jueves, 17 de enero de 2019

La frialdad de las piedras


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La frialdad de las piedras



Además de todas las vidas segadas, el régimen de Assad ha destruido o dañado varios lugares declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en Siria. ¿Por qué los arqueólogos y los amantes profesos de este patrimonio continúan tildando al régimen de defensor de la civilización?
A menudo, todas las naciones miran tanto a su pasado como a su futuro. La historia nacional combina elementos míticos con lo familiar, y proporciona historias que animan y galvanizan. La historia puede unificar. Puede asombrar. Y el brillo de la civilización del pasado puede oscurecer o embellecer un presente que es menos edificante. Las indecencias contemporáneas pueden bien esconderse entre las piedras antiguas.
Los Estados modernos de Oriente Medio están en gran medida moldeados por su pasado. Por razones obvias. Cada nación cultiva sentidos de la historia, destilados en ocasiones en el concepto paralelo del patrimonio. La historia y el patrimonio son frecuentemente fuentes de orgullo y, en visiones más grandiosas, forman parte del pacto alcanzado entre el presente y el pasado. Estados sin democracia, donde la conexión entre el pueblo y el poder es artificial y opresiva, recurren a la historia y al pasado en busca de justificación e impulso.
El mundo antiguo proporciona un particular incentivo que combina ficción y realidad. En la Europa del siglo XX se utilizó esta táctica constantemente, con los fascistas italianos y alemanes encontrando justificación en un pasado antiguo. Elementos similares son de uso común en el mundo árabe moderno. Los regímenes egipcios han estado durante décadas comerciando con su antiguo pasado para conseguir estima en cada momento. El régimen de Bashar al-Asad ha hecho un uso especial de la arqueología de Siria para reforzar su imagen y atractivo ante naciones extranjeras.
Sus tácticas pueden apreciarse en un reciente artículo sobre la reapertura del Museo Nacional de Damasco. El artículo, que aborda en apariencia asuntos alejados del presente, incluye citas de un experto polaco que habla de la “liberación” de Palmira, el lugar que alberga las ruinas de una antigua ciudad semita y romana por la que el régimen y el Estado Islámico (Daesh) han estado combatiendo repetidamente. No es irrazonable celebrar que ese Lugar Patrimonio Mundial de la UNESCO haya sido recuperado de la presencia del Daesh, una organización conocida por su iconoclasia destructiva y su disposición a utilizar ruinas antiguas para rituales profanos ante los medios. Pero considerar que la nueva ocupación de Palmira por parte de Rusia y el régimen es pura “liberación” parece demasiado.
Las batallas en Palmira le hicieron al Estado de Asad un sinfín de favores. Cuando el Daesh destruyó partes de las ruinas y utilizó su anfiteatro romano como lugar para el asesinato-espectáculo, hizo que todos y cada uno de sus supuestos oponentes fueran contemplados en brillante contraste con tan manifiesta barbarie.
Con los combates en Palmira, un nuevo nivel de riesgo permitió que el lugar no solo estuviera presente en la prensa global, sino que constituyera también una impronta de la campaña general contra el Daesh. Civilización por un lado y salvajismo por otro luchando por un territorio arruinado y antiguo. La eventual recuperación de Palmira por parte del régimen -después de varios falsos intentos- provocó el júbilo de algunos círculos prominentes. Boris Johnson, secretario de relaciones exteriores de Gran Bretaña, recientemente dimitido, un supuesto clasicista que entonces era alcalde de Londres, escribió una columna para el Daily Telegraph con un título que incluía las palabras “Bravo por Asad”, instando a la despiadada tiranía a “seguir adelante”.
Que el régimen destruyera gran parte de Palmira en sus esfuerzos por recuperar la ciudad fue un hecho que nadie recogió. Pero la importante destrucción del patrimonio sirio por parte de Asad -con el bombardeo que hizo pedazos la Ciudad Vieja de Homs y gran parte del histórico Alepo; los daños causados en la fortaleza de los cruzados, que figura en el listado de la UNESCO, el Crac des Chevaliers; el Lugar Patrimonio Mundial de la época romana en Bosra al-Sham, en la provincia de Daraa; las “ciudades muertas” bizantinas en la provincia de Idlib; y muchos otros inestimables vestigios- demuestra que, para el régimen, cuando el poder es la ambición y la violencia el mecanismo, el patrimonio no es menos prescindible que las vidas de quienes residen junto a él.
Es razonable que los verdaderos entusiastas se sientan afectados emocionalmente por los destinos de sus antiguos vestigios favoritos. Cuando Khaled al-Asaad, un arqueólogo sirio, fue asesinado en Palmira por el Daesh, al parecer cuando trataba de proteger sus tesoros escondidos, el disgusto ante ese crimen y sus implicaciones fue una reacción tan natural como respirar.
Pero el hecho de que algunos en Occidente utilizaran activamente la arqueología para influir favorablemente en la absolución del régimen de Asad, habla menos generosamente de esos personajes.
Puede que los fuertes no consigan realmente escribir la historia, pero disfrutan haciéndose pasar por sus protectores.
En Iraq, Nínive y Babilonia enfrentaron la misma amenaza que los sitios en Siria considerados idólatras y apostáticos. El Daesh destruyó antigüedades y lugares sagrados, vendiendo todo aquello que no destrozó. Pero el rescate final de algunos de estos sitios lo lograron grupos sectarios cuyos peores excesos podrían mencionarse al mismo tiempo que los propios crímenes del Daesh.
No solo cabe esperar de los arqueólogos cierto grado de distancia política; es que es algo esencial. En tal sentido, la continuidad entre el mundo antiguo y el contemporáneo se puede mantener en circunstancias de precariedad. Pero esas circunstancias no pueden aceptarse totalmente. El ministerio de antigüedades de Egipto ha hecho un excelente trabajo no solo en preservación, sino también en propaganda. Y uno podría argumentar alegremente que Palmira y Mosul y Alepo y Damasco son demasiado preciosas para dejarlas en manos de los baazistas y otras fuerzas sectarias que lo único que los salva es el hecho de no hacer ondear una bandera negra.
El Daesh hermanó genocidio con iconoclasia y lo hizo de forma visceral. A todos los que se hicieron pasar por defensores de monumentos antiguos se les otorgó un significado especial a la luz de ese esfuerzo. Pero los milicianos turcomanos y asirios que custodiaban, con armas obsoletas y poca munición, los sitios históricos en el norte de Iraq contaron con una prensa menos favorable ante su esfuerzo que el régimen sirio.
La arqueología es un sustituto útil para diversos tipos de cultura de elite y civilización, y muchos occidentales cultivados consideran que el modo de civilización baazista es superior, en refinamiento, cuando no en actividad, al modo yihadista.
Estas historias han sido fundamentales para la propaganda exterior del régimen de Asad, hermanada con sus intentos de ser percibido del lado de la “cultura” de varios tipos; los tipos que los occidentales asocian con el ocio, la paz y el refinamiento.
Esto se recogió en contraste con los opositores del régimen, todos ellos representados, con los colores del yihadismo, como radicales y vándalos.
Una vez que Palmira fue finalmente retomada del Daesh, su teatro sirvió de espacio para la actuación de una orquesta rusa. Pero esta asociación con la calma es superficial, al igual que es inaceptable, y probablemente insidioso, cualquier intento de enfatizar que Siria ha vuelto a la “normalidad”. Porque otorga al régimen una estabilidad que no posee y una legitimidad que no merece.
La arqueología se ha utilizado, directa o indirectamente, como una proyección del poder. Los museos llenos de botines capturados son exhibiciones de poder político y militar, al igual que las historias confeccionadas sobre antecedentes antiguos.
Cuando Napoleón se dispuso a conquistar Egipto, los académicos viajaron en su Armée d'Orient. Estos eruditos ayudaron al descubrimiento de la Piedra de Rosetta y otros tesoros que habían permanecido ocultos durante siglos. Pero su recuerdo atrae igualmente a cierta raza de orientalistas modernos, que han resucitado desde entonces y se han puesto al servicio de dictaduras tan dispuestas a ganar guerras de imagen como a establecer un control militar y político. Para cierta especie de neo-orientalistas, esos llamamientos no solo obtienen una tolerancia reticente, sino gritos de “¡Bravo, adelante!”.
James Snell es un escritor británico. Ha colaborado con The Telegraph, National Review, Prospect, History Today, The New Arab y NOW Lebanon, entre otras publicaciones. Twitter: @James_P_Snell.
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/stone-cold
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

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