Curaçao y la independencia sudamericana
La
hermosa isla de Curaçao se encuentra localizada en una posición
estratégica del Mar Caribe. A escasos 80 kilómetros de la salida del
Golfo de Maracaibo, en Venezuela, forma junto con Aruba y Bonaire la
tríada de islas que el Reino de Holanda retiene en una condición
neocolonial en el Caribe meridional. Aparte de estas Holanda tiene otras
posesiones (las Antillas Neerlandesas) más
alejadas de esa zona y entre las cuales sobresale la isla de Saint
Marteens. Como puede observarse en cualquier mapa, Aruba se encuentra
todavía más cerca de la desembocadura del lago de Maracaibo, la puerta
de salida de las exportaciones del crudo procedente de los viejos campos
petroleros venezolanos. Los nuevos, ubicados en el Oriente de ese país,
en la Faja del Orinoco, son más lejanos, pero en todo caso la ruta de
los buques cisterna conteniendo el crudo que se exporta hacia los
mercados asiáticos, así como el norteamericano, deben recorrer la costa
venezolana para penetrar en el Mar Caribe buscando sea la salida hacia
el Pacífico, vía el Canal de Panamá, sea la ruta hacia el norte para
arribar a Houston. Bajo cualquiera de estas dos alternativas, esos
navíos transitan bajo la atenta vigilancia de las bases que Estados
Unidos tienen en todo el Mar Caribe (por lo menos cuarenta, aunque se
sospecha que hay algunas más), y muy especialmente en Aruba y Curaçao,
las más próximas a la tierra de Bolívar y Chávez. Estas instalaciones
militares, que los norteamericanos no quieren que se las llame “bases”
sino que usan el neologismo de “FOLs” (por “forward operating
locations”) para abandonar el término “base” tan desprestigiado por los
crímenes y vejámenes que sus tropas hicieron en todo el mundo, no sólo
en los países de la periferia sino también en Japón están allí por algo,
sobre todo las que vigilan muy de cerca los movimientos del país con
las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, Venezuela.
La
base que Estados Unidos tiene en Curaçao tuvo un protagonismo
excepcional en la incursión aérea que el ejército colombiano junto a
tropas de Estados Unidos realizaron el 1º de Marzo del 2008 en la región
de Sucumbíos, Ecuador, y que resultara en la muerte del “Canciller” de
las FARC, Raúl Reyes, y dieciséis guerrilleros más. Fue de la base Hato,
a pocos kilómetros del Aeropuerto Internacional de Curaçao, de donde
partió el avión que lanzó las bombas que abrieron paso a la operación
luego completada por las fuerzas colombianas. Esta escandalosa
información se filtró a la prensa holandesa al día siguiente de
conducida la operación, y hay registros exactos de la ruta seguida por
el avión yankee para cumplir su criminal misión. Pero esa noticia fue
inmediatamente silenciada y nunca más se habló de ella. La oligarquía
mediática es dócil sierva de los poderes imperiales y blindó totalmente
la noticia. Pero lo cierto es que esa base, como todas las que tiene el
imperio (unas mil alrededor de todo el mundo, según el especialista
norteamericano Chalmers Johnson) pueden ser “células terroristas
dormidas” pero aunque parezcan sumidas en la pasividad, o dedicadas a
“labores humanitarias”, a “investigaciones científicas” o a combatir al
narcotráfico (cuando lo que hacen es organizarlo y canalizarlo) pueden
pasar rápidamente a la acción y llevar a cabo acciones mortales como las
que perpetraran en Ecuador.
Curaçao
es una isla que tuvo un papel muy importante en la lucha por la
independencia de las naciones sudamericanas a comienzos del siglo
diecinueve. Simón Bolívar llegó a Curaçao el 1º de Septiembre de 1812 y
permaneció largos meses en esa isla, para luego pasar a Jamaica. En su
estancia reclutó para su lucha a dos ilustres curazaleños: uno de ellos
un brillante marino llamado Luis Brión, quien derrotaría a los españoles
en la crucial Batalla Naval de Los Frailes el 2 de Mayo de 1816 y
quien, por esa razón, fuera designado por el Libertador como Almirante
de la armada venezolana, el primero en la historia de esa institución
naval; y el otro fue Manuel Piar, ascendido a General en Jefe del
ejército de Bolívar por haber disputado 24 batallas y haberlas ganado
todas. Los dos lucharon codo a codo con el Libertador y adoptaron la
ciudadanía venezolana. Los dos son símbolos venerables de la gran
contribución de Curaçao a la independencia sudamericana.
Por
muchas razones –históricas, de cercanía geográfica, de orden cultural y
económico- la vinculación entre Curaçao y Venezuela es muy estrecha.
Por parte de su padre el actual presidente de la República Bolivariana
tiene ancestros en la isla, y el apellido Maduro es común en esa isla.
Esa misma vinculación es la que el imperio quiero controlar en provecho
propio, de ahí la estratégica importancia de esa base, y la de Aruba,
porque mediante ellas se puede ejercer un decisivo monitoreo de todas
las rutas comerciales que pasan por el Caribe meridional en dirección
hacia el Canal de Panamá. Si Estados Unidos decidiera escalar el
conflicto con la República Bolivariana esas dos islas, pertenecientes al
Reino de Holanda, serían insuperables plataformas de control y
agresión.
Los
patriotas curazaleños ambicionan la independencia de esta pequeña isla
de 444 kilómetros cuadrados y de poco más de 150.000 habitantes. El 10
de Octubre del 2010 La Haya finalmente le concedió una cierta autonomía
(más formal que real) y Curaçao se convirtió en un “país autónomo dentro
del Reino de Holanda”, autonomía que según los propios curazaleños es
apenas una fachada que mal llega a disimular la condición neocolonial de
la isla. Ninguna ley aprobada por el Parlamento (de 21 miembros) de
Curaçao entra en efecto hasta que no reciba el visto bueno de la
metrópolis, y la elección del Primer Ministro requiere asimismo la
aprobación de La Haya. De todos modos es un pueblo que ha mantenido su
identidad, su lengua (el papiamento), su cultura, su gastronomía, su
música y su hermandad con la comunidad de pueblos del Caribe. Esa
tradición fue la que los llevó a organizar el reciente curso de invierno
y a promover la creación del LACIGS, el Instituto de América Latina y
el Caribe de Estudios Geopolíticos. De las intensas deliberaciones que
tuvieron lugar la semana pasada surgió con fuerza la preocupación de que
una región -América Latina y el Caribe- declaradamente orgullosa de ser
una “zona de paz” (en realidad, la única en el mundo habida las guerras
en curso en Europa, Medio Oriente, Asia Meridional y África) pueda,
ante los “acontecimientos en pleno desarrollo” como diría Walter
Martínez, hacer que esas formidables bases norteamericanas que pululan
como hambrientos tiburones en toda esa maravillosa geografía del Gran
Caribe pasen a la acción dejando una estela de muerte y destrucción a su
paso. Por eso es imperativo que, tal como se hiciera en relación al
ALCA, se organice una campaña continental exigiendo el retiro de todas
las bases militares extranjeras (en su abrumadora mayoría
norteamericanas) instaladas en la región. Es que el imperio es
consciente de que su declinación ha comenzado y que la misma es
irreversible; a la luz de esta perspectiva esta tercera frontera
imperial que es el Gran Caribe, para usar la expresión de don Juan
Bosch, es tanto o más importante que la que divide México de Estados
Unidos y no habrá que ahorrar esfuerzos para impedir que Washington se
arroje con saña contra ella. Decisivo será entonces promover el
acercamiento y la integración entre América Latina y el fascinante y
exuberante mundo del Caribe: el anglófono, el hispanoparlante, el
francófono, el holandés y las más pequeñas islas que aún conservan sus
lenguas originarias. Esa fue una de las más brillantes iniciativas del
Comandante Hugo Chávez, sabedor como pocos que la unión de los países
latinoamericanos y caribeños sería la única garantía para resistir las
exacciones y tropelías del imperio, no importa el color de la piel o el
género del ocupante de la Casa Blanca, o sus intenciones. Donald Trump
ha sido erigido como nuevo emperador, y hará lo que sea necesario para
detener, o al menos dilatar, la irremediable decadencia del imperio.
Nada podemos esperar de él, como tampoco nada podíamos esperar de
Hillary Clinton. Nuestra emancipación, nuestra independencia dependerá
de nosotros -decía Chávez con razón- y no de lo que ellos, los
imperialistas, quieran hacer. Curaçao será, como supo serlo hace dos
siglos atrás, un actor estratégico en esa batalla por nuestra Segunda y
Definitiva Independencia. Y ayer como hoy debemos darle las gracias por
su patriotismo caribeño y latinoamericanista y, sobre todo, no dejarla
sola en caso de que Estados Unidos decida apoderarse de ella para, desde
allí, atacar a la República Bolivariana de Venezuela.
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