domingo, 15 de enero de 2017

Nuevamente sobre las lacras del idealismo histórico en Euskadi


Nuevamente sobre las lacras del idealismo histórico en Euskadi


Juan Manuel Olarieta

Tras haber expuesto una crítica a lo que considero como una defensa del idealismo histórico por su parte, J.González redacta un segundo artículo al que voy a contestar ahora en primera persona a fin de dejar más claro mi propio alineamiento en los puntos que aborda.

La opresión nacional es un fenómeno especialmente complejo por muchas razones pero, sobre todo, porque difiere bastante en cada nación oprimida y, por lo tanto, involucra aspectos históricos, lingüísticos y culturales que, además, se padecen con una tremenda carga emocional, lo cual conduce a un verdadero campo minado.

No obstante, como cualquier fenómeno complejo se puede y se debe resumir, lo mismo que se debe tener cuenta la propia simplificación de algo sobre lo que se ha discutido y se puede discutir hasta la saciedad.

Si a ello le añadimos la complejidad de las palabras con las que se pretende describir esa opresión, es dífícil desactivar ese campo de minas, sobre todo cuando no se introducen para aclararse sino para sembrar aún más confusión de la que ya existe.

No me voy a pelear, pues, con las palabras más de lo necesario, pero tampoco voy a hacer seguidismo de nadie. Sólo quiero aclarar que yo persolamente procuro no hablar nunca de “Estado español” sino de “España” y tampoco utilizo “Euskal Herria” sino “Euskadi” que entiendo como un concepto político para designar a una nación oprimida repartida en dos Estados, el francés y el español.

Por lo tanto, no considero que España sea una “entelequia” ni un “invento”, como asegura González, sino un Estado multinacional. Creo que todas las naciones, dentro y fuera de España, tienen derecho a existir, es decir, a ser reconocidas como tales por los demás, empezando por los que las oprimen. Creo, además, que sólo ellas tienen derecho a decidir si quieren seguir unidas a otras voluntariamente o separarse. Finalmente, también creo que todas las naciones tienen los mismos derechos, o sea, que son iguales.

Ahí no hay ningún “factor subjetivo”, por lo que el hecho de que Euskadi sea una nación no depende de cómo se sienta nadie, ni los vascos ni los españoles, tanto si son muchos como si son pocos los que se sienten de una u otra manera, entre otras cosas porque me parece un planteamiento infame introducido por los fascistas.

Creo que es importante tener eso en cuenta por las continuas alusiones de González a lo que él llama “conciencia”, a la que vuelve a dar una interpretación subjetiva y, por lo tanto, idealista. Con este tipo de asuntos ocurre lo mismo que con esos colectivos empeñados en poner en primer plano a lo que llaman “conciencia” vinculándola a cada uno de los trabajadores individualmente. Pues bien, para un marxista, dogmático o no, la adscripción de clase, el ser obrero o burgués, no depende de ningún tipo de conciencia sino que es una condición absolutamente objetiva. Del mismo modo, el ser vasco es otra condición, a la que en cada caso individual puede ir añadida la conciencia subjetiva de serlo o de ser otra cosa distinta.

El error que se comete aludiendo a Euskadi como un “marco autónomo de lucha de clases” no se salva en absoluto traladando la pelota al otro tejado: ¿es España un marco autónomo de lucha de clases?, entre otras razones porque es una pregunta que está resuelta desde el origen del movimiento obrero mismo, entre otros por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, que acaba con la consigna de que los proletarios de todo el mundo deben permanecer unidos y de que la lucha de clases “primeramente” es “por su forma” una lucha “nacional” de manera tal que “el proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía”.

Es algo que desde entonces ha sido explicado una y mil veces por los marxistas, por lo que doy al lector por familiarizado con ello y creo que de esa manera contesto a lo que González pregunta: el marco de la lucha de clases no es Euskadi, ni tampoco España porque la lucha del proletariado, por su contenido, es internacional.

Cuando hablan de “marco autónomo”, esos grupos y colectivos vascos, a los que González califica de “leninistas”, plantean mal dos asuntos diferentes, ambos capitales. El primero es un penoso y escolástico debate que se expone siempre colgado de una nube de ensoñaciones, al más puro estilo idealista. Se trata de los dos aspectos de la lucha de clases en Euskadi, la lucha por el socialismo y la lucha por la independencia, donde las combinaciones posibles se han repetido en muchas discusiones:

a) primero conquistamos la independencia y luego ya construiremos el socialismo
b) queremos ambas cosas a la vez y somos tan revolucionarios que si no hay socialismo tampoco queremos la independencia
c) primero hacemos la revolución socialista (en España) y luego concedemos la autodeterminación a Euskadi

A mi modo de ver los tres planteamientos me parecen otras tantas abstracciones, sobre todo el segundo de ellos. No expresan más que los buenos deseos de cada cual para que la historia tome un derrotero u otro. Ninguno de ellos tiene en cuenta suficientemente las condiciones políticas e históricas, nacionales e internacionales, en que esos acontecimientos se pueden producir.

El segundo aspecto al que se quieren referir los que hablan de “marco autónomo de lucha de clases” es la forma organizativa del movimiento revolucionario en Euskadi, donde también las combinaciones posibles se han repetido muchas veces:

a) los abertzales crean organizaciones que ellos creen de alcance nacional, cuando en realidad se circunscriben a una parte de Euskadi
b) los españolistas crean organizaciones de ámbito estatal que mantienen sucursales en Euskadi

En este punto digo lo mismo que en el anterior, pero, por concretar un poco más, dado que esos planteamientos se metamorfosean, en el caso de los “leninistas” vascos, en la necesidad de crear una vanguardia o un partido comunista sólo en Euskadi, quiero añadir que -sin ningún género de dudas- tal partido llegará, pero por vías que esos “leninistas” ni siquiera son capaces de sospechar; más bien llegará por las vías contrarias y por motivos que no tienen nada que ver con un “marco autónomo” que no existe por más partidos vascos que se fabriquen.

Como poco, me parece oportunista que los otros “leninistas”, los españoles y franceses, se declaren “solidarios” con la lucha de liberación nacional de Euskadi porque -en mi oponión- lo que deberían hacer es asumirla como cosa propia, que es algo bien distinto de lo anterior. Esto no lo digo sólo por aquella frase tan famosa y tan cierta de Engels de que “un pueblo que oprime a otros no puede ser libre”, sino por una cuestión de clase, a saber, porque la lucha de liberación nacional, como cualquier otra lucha contra la opresión, debe dirigirla la clase obrera, que es algo muy diferente de la solidaridad.

Al menos yo entiendo así el leninismo, lo que enlaza directamente con eso que González llama una y otra vez “conciencia” y “factor subjetivo” y que es tan viejo como el “Manifiesto Comunista”, donde Marx y Engels ya dijeron que la “organización del proletariado como clase” no es más que el partido comunista o, en otras palabras, la vanguardia dirigente, el verdadero componente decisivo de cualquier lucha, incluida la que se dirige contra la opresión nacional. Sin embargo, en su escrito González alude a cualquier cosa menos a ello. Repite una y otra vez la palabra “conciencia”, “sujeto revolucionario”, “pueblo concienciado” que, en efecto, no son otra cosa que idealismo y, lo que es peor, conducen al fracaso inevitablemente.

Es un tópico tratar de apañar ambos aspectos con frases, tales como “el íntimo vínculo de lo objetivo con lo subjetivo”, que es más de lo mismo: se repite en boca de todos, pero no va más allá. Siempe queda muy bien en cualquier artículo, cuando en la práctica está ocurriendo todo lo contrario.

En cualquier batalla, los errores son muy importantes, naturalmente, y es inevitable cometerlos. Sin embargo, lo peor es cuando no se corrijen y se convierten así en verdaderas lacras, que se van arrastrando durante décadas. El desastre llega cuando, además, alguien pretende hacer pasar tales errores como si fueran grandes aciertos. También es una forma de idealismo, esa concepción fantástica de la historia que se alimenta de sí misma, de sus mitos y sus leyendas. Sólo ve aciertos por todas partes, confunde los aciertos con los errores y se enfada cuando alguien le critica sus errores. El idealista cree que las críticas son ataques. No se da cuenta de que si le criticas es para que logre los objetivos que se ha propuesto.

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