sábado, 30 de julio de 2016

La cultura del bien común

La cultura del bien común
 
 
Toca interpelar a quienes nunca han sido tomadas en cuenta.
, investigador y agitador cultural
30/07/16 · 7:24

La gestión y las medidas de las áreas de cultura de los ‘ayuntamientos del cambio’ están repleta de luces y sombras. Aun así, una de las iniciativas más notables que han tenido lugar y que ha gozado de poca atención mediática es, sin duda, la puesta en marcha de diferentes procesos de participación ciudadana ideados para definir programas, políticas y el funcionamiento de equipamientos públicos.
El más completo hasta ahora es el desarrollado en ­Zaragoza, que ha trazado un generoso programa de consultas que ha contribuído a dar forma al Consejo de la Cultura, órgano que recoge las voces y necesidades heterogéneas de agentes y representantes de los distintos sectores culturales.
En Madrid se ha propuesto una serie de laboratorios o lugares de debate y encuentro en los que discutir las políticas culturales de la ciudad. En Barcelona, bajo el marco del Pla de Cultures, se han propuesto una serie de debates públicos en diferentes espacios culturales de la ciudad en los que se ha reflexionado de forma colectiva sobre el uso de equipamientos o la dirección a seguir de instituciones o programas públicos.
Todas estas iniciativas comparten una voluntad de involucrar a la ciudadanía en la toma de decisiones en torno a la cultura y las políticas culturales de las diferentes ciudades, algo que hasta ahora no había pasado de forma tan abierta y transparente.
Si algo tienen en común estos programas es que se enfrentan a una problemática compleja: ya es difícil involucrar en estos procesos a agentes activos en el mundo de la cultura. Entonces, ¿cómo involucrar a personas que no tengan un interés directo en la gestión cultural o que no acudan en representación de un sector específico de la ciudad?
Si aceptamos el nuevo relato, que la cultura no puede ser un recurso en manos de unos pocos sino que hemos de entender la cultura como un bien común, parecería sensato que las decisiones sobre cultura no las tomasen tan sólo los grupos organizados o sujetos que se mueven por un interés personal. Esto abre la pregunta: ¿cómo debatimos sobre cultura sin re-sectorializarla? ¿Se pueden concebir comunidades de afectados de la cultura? ¿Es la cultura un bien común si el grueso de la ciudadanía no la siente como algo propio?
Las diferentes iniciativas lidian con esta problemática, abordándola desde diferentes perspectivas. Hasta ahora muchos de estos encuentros han captado la atención de representantes de lobbies o agentes culturales con interés directo. Es importante recordar que los sectores configuran y reproducen cierto status quo que ha de estar presente y representando, pero también es necesario darle voz a quienes aún no se sienten con derecho a interlocutar. Aquellos a los que las instituciones han obviado de tal manera que no se sienten interpelados. Aquellas comunidades que han gestionado espacios autónomos e independientes y que, hasta ahora, sólo percibían a los ayuntamientos como un ente regulador con el que tenían que lidiar.
Aunque es importante que se produzcan estos espacios de consulta, es igualmente necesario crear los canales y espacios que permitan articular los intereses transversales de los sectores, es decir, aquellos elementos que aglutinan a los agentes existentes, pero también abren la posibilidad de incorporar a otros sujetos y colectivos. Detectar cuáles son los elementos articuladores, transectoriales o estructurales que nos permiten trabajar la cultura común es complicado, pero no por ello deberíamos perder la ambición de hacerlo.
Algunas nociones como ‘precariedad’ han servido para crear cierta sensación de problemática compartida. Es importante buscar estas nociones comunes que produzcan interlocuciones más complejas y diversas. Se puede examinar cuán apropiables y porosas son las instituciones como primer paso a promoverlas como los lugares en los que se practica la cultura común.
Lo realizado es loable y hay que valorarlo, pero sin menguar la ambición de seguir abriendo las instituciones y de trabajar de forma colectiva para hacer de la cultura un bien común.

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