EL EXTRAÑO CASO DEL “HOMBRE DE PILTDOWN”
Por cienciahistorica –
La ciencia, como todos los demás
aspectos de la vida humana, tiene sus pillos y estafadores, hombres que
se aprovechan del desconocimiento de otros para avanzar sus agendas o
hacerse con un dinerito. Sin ir muy lejos, en los últimos años hemos
conocido los casos de supuestos científicos que aseguraban haber clonado
humanos o creado células madre a partir de embriones humanos, sólo para
descubrir poco después que ambas afirmaciones eran falsas.
Hace cuatro décadas, Manuel Elizalde, un
político filipino aseguró haber encontrado una tribu “perdida” en
estado salvaje desde la Edad de Piedra, los Tasaday, pero al caer el
gobierno de Ferdinand Marcos, Elizalde huyó con el dinero de la
fundación que había creado para proteger a los “indígenas”, y dos
periodistas revelaron que no eran más que hombres y mujeres modernos
pagados por Elizalde para fingir vivir en cuevas y hablar un idioma
extraño. Estos engaños no duraron mucho, pero hay otro que destaca entre
los mayores fraudes de la ciencia por el tiempo que tuvo que pasar
hasta ser descubierto, más de cuarenta años, y por el misterio que
levantó en los círculos científicos. Pero el fraude científico no es
nuevo, y la siguiente historia es uno de los casos más conocidos.
La enorme expectación que causaron los
descubrimientos del Homo neanderthalis en 1856 y el de Cro-Magnon, en
1869, aumentada por la publicación de “El Origen de las Especies” de
Charles Darwin en 1859, propició una extraña carrera para descubrir el
famoso “eslabón perdido”, muy a la manera de la “Guerra de los Huesos” que había enfrentado a los norteamericanos Cope y Marsh
para encontrar fósiles de dinosaurio. Sin saber qué buscar exactamente,
decenas de aficionados se lanzaron a la tarea de excavar donde fuera
posible en busca de los restos de tan ansiado individuo, lo que les
podría asegurar la inclusión de sus nombres en los libros de historia.
Uno de aquellos hombres, el aficionado cazador de fósiles Charles Dawson, encontró en 1908 un cráneo y una mandíbula
de lo que parecía ser una criatura muy parecida al hombre, pero con
algunos rasgos de simio. Rápidamente Dawson se puso en contacto con el
recién graduado jesuita Pierre Teilhard de Chardin para que le ayudara
en las excavaciones, de las cuales obtuvieron algunos huesos sueltos de
animales e incluso un par de dientes caninos, posiblemente
pertenecientes al misterioso ser.
A principios de 1912, Dawson se puso en
contacto con el curador del departamento de Geología del Museo
Británico, Arthur Smith Woodward, quien se interesó en el tema y pidió
examinar los fósiles para así poder dar su opinión. El cráneo era
definitivamente de una criatura humana aunque con una capacidad cerebral
un poco
menor que la de un hombre moderno, concluyó, pero la mandíbula era más
cercana a la de un chimpancé, exceptuando dos de los dientes canino
encontrados. El 18 de diciembre del mismo año, Dawson y Woodward
presentaron los resultados de sus investigaciones ante la Sociedad
Geológica de Londres, acompañados de una reconstrucción basada en los
restos encontrados. El Hombre de Piltdown, o Eoanthropus dawsoni
por su nombre científico, causó una inmediata sensación. En aquellos
días cualquier descubrimiento de ese tipo hubiese tenido el mismo
efecto, pero ayudó mucho que este ejemplar hubiese sido encontrado
precisamente en Inglaterra y que las ideas prevalentes de la época
casaran muy bien con la creencia de que el primer hombre tenía que ser
precisamente, inglés. La fiebre de la búsqueda se extendió no sólo en el
Condado de Sussex, donde se encontraba el pueblo de Piltdown, sino por
toda Inglaterra.
A pesar de que el hallazgo recibiera el
apoyo de un personaje tan importante como Smith Woodward y muchos de sus
colaboradores, no todos los científicos se mostraron tan crédulos sobre
la veracidad de los restos. El Real Colegio de Cirujanos llevó a cabo
su propia reconstrucción con copias de los fósiles y llegó a
conclusiones muy diferentes, aunque no llegaron a publicarlas. En 1913,
David Waterson del King’s College London si consiguió publicar en la
revista Nature que el cráneo correspondía ciertamente a un
humano, pero que la mandíbula pertenecía a un chimpancé. Diez años
después, el alemán Franz Weidenreich llegó a la misma conclusión. Sin
embargo, las ideas preconcebidas de la sociedad y la influencia de sus
defensores lograron mantener al Hombre de Piltdown como la estrella de
la paleontología y a partir de él se dirigieron las investigaciones
sobre los orígenes del hombre. Durante décadas, se creyó que los humanos habían adquirido su inteligencia antes de terminar su camino evolutivo físico,
esto es, que mentalmente eran humanos aunque sus cuerpos seguían
teniendo características simiescas. Pero no hay fraude que dure cien
años.
Finalmente, cuarenta años después, en
noviembre de 1953, los científicos Keneth Oakley, Wilfrid Le Gros y
Joseph Weiner publicaron en la revista Time un artículo en el
que demostraban que el Hombre de Piltdown era un fraude. Según sus
investigaciones, ya con métodos modernos, el cráneo pertenecía a un
hombre medieval, la mandíbula a un orangután y los dientes eran de
chimpancé. Para ocultar su verdadero origen y “añejar” los restos, los responsables del engaño habían tratado los huesos con una solución de hierro y ácido crómico.
Para más inri, un examen microscópico de los dientes demostró que
habían sido “labrados” para darles una forma más parecida a la de un
humano.
¿Quién fue el causante del fraude?
Difícil de decir a ciencia cierta, pero Dawson encabeza la lista de los
sospechosos, no sólo por haber sido él quien reportó primeramente el
hallazgo, sino porque en
los años sucesivos intentó colar más pruebas falsas y fue pillado más
de una vez. Teilhard de Chardin podría haber sido uno de sus cómplices,
principalmente porque había pasado una temporada en África, precisamente
en la zona donde habitaban los chimpancés de los que provenían los
dientes, casualmente encontrados por él en Piltdown. Incluso Sir Arthur Conan Doyle, de fama sherlockholmesiana, se vio involucrado según algunos, aunque sus razones podrían haber sido la de jugarle una broma a los científicos.
Lo más importante del tema es que el
“descubrimiento” del Hombre de Piltdown propició que hallazgos de restos
reales fuesen ignorados durante décadas, pues no casaban con las
teorías pre y post Piltdown de un hombre inteligente antes de adaptar el
resto de su cuerpo. La antropología del siglo XX perdió mucho tiempo y
dinero en una cacería inútil, pero al final, la misma ciencia la
rescató. El Hombre de Piltdown es hoy tan sólo un triste recuerdo para
algunos. Para los demás, una interesante anécdota que bien puede servir
para la entrada de un blog. ¿De qué lado estáis?
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