sábado, 26 de diciembre de 2015

Pocas Familias Gobiernan Colombia.


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Pocas Familias Gobiernan Colombia.

UNA ÉLITE COMPACTA DE FAMILIAS PODEROSAS SE HAN APROPIADO DEL PODER Y CONTROLAN COLOMBIA DESDE EL SIGLO PASADO. ¿A QUE SE DEBE ESTA CUESTIÓN?.
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La dictadura con el mote de República es un método muy común en las patrias supuestamente demócratas. Un plan de la élite Illuminati. Si nos abocamos a ver la dictadura Americana, nos daremos cuenta que las mismas familias poderosas, provenientes de las sociedades secretas afiliadas con la Francmasonería y por ende el Satanismo, controlan la economía, la creación del dinero, la administración pública, etc. Las fascis colocadas en el parlamento Americano a un lado del podio del orador dan cuenta de que la élite gusta de imponer su simbología fascista totalitaria a la vista de todo el público. La simbología de la élite Satánica ha sido muy analizada en la web. Se encuentra por doquier dentro del sistema de la mátrix.
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Fasces Romanas.
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Las Fasces Romanas aparecen en el  Congreso de los Estados Unidos, flanqueando la tribuna del orador y a los lados de la frase In God We Trust ("Confiamos en Dios"), así como en los pilares del trono de la escultura de Abraham Lincoln (de Adam Chester French), en Washington DC.
Las fasces originalmente era el emblema de poder militar de los reyes etruscos, adoptado igualmente por los monarcas romanos y perviviendo durante la república y parte del imperio. Tradicionalmente, significa poder, por el haz de varas, «la unión hace la fuerza», puesto que es más fácil quebrar una vara sola que quebrar un haz y por el hacha, la justicia implacable sobre la vida y la muerte.
Desde los comienzos de la República romana, los fasces eran transportados al hombro por un número variable de lictores, fasces lictoriae, que acompañaban a los magistrados curules como símbolo de la autoridad de su imperium y su capacidad para ejercer la justicia, como poder de coerción y castigo (el haz de varas para la flagelación y el hacha para la pena de muerte). Sin embargo, después de las leyes de las Doce Tablas, ningún magistrado romano podía ejecutar sumariamente a un ciudadano romano.
Dentro del pomerium, el límite sagrado de Roma, los fasces no podían llevar el hacha, indicando que dentro de la ciudad los magistrados curules tenían derecho de castigar, pero no de ejecutar. Tan sólo al dictador le estaba permitida la inserción del hacha.
El rey de la Antigua Roma llevaba fasces. El cargo de rey no era hereditario, aunque sí vitalicio. El rey llevaba un manto púrpura, cetro de marfil y corona de oro y era precedido en las calles por doce auxiliares o lictores que llevaban los fasces o varas entrelazadas de las que salía una hoja de hacha, como símbolo de su autoridad.
El imperio Romano fue altamente fascista y totalitario. Muchas de las familias Illuminati devienen de esas épocas. Las dinastías Illuminati lejos de ser creada en el año de 1776 por Adam Weishaupt como muchas webs erróneamente establecen, vienen desde el inicio de la humanidad, desde Nimrod. El auge de estas familias nunca ha decaido. La Antigua Roma fue cuna de mucha de la alegoría mitológica Satánica y muchos rituales de la era Grecorromana han sido recojidos por la Francmasonería. Por supuesto, el Antiguo Egipto fue también una especie de Edad de Oro que marcó un antes y un después en las Religiones del Misterio. En los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo perfeccionó el arte del control mental y mediante el Proyecto Paperclip los centros de inteligencia ya consolidados comenzaron con una nueva etapa de la gran agenda de Satanás para preparar a su ejército Satánico. ¿En que etapa nos encontramos ahora y que tan avanzada está la agenda?.
COLABORADORES LOCALES.

Los Illuminati colocan a sus colaboradores locales empoderándolos para que les sirvan en el engranaje del poder que está tratando de empujar un Nuevo Orden Mundial. Colombia y México son dos grandes ejemplos de dinastías reducidas controlandolo todo. Colombia no ha emergido como potencia desde hace mucho tiempo a pesar de la riqueza que ostenta como país. El poder cambia efímeramente de manos pero se mantiene rígido en su estructura. Los Santos han sido tradicionalmente una familia empresarial con nexos muy importantes con el ex-Presidente Álvaro Uribe. A Uribe y Santos los unen los negocios desde que éste último fue gobernador de Antioquia.
Muchos acontecimientos y hechos históricos se comprenden mejor, cuando se interconecta al protagonista con su entorno familiar. En un país tan joven como Colombia, si nos devolvemos dos siglos con los ascendientes de los colombianos, es muy posible encontrarse algún camino de interconexión familiar por parentescos de sangre o políticos. El poder igualmente ha estado concentrado en unas pocas familias, por lo cual no nos debe sorprender que miembros de estas familias, como una constante, generalmente figuran en todos aquellos escándalos donde los bienes públicos por actos inescrupulosos pasan a formar parte de patrimonios privados.
Conocer los parentescos próximos o lejanos de las personas de la vida pública que gobierna Colombia, nos ayuda a comprender mejor ciertas situaciones. De este análisis, se puede comprender que este país, continúa siendo gobernado por una muy selecta plutocracia, donde casi siempre resultan los mismos con las mismas.
La genealogía nos aporta información pública, para conocer algunas de las interconexiones familiares, asi mismo los avisos de condolencia en los periódicos, las páginas sociales de los periódicos y revistas.
EL SECRETO MEJOR GUARDADO DEL PAÍS.
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Me pareció y todavía me parece una de las radiografías más descarnadas de la élite colombiana, y de la mayoría de las élites latinoamericanas, escrita por uno de sus más conspicuos representantes. No tardé en darme cuenta de que pocos como López Michelsen estaban más capacitados para describir la sociedad de la gente bieni de su país. López era hijo de un presidente, criado en las alturas del poder, casado con una mujer de clase y con clase, y cuyos propios hijos ocupaban cargos clave en la vida política colombiana, junto con un selecto grupo de hijos, nietos y bisnietos de otros miembros de la aristocracia política colombiana. Los nombres que aparecen en Los Elegidos parecen provenir de la alta sociedad de Colombia, pero podrían ser transplantados fácilmente a México, Argentina, o Perú.
Quizás lo que más me llamó la atención sobre Los Elegidos es que su mensaje por lo menos el que yo interpretaba en sus páginas contradecía lo que el propio López había sostenido en varias discusiones que tuvimos, durante la década del noventa. En esas entrevistas, que invariablemente terminaban en conversaciones prolongadas sobre los más variados temas, yo le señalaba que veía a su país como un feudo en unas cuantas familias privilegiadas, que sólo se diferenciaban de sus pares de otros países latinoamericanos en que eran una aristocracia culta, por no decir iluminada.
¿Qué otro país tenía tantos presidentes hijos y nietos de presidentes?, le preguntaba yo a López. En el siglo pasado, hubo tres presidentes Ospinas (Mariano Ospina, su hijo Pedro Nel y su nieto Mariano, que fue nieto de un presidente y sobrino de otro) y dos presidentes o vicepresidentes Mosquera (Joaquín y Tomás Cipriano). En este siglo, hubo dos presidentes López y dos presidentes Pastrana mientras que Álvaro Gómez, el hijo del presidente Laureano Gómez, había estado en la primera fila de la vida política del país durante varias décadas como candidato presidencial. ¿Qué otro país podía igualar este récord?. Años después, cuando me encontré con López en Miami, volvimos a tener la misma discusión. Para mí, en mi visión de visitante ocasional pero enamorado de la inteligencia, la cultura y el sentido del humor de su país, Colombia continuaba siendo un país de delfines, lo más cercano a una monarquía democrática de unas cuantas familias de la zona norte de Bogotá.
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Ex-Presidente de Colombia. Andrés Pastrana.
Hoy, como tantas veces en su pasado, Colombia está gobernada por el hijo de un presidente, Andrés Pastrana. Gran parte de sus antecesores, no sólo López, eran descendientes de familiares de ex presidentes. En una instancia merecedora de figurar en el Guinness Book of Records, tres hijos de presidentes habían llegado a competir para las elecciones presidenciales de 1974: María Eugenia Rojas, hija del presidente Rojas Pinilla; Álvaro Gómez, hijo del presidente Laureano Gómez, y el propio López, hijo de López Pumarejo. A pesar de no sé cuántas reformas constitucionales, reformas del Estado y reformas sociales, los que mueven los hilos del poder son unos pocos, y muchos de ellos con los mismos apellidos de quienes ocuparon sus lugares décadas atrás.
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Quizás no haya mejor reflejo de la élite política colombiana que el diario EL TIEMPO, donde una sola familia los Santos, sobrinos del presidente Eduardo Santos ocupa prácticamente todas las posiciones de poder. Se trata de un caso prácticamente sin paralelo en la América Latina de fin de siglo: aunque muchos de los principales periódicos de la región siguen siendo empresas familiares, la mayoría se atrofiaron con los años, y la falta de innovación los llevó a la bancarrota, o a incorporar gerencias externas. Pero EL TIEMPO es diferente, porque los Santos como la élite política colombiana fueron inteligentes, emprendedores, audaces, y han logrado no sólo mantenerse sino consolidarse como el periódico más influyente de su país. No se han dormido sobre sus laureles, sino que supieron adecuarse constantemente a nuevas situaciones. Sin embargo, al igual que el país, no han abierto demasiadas puertas para que los de afuera (los no-Santos) lleguen a posiciones de poder.
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Felipe López. Dueño de la revista política SEMANA.
Pero EL TIEMPO es tan solo un ejemplo. La revista política más importante del país, Semana, está dirigida por Felipe López, hijo y nieto de presidentes. Hasta el crítico más acérrimo del sistema, y de López, el periodista Antonio Caballero, una de las mejores plumas del periodismo latinoamericano (a pesar de que todas las semanas escribe el mismo artículo, culpando a E.U. de todos los males de Colombia), es pariente de la esposa de López, y escribe en la revista de Felipe López. Antes de su ascenso político, Pastrana como muchos otros hijos de ex jefes de Estado había empezado como conductor de un noticiero de televisión, bajo un sistema de concesiones de espacios televisivos que favorecía a los delfines de la clase política. La política colombiana es, lo que se dice, una gran familia.
El gobierno colombiano está salpicado de nombres de hijos, nietos primos y hermanos de presidentes, ministros y viceministros. Hasta los interlocutores del país oficial con la guerrilla tienen su pedigrí en la aristocracia política de Colombia: Alvaro Leyva, el mediador del Gobierno con las Farc, es hijo del influyente político conservador Jorge Leyva, y el intermediario con el Eln, Augusto Ramírez, es hijo de Augusto Ramírez Moreno, ministro de varios gobiernos.
Claro que la élite colombiana se distingue de otras, como señalé antes, porque es una aristocracia intelectual. En veinte años de corresponsal extranjero en América Latina, no he visto una élite política más culta que la colombiana. Cuando entrevisté al ex candidato presidencial Alvaro Gómez, me sorprendió enterarme que se dedicaba seriamente a la pintura. Miguel Antonio Caro había traducido La Eneida de Virgilio al español, y Belisario Betancur también se dedicó a traducir poetas griegos contemporáneos. José Manuel Marroquín escribía novelas. Marco Fidel Suárez, a finales del siglo pasado, era filólogo. El propio López había escrito una novela y le gustaba impresionar a sus muchas admiradoras con anécdotas de escritores franceses, ingleses o norteamericanos.
¿Pero es una aristocracia política culta un buen paliativo para una democracia sin movilidad social?. ¿No tenían razón los grupos de izquierda que sostenían que Colombia es un país de unos pocos, los miembros del Country Club o los propietarios de casas de fin de semana en Anapoima?. Los Elegidos me describió, precisamente, esa Colombia de unos pocos que yo sigo viendo hasta hoy.
Desde sus primeras páginas, su protagonista, su inmigrante alemán al que se nos presenta con simpleza kafkiana como el Sr. B.K. , hace una descripción de la clase dirigente colombiana de los años cincuenta asombrosamente parecida a la que cualquier inmigrante, observador extranjero, o colombiano con sentido de observación podría hacer hoy en día. El recién llegado Sr. B.K. no tarda mucho en darse cuenta de que sus nuevos amigos de la clase acomodada colombiana no le hablaban en inglés o francés para hacerle más fácil poder seguir la conversación, sino porque aun entre ellos mismos, tienen la costumbre de hablar en una lengua que no sea la materna, como si el desvincularse del resto de sus connacionales sirviera para realzar todavía más su preeminencia social. Hasta las costumbres británicas que observaba el asombrado Sr. B.K. en las clases de los miembros de la gente bien colombiana los grabados ingleses con escenas de cacerías de zorro a caballo, o estampas de potros ganadores del Derby, o las colecciones de pipas de varias formas y tamaños, o los sobrios trajes de franela gris que vestían sus dueños no parecen haber cambiado mucho desde entonces.
Apenas terminé de leer Los Elegidos, le comenté a varios colegas colombianos que gran parte de lo que estaba ocurriendo en Colombia en la actualidad, incluido el fenómeno guerrillero, no era sino un reflejo de lo que López Michelsen había descrito en Los Elegidos hacía casi cincuenta años: una élite cerrada, una sociedad de privilegiados, donde la vida es maravillosa para la gente bien, pero miserable para quienes están afuera. Para mi gran sorpresa, la mayoría no había leído Los Elegidos, y muchos ni siquiera habían escuchado hablar del libro. Era, como le dije en ese momento a muchos, el secreto mejor guardado del país.
Ahora, pensándolo mejor, no tendría que haberme sorprendido por dicha falta de conocimiento. Colombia ha sido durante mucho tiempo el país de la negación. Quizás por el aislamiento propio de países montañosos, quizás por su relativa escasez de inmigrantes, lo cierto es que la fascinación de la élite colombiana por lo foráneo nunca vino acompañada de un espíritu autocrítico, o de una aceptación de críticas desde afuera. El mensaje de Los Elegidos no era propicio para una sociedad que nunca quiso ver sus propios problemas. ¿Que había un fenómeno guerrillero en expansión desde hacía más de treinta años? Sí, claro, pero estaban en lugares inhóspitos, sin ninguna posibilidad de atacar las ciudades. ¿Que el narcotráfico estaba convirtiéndose en uno de los principales motores de la economía colombiana? No, hombre, esa era una exageración de los gringos, sin ningún sustento en la realidad. ¿Que Colombia era uno de los países con mayores desigualdades sociales?. Sí, por supuesto, pero estaba en marcha una nueva reforma constitucional que pondría sus cosas en su lugar. ¿Que Colombia era un país de delfines?. Pues fíjese que algunos presidentes como Betancur no tenían ningún pedigrí de paladar negro. ¿Que la constante negación de los problemas, y el hábito de culpar a otros, de la clase política colombiana estaba permitiendo que el país se hiciera trizas? No, hombre, usted no entiende la complejidad de la situación colombiana.
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Para mi sorpresa, el propio López, en la primera oportunidad en que le comenté lo que me había fascinado su libro, parecía darle una lectura totalmente diferente a la mía. Discutimos Los Elegidos por primera vez en su casa de Bogotá, allá por 1994. López Michelsen tenía 70 años, llevaba 16 de haber terminado su presidencia, 12 años de perder su intento de volver al poder, pero seguía siendo el patriarca del partido liberal, el más importante del país. Detrás de bambalinas seguía siendo uno de los hombres más influyentes de la clase política colombiana. López me aseguraba, enfáticamente, que Colombia había dejado de ser un país elitista: ¿Qué tenían de aristócratas presidentes como Betancur o Julio César Turbay?. Yo le argumentaba lo contrario. Como visitante ocasional a través de los años, me había impresionado una escena que había presenciado durante la posesión del presidente Virgilio Barco. Al comienzo de la recepción, mientras los reporteros observábamos desde un rincón, un anunciador leía los nombres de los ilustres invitados a medida que ingresaban al salón. Me llamó inmediatamente la atención que parecían todos parientes: era una docena de nombres Turbay, Lleras, Caballero, Ospina que se alternaban entre sí en cuantas combinaciones como eran posibles. Colombia era propiedad de unas cuantas familias, tal cual estaba escrito en Los Elegidos, decía yo. Había dos posibilidades, le comenté, bromeando tan solo a medias: o había cambiado López desde los años cincuenta, o había cambiado Colombia. Yo me inclinaba por la primera.
He aquí la entrevista con López Michelsen:
Oppenheimer: ¿A medio siglo de haberse escrito este libro, no sigue siendo Colombia un país de elegidos?
López Michelsen: No más que otros. Todos los países americanos, incluso Estados Unidos, en sus orígenes, fueron gobernados por una élite de familias. Si se compara la situación actual de Colombia con la de otros países, se llega a una conclusión similar. Cuando un país es pequeño y en su mayoría de extracción rural, la diferencia de cultura e ingresos entre una minoría muy reducida y la mayoría de la población produce ese fenómeno que yo llamaría delegación de poderes en una minoría. E.U. fue así en su comienzo. Por mucho tiempo, lo que son hoy E.U., fueron gobernados por una minoría localizada en los estados del noreste, sobre todo después de la guerra civil.Para mí es inexplicable pero incontrovertible que los hijos de los presidentes están apareciendo en todos lados, desde E.U. hasta la India, pasando por México e Indonesia, para no citar sino los más grandes.
Pero Colombia tiene casi dos siglos de independencia...
Pero el hecho de ser un país geográficamente dividido por tres cordilleras influye. Son tres países bastante aislados unos de otros, que produjeron el fenómeno de que las clases dominantes estuvieron centradas en el estado del Cauca, Antioquia, Cundinamarca y Santander. El Cauca era la región minera más rica, lo mismo Antioquia en sus orígenes. Un ejemplo curioso fue la familia Mosquera, en el siglo pasado, que produjo dos presidentes y un obispo primado. Una prueba de lo reducido del medio...
¿Y usted realmente cree que ha cambiado eso?.
Sí, en la medida en que el país se urbaniza y aparecen nuevas clases emergentes, Colombia se va insertando en el mundo moderno. Es claro que esa expansión produce una clase media que pesa mucho más que la de hace cincuenta años, y genera muchos más aspirantes a todos los cargos, incluyendo la presidencia.
Pero si uno mira a Colombia hoy, pareciera que nada ha cambiado.
No, yo creo que lo que usted está viendo es la agonía de ese tipo de sociedad, que está desapareciendo. Por ejemplo, la aparición de Turbay, que es descendiente de inmigrantes árabes, es una demostración de que hay un ascenso de nuevas figuras.
Pero también hubo excepciones a la regla en el siglo pasado.
Pero las fuentes de las que venían eran muy reducidas. Estamos hablando de ciudades de 200.000 habitantes en las que todo el mundo estaba emparentado. Forzosamente, los que llegaban al poder tenían los mismos apellidos.
Sin embargo, fíjese en la Colombia de hoy. Sus propios hijos están entre las personas más influyentes del país. Uno dirige el seminario político más importante, otro acaba de ser Ministro del Interior.
Al contrario. Felipe, que es el dueño de Semana, no lo es por ser hijo mío, sino por los méritos de su propia pluma. Semana existe porque la fundó con un grupo de amigos, y consiguió gracias a su capacidad periodística hacer la primera revista seria que ha tenido éxito en Colombia. Ninguna otra revista de análisis político, aparte de las frívolas de sociedad, había tenido la circulación que tiene Semana. Alfonso fue transitoriamente ministro del Interior al final de la administración de Samper, como una prenda de paz y convivencia, un ministerio muy breve, para celebrar elecciones en las que, dicho sea de paso, no hubo ninguna queja de ninguna parte.
Pero el hecho es que quien desempeñó ese papel fue un López, no un Oppenheimer, o alguien con un apellido similarmente foráneo. ¿Podría un Henry Kissinger, un Zbigniew Brzezinki, o una Madeleine Albright, gente nacida en otro continente, que en los dos primeros casos hablan con acento extranjero, llegar a un puesto clave en el gabinete de Colombia? O el Sr. B.K., de Los Elegidos, para el caso?. Bueno, el apellido Michelsen tampoco es típicamente castellano... Si la persona a la que usted se refiere hubiera tenido una reputación de seriedad y eficiencia, conseguiría haber desempeñado ese papel de fiel de la balanza que Alfonso desempeñó por algunos meses (...) Permítame jugar al abogado del diablo. Quizás con la excepción de algunos países centroamericanos, no conozco otro país con más concentración de familias en el poder que Colombia. ¿No tiene razón la izquierda cuando dice que en Colombia no hay movilidad social?. Yo diría que no había, y que comienza a haberla. Precisamente por el aislamiento de las regiones colombianas, el fenómeno de la unidad geográfica nacional es relativamente reciente. Como decía antes, los ramales en la cordillera de los Andes y el propio río Magdalena, que parte a Colombia en dos, hacía que hubiera en Colombia grupos pequeños, que no formaban un bloque nacional, sino bloques regionales. Eso se está unificando. Por eso digo, las cosas están cambiando.
¿Bajo Pastrana, está creciendo o se está reduciendo la movilidad social?.
Está creciendo. Quiero hacer una aclaración: la extracción de Misael Pastrana fue de la provincia. Fue un protegido de Ospina Pérez. No le resto ninguno de sus méritos, le reconozco su capacidad de administrador y de político, pero su carrera no es de confrontación con el Establecimiento, sino de acogerse al Establecimiento que lo seleccionó como su vocero. Tanto Pastrana, que venía de la provincia, como Rojas, que venía de la carrera militar, ambos llegan al poder sin pertenecer a lo que llamaríamos la oligarquía. Son ejemplos de esa clase emergente. En ese sentido, Colombia no ha sido diferente a otros países latinoamericanos.
¿Cómo cuáles?.
Chile, por ejemplo. Chile, que fue un país excepcionalmente democrático, sólo con la aparición de Arturo Allesandri en los años veinte se rompe el ciclo de familias que con distintos rótulos políticos se alternaron en el gobierno. En la propia Argentina, Perón representa el rompimiento de una tradición de presidentes de extracción porteña.
¿Qué tendría que hacer Colombia para tener más oxígeno social?.
La integración. Ese potencial de 34 millones de habitantes, hacer que estén bien comunicados unos con otros. Es una tarea que está cumpliendo la televisión y la radio. En la época de los diarios, cada diario era regional: no había esa unidad de pensamiento que se va forjando con la comunicación de carácter nacional. En Colombia, la radio y la televisión tienen mucha más influencia que en otros países de América Latina, porque está respondiendo a ese anhelo y a esa necesidad de unificación. Antes de la televisión, el principal factor de identificación nacional habían sido las guerras civiles: los miembros de un partido en una región llevaban a conocer a sus correligionarios en otra y llegaban a adquirir cierta familiaridad al unirse contra un enemigo común.
Pero, al mismo tiempo, la televisión perpetúa la influencia de una casta de elegidos.
En cierto sentido, ha sido así, porque la televisión era del Estado, y los hijos de los ex presidentes o sus familiares tenían prácticamente asignadas horas en la televisión. Un fruto de eso es este Pastrana Jr., que desde los 21 años ya estaba de presentador de televisión. En esa camada entró Diana Turbay, los Gómez, y ahora el hijo de Betancur tiene un programa de televisión. Pero es un fenómeno universal. Debido a los medios como la televisión, se produce un Reagan, o un Pastrana, o el propio Castro. Son fenómenos de comunicadores. La era de los comunicadores comienza con el segundo Roosevelt, y en Colombia con Betancur. Todos ellos han sido relacionistas profesionales.
¿El optimismo que usted muestra ahora no se contradice con la descripción de Colombia que usted hizo en Los Elegidos?.
Exacto, pero el libro tiene medio siglo. La sociedad que pinta es la de los años cuarenta, durante la segunda guerra mundial. Colombia cambió.
¿No cambió López desde los años cincuenta?
Es una pregunta que suele hacerse en todos los casos de quienes hacen el tránsito de la oposición al gobierno. En nuestro país empezó con Bolívar, a quien se pretendió asesinar por haber traicionado sus ideales libertarios; pero, sobre todo, en los partidos de izquierda contemporáneos resulta que todos los líderes se vuelven centristas: Felipe González, Mitterrand, Blair. El propio Castro, que ha sido el más tenaz, se ha refugiado en el turismo como fuente de la economía cubana, cuando, entre las maldiciones de su Movimiento, al turismo, al juego y a la prostitución se les calificaba como las causas de la desmoralización de Cuba. (...) Bueno, antes hablábamos de la aristocracia política.
¿Qué pasa con la aristocracia económica que usted describía en Los Elegidos, me va a decir que también está desapareciendo?.
No, existe, la desigualdad económica con el resto de los colombianos es cada día mayor. Son los que hoy llaman los cacaos. Cuatro grupos económicos cuyos ingresos en 1997 fueron el 50 por ciento del producto bruto de Colombia. Por otra parte, durante un tiempo, los narcotraficantes también entraron a formar parte de la oligarquía económica. Todos ellos obtuvieron privilegios, informaciones y acceso al poder, que les permitió defender sus intereses y acrecentarlos.
¿Eso tiende a aumentar, o a disminuir?.
A disminuir, porque últimamente se están dictando leyes contra la corrupción. Va ser más difícil enriquecerse gracias a la cercanía al poder. Y este no es un fenómeno colombiano, sino universal.
¿Cómo ve a Colombia, en las puertas del siglo XXI?.
El país ha hecho un salto rápido en los últimos años. Colombia ha sido históricamente un país muy pobre en divisas. No ha tenido artículos de exportación permanentes; en el siglo XIX, Ecuador y Guatemala tenían mayores ingresos en moneda dura que Colombia, que casi estaba a la par con Haití. Después, tuvimos un presupuesto de divisas gracias a las exportaciones de café. A fines de los años sesenta, el presupuesto para importaciones era de unos $ 1.200 millones de dólares. Hoy en día, es de $ 12.000 millones, se ha multiplicado varias veces, debido a las alzas en los precios del café por las heladas en Brasil, el descubrimiento del petróleo, y luego los ingresos generados por la marihuana, la coca y la amapola, que generaron divisas ilegales en cantidades apreciables. El hecho es que Colombia tuvo un crecimiento que no tuvo ningún otro país en América Latina en sólo veinte años.
Pero no le ha servido de mucho.
Ese salto rápido tuvo una gran influencia en el modo de ser colombiano. Cuando Colombia era pobre, era un país solidario, donde la gente se ayudaba, eran buenos vecinos, un país casi pastoril. Con este salto rápido entramos en una etapa darwiniana, de la lucha por la supervivencia a toda costa. Colombia se convirtió en un país violento.
Lo que usted califica de salto rápido, ¿continuará?. ¿Cuál es el futuro económico de Colombia?.
El futuro no es muy promisorio, por falta de fuentes de recursos internacionales distintos a los de estos últimos años. La producción de café en Centroamérica, la previsible continuación de los precios bajos de petróleo y la producción de coca en Asia hará que Colombia regrese a su condición de país pobre en divisas. Esto obligará a buscar nuevas fuentes de ingresos internacionales, y no permitirá ningún boom como el de estos años, cuando todo el mundo cambiaba automóviles de un día para otro. El futuro de Colombia será muy duro. El país no tiene con qué sustituir esa prosperidad coyuntural de estos años. Por el otro lado, yo confío en que esta situación le devuelva a Colombia sus virtudes tradicionales de mayor estabilidad, mayor equidad, y no los abismos de riqueza que hemos visto últimamente. Por el solo hecho del sufrimiento común de todos, quizás recobremos un sentido de solidaridad que se ha perdido.
¿Pero la dirigencia política colombiana de hoy no está mejor preparada que la del pasado para enfrentar los problemas?.
El padre de Andrés Pastrana estaba infinitamente mejor preparado que él: había sido un funcionario público desde muy joven, había tenido experiencia en el campo económico y jurídico, era más funcionario que político. Andrés Pastrana, en cambio, surgió de la televisión... pero ese es, como dijimos antes, un fenómeno universal, de los grandes comunicadores que llegan al poder. Es la era de los comunicadores.
Bueno, no sé si comparto su opinión. Pastrana fue alcalde de la ciudad más grande del país... pero dejando eso de lado, ¿cuál modelo de desarrollo le sugeriría usted al presidente actual, considerando lo negro que ve usted el futuro de las exportaciones tradicionales?.
La ventaja competitiva del país posiblemente sea el aprovechamiento de la mano de obra colombiana, porque la capacidad colombiana, la habilidad colombiana es un hecho innegable. Si se consigue hacer de Colombia un centro tecnológico o se consigue en la agricultura producir aceite de palma como hace Malasia, Colombia podría convertirse en un productor importante del continente.
Y políticamente, ¿cree usted que Colombia va a poder fortalecer sus instituciones y convertirse en una democracia moderna?.
Creo que se va a romper la tradición democrática en varios países del continente. Lo que ocurrió en Paraguay con la expulsión del presidente Raúl Cubas, lo que ocurrió en Ecuador con la salida del presidente Abdalá Bucaram, lo que puede ocurrir en Venezuela con el presidente Hugo Chávez, puede ocurrir en Colombia. Yo dije vagamente antes de que eligieran a Pastrana que había un peligro de que no termine su período a menos que tenga un éxito espectacular el proceso de paz que está en marcha y haya una reactivación económica apreciable, este gobierno se irá debilitando de día en día, como ningún otro. Eso podría poner en peligro la estabilidad institucional.
¿No está usted como adversario político del presidente, echándoles leña al fuego a los problemas de Pastrana?
No. En la medida en que se agrave la situación económica y la desilusión con él crezca, no es imposible que los colombianos, por frustración, acudan a los militares. Lo que sucede es que no ha aparecido el militar estilo Rojas, con conocimiento y ambiciones, que encarne ese deseo de orden. El mayor anhelo colombiano en estos momentos es la seguridad, y el Gobierno, como está constituido, con civiles en el comando y los militares escudándose en el hecho de que los obligan a respetar los derechos humanos y los limitan en su actividad militar, vaya arraigándose la idea de que es mejor ganarse la seguridad con un gobierno fuerte. Desde luego, yo preferiría que semejante cosa no ocurra.
Nota de la web:
Es totalmente seguro que López Michelsen esté muy enterado de lo que ocurre tras bambalinas de los que manejan el poder en Colombia, precisamente porque el es parte de ese poder comunicacional. Su libro citado aqui fue una ventana abierta para observar como la élite de iluminados se perpetúa en el poder a través de los Siglos en el país Colombiano y esto es intercambiable en casi todos los países del mundo. Como dice el libro de "Linajes de los Illuminati", si usted investiga su sector local que se reduce a su región, por grande o pequeña que sea, se dará cuenta que una minoría, un grupo compacto controla el poder. En nuestro caso desde Fritz Sringmeier en Español nos toca la región de Sinaloa, un estado del noroeste de México, famoso por la violencia, la ignorancia y el narcotráfico. En este caso, el poder está en unas cuantas manos de ex-gobernadores, políticos y empresarios que se encuentran totalmente coordinados entre ellos, incluso con el crimen organizado. Es tan descarada la dictadura estatal, que incluso en las columnas domingueras del periódico local, salen sus reuniones y fiestas en el famoso rancho de "Las Lichis", donde empresarios como Juan Manuel Ley, ex-Gobernadores como Juan S. Millán (el poder que controla detrás de escenas), el Gobernador actual (supuestamente opositor) salen retratados en la misma foto. Eso sin contar con muchísimos otros personajes clave como diputados, empresarios, líderes sindicales y municipales de alto perfil. Incluso, la ignorancia y pasividad de los ciudadanos da para que estos personajes ni siquiera se esconden ya, y se presenten como una especie de estrellas de rock o de personajes de la alta sociedad a quienes hay que admirar, pues salen en revistas dominicales que ni siquiera son de temática política sino social. La cuestión se repite en cada estado de la República, siendo el caso más representativo el Estado de México, de donde salió el "Grupo Atlacomulco", cuna política del actual Presidente Enrique Peña Nieto. Esto se rompe en el D.F. donde la izquierda ha tomado el poder de manera paulatina, aunque ultimamente había perdido poder gracias a la traición de los chuchos y Mancera. En el caso Colombiano, esta entrevista de final del artículo fue a principios del año 2000 cuando Andrés Pastrana era el Presidente. Ahora podemos ver después de 15 años, que la derecha empresarial y familiar continúa intacta. Uribe Vélez y Juan Manuel Santos son los continuadores del desastre colombiano, fieles colaboradores, jueces y parte de los poderes oscuros que controlan el mundo.
Fuentes:
ElTiempo.com
Germanov.wordpress.com
Libro de A.L Michelsen: "Los Elegidos". 

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