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viernes, 5 de agosto de 2016
DOS COMENTARIOS SOBRE "LA DEMOCRACIA Y EL TRIUNFO DEL ESTADO"
DOS COMENTARIOS SOBRE "LA DEMOCRACIA Y EL TRIUNFO DEL ESTADO"
Comentario al libro “Democracia y el triunfo del Estado: Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora” de Félix Rodrigo Mora.
El agente invisible al cual la inmensa mayoría de la población loa se comporta como una deidad griega: sádica, poderosa, pero no obstante viciosa e imperfecta en su singularidad. Se muestra alejada de las realidades cotidianas de los habitantes del mundo y al mismo tiempo como necesaria fuerza generadora de la realidad. Es un poder aceptado por todos que moldea la vida de los individuos de una manera sibilina, inexorable, como si se tratara de una ley física, como si siempre hubiera estado allí. Esa particularidad divina que se le podría atribuir a un dios del panteón griego son las características que definen a esa metaentidad, imperceptible y omnipresente para aquellos que hemos crecido en un entorno donde su poder es absoluto. No tengo especial aprecio al mundo cinematográfico, pero el libro de Félix Rodrigo Mora que se trata en este comentario es lo más similar a la escena de la película Matrix donde Morfeo le dice a Neo de elegir entre la pastilla roja y la pastilla azul. En este caso, la pastilla que muestra la realidad, la pastilla que nos quita la venda de los ojos, es el libro de tapas rojas que me ha acompañado durante largo tiempo a pocos centímetros de donde posa mi cabeza a la hora de dormir. Largo tiempo, porque es un libro denso, y mi nivel de lectura es sinceramente mejorable. Largo tiempo porque es un libro repleto de información, de citas a pie de página que son cada cual una historia paralela. Un buen tiempo porque no quería leerlo por encima, leerlo por leerlo. Quería empaparme, estar atento en la lectura; quise leerlo de una manera de la cual no sintiera que ni una palabra se escapara a mi entendimiento, y como he dicho antes mi entendimiento dista mucho del que yo mismo desearía. “Democracia y el Triunfo del Estado” es, como decía antes, la pastilla de Morfeo que nos muestra la Matrix cruel; esa realidad real, valga la redundancia, que aparece cuando se desvanece el programa informático que nos envuelve de propaganda, mercadotecnia, teoricismo y falsedad institucionalizada. Una situación hegemónica de una o varias metaentidades que todo lo pueden, incluso hasta hacernos pensar que su existencia y seguridad es algo propiamente humano, natural, algo que nunca dejó de existir y que es necesario que nunca deje de existir. Esta metaentidad se comporta como un demonio, el cual puede tomar diferentes nombres, diferentes formas, diferentes estilos, diferentes ubicaciones geográficas, y cuyo propósito es parasitar las conciencias de los seres humanos con el fin de aprovecharse de ellos consiguiendo así su inmortalidad. Pero lejos de ser eterna, inexorable, o imprescindible, esa metaentidad no es más que cualquier elemento metafísico en la mente de cualquier hombre. Es nada. Es idea. Y esa característica inmaterial que le concede todo su poder es precisamente su talón de Aquiles. Si hay que luchar contra una entidad metafísica hay que empezar por desbancarla en su terreno, el de las ideas. Y es ahí donde el autor gracias a un gran esfuerzo, el cual es palpable en la lectura del libro, propone su destrucción, empezando por su desenmascaramiento histórico: no siempre estuvo ahí ni siempre ha sido igual, es mutante. Continuando por su arquitectura ideológica: quienes le dotaron de poder a lo largo de los siglos a nivel intelectual, y como le ha interesado a esta metaentidad favorecer a aquellos que la alimentaban con poderes ideológicos. En el siguiente apartado el autor nos muestra como a través de cambios sociales la metaentidad consigue engrandecerse como poder institucional miniaturizando los poderes que le pueden hacer sombra, es decir, aquellos que no se rigen por los códigos de valores de la metaentidad. El quinto apartado es una radiografía extensa y detallada del entramado humano del cual se sirve la metaentidad para ejercer su poder, dicho apartado es ciertamente un libro por sí mismo. Y el sexto y último apartado son reflexiones de cómo combatir de manera individual y colectiva a la metaentidad. De la cual yo extraigo de manera personal que la lucha debe de realizarse en el área de las ideas, de la filosofía práctica, en una forma diferente de entender la vida en comunidad en el planeta de manera integral, de un cambio de cosmovisión tal que invalide la axiología de la metaentidad para revertir sus peores efectos: la destrucción de lo humano como tal y la creación de una realidad terrenal donde el poder absoluto de la metaentidad domine las conciencias y voluntades de toda persona que nazca en el planeta. Si vemos la vida como una batalla invencible, continua y eterna, interna y externa, podemos prescindir de la metaentidad que habita en nuestros más bajos instintos para extenderse y apoderarse de todo y todos.
A.Z.Gas
SOBRE “EL LIBRO DE LAS TAPAS ROJAS”
Así es como A.Z. Gas, en el comentario que puede leerse al lado de estas líneas, se refiere a “La democracia y el triunfo del Estado. Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora”, 637 páginas en su tercera y hasta ahora última edición, del que soy autor.
A.Z. y yo hemos desarrollado un diálogo a larga distancia sobre este libro. Según ha ido avanzando en su lectura me ha ido enviando comentarios, y me ha ido formulando algunas cuestiones. A.Z. y yo no nos conocemos personalmente por el momento pero este libro, que es probablemente el más denso (y, desde luego, el más largo) de los que he ido publicando, nos ha unido. Por lo pronto, nos ha hecho amigos sin habernos visto nunca, lo que es un logro magnífico.
Sí. La gestación de la obra fue larga: 17 años. En él trabajé casi sin descansar todo ese tiempo. Ello tuvo un componte trágico: pasaban los años, los niños nacían y se hacían adolescentes, las personas adultas envejecían y algunas morían, todo cambiaba en torno a mí, pero yo seguía con la redacción, imperturbable y al mismo tiempo estupefacto, e incluso un poco desolado.
Quería establecer las bases reflexivas de una transformación integral de la vida colectiva y del individuo, tomando como fundamento mi experiencia vital y la parte positiva de la cultura occidental, que es la mía, hoy odiada a muerte por el capitalismo de Occidente. ¿Lo he conseguido? Diría, seis años después de su publicación, que he hecho alguna contribución en esa dirección.
En primer lugar, ambicionaba poner en claro y en orden mis ideas. Deseaba romper dentro de mí con ese batiburrillo de formulaciones equivocadas, emociones descarriadas y prácticas perniciosas que forman el meollo de lo que se conoce como “compromiso social”. O dicho de otro modo, quería escapar del falso radicalismo al uso. Sabía, por larga experiencia, que éste no sólo no logra nada que merezca la pena sino que, además, daña y destruye a las personas que, por lo general con la mejor buena fe, se dejan persuadir por él y lo interiorizan como guía para su actuar.
También quería distanciarme de ese reformismo colaboracionista y miope que no desea otra cosa que modificaciones insignificantes, dirigidas a lograr una vida “mejor” bajo el actual sistema, el cual jamás se plantea los grandes problemas de la existencia social, del sujeto y de la condición humana. Mi idea directriz ha sido siempre la revolución, una revolución total, aunque incluso hoy me resulte difícil establecer sus contenidos, vías y naturaleza, si bien estoy avanzando mucho en esto. Porque no deseo vivir mejor en el presente orden, que es de pesadilla, sino contribuir a construir un mundo nuevo y un ser humano nuevo.
Lo que A.Z. denomina “metaentidad” es estudiada en el libro en su proceso de formación, que ha ido de menos a más, hasta llegar hoy a ser un poder espeluznante que moldea no sólo nuestras vidas sino nuestras ideas, emociones y pasiones, es decir, lo más íntimo de la persona. La situación es tan grave que el ente estatal actual ha devorado a la sociedad, hasta el punto de que ésta apenas existe por sí, del mismo modo que ha engullido a la persona. Vivimos en las entrañas del monstruo y ahí llevamos una no-existencia. No somos, precisamente para que la “metaentidad” sea. Por eso el primer acto de resistencia es reivindicar y practicar la libertad de conciencia, la autonomía en el acto del pensar, sentir y querer.
El capítulo III del libro es filosófico, y suele ser el más dificultoso. Se pone en solfa el modo teorético, supuestamente “crítico”, de “pensar”/no-pensar, para preconizar un saber experiencial, ateórico, extraído de la práctica, de la sabiduría popular y de la interacción con los iguales. Esto es continuista con el panegírico de la libertad de conciencia previamente realizado, pues donde operan teorías, doctrinas, fes y teoricismos no hay libertad de conciencia, vale decir, no hay libertad y, por tanto, no hay persona.
El apartado IV desmenuza lo paradójico y antinómico del vocablo “revolución”. Es éste mi concepto favorito, en tanto que actividad práctica que cambia lo que es, y lo cambia radicalmente, no sólo lo externo al sujeto sino también lo interno, la conciencia del individuo por libre elección. Pasa revista a la tanda de revoluciones perniciosas, o anti-revoluciones, que ha padecido la humanidad en los últimos siglos, desde la revolución francesa (hoy perentoriamente olvidada y muy pronto ruidosamente vituperada) a las del siglo XX, la rusa, la china, las “antiimperialistas”, etc. Culmina demandando una verdadera revolución frente a toda esa morralla hórrida. Niega que nos tengamos que resignar a lo que es, sólo porque los intentos de transformación hayan fracasado. Es, a fin de cuentas, una exhortación a reinventar la revolución.
El capítulo V se titula “Del Estado y de la estatolatría”: hay que leerlo, no puedo resumirlo. Por lo que he entendido, a A.Z le resulta inspirador, central, decisivo. El VI es un cajón de sastre en que hay de todo pero del cual extraigo la categoría de virtud personal, porque cuando todo falla queda el individuo, el sujeto, la persona. Mientras haya personas de virtud, en tanto que excelencia natural, habrá esperanza. Yo confío en las personas y mucho menos en las organizaciones, incuso cuando su función es positiva. Atendamos a la persona y lograremos perspectivas, optimismo, confianza, alegría.
Pero nuestra sociedad no valora ni aprecia a la persona, para ella está en lo “colectivo”: instituciones, empresas, entidades, organizaciones, partidos, equipos, asambleas, etc. No, no, no: basta de “metaentidades”. Creo en la persona, en las personas concretas que me acompañan en la aventura del vivir. Creo en A.Z. y creo en mí, y también creo en ti, lectora o lector, y estoy seguro que cuando las personas tomen conciencia de lo que son, de su valía y capacidades, de sus enormes potencialidades, haremos la revolución.
Nuestra lucha es la de los individuos reales contra la “metaentidad”.
Acabo ya. Gracias A.Z., por haberme obligado a pensar en mi libro mayor, al que tenía algo olvidado. Cuando nos conozcamos te convidaré a un vino, o a una cerveza. Qué menos.
Félix R. Mora
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