París y las respuestas civilizadas al terror
Por Federico Larsen/ Resumen Latinoamericano /
Notas Periodismo Popular/ 20 de Nov. 2015.- A una semana de los ataques
reivindicados por el Estado Islámico en París, que dejaron un saldo
oficial de 129 muertos y más de 300 heridos, el gobierno francés comenzó
ya su “blindaje” contra nuevos atentados y pasó a la ofensiva en Siria.
Ya en la noche del 13 de noviembre, el presidente Hollande había
declarado el estado de emergencia y el cierre de las fronteras,
suspendiendo de hecho el tratado de Shengen en medio de la peor crisis
de refugiados de la historia de la Unión Europea.
Al día siguiente, la policía belga irrumpió en
Molenbeek, barrio popular y árabe de Bruselas donde supuestamente se
habría planeado el ataque. El domingo 15 la aviación francesa retomó los
bombardeos sobre la ciudad siria de Raqqa, bastión del Estado Islámico
(EI), en función de las operaciones que ya lleva adelante hace meses
junto con EE.UU. y la oposición siria para combatir al grupo terrorista y
tumbar al gobierno de Bahar Al-Assad.
El lunes en Versalles, Hollande anunció la contratación
de 5.000 agentes de policía más para blindar las fronteras y la marcha
atrás sobre los recortes a las fuerzas de seguridad previstos hacía
meses. Pidió al Parlamento la extensión del estado de emergencia por
otros tres meses, la modificación del artículo 36 de la Constitución que
regula el estado de sitio y del artículo 16 que limita los poderes del
presidente de la República, además de confirmar oficialmente que
“Francia está en guerra”.
Al día siguiente París pidió a la Unión Europea la
aplicación del artículo 42 del Tratado de Lisboa, que prevé ayudas
económicas y diplomáticas para un país miembro que se encuentre bajo
agresión. El mismo martes el Kremlin admitía que el avión ruso caído el
31 de octubre en territorio egipcio con 224 personas a bordo había sido
víctima de un atentado, tal como había reivindicado el EI unos días
antes. El miércoles, la policía francesa irrumpió en el barrio de
Saint-Denis donde se encontraban algunos de los presuntos terroristas.
Una mujer accionó un cinturón-bomba y un hombre fue asesinado por las
fuerzas de seguridad durante un allanamiento en el que fueron arrestadas
otras siete personas. Ayer, la cámara de diputados dio media sanción a
la extensión del estado de emergencia con amplísima mayoría, abriendo la
puerta a la suspensión de las libertades y derechos civiles de los
franceses en pos de la seguridad, medidas a las cuales Hollande se había
opuesto con firmeza en el marco de la UE.
En el ámbito internacional, los ataques del viernes
pasado también tuvieron fuertes repercusiones. En la reunión del G20 en
Turquía, Putin y Obama acercaron posiciones sobre los bombardeos en
Siria, aunque siguen las diferencias acerca de la continuidad del
gobierno de Assad (aliado de Rusia) y la intervención por tierra. En el
mundo se reavivaron las posiciones xenofóbicas contra la llegada de
refugiados sirios. Marco Rubio, candidato a presidente de los EEUU en la
interna republicana, aseguró en estos días que “pueden haber 1000
refugiados que llegan: 999 son pobres que escapan de la violencia y la
opresión, pero uno de ellos es un terrorista del Estado Islamico”. Según
él, EEUU debería dejar de acoger a refugiados sirios. Por su lado, su
principal contrincante en la primaria, Jeb Bush, sugirió que EEUU sólo
debería recibir a sirios cristianos, como ha declarado Polonia hace unos
meses. Allí el nuevo gobierno de ultra derecha rechazó los acuerdos
tomados hace pocas semanas sobre las cuotas de refugiados en la UE
poniendo como excusa lo que sucedió en Francia.
Es decir, el variado y transversal frente de la
seguridad a toda costa volvió a florecer junto con la iniciativa de los
grupos terroristas. Y en su avance, comenzó también a jugar la carta de
la sensibilización de masas, más allá de la proliferación de banderas francesas en las redes sociales.
En los partidos amistosos disputados en la semana entre selecciones
europeas, todos los equipos salieron al campo de juego acompañados por
las notas de la Marsellesa, llevando la bandera francesa y respetando el
minuto de silencio por las víctimas. La única excepción fue el partido
entre Turquía y Grecia disputado en Estambul, donde el público turco
abucheó el minuto de silencio al grito de “Allah es grande”.
En los últimos siete días abundaron las teorías acerca
de una nueva guerra mundial contra extremistas islámicos, una
confrontación entre “buenos” y “malos” que alimentó todo tipo de
xenofobia y militarismo, tanto en Europa como en el resto del mundo. Sin
embargo, un análisis un poco más profundo permitiría entender que la
situación es mucho más compleja de lo que parece.
El día antes de los ataques de París el EI atacó el
barrio de Burj el Barajneh, principal plaza fuerte de Hezbollah en
Beirut, causando la muerte de 43 personas. Entre noviembre de 2014 y
noviembre de este año hubo 49 ataques terroristas en el mundo
reivindicados por el EI. De éstos, 10 fueron en Libia, 11 en Egipto, 7
en Yemen, 5 en Arabia Saudita, 4 en Bangladesh, 3 en Turquía y sólo dos
en Europa, ambos en Francia. El del viernes es el primero luego de la
proclamación oficial del Califato Islámico en una zona entre Iraq y
Siria, una suerte de estado teocrático independiente al que todos los
musulmanes del mundo deberían jurar fidelidad, con Abú Bakr al Baghdadi
como líder. Aunque sea seguramente un reduccionismo, se podría acercar
una primera explicación de los objetivos de este grupo a partir de
entenderlo como un territorio en expansión y con vocación de someter a
la mayor cantidad de pueblos posible, como explica Abu Bakr Naji en La Gestión del Caos (2014), uno de los pocos documentos ideológico-estratégicos que se han dado a conocer de EI.
Pero pensar al EI como una suerte de nación agresora y
en expansión sería extremadamente superficial. Como explica el filósofo
francés Étienne Balimar, en la revista británica Open Democracy, lo que
estamos viviendo es una guerra que punta a hacer explotar “todas las
cuentas pendientes del colonialismo y los imperios: minorías oprimidas,
fronteras trazadas arbitrariamente, recursos expropiados, áreas de
influencia contendidas, enormes contratos por la venta de armas”.
El EI intenta llenar aquellos vacíos de poder, las
contradicciones sociales y culturales, los conflictos que existen adonde
haya caos o barbarie -según cómo se traduzca el concepto de at-tawahoush-,
que occidente creó en sus últimos dos siglos de civilización a lo largo
del mundo. Es por esto que Francia, perpetradora de las más aberrantes
brutalidades en todos los continentes, al igual que las potencias
hegemónicas de un modelo civilizatorio europeo en abierta crisis,
también son parte de este proyecto.
Las respuestas militaristas y securitarias de occidente
son inútiles sin una profunda revisión del modelo de desarrollo humano
internacional, hoy cuestionado inclusive por las mismas instituciones
nacidas de él (OCDE, Banco Mundial, ONU, UE, etc.). La obtusa negativa
de las fuerzas occidentales a incluir en el combate contra el EI actores
fundamentales como Irán, Hezbollah, Hamas, Assad o los combatientes
kurdos, protagonistas de una verdadera epopeya en sus territorios, se
basan justamente en el rechazo a aceptar vías alternativas para el
bienestar de los pueblos.
La crisis financiera, la debacle griega, la emergencia
de los refugiados y, ahora, las respuestas militaristas y xenófobas al
terrorismo, son síntomas de una crisis civilizatoria que, de no contar
con la iniciativa de los pueblos a nivel internacional, puede causar más
desastres que una supuesta tercera guerra mundial.
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