martes, 8 de septiembre de 2015

¿Quo Vadis, Turquía?


Mapa militar de Oriente Medio. Fuente: http://egsc.usgs.gov/nimamaps/

¿Quo Vadis, Turquía?

Cuando hablamos de Turquía y a su relevancia a nivel internacional, no podemos dejar de pensar en su situación geográfica. Una posición entre dos continentes, separando realidades que van a confluir en sus fronteras. 

Es este el regalo y la carga de un país como el turco. Geoestratégicamente no tiene comparación, lindando con países europeos como Grecia y Bulgaria al oeste, mientras que en el lado opuesto limita con una amalgama de estados con situaciones sociopolíticas muy diversas. 

Encontramos países cristianos como Armenia, donde el 95% de su población profesa esta religión, y países con una fuerte presencia del Islam – chií – a nivel nacional como Irán. Esta situación hace de la política exterior turca un asunto complejo y difícil de analizar.

Pero Turquía no posee sólo una situación geográfica. 

A nivel geopolítico es uno de los países más relevantes de la región. Su capacidad económica y energética, pese a haberse visto mermada por la crisis, sigue siendo muy significativa a la hora de posicionarse globalmente. 

En el aspecto militar no sólo hemos de destacar que estamos hablando de un país miembro de la OTAN, sino que es el segundo mayor ejército de la Alianza Atlántica.

Esto hace que para comprender las dinámicas de las regiones colindantes, tengamos que prestar atención a la política interna del país. La actual situación en la que se encuentra y el desenlace de la misma marcarán la proyección exterior de Turquía. Una proyección que no deja de ser vital para las futuras relaciones que se establezcan entre Asia, Europa y la región de Oriente Medio.

En un limbo político

Actualmente Turquía se encuentra sumida en una incertidumbre política resultado de las elecciones del pasado mes de junio. 

Estos comicios, los más importantes de las últimas décadas, han generado un panorama que muchos turcos no veían en años. Lo más comentado ha sido la pérdida de votos que ha sufrido el partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del actual Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan, que desde 2002 gobernaba con holgada mayoría. La importancia de los resultados estriba en el cambio que se ha producido en la dinámica interna del país. 

En cuestión de dos años, nuevos partidos como el Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP) han entrado en la arena política, creando una oposición al antiguo sistema. Los resultados suponen un freno a la hegemonía que el ex presidente Erdogan ejercía en el país. 

Muchos analistas defienden que las elecciones no son sólo beneficiosas para el panorama político general sino para el propio AKP.

En cuanto a los resultados per se, encontramos una cámara dividida entre 4 partidos. Este hecho no se daba en Turquía desde los años noventa. 

La mayor dificultad con la que se han encontrado los partidos minoritarios ha sido superar la barrera del 10% de votos necesarios para poder obtener representación parlamentaria. 

El reparto de asientos sigue a favor del AKP, pero esta vez no cuenta con la mayoría necesaria para formar gobierno, viéndose forzado a crear un gobierno de coalición o a convocar de nuevo elecciones.

Distribución parlamentaria en Turquía. 

Elaboración propia.

Por el momento, el AKP, partido del cual Erdogan continua siendo ideólogo, cuenta con una mayoría simple en la cámara. 

Este partido ha monopolizado la política turca desde 2002. 

El AKP es un partido conservador que, pese a haber abandonado durante un tiempo su tendencia islámica, se vio influido por hechos externos como las primaveras árabes, que favorecieron un discurso de corte religioso. 

El AKP ha llevado a cabo políticas muy autoritarias y caracterizadas por una limitación de los derechos de prensa y un control del poder judicial

Esto, sumado a su tendencia pro-otomana en política exterior y el carácter personalista del propio Erdogan, han generado un rechazo por parte de la población que ha visto en estas elecciones un modo de expresar su descontento.

Esta desafección está representada en la situación de estancamiento en la que se encuentra el proceso de coalición. 

Por el momento, no existe ninguna posibilidad clara para la formación de gobiernos. El AKP, al tener una mayoría en el parlamento, sólo necesitaría el apoyo de uno de los demás partidos para poder gobernar. 

Sin embargo, ninguno de estos tiene una inclinación clara en el asunto. 

Por un lado, se baraja la posibilidad de que el AKP se alíe con su contrincante histórico el Partido Republicano del Pueblo (CHP). 

EL CHP ha mantenido unos resultados bastante similares a los obtenidos en comicios anteriores. 

Este partido ha rechazado cualquier pacto con su rival político; por un lado sería contraproducente y a su vez, les supondría un gran esfuerzo hacer ver a sus electores que es por el bien del país y que no han apoyado al AKP sino a Turquía.

Por otro lado, una posible coalición con el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) queda descartada. Su líder, Devlet Bahçeli, ha afirmado que su partido prefiere mantenerse como una fuerza de oposición. 

Y finalmente tenemos al cuarto en discordia, el Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP). Este partido pro-kurdo ha sabido actuar como catalizador de la frustración y descontento existente con la gestión de AKP. 

El HDP, no obstante, no es visto como un partido kurdo cuyo fin único es salvaguardar los intereses kurdos, sino que se posiciona como un partido turco que aglutina distintos movimientos de izquierdas entre los que se encuentra, con mayor relevancia, la cuestión kurda. Una alianza entre el AKP y el HDP no parece factible por la falta de entendimiento entre ambas partes.

Una de las consecuencias más comentadas de estas elecciones es el aumento de la representación de minorías en el parlamento turco. 

La variedad de partidos ha permitido que en sus listas se encuentren representadas las distintas minorías del país, que en Turquía son numerosas.

Esta situación de incertidumbre interna, se afronta con recelo a nivel internacional. 

La creciente inestabilidad de Oriente Medio junto a la tensión en la zona de los Balcanes y las difíciles relaciones entre la UE y Rusia, hacen que Turquía sea visto por muchos como una posible válvula de escape que pueda ayudar a mejorar la estabilidad en las regiones colindantes.

El sueño del nuevo Imperio de Oriente

Una de las zonas de mayor relevancia en el panorama internacional de estos días es Oriente Medio, región en la que Turquía puede jugar un papel fundamental. El gran número de factores, intereses y la complejidad de todos ellos, hace que no resulte nada fácil analizar las relaciones que se crean. 

En particular, estas características hacen que las interacciones entre los estados se desarrollen sobre una base muy inestable y variable.

Turquía ha llevado a cabo desde principios del siglo XXI una política exterior muy particular de cara a esta zona. 

Esta ha marcado en gran medida sus relaciones con países occidentales, en parte por la importancia de los acontecimientos que se han venido sucediendo en todos los países árabes y en Oriente Medio en concreto.

Con su llegada al poder en 2002, el gobierno turco con el AKP a la cabeza, desarrolló una política exterior basada en una neutralidad y buena convivencia con sus vecinos. 

Turquía era vista como un país líder en la región, un nexo entre el mundo árabe y Occidente. Hemos de tener en cuenta que con la caída de la URSS y el vacío de poder creado en la zona euroasiática, existía una convicción a nivel internacional de que era necesario un país moderado que sirviera como estabilizador de Oriente Medio. 

Este peso internacional permitió al gobierno turco tomar la cabeza en asuntos como el conflicto palestino-israelí y el diálogo entre Siria e Israel, presentándose como un mediador neutral. 

Sin embargo, pese a su papel de líder arbitrario, este era incompatible con la visión que desde el AKP se tendió a dar a la política exterior. 

El por entonces Ministro de Asuntos Exteriores y actual presidente del partido, Ahmet Davutoglu, desarrolló una política neo-otomana. Se tendió a un abandono del kemalismo y el nacionalismo para reforzar la idea de un espíritu de solidaridad musulmana, de cohesión entre la Ummah.

El abandono de esta política de vecino neutral llegó con el surgimiento de los movimientos conocidos como primaveras árabes. 

Ankara prestó apoyo a los grupos opositores; en Egipto, el apoyo a los Hermanos Musulmanes y la crítica del propio Erdogan ante el golpe de al-Sisi, hicieron que las relaciones se enfriaran.

Una situación similar tuvo lugar con los países del golfo Pérsico, que vieron con gran recelo el apoyo del gobierno turco a movimientos insurrectos que pretendían establecerse en el poder de los distintos países. 

Pero si hemos de destacar unos casos concretos que provocaron un claro rechazo de Ankara como actor neutral debemos fijarnos en la guerra civil Siria y el conflicto palestino-israelí.

Con el estallido de la insurrección en Siria, el gobierno de Erdogan comenzó a apoyar a los grupos rebeldes, muchos de los cuales tenían conexión con grupos filiales de Al-Qaeda. 

Esto generó una tensión con países occidentales y de Oriente Medio. Por otro lado el discurso pro-islámico y el apoyo a la comunidad musulmana, provocó que Turquía perdiera su posición de mediador en el conflicto palestino. 

El apoyo a Gaza hizo que el gobierno israelí comenzara a ver con malos ojos la participación de Ankara en las negociaciones. 

Desde entonces, la política turca en Oriente Medio, se encuentra en un punto de estancamiento que debe superarse. 

Esta superación, sin embargo, no se puede llevar a cabo sin que Ankara fije bien su política con el resto de actores externos que influyen en la región y sobre todo, que centre su proyección exterior.

El lado oriental del Bósforo

Las relaciones de Turquía con los países occidentales se remontan a los días de su fundación como estado, siempre marcadas por una confluencia de intereses mutuos. El punto más relevante para entender la relación e imagen de Turquía desde Occidente es la caída de la URSS. 

Con el desmembramiento del sistema soviético los países de la Alianza necesitaban de un actor fuerte que sirviera de puente entre las antiguas repúblicas soviéticas de Eurasia y la nueva Europa. 

Turquía, como miembro de la OTAN desde 1952, fue el candidato perfecto. Serviría como nexo entre Oriente Medio y Europa a la vez que equilibraría la inestabilidad de los Balcanes.

Lo más importante a tener en cuenta de la política turca de cara a Europa, tanto en el pasado como en el futuro, es el proceso de entrada en la Unión Europea iniciado a principios del 2000. 

Un proceso que se puede ver muy influido por los resultados de estas elecciones y el tipo de gobierno que se conforme. 

Las conversaciones entre las instituciones europeas y el gobierno de Ankara han estado muy marcados, en particular, por los requisitos exigidos a Turquía para su acceso. Sin embargo, la política exterior de Erdogan y las acciones a nivel nacional no han favorecido el entendimiento entre ambas partes.

Desde su reelección en 2007 el presidente endureció su política interna, y viendo que las conversaciones con Europa no avanzaban comenzó a alejarse. 

La crisis económica no favoreció el acercamiento de posiciones. 

La idea de aumentar los miembros en una coyuntura económica como la que sufrían muchos países europeos no calaba entre los miembros. 

El acceso de Turquía supondría una apertura de fronteras y una mayor competencia económica, junto con la consecuente inmigración que conlleva la libre circulación. 

Si a esto le sumamos la relación de cordialidad que Erdogan fomentó con Rusia, encontramos a unas instituciones europeas que veían con recelo a su aliado en oriente. 

El conflicto de Ucrania, con las consiguientes sanciones impuestas por la UE y EE.UU a Rusia, no ayudaron a encontrar un punto de entendimiento en este tema entre los países occidentales y Ankara. Turquía, debido a su dependencia energética y comercial de Moscú, ha de andarse con pies de plomo en las acciones que toma con respecto a su vecino del norte, ya que no hay que olvidar el hecho de que el 58% del gas importado proviene de Rusia.

Mapa de gasoductos y oleoductos desde Rusia. Fuente: http://www.encharter.org/index.php?id=36

Otro hecho importante a tener en cuenta si el futuro gobierno quiere mejorar su política de cara a un posible acceso es el conflicto con Chipre. Estas tensiones, iniciadas en 1974, ha supuesto otro obstáculo entre Bruselas y Ankara.

Pese a todo, las conversaciones nunca se han visto paradas por completo. Ambas partes y los EE.UU son conscientes de los beneficios que puede aportar una solución al problema. Se han llevado a cabo acuerdos comerciales y de circulación, además de programas de estudio. 

Turquía sabe de la necesidad de mantener buenas relaciones con sus aliados occidentales, no solo por ser un miembro de la OTAN sino por los intereses económicos y energéticos que todos ellos tienen. 

Y tanto la UE como los EE.UU no pueden dejar aislado a un país en una posición como Turquía y que tanto puede ayudar a estabilizar las regiones colindantes. 

Sin embargo, todos estos acuerdos, diálogos y proyecciones políticas dependen del tipo de gobierno que se forme en Turquía en los próximos meses, y de cómo este enfoque su política exterior.

El aperturismo moderado. 

¿Hacia una nueva Turquía?

Viendo la situación en la que se encuentra Turquía y las regiones a su alrededor nos damos cuenta de que el gobierno resultante de estas elecciones o el desarrollo de la política interna del país en los próximos meses será decisivo no sólo para el mismo sino que influirá en gran cantidad de estados.

En la región de Oriente Medio, un gobierno de coalición con tintes más moderados puede ser de suma utilidad para los conflictos y asuntos en desarrollo. Por un lado la guerra en Siria e Iraq contra el Daesh o Estado Islámico se empieza a enfocar de una manera distinta. 


Esta acción supone un cambio de rumbo de cara al conflicto y a sus relaciones con países como EE.UU. Y es que esta mejora en las relaciones con el país norteamericano puede suponer un mejor enfoque del futuro gobierno en cuanto al acuerdo con Irán

Un gobierno con menor tinte religioso y personalista puede posicionarse mucho mejor, favoreciendo el diálogo y beneficiándose con acuerdos comerciales y energéticos, reduciendo así su dependencia del gigante ruso.

Una posición más moderada con una representación de las minorías como la que encontramos ahora será un aliciente para tomar un nuevo camino a la hora de afrontar la cuestión kurda en Turquía. 

Con una actitud proactiva y un acuerdo en la posición con respecto al conflicto en el norte de Siria, puede ayudar a defender la integridad de los kurdos turcos, ya que estos son objetivos del EI, como se vio en el atentado perpetrado en la ciudad de Suruc, como a reducir los rumores de que el gobierno ha favorecido indirectamente las acciones de los terroristas contra las regiones kurdas. 

Bien es cierto que las últimas acciones militares emprendidas por Ankara, atacando posiciones kurdas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), no ayudan a rebajar la tensión.

A su vez, la relación con los países del Golfo se vería mejorada. 

Como hemos visto, el acercamiento de EE.UU a Irán ha hecho que países de esta región como Qatar busquen un nuevo apoyo en el campo de la seguridad y la defensa. Turquía, reforzando la imagen de estado democrático y musulmán puede ser un buen nexo con Occidente.

El apoyo de las acciones de la coalición en la lucha contra el Daesh mejora las relaciones con los diversos actores occidentales. 

Además, un gobierno más moderado puede servir como contrapeso a la situación de creciente tensión en los Balcanes, donde Turquía puede fomentar acuerdos económicos y ayudar en las negociaciones interestatales.

Si el futuro gobierno adquiere esa tendencia participativa y de diálogo, sabrá utilizarla para intentar solucionar la disputa con Chipre. Una actitud abierta en este respecto, como la que se está viendo, pero que sin duda puede ser mayor si se fomenta, favorecerá las relaciones comerciales con Grecia y ayudará indirectamente al conjunto de Europa abriendo una nueva área económica, sirviendo como contrapeso a la tensión energética y comercial con Rusia. 

Esto supondría un impulso en las negociaciones entre Ankara y Bruselas.

Por lo tanto, el tipo de gobierno que se conforme influirá en numerosos aspectos. 

Puede suponer un cambio con respecto a la hegemonía política que disfrutaba el AKP, llevando a Turquía a una posición internacional de acuerdo con su posición en el mapa, siendo un puente político-económico entre Asia y Europa.

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