La fragmentación del espectro político tras las elecciones del 20-D ha llevado a una situación inédita en la historia democrática española. Nunca se habían necesitado tantos apoyos diferentes para formar Gobierno y nunca había fracasado ningún candidato a la investidura. Son nuevos tiempos que exigen una actitud muy diferente de los líderes políticos, más abierta y dialogante, para cumplir con el mandato de los electores, que han determinado que no quieren mayorías absolutas y sí acuerdos amplios de gobernabilidad.
En esta tesitura, y sin negar la función que le corresponde al Rey como jefe del Estado, hay que exigir a los partidos que se presenten con los deberes hechos a la nueva ronda de consultas. En los anteriores encuentros se produjeron diversas anomalías protagonizadas por dos de los principales líderes políticos.
El presidente del Gobierno en funciones, que un día antes había dicho que iba a aceptar el mandato para la votación de investidura, dejó al Rey con los papeles (que ya estaban preparados) colgados. Por su parte, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, cometió la impostura de ofrecerse, tras la reunión con Felipe VI, a ser investido como vicepresidente del Ejecutivo con un presidente que ni siquiera había sido designado como candidato. Dos acciones imprudentes e irresponsables.
Las dos sesiones de debate sobre la investidura de Sánchez han subido el tono de la discusión y han roto casi todos los puentes para lograr una mayoría suficiente para formar Gobierno. Por eso, sería recomendable que en la reunión de mañana el Rey opte por dar un tiempo al presidente del Congreso y a los partidos para que baje la espuma de los enfrentamientos y vuelvan a sentarse a negociar.
Quedan más de siete semanas para que se cumpla el plazo límite para convocar de nuevo las elecciones y es mejor reiniciar los contactos con parte del camino andado que forzar los tiempos y repetir una investidura fallida.
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