jueves, 7 de julio de 2016

Oso Arturo: La muerte te liberó, nosotros no

Oso Arturo: La muerte te liberó, nosotros no

OPINIÓN de Leonora Esquivel, México.- La muerte de Arturo, el último oso polar en cautiverio en Mendoza, Argentina desata tristeza y vuelve a cuestionar la existencia de los zoológicos.


Arturo llegó a Mendoza en 1993 desde Estados Unidos y su estado de salud en los últimos años fue noticia a nivel mundial. En 2014 se impulsó una iniciativa para trasladarlo a una reserva canadiense, pero por su avanzada edad los especialistas recomendaron no moverlo de Mendoza, donde tuvo que soportar temperaturas cercanas a los 40 grados en verano. La repercusión internacional sobre la situación del oso polar obligó al gobierno provincial a “mejorar” su hábitat en el zoológico, donde se acondicionó el dormitorio de su jaula con aire acondicionado.

Greenpeace Argentina sostiene que Arturo vivía en condiciones precarias y para refutar lo anterior la asociación “Amigos del Oso Polar Arturo” y su presidenta, Irma Argüello, señaló el siguiente disparate: “Fue un oso muy feliz que, a diferencia de todo lo que se dijo, vivió estos últimos meses de la mejor forma y con una excelente atención médica”.

De sus 31 años de vida Arturo pasó 23 en cautiverio, en un ambiente completamente distinto a su habitat, solo y con ridículos estímulos psicológicos como pelotas e inflables.

EL zoológico de Mendoza se defiende diciendo que murió por su avanzada edad y que se le dio la mejor atención veterinaria, pero ese no es el punto. Claro que iba a morir tarde o temprano, el asunto relevante es cómo vivió.

Todos hemos visto las imágenes de Arturo, sucio y acabado, solo en un tanque con una pelota, mirando imágenes de bloques de hielo, y nos representa la viva imagen del cautiverio innecesario en su estado más desolador. Un oso polar en un clima como el de Mendoza, con una jaula con aire acondicionado. ¡Es aberrante!

Estas prisiones llamadas zoológicos siguen existiendo porque hay visitantes que aplauden que los animales sean privados de su libertad para exhibirlos ante nuestros ojos egoístas, que sólo piensan pasar un buen rato, tomar un par de fotos y volver a su vida, olvidándose que los animales se quedan para siempre ahí, que su única función fue entretenernos. No nos engañemos que mantener a un oso polar en Argentina hizo algo para salvar su especie, ni que los niños que lo vieron aprendieron mucho de los úrsidos. Si queremos que los osos polares sigan viviendo hemos de trabajar en la conservación de su habitat vía el cambio climático, por ejemplo. ¿Qué puede aprender alguien cuando ve a uno oso polar solo y enjaulado a 40 grados en verano? Que tenemos el poder de someter y transformar las vidas de los animales a nuestro antojo y disfrazar este hecho de educación y conservación. Aprendemos que los animales están para ser observados cuando querramos y como querramos al precio que sea, que generalmente es su salud mental, su vida.

“Fue un oso muy feliz”. La frasecita retumba en mis entrañas y me hace pensar en qué concepto de felicidad tenemos. Ahí está la distorsión de origen: creer que por tener comida y atención veterinaria un animal cautivo es feliz, es como decir que un prisionero humano lo es porque en la cárcel se le proveen sus necesidades básicas.

La vida que dimos a Arturo es otra vergüenza para nuestra especie, una más en nuestra lista de fracasos, donde somos capaces de condenar a cadena perpetua a un inocente y negarle la oportunidad de una vida digna para sus últimos días. Si trasladarlo hubiera significado su muerte ¿no habría valido la pena que al menos conociera por un tiempo breve un entorno más adecuado a sus necesidades, que hubiera convivido con miembros de su especie? Preferimos mantenerlo muerto en vida 31 años, porque tal vez nosotros mismos estamos acostumbrados a vivir así y considerarnos felices.

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