El climax de la clase política
17/12/2015 12:41:54 p.m.
Por Rafael Cid
Esta
sábado 12 de diciembre de 2015, por primera vez en la historia de la
civilización industrial, 195 países han sellado un pacto para controlar
el cambio climático. No es un acuerdo exigente y aún se aleja de lo que
las organizaciones de defensa del medio ambiente y las instituciones
científicas independientes consideran el óptimo para revertir una
situación que empezaba a escaparse a nuestro control. Pero es el primer
compromiso universal que se logra entre actores con distintos e incluso
enfrentados intereses. Superpotencias, naciones pequeñas, estados
emergentes y en vías desarrollo, norte-sur, han dado un paso adelante
por el más común de los bienes existentes.
Ciertamente, y una vez más para que sirva de advertencia, tras ese acuerdo están años y años de lucha de la sociedad civil y ONGs para concienciar a los dirigentes políticos de la enorme trascendencia del problema creado por el uso ecocida de los recursos. Sin esas movilizaciones, protestas, transgresiones y acciones desinteresadas de millones de personas en todo el planeta es más que dudoso que algo así se hubiera logrado en estos comienzos del siglo XXI, que a partir de ahora, de confirmarse los pronósticos, podría ser la primera era verde de la humanidad técnico-científica. La moraleja es más que elocuente: no se les puede dejar solos.
Cuando a pesar del “estado de emergencia” decretado por el gobierno francés a raíz del brutal atentado del ISIS en París, miles de osados ecologistas se movilizaron por sus calles para impedir que la Cumbre del Clima se saldará con una nueva frustración, se estaban marcando las verdaderas prioridades de la gente, más allá de otras estrategias políticas globales de oscura taxonomía. Aquel pertinaz “si se puede” sembró el camino que hoy nos permite alguna esperanza de cambio de rumbo por las economías extractivas.
Sin embargo, ahora, lejos de dar la cuestión por encarrilada, viene la etapa más importante. Porque con los antecedentes que constan, el juego sucio de los líderes mundiales y las resistencias que sin duda urdirán las grandes corporaciones empresariales que han rentabilizado el efecto invernadero, resulta más decisivo que nunca que la presión de la calle en todo el mundo se haga oír sin desfallecer. Ese afán será el más noble ideal que podamos abrazar en nuestras vidas.
Porque si regresamos grupas y dejamos de nuevo que la clase política se ocupe del problema, nos estaremos arriesgando a cebar de nuevo la bomba climática. Lamentablemente, como tantas otras conquistas en la historia de la humanidad, la militancia ecologista en sus variadas formas sigue siendo un trabajo de minorías generosas y esforzadas. Por eso, los partidos políticos apenas lo destacan en sus programas electorales, atentos como están siempre a captar los votos de las mayorías sociales, estadísticamente hablando. La prueba de esta clamorosa indigencia la tuvimos en los dos debates celebrados entre PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos fechas atrás en los foros de El País y Antena 3 TV. Ninguno de sus líderes, ni los principiantes ni los recurrentes, dijeron una palabra sobre el cambio climático. Cero patatero. Pero no teman, ahora todos ellos, Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias se pelearan por coronarse como los heraldos de la defensa del medio ambiente.
Ciertamente, y una vez más para que sirva de advertencia, tras ese acuerdo están años y años de lucha de la sociedad civil y ONGs para concienciar a los dirigentes políticos de la enorme trascendencia del problema creado por el uso ecocida de los recursos. Sin esas movilizaciones, protestas, transgresiones y acciones desinteresadas de millones de personas en todo el planeta es más que dudoso que algo así se hubiera logrado en estos comienzos del siglo XXI, que a partir de ahora, de confirmarse los pronósticos, podría ser la primera era verde de la humanidad técnico-científica. La moraleja es más que elocuente: no se les puede dejar solos.
Cuando a pesar del “estado de emergencia” decretado por el gobierno francés a raíz del brutal atentado del ISIS en París, miles de osados ecologistas se movilizaron por sus calles para impedir que la Cumbre del Clima se saldará con una nueva frustración, se estaban marcando las verdaderas prioridades de la gente, más allá de otras estrategias políticas globales de oscura taxonomía. Aquel pertinaz “si se puede” sembró el camino que hoy nos permite alguna esperanza de cambio de rumbo por las economías extractivas.
Sin embargo, ahora, lejos de dar la cuestión por encarrilada, viene la etapa más importante. Porque con los antecedentes que constan, el juego sucio de los líderes mundiales y las resistencias que sin duda urdirán las grandes corporaciones empresariales que han rentabilizado el efecto invernadero, resulta más decisivo que nunca que la presión de la calle en todo el mundo se haga oír sin desfallecer. Ese afán será el más noble ideal que podamos abrazar en nuestras vidas.
Porque si regresamos grupas y dejamos de nuevo que la clase política se ocupe del problema, nos estaremos arriesgando a cebar de nuevo la bomba climática. Lamentablemente, como tantas otras conquistas en la historia de la humanidad, la militancia ecologista en sus variadas formas sigue siendo un trabajo de minorías generosas y esforzadas. Por eso, los partidos políticos apenas lo destacan en sus programas electorales, atentos como están siempre a captar los votos de las mayorías sociales, estadísticamente hablando. La prueba de esta clamorosa indigencia la tuvimos en los dos debates celebrados entre PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos fechas atrás en los foros de El País y Antena 3 TV. Ninguno de sus líderes, ni los principiantes ni los recurrentes, dijeron una palabra sobre el cambio climático. Cero patatero. Pero no teman, ahora todos ellos, Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias se pelearan por coronarse como los heraldos de la defensa del medio ambiente.
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