Sin una transformación profunda en lo institucional y social, no habrá nunca verdadera transición democrática en México
Escrito por Carlos Emilio Ibarra
Soledad Loaeza en sus trabajos
académicos maravillosos sobre la transición en México, hace un recorrido
histórico de los momentos cumbre en torno al tema. Loaeza señala que el
año de 1968 fue importante debido a la fuerte movilización juvenil y de
profesionistas que exigían respeto a sus derechos y que se oponían a un
Estado represor y autoritario. En ese año, agrega, es cuando se desnuda
a toda una clase política que mantenía el silencio social mediante uso
de la fuerza, de la violencia física.
1968 y los años siguientes, son
coyunturales pues también se desnuda en cierta medida uno de los brazos
más importantes del autoritarismo del PRI, los medios de comunicación.
Por un lado la opinión pública construida a favor de los actos
aberrantes de un gobierno policiaco, los silencios periodísticos por
temor a la desaparición forzada, pero por otro, las denuncias de
aquellos que hicieron resistencia y enfrentaron a Gustavo Díaz Ordaz. La
documentación de la masacre del 2 de octubre de 1968, las crónicas,
documentales; todo formó parte de esa transformación social hasta llegar
a 1970 y con la llegada de esa década una mayor explosión de la opinión
pública que se empezaba a liberar de los candados que el
presidencialismo cerro a plomo y fuego.
La reforma política de 1977 impulsada
por Reyes Heroles y López Portillo. Luego 1988 contienda electoral
cerrada, polémica; Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Carlos
Salinas de Gortari. Por fin la oposición al PRI es más fuerte, las
irregularidades y anomalías durante el proceso electoral son denunciadas
y empieza una marcha incasable el líder panista Manuel Clouthier
consiguiendo fundar el Instituto Federal Electoral. Los votos ya no
serían contados en la presidencia de la república, ya no habría un Diego
Fernández de Ceballos declarando: “se nos cayó el sistema”. El PRI
atado de manos permite la creación de ese órgano regulador electoral,
pues la crisis de legitimidad con la que Carlos Salinas llega al poder
es amenazadora para la elite que tiembla.
Después viene el 2000, Acción Nacional
se convierte en una verdadera alternativa para las elecciones de ese
mismo año, se da la alternancia, el PRI sale simbólicamente de Los
Pinos, el congreso parece ser más plural, más diverso, tanto que los
grupos partidistas se empiezan a enfrentar, el Senado y la Cámara de
Diputados por fin parecen cobrar vitalidad. Sin embargo, no hay fiscalía
especializada para castigar los delitos durante los más de 70 años en
los que el PRI hizo y deshizo. No hay castigo para Gutiérrez Barrios,
tampoco para la familia Salinas de Gortari, queda impune el caso de
Acteal del que Ernesto Zedillo Ponce de León sale ileso, solo por
mencionar algunos casos.
Giovanni Sartori en alguna ocasión se
cuestionó sobre el caso de la supuesta ruta hacia la transición
democrática en México. Él señalaba que algo extraño había en todo ese
discurso, pues según su análisis sobre el caso mexicano, los rasgos de
transición sólo se veían en procesos electorales y no en las
instituciones que configuran al país.
Pasan seis años de gobierno de Vicente
Fox y para concluir, firma la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de
América del Norte (ASPAN) en este tratado internacional se sentarían
las bases de una política de combate al narcotráfico. Las expectativas
de la elite intelectual y la sociedad mexicana caen al suelo. Las
diferencias entre los gobiernos anteriores y el que estaba por salir, al
final no eran tantas.
Llega la elección del 2006, Calderón
Hinojosa, López Obrador y Madrazo, contienden. La polémica se desata por
la pequeña diferencia de votos entre el PRD y el PAN. La inconformidad
se hace presente, las denuncias en contra del uso de los aparatos y
recursos del Estado para apoyar a Calderón salen a la luz. El IFE se
olvida de su deber y su atunómia. De nuevo el sistema electoral entra en
crisis de legitimidad y López Obrador marcha en protesta durante meses.
El PRI se mantiene quieto, no se mete y cuando lo hace es para echarle
leña al fuego que le queme las patas al PAN.
La guerra contra el crimen organizado
declarada por Felipe Calderón dejó miles de muertos y otros miles de
desaparecidos y desplazados, la violencia creció debido a una política
de seguridad nacional mal planeada, evaluada e implementada. Los
femenicidios en Juárez y el Estado de México aumentaron -en el cual
Enrique Peña se encontraba gobernando y ensayando para su candidatura a
la presidencia de la república-. Una demanda firmada por miles de
activistas es llevada ante la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos en contra de Calderón Hinojosa,
se exige que pague por su responsabilidad de la catástrofe que pasa el
país, al ser Jefe de las Fuerzas Armadas, pero nada acontece. Luego su
tan ansiada salida de Los Pinos.
2012 es el año de la entrada triunfal de
manos dadas de Enrique Peña Nieto y Televisa, junto con la comitiva
pesada conformada por Carlos Salinas de Gortari y el grupo Atlacomulco;
todos nuevamente instaurados en la dirección de los hilos del poder en
México. Se da la restauración del viejo sistema presidencialista con un
rostro novedoso, reformado en la superficie, maquillado y por supuesto
televisado. Un presidencialismo que supo entender que en un país en
donde la televisión es venerada, como lo fue la iglesia católica en el
siglo XI, es importante y a ella hay que darle concesiones y del poder
también.
El encarcelamiento de Elba Esther Gordillo –un golpe estratégico para controlar y disciplinar al estilo del PRI a un magisterio empoderado-, luego la supuesta beneficiosa reforma educativa y el desmantelamiento del patrimonio mexicano con la reforma energética. Llega el 2015, se da la reciente designación autoritaria y soberbia por parte del presidente de la república, de Medina Mora como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y de Arely Gómez hermana
del Vicepresidente de Televisa -Leopoldo Gómez- como Procuradora
General de la República. En torno a lo anterior cabe preguntar ¿Dónde
quedó la separación entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial?
Quizá la transición democrática no ha
pisado tierra mexicana y uno de los motivos es que la sociedad, está
cargada de símbolos, valores, culturas y factos fisiológicos, que
configuran una red de identidad que lamentablemente parece oponerse al
paso de la transición democrática, el temor de los mexicanos a la
transformación social, esas resistencias culturales que se engarruña y
oxidan por ser inertes, y que además adulan a los gobiernos
paternalistas, autoritarios y populistas; han llevado al país al punto
lamentable en el que ahora está.
¿De qué sirven las alternancias
políticas cuando en lo más profundo, en las entrañas institucionales e
identitarias de los individuos, no hay transformación alguna? ¿Es la
transición democrática un asunto meramente electoral o es también parte
de la vida cotidiana del país? Siendo realistas ¿Cuánto se ha avanzado y
cuánto se ha retrocedido?
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