viernes, 29 de junio de 2018

El otro tigre



El líder moral y candidato presidencial de MORENA, nos informa que, de repetirse el fraude durante las elecciones de este año, se soltaría el “tigre”. Pero qué hay del tigre que anda suelto desde el fraude auspiciado por Porfirio Díaz y que se ha recrudecido en los últimos diez años. Un tigre de ferocidad ejemplar que difícilmente será superado, pues, aunque los niveles actuales de violencia nos coloquen como el segundo país más peligroso del mundo, aún no hemos alcanzado los niveles de la década de los treinta. El último siglo fue un periodo violencia constante, que apenas tuvo una pausa considerable durante el periodo comprendido por los años transcurridos de 1997 a 2007, pero que se reactivó de inmediato, produciendo el escenario que ahora sufrimos.
La violencia en el México pos-revolucionario se ha expresado de maneras distintas y sus manifestaciones han sido una cruel metáfora de la transformación política. Primero se dio la lucha entre los caudillos revolucionarios, por el control del estado, entre magnicidios y brotes insurgentes que trataban de imponer intereses particulares. Con el tiempo el poder se fue centralizando y los acuerdos cupulares, condujeron hacía la eliminación de los grupos minoritarios. Durante décadas el estado se dedicó a eliminar a sus enemigos de la forma más cínica y brutal; aplastando sindicatos, huelgas, movimientos estudiantiles y pro derechos humanos por igual.
Un quiebre histórico es marcado por el terremoto de 1985, el cual activa los movimientos gestados durante la década de los sesentas y los encausa hacia la candidatura presidencial de Cuauhtemoc Cárdenas en 1988. Carlos Salinas de Gortari gana la elección, en lo que hoy se reconoce como un fraude, que mantiene al partido heredero de la revolución en el poder, pero lo debilita a nivel representativo. La consecuencia es una crisis que se manifiesta en el más puro estilo caudillista, con el asesinato de Luís Donaldo Colosio, candidato delfín de Salinas. El vacío es ocupado por Ernesto Zedillo, una especie de mediador entre los intereses financieros (nacionales e internacionales) y las élites políticas agrupadas en torno al PRI. Bajo su gobierno se da la apertura a la transición democrática que dejara al PRD ganar la elección de la capital y al PAN la del gobierno federal, trayendo consigo un periodo de aparente recomposición nacional y relativa calma, que se refleja en los niveles de violencia.
Mientras tanto, excluido de la conformación del PRIAN, un PRI debilitado trabajaba en su reagrupación, sumando líderes y cabecillas a quienes no benefició la nueva conformación del estado nacional. En medio de esta dinámica, muchos grupos de élite, encargados de la represión y el trabajo sucio de las décadas anteriores, se independizan, formando organizaciones criminales, como los Zetas y el cártel de Atlacomulco. La capacidad de supervivencia de la casta revolucionaria, de sus múltiples vertientes y ramificaciones, mezclados en la sociedad y en la historia de nuestro país, se asemeja a los ejércitos invisibles del estado islámico, con la diferencia de que, en México, su principal resguardo está entre los grupos policiacos-militares. La guerra contra el narco, declarada por el presidente felipe Calderón, no es sino un esfuerzo por contener estas fuerzas, que amenazan su, ya de por si, endeble liderazgo y legitimidad. Se trata de una guerra perdida porque sus objetivos son claramente políticos y no logran contener a su adversario, como bien lo comprueba el regreso del PRI a los pinos, con Enrique Peña Nieto. Esta derrota desembocará en un pacto entre el viejo PRIAN y el nuevo PRIAN, un verdadero monstruo de Frankestein.
Sin embargo la “Pax Romana”, pactada entre Calderón y Peña Nieto, fue un fracaso, porque la fragmentación de los viejos poderes había alcanzado una magnitud que no podía ser abarcada, ni asimilada siquiera, por los nuevos actores. El viejo tigre se les fue de las manos, junto con la autoridad, el respeto y la legitimidad, necesarias para ejercer el orden y la gobernanza; es necesaria una nueva apertura democrática, que les deje espacio de continuidad y lo que sea que les reste de poder. El pacto de amplia inclusión con MORENA, pretende dejar pasar una lucha largamente buscada por el pueblo mexicano, al mismo tiempo que conserva, dentro de sus posiciones políticas y mandos estratégicos, a los representantes del modelo actual, como una salida desesperada, no sólo de su inevitable derrota, sino del caos en el que han hundido al país.
Como un destino trágico, los viejos monstruos del autoritarismo y la violencia, se revelan ahora contra sus creadores, provocando el periodo electoral con más candidatos asesinados, donde los más afectados son las coaliciones comandadas por PRI y PAN, aunque también los aliados de MORENA han sufrido sus bajas. Al parecer el equipo de AMLO tampoco está abarcando a todos los clientes de la transición, a pesar de la gran variedad de intereses admitidos hasta ahora. Las balas dejan un mensaje muy claro para los nuevos representantes del poder. Esta violencia mella la capacidad de los aparatos de representación popular, pues refuerza la idea de que todo se consigue por la fuerza y poco importa la voluntad del pueblo; es la herencia que deja un aparato en descomposición: el otro tigre. Una bestia que representa a lo peor del fenómeno político nacional, que se incluye en la agenda y en las decisiones nacionales por el uso de la fuerza, al más puro estilo caudillista.
La única posición coherente, ante el embate de estos actores en el escenario político-electoral, es una condena conjunta y simultánea, por parte todos los partidos políticos, que los diferencie y los aparte de manera contundente, de esa manera de gobernar que ha sido el cáncer de nuestra sociedad.
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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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