Lo peor de Chernóbil es que tarde o temprano pasará de nuevo, y de nuevo, y de nuevo…
17-21 minutes
La
serie de la HBO sobre el accidente nuclear de Chernóbil ya se tornó la
de mayor audiencia de la historia, provocando grandes debates en todo el
mundo. Y como podía ser de otra manera, el debate tomó contornos
políticos. Por un lado, la prensa mundial, refiriéndose a los crímenes
de la burocracia soviética en Chernóbil, viene aprovechando la serie
para denunciar el accidente como una “herencia más del comunismo”.
Por D., físico y miembro del POI
De
hecho, en la serie abundan las referencias a Lenin y a Marx, sea en los
discursos de los burócratas soviéticos, sean en retratos y carteles.
Por otro lado, los altos gobernantes rusos actuales, legítimos herederos
capitalistas de la vieja burocracia soviética, denuncian que la serie
pasa una visión falsa, “exagerada” del accidente, como parte de una
pretendida “propaganda anti-rusa”.
Cuando el asunto es Chernóbil,
la versión oficial rusa se limita solamente a destacar el (verdadero)
heroísmo de aquellos que murieron para minimizar los efectos de
desastre. Omite, obviamente, que muchas veces aquellos grandes héroes
siquiera eran conscientes de las consecuencias de su exposición a la
radiación. Ya la izquierda estalinista, como siempre, se limita a
repetir los argumentos de los ideólogos de Putin, como máximo tiñéndolos
un poco con un rojo descolorido.
De la serie de HBO.
Por
más que existan algunas imprecisiones factuales, polémicas en relación
con el papel de algunos personajes y tintes políticos, en líneas
generales la serie es muy buena y muy útil. Si fuese necesario resumir
al máximo, diríamos que la serie tiene una gran virtud y un gran
defecto. La virtud está justamente en mostrar en toda su crudeza los riesgos y las consecuencias de un accidente nuclear,
levantando nuevamente el debate en todo el mundo sobre este tema. Y el
defecto está en querer convencer que el accidente se debió únicamente al
carácter obtuso y criminal de la burocracia soviética, como si los reactores del resto del mundo fuesen seguros.
Pero
no, no son seguros. La tecnología de fisión nuclear, o sea, la que
rompe (fisiona) átomos pesados inestables como el Uranio-238 para
extraer energía no es segura. En ningún lugar es segura. El accidente de
Chernóbil no fue solamente el resultado de una secuencia improbable de
eventos imprevisibles, incompetencia y mentiras como se muestra en la
serie, sino un riesgo permanente para cualquier reactor del mundo.
El accidente de Chernóbil no fue un caso aislado. Ya ocurrieron otros
accidentes comparables, como el de los reactores de Three Mile Island en
los Estados Unidos, en 1979, de Mayak en la ex URSS, en 1957, y de
Fukushima en el Japón, en 2011, además de muchos otros accidentes
también serios. Entre los accidentes nucleares más graves de la historia
aún se incluye el brasileño con Cesio-137 en Goiânia, en 1987, que no
involucró un reactor sino una bomba de radioterapia abandonada.
De la serie de HBO.
El
desastre en Chernóbil no se resume a que la tecnología utilizada
tuviese problemas o que los protocolos de seguridad no hayan sido
cumplidos. Probablemente, no haya nada en el mundo con tantos controles
de seguridad como las usinas nucleares (con la obvia excepción de las
bombas nucleares…). Pero no es suficiente. No existe tecnología conocida para hacer seguras las reacciones de fisión en un reactor. Hay
tecnología para minimizar los riesgos, no para eliminarlos. Si sobre
cualquier tecnología y sector industrial puede decirse que siempre hay
riesgos, por ejemplo en la minería de carbón o en la extracción de
petróleo, no se puede decir lo mismo sobre la escala de las
consecuencias. En el caso de la energía nuclear, los riesgos no son
aceptables, como muestra muy bien la serie. Hoy existen en el mundo más de 800 reactores nucleares distribuidos
por más de 50 países, entre activos e inactivos, contándose solamente
los utilizados para fines civiles y “legales” reconocidos por la AIEA
(Agencia Internacional de Energía Atómica). Estados Unidos, Canadá,
Israel, países europeos y otros poseen incluso varias usinas ilegales,
por fuera del control de la AIEA. Hay incluso reactores militares para
producción de combustible para armas atómicas y reactores experimentales
que tampoco entran en la contabilidad de la AIEA. La división entre
reactores civiles y militares es artificial. No existe la
“energía atómica pacífica”. El desarrollo de las usinas nucleares fue un
subproducto de la producción de la bomba atómica. Las usinas
son necesarias para la producción de plutonio, mucho más eficiente para
bombas nucleares que el uranio, pero que no existe en cantidad
suficiente en la naturaleza. Cualquier país que quiera desarrollar
bombas atómicas necesita dominar también la tecnología de las usinas
nucleares. Por eso, hay gran incentivo estatal de los gobiernos (y en
especial de sus Fuerzas Armadas) a la “energía atómica pacífica”, pues
es la base para la energía atómica para fines militares.
Chernóbil no fue una excepción. La AIEA recibe en promedio una notificación por día de incidente nuclear en
alguna región del mundo, de distintos niveles de acuerdo con una escala
que lleva en cuenta la cantidad de radiación escapada, el número de
víctimas humanas, y el costo financiero. ¡Entre los considerados serios,
ya fueron más de una centenadesde la fundación de la
AIEA en 1957! La mayor parte de esos incidentes ocurrió en Estados
Unidos. Esa estadística de notificaciones de la AIEA es subestimada,
dado que empresas privadas gestoras de los reactores y los gobiernos no
informan todos los incidentes y muchas veces minimizan su gravedad, de
la mismísima forma como se muestra en la serie en relación con
Chernóbil.
El accidente de Three Mile Island en Estados Unidos,
así como el de Chernóbil, también se dio por cortes de costos en el
sistema de seguridad, uso de materiales fuera de especificación para
abaratar el reactor, personal sin calificación necesaria para su
operación, y tentativas de la empresa y del gobierno de minimizar lo
ocurrido, negándose a evacuar a la población local. Pasadas 38 horas del
accidente, el gobernador de Pensilvania declaró por la TV que estaba
“todo bajo control”. Como se ve, la incompetencia, el desprecio por las
vidas humanas, y las mentiras no son defectos exclusivos de la
burocracia soviética…
¿Y qué decir del supertecnológico y supercompetente Japón, que construye la usina nuclear de Fukushima justamente en una región conocida por los riesgos de terremotos y tsunamis?
En Fukushima no uno sino tres reactores explotaron. Como resultado del
calor intenso generado por la fusión de los núcleos, hubo derretimiento
del fondo de concreto y escapó radiación para el agua subterránea, lo
que en Chernóbil fue evitado por el trabajo heroico y voluntario de los
mineros de Tula, como muestra una de las escenas más emocionantes de la
serie. Para mantener resfriados los tres núcleos derretidos de Fukushima
son necesarias 400 toneladas de agua por día. Eso hasta hoy, pasados
más de ocho años del accidente. Cada día, esas 400 toneladas de agua se
tornan 400 toneladas de agua radioactiva. Y esa agua
radioactiva es por lo menos parcialmente arrojada al mar… El “moderno”
Japón no divulga el volumen total, pero se estima un mínimo de 100 toneladas de agua radioactiva en el océano por día desde
el accidente y por lo menos por unos 30 años más… Esas aguas
radioactivas no afectan solamente las costas japonesa y asiática del
Pacífico, sino que fueron detectadas ya en la costa americana,
australiana y sudamericana… El Japón no divulga ni el número de muertos
en el accidente ni la estimativa de muertos para los años siguientes
debido a la exposición a la radiación. El cálculo oficial estima en 40
años el tiempo necesario para controlar los núcleos activos de los
reactores.
Francia, país que tiene la mayor proporción de usinas
nucleares en su matriz energética en todo el mundo, recientemente, para
“economizar”, rebajó los protocolos de seguridad en sus reactores, como fue denunciado por activistas franceses contrarios al uso de la energía nuclear.
No, los reactores americanos, europeos y japoneses no son seguros…Ninguno
lo es. Iouli Andreev fue director del Servicio Soviético de Emergencias
Nucleares y fue militar responsable por la limpieza de la región de
Chernóbil tras el accidente. Él afirma: “Los accidentes en las
usinas nucleares ocurren una vez cada 25 años, independientemente del
sistema político. Es imposible hacer las usinas nucleares perfectamente
seguras por varias razones técnicas. Podría gastarse más dinero con el
proyecto y la operación de las usinas, pero eso no sería rentable
comercialmente. Hasta ahora, nuestro planeta ha tenido suerte luego de
los accidentes nucleares, pues el viento no se dirigió a grandes
ciudades con las emisiones radioactivas, pero no será siempre así”.
Como
si fuese poco, la cuestión no se agota en los accidentes nucleares.
Después de enriquecido, el combustible nuclear no puede “apagarse”.
Cuando se termina la vida útil del combustible de una usina, este pasa a
ser considerado residuo nuclear, la tal basura radioactiva, altamente
peligrosa. La única cosa que se puede hacer es almacenarlo lejos de
seres vivos. Las mejores “soluciones” que los gobiernos y las empresas
encontraron hasta ahora fueron arrojarlos al mar o enterrarlos. Muchas
veces, las potencias “exportan” la basura nuclear para países
semicoloniales… La llamada media vida de un átomo es definida como el
tiempo para que mitad de los átomos radioactivos de una muestra decaigan
en otros átomos. En el caso de los residuos radioactivos, la media vida
de varios de los isótopos sobrepasa varias décadas (cesio-137, 30 años;
estroncio 90, 28 años; plutonio 241, 15 años; plutonio 239, 10 años;
plutonio 238, 90 años), algunos superando el millar de años (plutonio
240, 6.500 años). Repetimos, ese es el tiempo necesario para que solo mitad de los átomos de la muestra decaiga. La otra mitad sigue radioactiva. O sea, no se resuelve el problema de los residuos empujándolos para el futuro, para las próximas generaciones.
Los barriles con residuos nucleares se oxidan y se deterioran, y están
hace décadas liberando radiación permanentemente en los mares y los
lechos de agua subterráneas. A eso se suman los problemas como el
transporte de residuos. Hubo incontables accidentes con transporte que
liberaron radiación, incluso caídas de aviones y hundimiento de navíos
cargados con basura nuclear.
Las regiones que fueron utilizadas
como áreas de testes de bombas nucleares sufren también con la
contaminación radioactiva. Son principalmente islas del Pacífico,
regiones del Círculo Polar Ártico, desiertos, fondos de mar, además de
los testes realizados directamente en la atmósfera. Y, obviamente, hay
que incluir todavía las regiones de Hiroshima y Nagasaki…
Existe
también el problema de la extracción de uranio. Los trabajadores de las
minas de uranio, así como los habitantes de las regiones involucradas,
están permanentemente recibiendo dosis de radiación. Como no es uranio
enriquecido, esas dosis son bajas, pero acumulativas, aumentando
fuertemente la probabilidad de que esos trabajadores y sus familiares
desarrollen cáncer. No por casualidad se terceriza mucho la minería de
uranio para países africanos y asiáticos, que producen para las
potencias: por ejemplo, Francia extrae el uranio necesario en sus ex
colonias, como Níger y Gabón; Estados Unidos e Inglaterra, en el Congo,
Namibia y la India; Rusia extrae la mayor parte en Kazajistán y
Uzbekistán.
Entre los defensores del uso de la energía nuclear son
comunes los argumentos de que esta, bien utilizada, sería segura,
limpia y barata. Hay incluso muchos “ecologistas” que defienden eso. ¡Son mentiras! No
existe tecnología que garantice seguridad en su utilización. La falta
de seguridad y la cuestión de los residuos y de la minería hacen que
tampoco sea limpia. Y la energía nuclear no es de manera alguna barata,
es posiblemente la más cara de todas. Si aparenta ser barata, eso se
debe solamente a un truco contable, ese sí barato. ¡Simplemente, los costos de un accidente nuclear no son contabilizados! El
costo para intentar lidiar con las consecuencias del accidente de
Chernóbil, en valores corregidos, ya sobrepasó los 150.000 millones de
dólares, y la previsión es que el de Fukushima sobrepase los 180.000
millones. Si esos costos, altamente subestimados, fuesen contabilizados,
quedaría claro que la energía nuclear no tiene nada de barata. Pero
esos gastos son asumidos por los Estados con dinero público, mientras
los lucros generados por las usinas son devorados por las empresas
privadas que las administran. Es la vieja privatización de los lucros y
socialización de los perjuicios… Pero los costos financieros son aquí lo
menos importante. Para controlar el núcleo de Chernóbil fueron
necesarios ¡900.000 trabajadores expuestos a la radiación! Una gran
parte lo hizo voluntariamente. En el caso de Fukushima nuevamente el
Japón no divulga las informaciones, pero se estima un mínimo de 40.000
trabajadores expuestos. No hay datos confiables sobre cuántos murieron
debido a la exposición a la radiación en ninguno de los dos casos.
Fueron, con certeza, decenas de miles. Dejamos aquí nuestro sincero
homenaje y agradecimiento a estos héroes-trabajadores que impidieron que
los desastres se transformasen en tragedias aún mayores.
El hecho
de que los países capitalistas “avanzados” sean tan criminales,
mezquinos e irresponsables en relación con la energía nuclear no
disminuye en nada la responsabilidad de la burocracia soviética por la
catástrofe de Chernóbil. Usurpando el nombre del socialismo en defensa
de sus egoístas intereses, la burocracia estalinista, con su política
antileninista de “construir el socialismo en un solo país”, se negó a
extender la revolución, aislando a la URSS y metiéndola en una corrida
nuclear y militar con el imperialismo, este mucho más poderoso. Al
obligar a la ex URSS a competir en condiciones desfavorables, la
burocracia estalinista impuso metas irreales incluso en el área nuclear,
ampliando todos los riesgos. La gestión burocrática, sin control de los
trabajadores, agravaba aún más todo. No en vano se asocia el desastre
de Chernóbil a la decadencia y posterior disolución de la ex URSS. De
hecho, el accidente ocurrió en 1986, cuando el Comité Central del
Partido Comunista de la Unión Soviética ya implementaba a todo vapor su
política de restauración capitalista, que convertiría a los burócratas
soviéticos de entonces en los actuales capitalistas rusos. Que la usina
de Chernóbil tuviese como nombre oficial Estación Electronuclear Vladimir Ilich Lenin quedará para siempre marcado en la historia como el símbolo más tétrico de la falsificación del leninismo por el estalinismo.
De la serie de HBO.
La
clase trabajadora, los habitantes de barrios pobres, y las poblaciones
de los países semicoloniales son los que mueren en las minas de uranio,
en las usinas nucleares, y en los depósitos de residuos radioactivos.
Por eso, son quienes más necesitan de un programa para la cuestión
nuclear. Un programa de la clase trabajadora. En una cuestión tan grave,
que envuelve sin exageraciones la sobrevivencia de la humanidad, el
programa de la clase trabajadora no puede contener medias palabras ni
medias medidas. No puede repetir los crímenes de los Partidos Comunistas
que llevaron a la catástrofe de Chernóbil ni tampoco repetir la
traición de los partidos socialdemócratas europeos, que desde el poder
en sus Estados mantuvieron y ampliaron el uso de la energía nuclear,
incluso para fines militares. ¡Debemos estar decididamente por
el fin de la utilización de la energía nuclear tanto para fines
militares como para fines dichos pacíficos! ¡Exigimos la desactivación
de todas las ojivas nucleares del mundo! Estamos en contra de las usinas
nucleares comerciales para la producción de energía eléctrica y el
lucro. Por el cierre de todos los reactores nucleares del mundo, de
todos los países. Mantenimiento solamente de reactores de investigación y
para la producción de radioisótopos para medicina, sin secreto
comercial, militar o de Estado, bajo control de la comunidad científica
de todo el mundo.
La energía nuclear no es segura, no es
limpia, no es barata. En las condiciones del capitalismo decadente en
que vivimos, los riesgos tienden a aumentar con la crisis económica y
los cortes cada vez mayores en mantenimiento, seguridad, y personal
especializado, tanto por parte de los gobiernos endeudados como de las
empresas privadas en busca de ganancias máximas. Además, en la medida en
que envejecen, los reactores van exigiendo costos extras de
mantenimiento.
En el marco de este programa radicalmente contrario
al uso de la energía nuclear para fines tanto militares como
comerciales, comprendemos la posibilidad de excepciones parciales,
tácticas, en el caso de países semicoloniales (o nuevos Estados donde la
clase trabajadora tome el poder), que para defenderse de la presión
imperialista se vean obligados a mantener/desarrollar usinas nucleares
(e incluso armamento). Pero será una excepción temporal, en el
marco de una política general de desnuclearización de todo el planeta,
comenzando obviamente por las grandes potencias nucleares: Estados
Unidos, Rusia, China, Francia, Inglaterra e Israel.
Este
programa no es utópico. La presión popular ya consiguió arrancar en
Alemania una moratoria en la construcción de nuevas usinas nucleares y
un plano de desactivación de las existentes. En el Japón, luego de
Fukushima, también hay moratoria. En los años ’80 hubo un potente
movimiento popular contra la energía nuclear en los Estados Unidos. Es posible organizar el amplio rechazo al uso de la energía nuclear en una campaña mundial por su fin.
La
humanidad socialista del futuro, libre de la opresión, de la
explotación, y de las guerras promovidas por el imperialismo, así como
de las trabas de lo que fue la burocracia soviética, tendrá entonces
plenas condiciones de domar el átomo y descubrir formas de explorar con
seguridad la energía nuclear en pro del bienestar común de toda la
humanidad, y no de los intereses mezquinos de un puñado de capitalistas o
naciones ricas que, con su afán de lucro, amenazan la existencia del
plantea Tierra y de todos los seres que lo habitan.
Traducción: Natalia Estrada. AUTOR: D., FÍSICO Y MIEMBRO DEL POI (PARTIDO OBRERO INTERNACIONAL) DE RUSIA, SECCIÓN DE LA LIT-CI Corriente Roja
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