Chernóbil, 30 años después del desastre
Nadie
pensaba al construir una de las mayores centrales nucleares de la Unión
Soviética, con proyectos iguales en Leningrado y Kursk, que esa central
a solo cien kilómetros de Kiev, entonces capital de la república
soviética de Ucrania, podía explotar y originar el mayor accidente
tecnológico de la Historia de la Humanidad. Nuestro viaje hacia la
central y la zona de alienación o exclusión que rodea Chernóbil empieza precisamente en Kiev.
Visitar la central no es difícil actualmente y cualquier persona puede hacerlo.
Con una antelación mínima de diez días hay que hacer la solicitud
formal a las autoridades ucranianas, pagar ciertas tasas y listo. En
realidad la mayoría de gente que visita la zona lo hace a través de
agencias especializadas. Turismo de catástrofes, se llama. Pero sobre
los visitantes y sus peculiaridades, un poco más adelante.
Nuestro
viaje en poco más de una hora nos lleva desde el centro de Kiev al
punto de control de Didyatki. A partir de allí empieza “la Zona”.
Actualmente esta se divide en dos, el área de 30 kilómetros al rededor
de la central, donde la vida limitada de personas es posible, y el de 10
kilómetros donde, como nos cuenta la viceministra de ecología de
Ucrania, Svitlana Kolomiets, “en miles de años es poco probable que ese terreno se pueda utilizar”, ya sea para vivir, o para cualquier actividad a parte de la investigación.
Precisamente
para no convertirnos en unos turistas más, consultamos con esta
viceministra la percepción y planes que tienen las autoridades para la
zona, y así comprender mejor las perspectivas de ese lugar. Kolomiets
nos sorprende con una visión diferente a lo habitual: “Debemos
reconsiderar nuestra percepción de la zona. Llevamos 30 años
considerando este territorio como el de la tragedia, la catástrofe, aunque la naturaleza ya ha demostrado un alto grado de recuperación.
A más tardar en 2017 se colocará el nuevo arca que hará del lugar del
accidente un lugar más seguro y podremos avanzar en la limpieza. Por
otro lado es un territorio muy grande dentro de nuestro país que puede
ser utilizado con provecho. Debemos ir pasando poco a poco de la
tragedia a la perspectiva del desarrollo progresivo, territorio de la
esperanza”.
Tres décadas sin seres humanos
Al pasar el primer control y adentrarnos en la zona vemos que la ministra tiene toda la razón en cuanto a la naturaleza. Los 30 años de la ausencia masiva del hombre le han sentado muy bien a la flora y fauna de la zona.
A pesar de toda la contaminación, que tanto arboles, como los animales,
peces o pájaros presentan, la vida no hace más que avanzar. En los ríos
y canales hay una gran cantidad de peces, hay una gran cantidad de
ciervos, lobos, y se empieza a hablar que van apareciendo, al entrar
desde Bielorrusia, incluso osos. Los análisis muestran que la carne o la
leche que puedan dar las vacas no son aptos para consumo humano, pero
la naturaleza no para.
Sin embargo, según nos acercamos y vemos la central, nos sigue acompañando la sensación de que aquello sigue siendo a día de hoy más un problema que un lugar de esperanza.
Y es que los trabajos planeados van hasta colocar el nuevo sarcófago
sobre el ya existente, algo previsto para finales de este año o
comienzos del siguiente. A partir de ahí empiezan los problemas por
culpa, según Kolomiets, “de una gestión incorrecta de la zona en los
últimos años”, y añade “la tarea número uno por prioridad es entender
que es lo que hacemos más allá del año 2017”.
Trabajo
no va a faltar. Hay hasta 800 basureros temporales de material
radiactivo por toda la zona, sólo tres de los cuales son definitivos. La
mayoría proviene de la época soviética, cuando se enterraba todo resto
radiactivo en una fosa, nada más. Todo ello hay que desenterrarlo,
clasificarlo y guardar de manera definitiva. Nuestro guía nos enseña
varios de esos lugares, que serían imposibles de encontrar sin un medidor de radiación,
el cual se vuelve loco en ciertos puntos indicando el peligro. Por ello
desmontar la central con el reactor accidentado y todos los basureros
temporales va a ser una tarea, según previsiones expertas, de una
duración de al menos de 60 años a partir de ahora.
La otra cara de la catástrofe son las personas. Los denominados liquidadores de las consecuencias del accidente. Miles de ellos han muerto en los días, semanas o años posteriores a su trabajo en la central y alrededores,
pero cientos de miles siguen vivos. A pesar de su innegable heroísmo en
aquellos días, la actualidad es muy dura para ellos. En Ucrania, de
donde son la mayoría, las pensiones nunca fueron altas, pero con la mala
situación económica actual, han visto sus prestaciones recortadas hasta
niveles por debajo del mínimo necesario para vivir. Algunos han visto
como sus pensiones han pasado de las 4500 grivnas (unos 150 euros,
actualmente equiparable al salario medio en el país), hasta las 1450
grivnas (50€) tras los recortes.
Por ello toda la
desolación y abandono de la actual zona sigue despertando por partes
iguales horror, por lo pasado y la difícil situación actual, e interés,
tanto por la labor titánica que ya se ha llevado, como por las
oportunidades de futuro.
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