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“A mi esposo se lo llevaron por drogas, ¿usted cree que somos narcos?; no tengo ni para comprarles un taco a mis hijas”
Emmanuel Gallardo
“A mi esposo se lo llevaron por drogas, ¿usted cree que somos narcos?; no tengo ni para comprarles un taco a mis hijas”
Por: Emmanuel Gallardo Cabiedes / @ManuGallardo77 / Enviado especial
(21
de abril, 2016. RevoluciónTRESPUNTOCERO).- María Raquel es morena, de
vientre y brazos potentes. Tiene los ojos enormes y rojos por el llanto
de dos días, luego de que agentes ministeriales sin presentar ningún
tipo de orden de aprehensión, se llevaran detenido a su esposo Marcial
Gaona, en el operativo que implementó el gobierno del estado de
Michoacán, el pasado lunes 11 de abril. Cuenta María que los policías
ministeriales entraron a la casa y sin mediar palabra sacaron a rastras a
Marcial, de 27 años, quien llevaba dos semanas en cama sin ir a su
trabajo en la huerta de limón por un padecimiento renal.
“Se
lo llevaron sin huaraches y sin camisa”, dice María entre lágrimas. Sus
hijas de 12, 7 y 5 años la siguen como abejas. Todas ellas calzaban
chanclas de goma; todas con el mismo dejo de tristeza escurrido en los
ojos. A pocos metros de nosotros ardía el bloqueo sobre la carretera
Apatzingán-Aguililla, con sus llantas de tractor incendiadas. Frente al
fuego, varios limones cortados a la mitad, y atravesados con clavos para
ponchar llantas estaban esparcidos sobre el pavimento.
Eran
sólo unos cuantos metros los que separaban a las hijas de María de
aquel campo de guerra; mezcla volátil entre Ejército, Policía Michoacán y
pobladores enardecidos armados con palos, piedras, machetes y bombas
molotov. Las detenciones del pasado lunes 13 de abril, algunas
calificadas de arbitrarias, como la de el esposo de María, provocaron la
ira de los habitantes de la tenencia también conocida como Las
Colonias, perteneciente a la violenta Apatzingán de la Constitución.
Varios vecinos denunciaron saqueos y destrozos por parte de la policía
ministerial el día del operativo. La casa de María fue volteada de
cabeza.
La
propiedad, por fuera, es una residencia en urgente necesidad de
mantenimiento. Por dentro es el símbolo de la pobreza extrema en los
sectores más vulnerables de esta región michoacana. El predio es grande,
rodeado de tierra donde alguna vez existió un jardín, ahora solo hay
dos decrépitas palmeras, una mesa de madera, un tambo y un cerdo
amarrado que me recibió con el ímpetu de un perro. No tiene ventanas. La
herrería de toda la casa fue arrancada de cuajo. Pocas piezas de ropa
cuelgan de mecates. “No tenemos ni para un ropero”, dice María.
Dentro
de la casa el aire se volvió denso. María y su suegra explicaron que
cuando los policías entraron, rompieron su cama cuando la voltearon para
revisar el viejo colchón percudido donde duerme. No había nada más que
ropa regada por todos lados.
Se respira pobreza por
donde se mira. No hay luz ni agua corriente. Tampoco hay retrete porque
junto con el demás mobiliario del baño, el excusado fue saqueado en las
épocas más violentas de los alzamientos armados surgidos en febrero del
2013. Dicen que la casa pertenecía a un jefe Templario que fue
expulsado de Las Colonias.
María y su familia se
instalaron en diciembre. Después del abandono, la casa se convirtió en
un enorme y hediondo baño público. Pero ella y sus hijas la limpiaron a
profundidad hasta hacerla su refugio donde hoy sobreviven a la carencia
de servicios básicos, a las autoridades y sus excesos y a el hervidero
de grupos armados.
“A mi esposo se lo llevaron por
drogas, pero vea, ¿usted cree que somos narcos? Esa gente tiene dinero,
¿no? Y mire, no tengo ni para comprarles un taco y ropa decente a mis
hijas. Si anduvieramos metidos en eso, ¿no cree que viviríamos mejor y
tendríamos más cosas?”
La última medición de la unidad
de microregiones del Consejo Nacional de Población (CONAPO), unidad
encargada de medir los niveles de pobreza, registró a Las Colonias con
un “alto índice de marginación”. Cenobio Moreno es una tenencia sumida
en el olvido de los gobiernos que desde principios del siglo pasado, han
sido indiferentes a su atraso social y a las paupérrimas condiciones de
vida. Los habitantes de esta región afirman que sus opciones de
crecimiento son muy pocas, las que predominan son el trabajo en el campo
o el narcotráfico.
“Las rentas son muy caras; son de
hasta mil pesos”, acepta María. Un cortador de limón gana entre 10 y 15
pesos por caja colectada. Es por eso que es común ver en las huertas a
familias completas trabajar en el corte. Los niños crecen a la sombra de
las limoneras; desde los cinco años comienzan a rajarse los brazos en
la huerta con sus costalitos de recolección al hombro. La escuela pasa a
segundo término ante la primordial necesidad de subsistir en medio de
un feroz entorno de marginación y violencia armada.
María
acepta no saber ni uno de sus derechos fundamentales. Aunque vaya a
Morelia, a la Procuraduría General de Justicia del Estado de Michoacán,
sus posibilidades de lidiar con la burocracia del sistema judicial y
salir airosa, son muy bajas.
La imagen al salir de la
casa ocupada, antes lujosa en las épocas templarias, es cruda: una mujer
de 27 años, con aspecto de 40, tres hijas, la mayor de 12 años con un
vientre descomunal, deambula entre sollozos. La más pequeña, dice María,
no soporta ver un rifle.
RESISTENCIA MESURADA.
De
regreso, en la barricada el humo era denso. Las llantas se consumían en
una pira negra que se alzó por varios metros. El espacio que separaba a
los civiles de los soldados y policías era del tamaño de una cancha de
basketball. Sólo los mandos militares y estatales, así como los líderes
comunitarios caminaron en esa zona neutral para negociar el paso del
convoy que debía instalar una Base de Operaciones Mixtas (BOM) dentro de
la tenencia.
Nadie atravesó aquella bolsa de oxígeno,
neutral y efervecente, en un acuerdo tácito para no desencadenar un
enfrentamiento. “La primera piedra no la vamos a tirar nosotros, dijo el
subsecretario de seguridad pública, Carlos Gómez Arrieta, quien llegó
en helicóptero para encabezar la mediación.
La
logística de las autoridades no contempló a los locales que seguían
resentidos por los abusos de la Policía Ministerial hacía 48 horas.
Exigían saber sobre sus familiares arrestados y no se moverían de allí
tan fácilmente. Son gente que ha sabido unirse y que ha formado un solo
frente comunal capaz de organizarse y tener capacidad de reacción.
La
mayoría es gente humilde que padeció por más de una década los abusos
templarios. Un limonero con manos de gigante dice con fuerza: “ya no
nos van a venir a quitar lo poco que tenemos. Muchos uniformados han
saqueado nuestras casas y se han llevado desde pantallas, hasta los
perros de los niños nada más porque los ven de raza”.
Detrás
del bloqueo, una camioneta alertó sobre el avance de soldados del otro
extremo de la carretera. Habían bordeado el bloqueo y se aproximaban en
camionetas armadas con metralletas M-60. La camioneta se llenó de
muchachos con palos, piedras y una niña de no más de 13 años con los
rostros tapados. Habían subido dos llantas de tractor y gasolina para
encender un nuevo bloqueo que mantuviera a raya a los militares.
En
la caja de la pick up enfilamos más de medio kilómetro hasta donde se
pudo ver el avance de los soldados. El conductor se detuvo y ordenó que
se encendieran las llantas que los jóvenes bajaron en cuestión de
segundos.
A lo lejos, el convoy militar se acercaba a
pie y en camionetas. Los muchachos intentaban encender el combustible
vaciado dentro del hueco de la llanta de tractor, pero no era
suficiente.
Los soldados no detuvieron su marcha y
pasaron por encima de las llantas. Fue entonces que jóvenes, viejos y
niños aguantaron la línea que se topó de frente con policías Michoacán y
un par de militares que ya habían sacado palos de las cajas de sus
camionetas. Las condiciones eran prácticamente iguales.
Un
joven policía que ya había visto en el desmantelamiento de una
barricada de Hipólito Mora en agosto pasado, blandió un palo en posición
de ataque. El rifle terciado no se le movió de su espalda cuando invitó
con su mano derecha al civil que tenía enfrente para comenzar la pelea.
“Vente cabrón”, le decía mientras lo llamaba hacía él con todos los
dedos de la mano. El comunitario no cayó en el juego, pero también
levantó su tronco con picos en medio de gritos y mentadas de madre. Se
mostraron los dientes, pero al final nadie se tocó un cabello.
La
tensión en Las Colonias llegó a un grado tan alto, que el maestro
Carlos Gómez Arrieta fue el encargado de negociar el paso del convoy y
la instalación de la Base de Operaciones Mixtas. Pero aún al
subsecretario se le negó el acceso, lo increparon con las detenciones de
hacía dos días. “Nosotros no venimos a detener a nadie”, respondía el
funcionario, que ofreció llevar una comitiva de cuatro a cinco personas a
Morelia para ver directamente los casos y comprobar inocencias.
Más
de una hora duraron hablando las dos partes. Los habitantes de Cenobio
Moreno que observaban el diálogo detrás de la barricada, coincidían en
el hartazgo, en el miedo y el acoso que han sufrido de muchos frentes, y
donde los encargados de darles protección también actúan como una mafia
uniformada e impune, capaz de ejecutar como lo hicieron el 6 de enero
del 2015 en los dos distintos ataques a civiles desarmados en
Apatzingán.
Muchos de estos michoacanos son los
invisibles. Son como María, su esposo y sus hijas, los Okupa que no
tienen ni la más remota idea de lo que es ser parte de la “base social
del cártel”, pero que ya lo son porque a alguien se le ocurrió que toda
persona inconforme y que demuestra su hartazgo, es, per sé, operador o
miembro de la mafia local.
En la carretera
Apatzingán-Aguililla se llegó a un acuerdo. La Base de Operaciones
Mixtas sí se instalaría, pero “no dentro del rancho”, sino en unas
canchas de basketball más adelante. Protección Civil llegó con una pipa
de agua para apagar el fuego de los neumáticos que seguían ardiendo y
con el fuego, los ánimos se desvanecieron.
La barricada
quedó hecha cenizas para dejar pasar al enorme convoy de más de 400
soldados y policías que terminaron por instalar la BOP donde la
comunidad de Cenobio Moreno les permitió. María viajaría en la comitiva
de cinco personas a Morelia para saber sobre el futuro de esposo. Los
del bloqueo guardaron los palos y los cartones de cerveza con bombas
molotov para una próxima acción de resistencia.
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