domingo, 18 de febrero de 2018

Bajo la sombra de la guerra



El pasado viernes se inauguraron en Corea del Sur los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018 bajo el tema oficial de la “paz”. La ceremonia de apertura incluía una coreografía que representaba una paloma con luz de velas y una versión del “Imagine” de John Lennon. Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), declaró que querían “transmitir al mundo un poderoso mensaje de paz”.
Bach apuntó, aparentemente sin ser consciente de la ironía, que los Juegos de 2016 habían proporcionado “un mensaje de esperanza” a los refugiados, en un año que terminó con más de 5.000 ahogados al intentar cruzar el Mediterráneo, y muchos más posteriormente.
El mensaje (u)tópico de este año no debería ser tomado más en serio. La realidad es que los JJ.OO. no se habían desarrollado bajo una amenaza de guerra tan inmediata desde los celebrados en 1936 en la Alemania de Hitler. La sombra que eclipsa el acontecimiento deportivo de Corea del Sur es la posibilidad real de que Estados Unidos lance un “ataque sangriento” sobre instalaciones militares norcoreanas inmediatamente después de los Juegos, lo que podría desencadenar un conflicto nuclear y provocar la muerte de cientos de miles de personas en la península de Corea, cuando no de millones.
La Administración Trump ha insistido en que no dará tregua hasta que Pyongyang se someta incondicionalmente a las demandas estadounidenses y ponga fin a su programa de armas nucleares. De lo contrario tendrá que enfrentarse a la acción militar. La decisión de ambas Coreas de competir en el mismo equipo olímpico –celebrada por millones de personas en la región con la esperanza de que fuera una señal de la reducción de las tensiones– fue recibida con hostilidad no disimulada por la Administración Trump.
Este desprecio quedó personificado en la postura arrogante del vicepresidente Mike Pence durante la ceremonia de inauguración, cuando permaneció sentado y con cara de póker mientras la delegación conjunta coreana hacía su entrada en el estadio y todo el mundo se ponía en pie con una gran ovación. El vicepresidente estadounidense no dejó lugar a dudas de que para Washington, Corea del Sur, ocupada por unos 35.000 soldados de EE.UU., es una medio-colonia que debería mantenerse en su sitio.
La asistencia de Pence a los Juegos Olímpicos se convirtió en una gira de preparación para la guerra que incluyó la visita a la instalación de sistemas de misiles balísticos en Alaska y reuniones con los líderes de los países aliados, Japón y Corea del Sur. En unas declaraciones de la pasada semana en Tokio, Pence afirmó que “no permitiremos que Corea del Norte oculte tras la bandera olímpica la realidad de que esclaviza a sus ciudadanos y es una amenaza para toda la región”.
Esto lo afirma el representante de un gobierno que entre 1950 y 1953 libró una guerra que causó la muerte de más de tres millones de coreanos y que ahora está realizando un rearme masivo en la región, que incluye el despliegue de bombarderos B-2 con capacidad nuclear en Guam, en preparación de la guerra.
Contraviniendo su supuesto “ideal internacional”, las Olimpiadas siempre han sido un escenario para la promoción virulenta del nacionalismo y los intereses geopolíticos de las principales potencias mundiales, desde los intentos de Hitler de utilizar los Juegos como una demostración de la supremacía aria hasta la determinación de EE.UU. por demostrar su supremacía sobre la Unión Soviética a lo largo de la Guerra Fría.
Estas Olimpiadas, como todas las que las han precedido, están dominadas por las expresiones más extremas del nacionalismo y del chovinismo, especialmente de Estados Unidos, resumidas en el canto beligerante “¡USA, USA!”. Se podría pensar que un país con el tamaño, la riqueza y el poderío militar de Estados Unidos no tendría necesidad de echar constantemente mano del autobombo, propio de un carácter patriotero y ultranacionalista. Esto solo puede explicarse por la crisis que corroe al capitalismo estadounidense y los nuevos desafíos a los que se enfrenta Washington en su lucha por la hegemonía global.
Además del incremento de la presencia militar estadounidense contra Corea del Norte, los Juegos de Invierno de 2018 han estado dominados por decisión del COI, bajo presión de EE.UU., de prohibir la participación de Rusia. Las alegaciones de dopaje sistemático que se han hecho contra dicho país se basan sobre todo en el testimonio de Grigory Rodchenkov, que dirigió el laboratorio ruso contra el dopaje antes de trasladarse bajo la custodia del gobierno de EE.UU. en 2016.
Los 168 atletas rusos que participan en estos Juegos deben someterse a molestas pruebas adicionales antidopaje, las banderas rusas han sido prohibidas en todas las ceremonias y, en la entrega de medallas, los atletas rusos escuchan el himno olímpico en lugar del suyo propio. El COI anunció este mes que los deportistas y entrenadores rusos a quienes se había anulado su prohibición vitalicia de participar no serían invitados de todas formas. En 2016, se prohibió a los deportistas rusos de los equipos de campo y de pista de los Juegos Paraolímpicos participar en las Olimpiadas de Río.
Estas medidas están claramente destinadas a presentar a Rusia como un Estado paria. La hipocresía del supuesto escándalo sobre el presunto dopaje ruso queda de manifiesto por las revelaciones del abuso sexual sistemático sufrido por atletas estadounidenses por parte del médico responsable del equipo de gimnasia, Larry Nassar. Los medios de comunicación de aquel país han informado durante meses de todo tipo de abusos, sistemáticamente encubiertos por las autoridades del Comité Olímpico de Estados Unidos, que conocían el escándalo un año antes de que saliera a la luz y no lo denunciaron.
Los mismos gobiernos y medios de comunicación occidentales que apoyaban sin ambages la prohibición a Rusia no han propuesto excluir la bandera de las barras y estrellas o el himno nacional de EE.UU. de las Olimpiadas surcoreanas, aunque el abuso sexual a las atletas estadounidenses sea mucho más grave que cualquier violación cometida mediante el presunto dopaje de sus homónimos rusos.
Estas diferencias solo ponen de manifiesto que la penalización de los deportistas rusos no se hace en pro de la supuesta integridad del deporte olímpico –empañado desde hace tiempo por escándalos de corrupción, patrioterismo y dinero empresarial–, sino que forma parte de una feroz campaña de demonización de Rusia,l destinada a preparar a la población para la guerra.
A pesar de las alabanzas oficiales a la paz de los actuales Juegos Olímpicos, las principales potencias capitalistas del mundo están respondiendo con su propio rearme ante el anuncio contenido en el último documento de la Estrategia de Defensa Nacional de EE.UU., de que EE.UU. está preparando un conflicto de “máxima potencia” con “estados revisionistas”, principalmente Rusia y China. La semana pasada, Francia, Alemania, España y Estados Unidos han anunciado importantes aumentos del gasto militar.
Como en todos los Juegos Olímpicos, los intereses geopolíticos y empresariales reaccionarios que se ocultan tras los Juegos de Invierno 2018 contrastan con el extraordinario progreso físico, el inmenso talento y el carácter auténticamente cordial de los diferentes atletas que allí compiten. Ellos no tienen la culpa de verse obligados a actuar bajo el peso aplastante del militarismo, el patrioterismo y la mercantilización que impregnan los JJ.OO.
Las grandes corporaciones que han aterrizado en Corea se embolsarán estos días decenas de millones de dólares. Entre ellas están los patrocinadores olímpicos oficiales, Coca Cola, General Electric, Dow e Intel. Las cadenas televisivas recaudarán cientos de millones en ingresos por publicidad.
Para un puñado de los atletas que compiten, la victoria supondrá millones de dólares en derechos de imagen para la publicidad, mientras que quienes no consigan entrar en el pequeño círculo de ganadores regresarán a casa para volver a enfrentarse a los problemas sociales que acosan a la población en general.
Como dice el personaje que interpreta a la patinadora olímpica marcada por el escándalo, Tonya Harding, en la película recien estrenada, Yo, Tonya: “Cuando quedas cuarta en las olimpiadas no te ofrecen contratos de publicidad. Te ofrecen un turno de madrugada en “Spud City”*.
Nota del traductor:
* “Spud City” es un restaurante de comida rápida en el que solía trabajar Tonya Harding al tiempo que entrenaba en patinaje”.
Fuente : https://www.wsws.org/en/articles/2018/02/13/pers-f13.html
La presente traducción se puede reproducir libremente siempre que se nombre a su autor, su traductor y a Rebelión como fuente de la misma 

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