Los
responsables gubernamentales, policiales y de los servicios secretos se
movían en la esquizofrenia de no querer alarmar a la población y
reconocer al mismo tiempo que el peligro estaba ahí, y que la pregunta
no era tanto si Alemania iba a sufrir un zarpazo terrorista, sino más
bien cuándo y cómo. Y esta semana explotó.
Primero el lunes, cuando un refugiado que parecía un modelo de integración —prácticas en una panadería y recién aterrizado en una familia de acogida— agredió a hachazos a una familia china en un tren y a una mujer en la calle. Dos de ellos se debaten entre la vida y la muerte. La tragedia tenía también repercusiones políticas: el joven había llegado en la oleada migratoria que la canciller Angela Merkel no pudo, o no quiso, rechazar. Y ahora Múnich. En la confusión del viernes era muy pronto para buscar certezas o autorías. La policía de la ciudad decía el viernes no tener por el momento ningún indicio islamista.
“No descartamos por ahora ningún hipótesis, tampoco la del
islamismo. Pero no hay nada claro y pido respeto a la confidencialidad
de las investigaciones para no dañar sus posibilidades de éxito”, dijo
poco antes de las once de la noche Peter Altmeier, ministro de la
Cancillería y uno de los más estrechos colaboradores de Merkel.
La policía investiga la autenticidad de un vídeo en el que
el que el que parece ser el autor grita “soy alemán”. Los expertos
antiterroristas se preguntaban anoche si esta podría ser la prueba de
que el atentado fuera obra de ultraderechistas. En un país en el que los
ataques a centros de refugiados se han disparado en el último año y en
el que el propio ministro del Interior, Thomas de Maizière, advirtió
sobre la posibilidad de la aparición de un nuevo terrorismo de
ultraderecha no parece descartable. En la misma ciudad de Múnich se
celebra desde hace años el juicio a una miembro de NSU, un grupo neonazi
que mató a varios ciudadanos turcos. Pero el modus operandi recuerda más a los yihadistas de Estado Islámico.
Es muy pronto para buscar consecuencias políticas a lo ocurrido en Múnich, pero si se confirma la motivación islamista, la presión política en Alemania crecerá considerablemente. En las elecciones del próximo año, la ultraderecha no tendrá el éxito que se le pronostica al Frente Nacional francés. Pero los populistas antiinmigración de Alternativa para Alemania sí tienen todas las papeletas para convertirse, según las encuestas de los últimos meses, en el tercer o cuarto partido del país.
El despliegue policial en Múnich fue colosal. Se echó de mano de la fuerza antiterrorista GSG 9. La idea de que en medio de Múnich deambulaban tres personas dispuestas a matar—durante la madrugada se confirmó que finalmente era solo una— resultaba escalofriante.
Primero el lunes, cuando un refugiado que parecía un modelo de integración —prácticas en una panadería y recién aterrizado en una familia de acogida— agredió a hachazos a una familia china en un tren y a una mujer en la calle. Dos de ellos se debaten entre la vida y la muerte. La tragedia tenía también repercusiones políticas: el joven había llegado en la oleada migratoria que la canciller Angela Merkel no pudo, o no quiso, rechazar. Y ahora Múnich. En la confusión del viernes era muy pronto para buscar certezas o autorías. La policía de la ciudad decía el viernes no tener por el momento ningún indicio islamista.
‘Puertas abiertas’ en las redes
L. D., Berlín
Las
redes sociales irrumpen con fuerza en eventos trágicos y el tiroteo en
Múnich no ha sido una excepción. Para comunicarse con los ciudadanos e
informarles en directo, la policía federal utilizó su cuenta de Twitter.
A través de ella, pidió que la población permaneciera en sus casas, no
colgara ninguna imagen de los hechos, o no utilizara las carreteras que
llevan a la capital bávara. Una de las tendencias de anoche en Twitter
ha sido el hashtag #offenetuer, puertas abiertas, que encabezaba
los tuits de quienes, en Múnich, ofrecían amparo a los que no tienen
donde cobijarse. Entre los que lo utilizaron, las mezquitas de la
ciudad.Simbolismo político
Los dos ataques de la semana han ocurrido en Baviera. Puede ser solo casualidad, porque lo que han mostrado los últimos meses es que los actos de terrorismo pueden ocurrir en cualquier lugar en cualquier momento. Pero los ataques en este lugar también tienen un fuerte simbolismo político. Porque el rico y conservador Estado Libre de Baviera sirvió como puerta de entrada a la gran mayoría del millón de refugiados que llegaron a Alemania el año pasado. Y también porque el jefe de Gobierno de Baviera, Horst Seehofer, es el mayor crítico a la política migratoria de Merkel. Y, pese a dirigir ambos líderes partidos en teoría hermanados, se ha convertido también en el mayor enemigo de la canciller, a la que no ha dudado en humillar cuando ha tenido ocasión.Es muy pronto para buscar consecuencias políticas a lo ocurrido en Múnich, pero si se confirma la motivación islamista, la presión política en Alemania crecerá considerablemente. En las elecciones del próximo año, la ultraderecha no tendrá el éxito que se le pronostica al Frente Nacional francés. Pero los populistas antiinmigración de Alternativa para Alemania sí tienen todas las papeletas para convertirse, según las encuestas de los últimos meses, en el tercer o cuarto partido del país.
El despliegue policial en Múnich fue colosal. Se echó de mano de la fuerza antiterrorista GSG 9. La idea de que en medio de Múnich deambulaban tres personas dispuestas a matar—durante la madrugada se confirmó que finalmente era solo una— resultaba escalofriante.
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