Revolución es desterrar el autoritarismo y la corrupción: Sergio Ramírez
El escritor y
protagonista central de revolución nicaragüense, visitó la FIL de
Guadalajara para presentar su nuevo libro ‘Juan de Juanes’.
(Foto: H. González/Alfaguara).
Juan de Juanes es una revisión a su vida literaria misma que lo llevó a ganar recientemente el Premio Internacional Carlos Fuentes.
Es el universo donde he tratado de vivir siempre. Y claro, entre mis personajes uno de los más importantes es Carlos Fuentes porque fue un hombre de letras comprometido con lo que vivió. Uso su plataforma como escritor para ejercer como ciudadano.
¿Este libro es una suerte de homenaje a los amigos?
El libro es un homenaje a la alegría, a lo largo de mi vida he conocido gente singular que no habría encontrado de no ser por la literatura.
Antes con Adiós muchachos, ya había hecho un ejercicio autobiográfico solo que en aquella ocasión era sobre su periodo como revolucionario.
Son maneras diferentes de recordar. Cuando reflexiono sobre Adiós muchachos, me siento como alguien que salió de un túnel muy largo y que mientras estuvo metido ahí no cayó en cuenta de los riesgos que supuso recorrer ese túnel. Hasta después entendí el peligro en que estuve y expuse a mi familia. Aquellas son las memorias de un sobreviviente, mientras que en Juan de Juanes, la reflexión es más sobre la vida, el arte, la literatura y la amistad.
¿La memoria opera con mecanismos diferentes?
Claro, hay distintas clases de memoria. En la infantil uno tiende a inventar; en la amorosa, opera la nostalgia porque recuerdas una relación que quisieras repetir. En Adiós muchachos, no cuento como si quisiera que las cosas volvieran a hacer, sino desde la posición de quien sabe que en las mismas circunstancias haría exactamente lo mismo. En Juan de Juanes, mi reflexión es: volvería a hacer lo mismo a cualquier edad.
¿De poder no haría algo de diferente manera?
No sé, podría preguntarme ¿cuántos libros dejé de escribir por la revolución? Pasé diez años enteros sin trabajar la ficción literaria. La vida está armada como es y uno tiene que tomarla como ha ocurrido. Si tengo la nostalgia de los libros no escritos hay muchas maneras de curarla, la primera es poniéndome a escribir.
¿La escritura es una forma de ganarle tiempo al tiempo?
Sí, a mis mas de setenta años se que el tiempo no pasa en vano. Cada día perdido es una página perdida.
En el libro recuerda el consejo que le dio Juan Cruz, de no poner en la solapa de sus títulos, que fue vicepresidente de su país.
Si entro a una librería y veo una solapa donde dice que el autor es vicepresidente de un país, pierde interés. Se que soy un vicepresidente singular porque lo fui durante un proceso revolucionario. Entiendo que una cosa son los cargos ocupados y otra mi literatura, pero aun así no me gusta.
¿Ha cambiado el sentido de la palabra revolución?
En aquel tiempo era el cambio violento para erradicar un sistema corrupto, envilecido y reponerlo por un sistema distinto. Nosotros hablábamos del hombre nuevo. Hoy en día, para mi la revolución es desterrar cosas del pasado como el autoritarismo, la corrupción y el abuso de poder. Hoy estoy convencido que los cambios violentos no llevan a nada. Me parece que América Latina puede experimentar cambios importantes de manera pacífica.
Aunque ahora vivimos tiempos difíciles en México, España.
Sin duda, uno puede criticar la inoperancia o las imperfecciones del sistema, pero la cuestión es saber si hay un sistema mejor. La responsabilidad del ciudadano está en ejercer el voto y vigilar que la democracia funcione correctamente.
¿Toda literatura es política?
La literatura habla de los seres humanos, de sus conflictos, pasiones, debilidades y miserias. Rubén Darío decía: “Yo me ocupo de la literatura porque es un problema universal”. Para mi no hay literatura política sino están los individuos de por medio.
En Nicaragua Darío es héroe nacional, ¿cuántos países pueden presumir de esto?
Cuba tiene a Martí, pero él se subió al caballo y a los pocos los minutos lo mataron. Martí es el gran intelectual orgánico de Cuba y uno de los grandes intelectuales orgánicos de América. En cambio a Darío nunca se le ocurrió tomar un arma, la nación nicaragüense está construida alrededor de un poeta. En mi país por eso hay un gran respeto para el escritor.
Usted fue de la generación inmediata al realismo mágico, ¿cómo evitó convertirse en un imitador de esa corriente?
Cuando leí Cien años de soledad sufrí un terremoto mental, descubrí que ahí estaba un universo que nadie más había explorado. Desde muy joven vi que ese libro era veneno puro porque quien se metía por ese camino no volvía a salir. Entendí que García Márquez no podía tener seguidores sino imitadores, por eso lo puse aparte. Sin embargo, mis lecturas de Vargas Llosa sí fueron muy instructivas porque me ayudaron a descubrir el arte de la novela; lo mismo sucedió con Fuentes, de quien aprendí a conectar la literatura con la historia.
Más allá de estos nombres, ¿qué me dice de Onetti o Julio Ramón Ribeyro, autores poco citados?
Onetti era un escritor marginal, lo publicaban sellos pequeños. Lo mismo sucedía con Ribeyro. Aquí habría que decir que la lectura de Rulfo fue fundacional; lo mismo que la de Carpentier. Yo soy una suerte de escritor bisagra, pertenezco a una generación más solitaria y menos publicitada, pero dispuesta a aprender mucho. Tal vez mi mérito fue que supe situarme.
¿Qué le dicen palabras como melancolía o nostalgia?
Son palabras muy sentimentales, pero en literatura uno tiene que insinuar no ser sentimentalista. Yo soy un hombre melancólico pero no puedo vivir de eso.
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