ASESINOS DE PRESIDENTES (2ª PARTE)
En el tratado entre Estados Unidos y Gran Bretaña de 1783, dos años después de que los Estados Unidos ganara la guerra, se sigue reconociendo al rey inglés como “Príncipe del Sacro Imperio y de los Estados Unidos“. En ese tratado, el primero de una larga serie, se nota claramente que los Estados Unidos no negociaban con su antiguo dominador desde ninguna posición de fuerza, sino que pagaban el precio de una gran dependencia económica y financiera para lograr la libertad política. Obviamente, fueron las sociedades secretas las grandes beneficiarias de todo ello, junto a la British East India Company y la banca londinense.
Por primera vez en el mundo moderno se lograba que una nación importante adoptara un régimen democrático de gobierno y se apartara de la monarquía, que era un objetivo de las sociedades secretas. En lo económico se abogaba por abolir los privilegios de la aristocracia, aunque se mantuviera la dependencia con respecto a la burguesía comercial y financiera londinense bajo la fachada de la libertad de mercado. El programa de la masonería y de los Illuminati comenzaba a aplicarse con éxito.
Los Estados Unidos nacieron como un ensayo exitoso de las sociedades secretas, que luego exportarían, con sus variantes, este modelo de democracia y libre empresa, aunque dependiente. Primero se exportó a Latinoamérica y luego al corazón mismo de Europa continental. Por lo tanto, en 1776, el Imperio Británico comenzó a desmembrarse en cuanto a su identidad política, pero no en su identidad económica y financiera. Los lazos económicos y financieros no solamente se mantuvieron, sino que nunca hubo ninguna intención de que fueran cancelados desde Londres ni desde las colonias. Los Estados Unidos nunca rechazaron sus deudas con Gran Bretaña, y su secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, se ocupó de endeudarlos más, haciéndolos mucho más dependientes de la banca londinense. El Imperio Británico, en lo económico y financiero, siguió intacto después de la independencia norteamericana. Incluso cuando en 1811 expiró el mandato del primitivo Banco de los Estados Unidos, que había comenzado a monopolizar la emisión de moneda, gracias a Benjamin Franklin, estalló una nueva y corta guerra con el Reino Unido. Benjamin Franklin, además de noble británico y embajador en Londres, fue un estrecho colaborador de las casas bancarias londinenses. La guerra terminó cuando los Estados Unidos se volvieron a endeudar con la banca inglesa para la guerra contra el propio ejército inglés, y accedieron a conformar un nuevo banco central, The Second Bank of the Unites States, que en realidad sería el tercero, si se toma en cuenta al fallido Bank of North America. Con The Second Bank of the Unites States de nuevo hubo preeminencia en el control monetario por parte de la banca británica.
Pero incluso en lo político había grandes coincidencias, a pesar de la división, entre ambos países. El principal partido político inicial en los Estados Unidos era el Federalista. Washington, Jefferson, Adams y otros eran federalistas y accedieron al poder como miembros de este partido. Pues bien, el Partido Federalista, que dominó los Estados Unidos de 1776 hasta casi 1820, era fervientemente pro británico. Sólo hacia 1826 el pueblo norteamericano comenzó a entrever que el sistema democrático de libre empresa en el cual vivía, en realidad era una fachada tras la cual se escondían las sociedades secretas. En ese año un miembro de la masonería, el capitán William Morgan, escribió un libro en el que revelaba cómo toda la estructura de poder norteamericana estaba dominada por las sociedades secretas, que respondían a los intereses de Londres. A consecuencia de ello Morgan fue asesinado, y el encubrimiento del crimen al que se prestaron altos magistrados y legisladores fue tan escandaloso que provocó una verdadera revuelta popular contra la masonería norteamericana, hoy la más poderosa del mundo, que casi derriba toda la estructura de poder de las sociedades secretas.
Entonces se creó el Partido Antimasón, que llegó a obtener el 10% de los votos. El Partido Antimasón participó en las elecciones de 1828 como aliado del Partido Nacional Republicano. En aquellas elecciones los federalistas habían desaparecido de la escena. El Partido Antimasón estaba liderado por el entonces presidente John Quincy Adams, un gran progresista, lamentablemente olvidado por la historia. Adams buscaba la reelección y la perdió por muy pocos votos.
Al cabo de varios años adquirió gran popularidad personal un masón profundamente contrario a la Banca, Andrew Jackson. Fue considerado un mal menor para la élite de negocios británico-norteamericana y las sociedades secretas. Mientras tanto, y a causa de la presencia de Jackson, la alianza del movimiento antimasón y el Partido Nacional Republicano, que en las elecciones de 1824 había conseguido nada menos que el 44% de los votos, ascendiendo al poder con John Quincy Adams a la cabeza, cayó en el olvido.
Jackson fue un enemigo mortal del Second Bank of the United States, al que logró hacer desaparecer, pero dejó intactos el poder de las sociedades secretas y la alianza de negocios británico-norteamericana. Fue sólo así como se fueron aplacando las cosas, de modo que el Imperio económico y financiero conformado entre Londres y los Estados Unidos siguió intacto, al menos hasta la irrupción del presidente Abraham Lincoln.
Como vemos, la independencia de los Estados Unidos fue un suceso que dista de ser lo que se dice en los libros de historia. El Imperio Británico pasó a ser un ente básicamente económico y financiero, un imperio en la sombra que hoy todavía subsiste aunque su sede real haya cambiado, y del que sólo actualmente se vislumbra cierta decadencia. Se trata de un exitoso experimento de las sociedades secretas y la burguesía inglesa, que con la democracia generada en los Estados Unidos y luego exportada a todo el mundo, tal como lo ha señalado el historiador Arnold Toynbee, derribaron monarquías que les eran contrarias. Por su parte, con el capitalismo de libre empresa estadounidense, también exportado con ciertas variantes, infiltraron y debilitaron poco a poco, y en todo el mundo, los intereses nacionales, conformando una comunidad de intereses imperiales que hoy día es denominada British Commonwealth (Comunidad Británica). La diferencia es que su cabeza ya no está Londres, sino en Nueva York, donde está la sede del Council on Foreign Relations (CFR).
Queda claro entonces por qué presidentes norteamericanos demasiado independientes, como lo fueron Kennedy o Lincoln, y muchos otros en momentos críticos, se convirtieron en enemigos internos y, por lo tanto, peligrosísimos para la élite globalizadora. El hecho de que cada uno de ellos se manejara con autonomía contra los propios intereses imperiales y de las sociedades secretas, hizo necesario que ocurriera lo que ocurrió, que se les eliminara sin piedad y con los peores métodos. Dicho en otras palabras, que se les ejecutara. Y cuando se los consideró directamente traidores y no meros obstáculos políticos, se miró que la ejecución fuera pública, por medio de una bala.
En próximos capítulos veremos lo que sucedió con cada uno de los presidentes asesinados o represaliados.
(Fuente: http://despiertaalfuturo.blogspot.com.es/)
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