El
efecto de la Revolución Cubana en los políticos y militares de los
Estados Unidos fue, como en el caso de la izquierda revolucionaria
latinoamericana, muy impactante y, posiblemente, el efecto fue más
fuerte. La Revolución Cubana, como otras grandes revoluciones del siglo
pasado, ayudó a que las fuerzas contrarrevolucionarias pudieran mejorar
sus políticas e instrumentos de represión.
Jan Lust*
Mariátegui
09/09/15
En
su ‘Discurso en la conmemoración del 30 de noviembre’ Che Guevara
afirma: “Nuestra lucha victoriosa trajo dos consecuencias: el despertar
de los pueblos de América que vieron que se podía hacer la revolución,
que palparon cómo se podía hacer una revolución, cómo no estaban
cerrados todos los caminos y cómo no era indispensable el mantenerse
constantemente recibiendo los golpes de los explotadores, y cómo aquel
camino podía ser no tan largo como pensaron algunos dirigentes de los
partidos que están llevando la lucha tesoneramente contra las
oligarquías y contra el imperialismo en cada país; y, al mismo tiempo
abrimos los ojos del imperialismo.
El
imperialismo empezó a prepararse también para ahogar en sangre las
nuevas Cuba que pudieran existir. Y antes de morir ya Kennedy había
dicho que no admitiría nuevas Cuba en el continente, y lo han reiterado
sus sucesores que, además son lobos de la misma camada, así que no
habría por qué pensar que fueran a tener una filosofía diferente. Pero,
además de reiterarlo, han demostrado sus intenciones de llevar a cabo
esa acción, llevarla a cabo no solamente en América sino en todos los
países del mundo en que se creara la lucha, desarrollara la lucha
revolucionaria”.
El
factor sorpresa de un golpe en un lugar inesperado, bajo condiciones
políticas imprevistas y con un método inesperado que fue elemental en la
victoria de la Revolución Cubana, se había ido. Regis Debray, filósofo
francés y en los años sesenta un declarado partidario de la lucha
guerrillera, señaló en su ‘América Latina: problemas de estrategia
revolucionaria’: “Cuba ha elevado el nivel de preparación material e
ideológica de la reacción imperialista en menos tiempo que el de las
vanguardias revolucionarias. Si hoy, y en menor plazo, el imperialismo
ha extraído más ventajas de la Revolución Cubana que las fuerzas
revolucionarias, esto no debe mucho lo dudamos a que posea una
superior inteligencia. El imperialismo está en mejores condiciones de
llevar a la práctica más rápidamente las enseñanzas que ha extraído de
la Revolución Cubana, porque dispone de todos los medios materiales de
la violencia organizada, más el influjo nervioso que le presta su
instinto de conservación”.
En
este artículo narramos algunos de los principales efectos que han
tenido la Revolución Cubana sobre la política exterior de los Estados
Unidos en relación con América Latina. La sección 1 está dedicada a la
Alianza para el Progreso. En la sección 2 analizamos la política
contraguerrillera norteamericana y en la sección 3 discutimos las
diferentes doctrinas norteamericanas que fueron elaborados en relación
con la amenaza de “una segunda Cuba”. El artículo cierra con una
reflexión sobre las intervenciones norteamericanas y la aceptación de
eso por parte de los gobiernos latinoamericanos.
1. La Alianza para el Progreso
La
política de los Estados Unidos dirigida a evitar “una segunda Cuba”
tenía un lado socioeconómico y un lado militar. La política
socioeconómica hacia América Latina se plasmó en el tratado Alianza para
el Progreso. El componente militar se reflejó en la extensión de la
ayuda militar, la creación de unidades de contraguerrilla e intervenir
en los asuntos internos de los países latinoamericanos. Ambas partes de
la política latinoamericana de los Estados Unidos eran las dos caras de
una misma moneda.
En
los años 1958-1961 la ayuda militar a América Latina aumentó de 48 a 91
millones de dólares. La Alianza para el Progreso fue firmado por todos
los países de América Latina, excepto por Cuba, el 17 de agosto de 1961
en Punta del Este (Uruguay). Los siguientes objetivos de este tratado
fueron identificados: el ingreso nacional per cápita tendría que
aumentarse anualmente con 2.5%, la base económica debería ampliarse, los
precios deberían estabilizarse, la economía tenía que industrializarse,
la productividad en el sector agrícola debería incrementarse, la
esperanza promedio de vida debería aumentar, viviendas de bajo costo
tendrían que ser construidas, un mercado común latinoamericano debería
crearse y las transferencias financieras deberían ser controladas. Con
el fin de alcanzar estos objetivos, los Estados Unidos se obligaban a
proveer en diez años un monto de 20 mil millones de dólares. Igualmente,
los países de Europa Occidental y Japón se comprometieron de dar apoyo
financiero. La “ayuda” fue por un 90% de préstamos.
La
Alianza para el Progreso fue, por supuesto, criticada por Cuba. En la
‘Segunda Declaración de La Habana’ se lee: “Los pueblos saben que en
Punta del Este, los cancilleres que expulsaron a Cuba se reunieron para
renunciar a la soberanía nacional; que allí el Gobierno de Estados
Unidos fue a sentar las bases no solo para la agresión a Cuba, sino para
intervenir en cualquier país de América contra el movimiento liberador
de los pueblos; que Estados Unidos prepara a la América Latina un drama
sangriento; que las oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora
renuncian al principio de la soberanía, no vacilarán en solicitar la
intervención de las tropas yanquis contra sus propios pueblos, y que con
ese fin la delegación norteamericana propuso un comité de vigilancia
contra la subversión en la Junta Interamericana de Defensa, con
facultades ejecutivas, y la adopción de medidas colectivas”.
La
Alianza para el Progreso fue un tratado que encajaba perfectamente en
la estrategia global de los Estados Unidos porque no solamente trataba
de eliminar las condiciones objetivas para la revolución y suprimir
movimientos revolucionarios, sino también intentó mantener y profundizar
la hegemonía norteamericana en América Latina ampliando su base
política y extendiendo los mercados para sus productos. La Alianza para
el Progreso se centró en el mantenimiento y la profundización del
sistema capitalista a través de la modernización de la producción y la
desaparición gradual de las relaciones de producción precapitalistas en
el campo.
2. La política contraguerrillera norteamericano
La
injerencia norteamericana en los asuntos internos de América Latina se
amplió y fue más abierta después de la reunión en Punta del Este. En
septiembre de 1961, se crearon los Boinas Verdes, unidades especiales de
contraguerrilla del Ejército. Y en octubre de 1961 se inició en la
Argentina, en la Escuela Superior de Guerra, las primeras capacitaciones
en la guerra contrarrevolucionaria interamericana.
El
18 de enero de 1962, se creó el Grupo Especial de la Contrainsurgencia
con la participación de, entre otros, el procurador general, el jefe de
las Fuerzas Armadas, la CIA, el Departamento de Estado, el Ministerio de
Defensa y el Asistente Especial del presidente para asuntos de
seguridad nacional. El grupo tenía que asegurar que, frente a la guerra
de guerrillas, el Ejército y las agencias norteamericanas que trabajaron
en el extranjero como la Agencia para el Desarrollo Internacional,
estarían equipados material y doctrinalmente. Además, debía coordinar
entre las agencias gubernamentales y acelerar la implementación de las
decisiones políticas en el campo de la contrainsurgencia, e iniciar y
supervisar la investigación de nuevas ideas, doctrinas y técnicas para
fines de contrainsurgencia. En el mismo año se fundó en Panamá la
Academia Inter-americana de Policía, controlada por la CIA. Este “centro
educativo” se ocupaba, principalmente, de la capacitación en la
contrainsurgencia. La policía fue considerada como la primera línea de
defensa contra los movimientos insurgentes.
Las
actividades de contraguerrilla de los Estados Unidos se resumen en el
Plan Latinoamericano Operación Seguridad. Consistía en cinco puntos:
1.
El entrenamiento de tropas (oficiales, suboficiales y soldados de
América Latina) en la lucha de contraguerrilla. Uno de estos centros de
capacitación estuvo en Panamá y llegó a ser conocido como la Escuela de
las Américas (SOA), con sede en Fort Gulick. En el 1961, se inició allí
el primer curso de contrainsurgencia. Entre el 1961 y 1964, 16.343
militares latinoamericanos recibían capacitación en la SOA. Los cursos
cubrían todos los aspectos de contrainsurgencia, desde temas militares,
paramilitares y políticos hasta tópicos sociológicos y psicológicos.
También se enseñaba cómo llevar a cabo operaciones en la selva. Había
cursos de dos a cuarenta semanas.
2. La guerra psicológica.
3. La derrota militar de la guerrilla.
4.
La derrota política de la guerrilla. Eso tenía que ver, por ejemplo,
con la detección y el uso de las diferencias políticas e ideológicas
dentro del movimiento guerrillero o sugerir en la propaganda que las
derrotas sufridas por los guerrilleros fueron errores políticos de la
organización combatiente.
5.
Dar instrucciones para la llamada reintegración de las zonas
subversivas. Un elemento esencial para eso era el despliegue de tropas
para la Acción Cívica. Su objetivo era: (a) separar la población de las
fuerzas armadas revolucionarias y (b) dar al ejército la dirección de
una determinada área para la eliminación de cualquier desarrollo
revolucionario.
En
enero de 1962, Cuba fue expulsada de la Organización de Estados
Americano (OEA). El Gobierno se había declarado marxista-leninista y eso
era incompatible con los “propósitos y principios del Sistema
Interamericano” decía una de las resoluciones adoptadas durante una
reunión de consulta de los ministros de Relaciones Exteriores de los
estados miembros de la OEA en Uruguay. También se decidió encargar al
consejo de la OEA establecer un comité compuesto por expertos de
diferentes países que a petición de cada estado miembro individual,
tendría que dar consejos de cómo lidiar con las actividades subversivas y
su preparación, por causa de la intervención de China y la antigua
Unión Soviética que amenazan la paz y la seguridad nacional. Aunque
desde marzo de 1960 los Estados Unidos estaban realizando diferentes
intentos para derrocar el gobierno revolucionario de Cuba y con los
cuales, entonces, rompieron con los “principios” de la OEA, no era, por
supuesto, un punto de discusión o de crítica.
En
marzo de 1963, los Estados Unidos tomaron una serie de medidas que
deberían reducir la libertad de movimiento de los revolucionarios. En el
Caribe, por ejemplo, se introducía un sistema de vigilancia y los
países de América Central y el Caribe recibían recursos financieros para
proteger su costa. En el caso de América Latina en conjunto, las
operaciones de inteligencia fueron mejoradas con el objetivo de evitar
salidas ilegales y dificultar la entrada al país por grupos u
organizaciones con intenciones revolucionarias, etcétera.
En
una reunión de los primeros ministros de los países centroamericanos en
abril de 1963 y en la cual también participó una delegación
norteamericana, se decidió entre otros: “2. Recomendar a sus gobiernos,
tomar medidas para impedir el movimiento clandestino de armas a los
países del Istmo países de América Central, entre ellos instrucciones
específicas aduaneras para intensificar la inspección de la mercancía
entrante y saliente en los puertos, aeropuertos y fronteras para evitar
el contrabando de armas, establecer medidas estrictas de seguridad y de
responsabilidad con respecto a las armas y municiones que han sido
proporcionadas a sus fuerzas armadas y las fuerzas del orden. 3.
Recomendar a sus gobiernos la adopción y la implementación, lo antes
posible, de medidas efectivas para prevenir actividades de carácter
subversivo que pueden ser promovidas por la propaganda de Castro o
agentes en cada uno de los países de América Central. 4. Recomendar a
los gobiernos de Centroamérica y Panamá para establecer, tan pronto como
sea posible, una organización en cada estado con el único propósito de
contrarrestar la subversión comunista en el área de América Central y
Panamá. Estas organizaciones serán los principales responsables de: a.
Detectar, controlar y contrarrestar las acciones y los objetivos de los
miembros, organizaciones, simpatizantes y colaboradores del partido
comunista. b. Ayuda mutua y el intercambio de información sobre los
movimientos de personas o grupos, propaganda, fondos y armas para fines
subversivos comunistas”. En julio de 1964, los estados miembros de la
OEA fueron ordenados a romper sus relaciones diplomáticas, comerciales y
consulares con Cuba.
3. Los golpes contra gobiernos democráticos
En
marzo de 1964, el presidente de Brasil João Goulart fue una de las
primeras víctimas de la “nueva” política latinoamericana de los Estados
Unidos. Igual como en 1954 con el presidente guatemalteco Jacobo Árbenz,
las propuestas del presidente brasilero para llevar a cabo una reforma
agraria no fueron toleradas por Washington. El 31 de marzo, el general
Humberto de Alencar Castello, apoyado por la CIA, perpetró un golpe de
estado. El 4 de noviembre de 1964, el presidente reformista boliviano
Víctor Paz Estensoro fue depuesto por el general René Barrientos.
El
ataque abierto del imperialismo a gobiernos que querían mejorar las
condiciones de vida de sus pueblos que, para tales efectos, afectaban
los intereses de los capitalistas estadounidenses, y el intento de
Washington para aplastar el movimiento popular antiimperialista, se
reflejaron en distintas doctrinas. En 1963, se formuló la llamada
doctrina Kennedy. De acuerdo con el presidente de los Estados Unidos,
“los estados americanos deben estar preparados para acudir en ayuda de
cualquier gobierno que la pida para evitar una toma de poder más
vinculada a la política del comunismo extranjero que a un deseo interno
de cambio. Mi país está dispuesto a hacer esto. Nosotros en este
hemisferio, también debemos utilizar cada recurso a nuestro alcance para
impedir el establecimiento de otra Cuba en este hemisferio”.
La
doctrina Mann de 1964, que lleva el nombre del jefe del departamento de
asuntos interamericanos en el Departamento del Estado, Thomas Mann,
proporcionaba a los responsables políticos de la Casa Blanca una
orientación política en cuanto a las condiciones reales y los
acontecimientos concretos.
Los
regímenes dictatoriales deberían ser reconocidos cuando estos
sustituyeron gobiernos “pro-comunistas” y, por lo tanto, defenderían los
intereses norteamericanos. La doctrina continuó la política de
reconocimiento y el aprecio de dictadores en tal medida, que la
formalizó como parte de la política exterior oficial de los Estados
Unidos. En 1953, el dictador peruano Manuel Odría recibió una alta
condecoración militar norteamericana, la Legion of Merit, y en 1954 fue
el turno del dictador venezolano Marcos Pérez. La doctrina Johnson de
1965 era un paso más allá de la doctrina que desarrolló Thomas Mann
porque decía que los Estados Unidos tenían que prevenir efectivamente
que se estableciera un régimen “comunista” en el Hemisferio Occidental.
La
política externa de Washington llegó en 1965 a un nuevo clímax, después
Guatemala de 1954. Finales de abril de 1965, los Estados Unidos
decidieron invadir a la República Dominicana. Las propuestas económicas
del presidente Juan Bosch perjudicaron los intereses estadounidenses.
El
ataque a la República Dominicana puede ser visto como el sello de la
obra imperialista de los Estados Unidos en esos años. Su intervención
militar fue enmascarada por el apoyo que recibieron de casi todos los
países de América Latina. Las decisiones adoptadas en enero de 1962 en
la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, parecieron
haber sido solamente propaganda. En una de estas resoluciones se leía
que los estados miembros de la OEA “reiteran su adhesión a los
principios de autodeterminación y de no intervención, como los
estándares guía de las relaciones entre las naciones americanas”.
4. Palabras finales
El
apoyo de la OEA a la intervención en la República Dominicana, mostró,
como se lee en la ‘Segunda Declaración de La Habana’, que este organismo
se había convertido realmente en “un ministerio de colonias yanquis,
una alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de
liberación de los pueblos latinoamericanos”. También dejó en claro que
los gobiernos latinoamericanos predicaban la no intervención cuando los
problemas en un país eran controversias entre facciones de la clase
dominante. Sin embargo, si las estructuras de poder estaban en juego y
la lucha de clases se intensificaba, nadie tenía problemas con una
intervención.
Foto: 17
de abril 1961: Fidel Castro salta de un tanque mientras lidera las
milicias cubanas en contra de la invasión de Estados Unidos en la Bahía
de Cochinos.
* Economista, internacionalista holandés, autor del libro Lucha Revolucionaria Perú, 1958 -1967.
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