Operación Piñata: ¡todos somos el enemigo!
Enviado por anonerror (no verificado) en Mié, 04/01/2015 - 18:34
En
1985, el jurista conservador Günther Jakobs se congratuló ante el mundo
de la aparición y desarrollo de una legislación restrictiva en clara
contradicción con el Derecho Penal tradicional, dentro del cual
constituía una parcela extraña a la que denominó Derecho Penal del
Enemigo. Dichas leyes sancionaban conductas a las que la “autoridad
competente” atribuía el papel de llevar a la comisión de actos
delictivos aunque dichos actos no se hubieran cometido. El supuesto
infractor sufría castigo no por hechos realizados, sino por hechos
posibles. La ley ya no le contempla como un ciudadano del Estado con
plenos derechos, sino como un peligro, un enemigo del Estado con
derechos recortados, o mejor, sin derechos. Pues bien, dada la
inestabilidad de unos sistemas políticos donde la progresión de la
injusticia social evidencia su fracaso histórico, la legislación contra
el “enemigo” ha pasado de ser la excepción a la norma, quebrando la
relación lógica entre la falta y la sanción, o el delito y la pena. En
el actual ordenamiento jurídico las detenciones y registros arbitrarios
sin órdenes expresas, la violencia gratuita de los agentes del orden,
las deficientes garantías procesales y el castigo desproporcionado por
delitos inexistentes, empiezan a ser normales. Lo hemos visto
recientemente, por ejemplo, en el juicio del 4F, en los procesos a piqueteros, en la Operación Pandora y en la revisión de la sentencia a quienes “bloquearon” el acceso al Parlament de Catalunya,
cosas que confirman una situación que ya no corresponde a un estado de
Derecho, sino a un estado de Excepción, o sea, a un estado de No
Derecho. Políticos, policías, jueces, fiscales y magistrados
gustosamente contribuyen a ello.
La
idea de “enemigo” constituye la base de un estado de Derecho Suprimido,
es decir, de una Democracia de la No Libertad (de una Dictadura). Por
enemigo se considera no al corrupto, al prevaricador o al delincuente
privado, sino al adversario del ordenamiento jurídico y político
vigente, a quien combate a éste, sea con ideas o con hechos. El enemigo
es el enemigo público, el del sistema político, aquél que no acepta su
legitimidad y considera su existencia como la garantía de una
desigualdad y una opresión perpetuas. Y el sistema, para protegerse, se
separa de su enemigo, lo pone fuera de la ley y lo trasforma en
criminal, puesto que la disidencia es un crimen, el mayor. El sistema se
considera en guerra contra ese “enemigo” y por lo tanto le aplica leyes
de guerra. Cuando el Jefe Superior de Policía de Valencia, Antonio
Moreno, nombrado por Rubalcaba, justificó en una rueda de prensa (20 de
febrero de 2012) la contundencia de las cargas policiales en las
manifestaciones contra los recortes en la Enseñanza refiriéndose a los
estudiantes como “el enemigo”, proclamaba con la naturalidad del verdugo
un secreto de Estado a voces. El funcionario fue ascendido dos años más
tarde. Todavía hay quien se rasga las vestiduras hablando de rasgos
“típicos del franquismo”, cuando en realidad son típicos de la
democracia de castas parlamentarias. No, el Derecho Penal del Enemigo no
es un legado de la Dictadura de Franco; es una invención del sistema
democrático bipartidista.
Un
sistema autoritario, se llame democrático o no, se define respecto a su
enemigo, ese ser vil e infame que pretende su abolición, y en la
actualidad la etiqueta de “terrorista” cuadra a la perfección. Pero
calificar a todo enemigo de terrorista requiere una gran flexibilización
del concepto. Así pues, en el campo gaseoso del terrorismo cabe de
todo, desde la quema de contenedores y el lanzamiento de bengalas a los
actos propios de la lucha armada, desde la difusión de ideas y la
okupación a los atentados suicidas. En ese todo queda atrapado
cualquiera que discrepe de la forma estatal como la ideal de una
sociedad libre organizada y dude del desarrollo económico capitalista
como esencia de la democracia, puesto que a poco que practicase sus
ideas, en el lenguaje del orden equivaldría a “subvertir el orden
constitucional, o suprimir, o desestabilizar gravemente el
funcionamiento de las instituciones políticas”. El delito de opinión, es
decir, el tener una opinión contraria a la dominante, al parecer lleva
lejos. Igual que los delitos de usurpación y resistencia a la fuerza
pública, es decir, la creación de centros sociales en edificios
abandonados y la protesta ante la brutalidad policial. Las imaginarias
tramas de “terrorismo anarquista” descubiertas por la policía y
perseguidas por los jueces son una clara muestra de lo que estamos
diciendo.
La
Operación Piñata del 30 y 31 de marzo último, segunda parte de la
Operación Pandora, han tenido por objeto la detención de personas
acusadas de pertenecer a una “organización criminal con fines
terroristas”. Entiéndase bien eso de “fines”, puesto que ni hay prueba
alguna de que los detenidos estuvieran organizados, ni tampoco de que se
les puedan atribuir acciones que hasta utilizando los criterios más
amplios sean calificables de terroristas. La organización en sí, con la
que muchos no han tenido nada que ver, los Grupos Anarquistas
Coordinados, no ha sido más que un foro de relaciones entre individuos y
colectivos de ideología afín a efectos de propaganda perfectamente
trasparente, con su dirección de correo electrónico incluida. Sin
embargo, en el Derecho Penal del Enemigo, la organización del contrario
es delictiva por naturaleza, y por lo tanto, criminal y terrorista per se;
un “punto de encuentro de grupos violentos” dispuestos a cometer
improbables “sabotajes y colocación de artefactos explosivos” con el
objeto de “sembrar el terror en la población”. Aquí se juzga solamente
por la intención, que se da por sentada. El enemigo no tiene derecho a
la intimidad, ni tampoco a la libertad de expresión o de reunión, por lo
que tanto el uso del servidor Riseup, como la publicación de un libro y
la coordinación de personas, son consideradas pruebas suficientes de
delitos potenciales y aun de otros ya cometidos por desconocidos, como
los petardos de feria colocados en cajeros automáticos o los artefactos
sin carga explosiva de la Almudena y del Pilar, que servirán para
calificar de “terroristas” a las víctimas de la operación.
El
Director general de la Policía Nacional Ignacio Cusidó no tiene empacho
en afirmar públicamente que “el terrorismo anarquista se ha implantado
en España” y por eso la lucha contra él es “una prioridad para la
policía”. Si los hechos desmienten tales despropósitos, tanto peor para
los hechos. Los agentes del orden arreglarán pruebas y los jueces
desecharán testimonios favorables. El Derecho Penal del Enemigo nos
sumerge en un universo kafkiano que en cierto modo tiene su lógica y esa
es la del miedo. La aberración yihadista y la crisis prolongada
amenazan con despertar una histeria securitaria en las masas ciudadanas
que no augura nada bueno. Malos tiempos para la libertad, un valor a la
baja, y buenos para los halcones de la política. El miedo es la coartada
del Poder, y un sector de éste es partidario de jugar esa carta a
fondo. Las algaradas callejeras han ridiculizado montones de veces la
eficacia de unas fuerzas del orden mentalmente muy identificadas con su
función represora, pero incapaces de neutralizar una lucha urbana
ruidosa que cuenta con efectivos no excesivamente numerosos. El ridículo
es a veces mucho más subversivo que la propaganda radical o la pedrada,
si bien no es el acto de sabotaje del sistema más contundente,
sí es el que más lo deslegitima. La Operación Piñata no se ha
desencadenado pues contra un etéreo terrorismo anarquista, sino que
forma parte de un plan de guerra que apunta al entorno segregado del
sistema, a la base de la disidencia social y de la resistencia
callejera. A los ateneos, centros okupas, asambleas vecinales,
colectivos obreros autónomos, grupos anticarcelarios, agrupaciones en
defensa del territorio… Es una operación de limpieza que intenta evitar
que unos minúsculos puntos de apoyo, al calor de la crisis económica y
política, se conviertan en palanca de una crisis social difícilmente
manejable. Como dijo Cusidó, se trata de una “labor preventiva”, dos
palabras que conviene interpretar en sentido militar, puesto que este
servidor del Estado es consciente de estar en guerra contra el bando
radical de la justicia social, la igualdad y la libertad.
¡Abajo el Estado! ¡Libertad inmediata para los detenidos!
Revista Argelaga, 1 de abril de 2015.
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