Las heridas del brexit
El resultado del referéndum británico aumenta la incertidumbre económica.
Acto en Londres contra el Brexit. / Garon S
inforelacionada
El clima que instala el Brexit señala los desequilibrios tanto anglosajones como del conjunto de la UE
Puesto que sólo tenía un pie dentro de la UE, necesariamente la salida británica no sería más que una media salida. El Reino Unido tiene por costumbre las idas y venidas y los compromisos a medias. Recordamos la renegociación del cheque británico
bajo Margaret Thatcher en 1983: más de 4.000 millones de euros de
reducción de la contribución inglesa que se repartieron entre los otros
Estados miembro. También la adhesión a la Serpiente Monetaria Europea en
1990, que fracasó bajo la presión de los mercados; la ratificación de
Maastricht en 1992 bajo la reserva de no adoptar el euro, y la firma del
capítulo social del Tratado de Maastricht
y del Tratado de Ámsterdam con Tony Blair, acompañada de cláusulas de
exención y del rechazo a participar en el espacio Schengen; numerosas
excepciones referentes al control de fronteras, sin olvidar el rechazo
británico a firmar el pacto presupuestario de diciembre de 2011, que lo
dispensa de la disciplina presupuestaria de los otros Estados miembro.
Tras su salida de la UE, en el peor de los casos el Reino Unido se unirá a la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC)
junto a Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein. Esto permite a estos
países beneficiarse de la libre circulación de personas y mercancías, de
servicios y capitales en el seno del mercado interior y de ciertas
políticas horizontales (investigación y desarrollo, medio ambiente,
etc.). El Reino Unido podría también negociar acuerdos bilaterales que
le permitan liberalizar todavía más ciertos sectores, como el de la
agricultura. Es decir, no se pasaría del día a la noche en materia de
libre comercio.
En definitiva, si Gran Bretaña formaba parte de la UE quedándose fuera, ahora estará fuera aun estando dentro.
Sin embargo, aunque el Brexit no trae realmente nuevos problemas
económicos, el clima de inestabilidad que instala saca a la luz los desequilibrios estructurales tanto anglosajones como del conjunto de la UE.
Es para esta última para la que las dificultades pueden ser mayores. En
efecto, la única respuesta al Brexit y al aumento del descontento hacia
la UE será profundizar la política de la zona euro puesta en marcha
desde 2010: la reducción de déficits. Para acompañar las palabras con
actos, el Eurogrupo acaba de validar la conclusión de la Comisión
Europea sobre la “falta de medidas eficaces” tomadas por Portugal y
España para restablecer el equilibrio presupuestario. Un trámite que, si
se confirma en la cumbre del Ecofin, que agrupa a los ministros de
Finanzas de los 28 Estados miembro, abrirá el camino, en el mejor de los
casos, a nuevas medidas de austeridad, y en el peor de los casos a sanciones.
En lo que respecta a Italia, la tercera economía de la zona euro,
con su deuda de 2,3 billones de euros, la negativa del Eurogrupo es
total. Los bancos italianos cargan con 360.000 millones de euros de
créditos dudosos y necesitan capitales del orden de los 40.000 millones.
Pero nadie quiere prestar a los bancos italianos.
Según las nuevas reglas de resolución de la unión bancaria, los
prestamistas, accionistas y depositantes deberán contribuir. Pero en
Italia, los prestamistas de los bancos son a menudo particulares.
Además, el Gobierno italiano negocia el derecho a ayudar a los bancos
mediante un apoyo del Estado, algo que está prohibido en la zona euro.
Encrucijada en Reino Unido
En lo que respecta a Gran Bretaña, al nuevo Gobierno se le abren
dos opciones: la de desarrollar la política precedente, esto es, la de
favorecer a la City acentuando su carácter de paraíso fiscal. La
propuesta del ministro de Finanzas dimisionario, George Osborne, iba en
esa dirección, al querer reducir la tasa impositiva de las sociedades al
15% en vez del 20% actual, un lucro cesante para el Estado financiado
por una política de austeridad.
Sin embargo, desde su discurso de investidura, la primera ministra,
Theresa May, hizo saber que iba a romper con esa política de ampliación
de las desigualdades y propone un conjunto de medidas que se parece
bastante a un plan de reactivación para apoyar la actividad económica.
La conservadora Theresa May parece orientarse hacia una política que
tiene en cuenta el voto de electores tradicionalmente ligados a los
laboristas, obreros o antiguos obreros precarizados que han elegido
claramente, y contra la campaña del Laborismo, el campo del Brexit. Esta
elección de apoyo de la actividad económica, opuesta
al empecinamiento continental en una política de austeridad reforzada,
es también un intento de evitar el estallido de Gran Bretaña por una
salida de Escocia y de Irlanda del Reino Unido.
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