La insoportable levedad de la verdad
Jorge Fernández Menéndez
Fuente Excelsior
Recuerdo perfectamente cómo presentó el fallecido Jorge Carpizo el dictamen pericial sobre el asesinato del cardenal Posadas Ocampo ocurrido
en Guadalajara en mayo de 1993. Hubo maqueta, carros que se desplazaban
sobre ella (para muchos parecía un Lego) y una información que era
lógica aunque dependía de tantas contingencias, de la suerte, de estar
en el momento y el lugar equivocados, que resultaba poco verosímil. La
tesis de la equivocación (a quien intentaban asesinar era al Chapo Guzmán,
no al cardenal) en todo caso se fue fortaleciendo poco a poco con el
paso de los meses, con nuevos testimonios y pruebas, al mismo tiempo que
se creaba toda una historia de asesinatos de Estado y conspiraciones
impulsada por el cardenal Sandoval Iñiguez, que nunca
tuvo prueba alguna sólida para sustentarla. Pero en el terreno de la
opinión pública ganó la batalla: Muy pocos creyeron, creen aún, que la
muerte del cardenal había sido causada por una confusión.
Recuerdo muy bien como poco antes, el antecesor de Carpizo, el procurador Ignacio Morales Lechuga, uno de los más rectos y eficientes que ha habido en esa responsabilidad en las últimas décadas, me explicaba cómo se había dado la explosión en el sector Reforma de la misma Guadalajara, causada por pérdidas de gasolina de los ductos que se acumularon en el drenaje y que al estallar volaron varias cuadras de esa zona residencial. Era verdad: efectivamente así fue como se dio el estallido en Guadalajara en ese entonces, la explicación era además verosímil, pero la mayoría de la gente pensó en un atentado o algo similar. Incluso medidas políticas derivadas del hecho, como el despido del gobernador Cosío Vidaurri, fueron insuficientes para cambiar la percepción del público. En ese entonces mantuve un largo debate periodístico sobre el tema con el fallecido y muy respetable Miguel Ángel Granados Chapa, convencido de que la explosión en el sector Reforma había sido un atentado, como ahora se dice, relacionado con el intento de “privatizar” Pemex.
No hablemos del caso Colosio o del Ruiz Massieu. Fueron tan manoseados, se cometieron tantos errores, se habló de conspiraciones, de atentados, de crímenes de Estado, se detuvo gente inocente, otros desparecieron, se cambiaron identidades, se sembraron, desde la propia investigación (particularmente en la época de Chapa Bezanilla) todo tipo de conjuras y todo terminó en manos de un bruja encontrando cadáveres mismos que en realidad ella junto con el propio fiscal habían sembrado. Un desastre. Desde entonces casi ninguna investigación oficial sobre grandes eventos relacionados con la seguridad ha tenido la credibilidad suficiente en el ámbito público y las autoridades siempre han fallado en su explicación aunque hayan sido muy puntuales al respecto.
Ejemplos recientes también los hay: Desde la presentación de los restos de Amado Carrillo (en su momento tuve la oportunidad de ver películas y videos de su autopsia que hacían más que convincente la versión oficial de que murió por una sobredosis de calmantes que le aplicaron los mismos médicos que él había contratado y que lo asistieron en la operación) que según la imaginería popular (alimentada por muchos medios) había cambiado su identidad para vivir fuera de los reflectores mediáticos, (en la película Traffic hasta le envían como novia a Salma Hayek) hasta los accidentes de aviación en los que fallecieron Ramón Martín Huerta en el gobierno de Fox y Juan Camilo Mouriño junto con José Luis Santiago Vasconcelos, y más tarde Francisco Blake Mora con su equipo, son una clara demostración de ello. En todos los casos se creyó más en un atentado que en la posibilidad de un accidente.
El gran desafío de Peña en este caso fue, es, decir la verdad, sabiendo que la credibilidad será relativa. Si se oculta información, si se la tergiversa, si hay versiones encontradas, tratando de buscar una explicación más verosímil, el resultado será fatal para su credibilidad en el resto de la administración: Se tiene que decir, como aparentemente se hizo, la verdad asumiendo que en muchos ámbitos no se creerá en ella. Es un costo que hay que pagar por haber mentido demasiado a lo largo de nuestra historia y haber alimentado todo tipo de teorías de la conspiración.
No será diferente en el caso Pemex, porque incluso habiendo sido un accidente, éste tiene un componente desestabilizador que tratará de ser utilizado desde distintos ámbitos para golpear a la administración Peña, misma que tendrá que extremar las medidas de seguridad porque este tipo de eventos suelen darse en pares y en muchas ocasiones al accidente le sigue la provocación para sembrar, además, dudas sobre el primero. Los próximos días y semanas serán claves en ese sentido.
Recuerdo muy bien como poco antes, el antecesor de Carpizo, el procurador Ignacio Morales Lechuga, uno de los más rectos y eficientes que ha habido en esa responsabilidad en las últimas décadas, me explicaba cómo se había dado la explosión en el sector Reforma de la misma Guadalajara, causada por pérdidas de gasolina de los ductos que se acumularon en el drenaje y que al estallar volaron varias cuadras de esa zona residencial. Era verdad: efectivamente así fue como se dio el estallido en Guadalajara en ese entonces, la explicación era además verosímil, pero la mayoría de la gente pensó en un atentado o algo similar. Incluso medidas políticas derivadas del hecho, como el despido del gobernador Cosío Vidaurri, fueron insuficientes para cambiar la percepción del público. En ese entonces mantuve un largo debate periodístico sobre el tema con el fallecido y muy respetable Miguel Ángel Granados Chapa, convencido de que la explosión en el sector Reforma había sido un atentado, como ahora se dice, relacionado con el intento de “privatizar” Pemex.
No hablemos del caso Colosio o del Ruiz Massieu. Fueron tan manoseados, se cometieron tantos errores, se habló de conspiraciones, de atentados, de crímenes de Estado, se detuvo gente inocente, otros desparecieron, se cambiaron identidades, se sembraron, desde la propia investigación (particularmente en la época de Chapa Bezanilla) todo tipo de conjuras y todo terminó en manos de un bruja encontrando cadáveres mismos que en realidad ella junto con el propio fiscal habían sembrado. Un desastre. Desde entonces casi ninguna investigación oficial sobre grandes eventos relacionados con la seguridad ha tenido la credibilidad suficiente en el ámbito público y las autoridades siempre han fallado en su explicación aunque hayan sido muy puntuales al respecto.
Ejemplos recientes también los hay: Desde la presentación de los restos de Amado Carrillo (en su momento tuve la oportunidad de ver películas y videos de su autopsia que hacían más que convincente la versión oficial de que murió por una sobredosis de calmantes que le aplicaron los mismos médicos que él había contratado y que lo asistieron en la operación) que según la imaginería popular (alimentada por muchos medios) había cambiado su identidad para vivir fuera de los reflectores mediáticos, (en la película Traffic hasta le envían como novia a Salma Hayek) hasta los accidentes de aviación en los que fallecieron Ramón Martín Huerta en el gobierno de Fox y Juan Camilo Mouriño junto con José Luis Santiago Vasconcelos, y más tarde Francisco Blake Mora con su equipo, son una clara demostración de ello. En todos los casos se creyó más en un atentado que en la posibilidad de un accidente.
El gran desafío de Peña en este caso fue, es, decir la verdad, sabiendo que la credibilidad será relativa. Si se oculta información, si se la tergiversa, si hay versiones encontradas, tratando de buscar una explicación más verosímil, el resultado será fatal para su credibilidad en el resto de la administración: Se tiene que decir, como aparentemente se hizo, la verdad asumiendo que en muchos ámbitos no se creerá en ella. Es un costo que hay que pagar por haber mentido demasiado a lo largo de nuestra historia y haber alimentado todo tipo de teorías de la conspiración.
No será diferente en el caso Pemex, porque incluso habiendo sido un accidente, éste tiene un componente desestabilizador que tratará de ser utilizado desde distintos ámbitos para golpear a la administración Peña, misma que tendrá que extremar las medidas de seguridad porque este tipo de eventos suelen darse en pares y en muchas ocasiones al accidente le sigue la provocación para sembrar, además, dudas sobre el primero. Los próximos días y semanas serán claves en ese sentido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario