El peligro de no ver las causas de los actos y estremecerse por las consecuencias.
Últimamente, no pasa desapercibido el creciente odio y rencor hacia la comunidad islámica. Estados Unidos nunca ha llegado a olvidar el 11-S, España el 11-M y, ahora Francia, el 13-N. No olvidan y, mucho menos, perdonan. Lo curioso es que dichos países no aprenden de su pasado. Desde hace mucho tiempo, éstos (junto a Gran Bretaña) han alimentado el odio del pueblo musulmán, un pueblo atacado constantemente, ya sea por su petróleo o posición estratégica. Nadie parece acordarse de la ofensiva del señor George W. Bush contra Irak, en la cual fuimos partícipes, y nadie parece saber lo que ocurrió, una guerra provocada por intereses puramente económicos.

Todo el mundo recuerda con rabia lo sucedido en Nueva York, Madrid o París, pero nadie se para a meditar sobre Bagdad, Damasco o Beirut y, desde luego, nadie sabe qué acuerdo firmaron Mark Sykes (Gran Bretaña) y François Georges-Picot (Francia), donde se repartieron y auto asignaron el territorio de los habitantes árabes.

Occidente ha aprendido a odiar a Siria, Irak o Líbano entre otros, ha aprendido a odiar a países que ellos mismos han creado y masacrado, pero no ha aprendido a no combatir la violencia con violencia, a no actuar como un niño de 4 años o a no apropiarse de territorio ajeno por la fuerza.

No ha aprendido a no vender armas ni a no comprar petróleo a terribles dictadores. No ha aprendido a no buscar la ganancia económica en cualquier situación, Occidente debe aprender que no "todo vale por la pasta" y que el fin, en gran cantidad de casos, no justifica los medios. Al fin y al cabo, ellos crean las guerras que, tarde o temprano, nosotros acabamos pagando.