volaría Diana Laura Riojas de Colosio y las personas más cercanas al candidato. Alfonso Durazo y yo, como hermanos, viajamos juntos, llenos de llanto y de dolor. Recuerdo que cuando ya todos estábamos a bordo del avión que nos condujo a las tres de la mañana subieron a despedir a Diana Laura el procurador general de la República, Diego Valadés, y el gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones Rivera.
Todos estábamos consternados, volamos y arribamos a las 8 AM al hangar presidencial de donde nos trasladamos al edificio del PRI ubicado en Insurgentes norte número 99, y ahí en el auditorio Plutarco Elías Calles montamos las primeras guardias. Los que viajamos desde Tijuana veníamos todos desaliñados pues no habíamos dormido ni un minuto, pero ahí estábamos fieles al deber, solidarios con el amigo, hermano y jefe político quien, no tengo duda, habría sido un gran presidente de México; lo digo con plena seguridad porque conocí a Luis Donaldo Colosio a fondo y sabía de su seriedad, responsabilidad y visión, conocí sus ideas, sus planes y sus sueños; sabía de su sinceridad, su franqueza, su reciedumbre, su valentía y su generosidad. Con el asesinato de Luis Donaldo Colosio México perdió a una de sus más grandes promesas. Le rindo homenaje a 20 años de su partida.
(El autor, diputado federal, fue amigo y colaborador cercano de Luis Donaldo Colosio)
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