Nando, la utopía infinita
El documental ‘Caballo de viento’
desvela la biografía de Fernando Fernández de Castro, disidente,
activista contracultural y superviviente de excesos.
03 Septiembre 2017
Fernándo Fernández de Castro, tras su boda con Catherine Cagnoli en Londres, en una imagen del documental ‘Caballo de viento’.
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Ese tipo con gorra de piel, barba cana y aspecto
desaliñado que pide la palabra –megáfono en ristre si hace falta– en
cada concentración en Málaga a favor de los refugiados o en contra de
los recortes es de verdad un personaje novelesco. Santanderino
descendiente de una familia gallega de raíz aristocrática, participó en
las revueltas universitarias contra la dictadura en el Madrid de los
años 60, adscribiéndose al círculo ácrata tejido alrededor de Agustín García Calvo.
Tras salir de mala manera del PCE, acabó refugiado en
París, donde estudió Sociología, escribió una tesis bajo la dirección de
Gilles Deleuze y vivió con entusiasmo el Mayo del 68 y la fiebre de la
heroína, haz y envés de un mismo impulso –político y existencial– de
búsqueda de libertad y evasión. Terminó preso y luego rehabilitado,
antes de regresar a España en el 77 para seguir escribiendo capítulos de
una vida excesiva y contracultural. “Siempre hay que buscar formas de
vivir de otra manera”, reflexiona a sus 72 años Fernando Fernández de Castro,
Nando en Málaga, donde es uno de los rostros más reconocibles del 15-M y
de cuantos impulsos contestatarios y cooperativos surgen en la ciudad.
¿Hemos dicho una vida de novela? Moisés Salama, responsable de contenidos del Festival de Cine Español de Málaga y
amigo de Nando, vio más bien material para un documental. La idea le
rondaba de antiguo, pero cristalizó tras un encuentro entre ambos a
principios de 2015. Nando, enfermo de hepatitis C, acababa de recibir
una noticia inquietante: tenía cáncer de hígado. Así se lo contó a su
amigo. La cosa tenía un pronóstico feo. Hablaron. De lo vivido, de lo
que queda por vivir. Ahí estaba, sobrevolando la charla, el miedo a la
muerte. Nando acababa de recoger unas fotografías en blanco y negro de
su época de refugiado político en Francia, concretamente durante una
fase de rehabilitación de la heroína en una finca campestre. Y
ojeándolas prendió en la cabeza de Moisés la chispa, la idea de un
documental, que implícitamente era también un homenaje, quién sabe si
necrológico. “A Moisés le propuse morirme durante el rodaje, pero no
llegamos a un acuerdo”, bromea Nando. El director le suele devolver la
broma, diciendo que al sobrevivir al hepatocarcinoma, operado con éxito,
le fastidió el guion. Bromas –algo macabras– aparte, la recuperación
nos permite hoy hablar directamente con Nando de su vida mientras el
documental, Caballo de viento, acaba de salir del horno con un preestreno en Málaga, la ciudad en la que vive desde finales de los 70.
¿Qué hilo conductor tiene una vida con
tantos avatares? ¿Qué idea-fuerza, si es que la hay? “No lo sé. No creo
que se pueda encontrar un hilo. He vivido”, responde vagamente Nando,
que se muestra pudoroso ante el desvelamiento de las interioridades de
su biografía. “En todo caso”, matiza, “me quedo con esa frase que dice
en el documental Amador Fernández-Savater: ‘Hay una
juventud para cada edad’. Es decir, no me he anquilosado, he mantenido
siempre la mente abierta, la capacidad de entusiasmarme con las cosas
sin ideas preconcebidas”, explica. Un pasaje del documental apunta en la
misma dirección: es cuando se reúne en un cortijo de Ronda un grupo de
viejos amigos del movimiento ácrata. Nando es de los pocos que, a estas
alturas, mantiene el entusiasmo por la protesta y muestra confianza en
la capacidad transformadora del movimiento sociopolítico alumbrado el 15
de mayo de 2011. No puede ocultar cierta zozobra al comprobar cómo
entre sus antiguos compañeros ha cundido una cierta resignación, una
cierta nostalgia, quizás hasta un cierto punto de cinismo. Así lo deja
también entrever en una charla con Fernández-Savater que brinda la más
jugosa destilación política del documental. Ambos se muestran de acuerdo
en que la fuerza de la política reside en su dimensión social,
creativa, comunitaria, más que en la meramente electoral o
institucional.
“Yo creo que el 15-M abrió una nueva
etapa política que ahora solo podemos entrever, pero que supuso un
despertar. El sistema neoliberal no da más de sí”, afirma Nando. Pero
aclara, con vehemencia, que no es un optimista ingenuo. Toda una vida
tras la utopía no lo ha convertido en un ensoñador. “Ojo, cuando digo
que tengo la mente abierta no significa que haya caído en el optimismo a
ultranza y sin sentido, que es una herramienta neoliberal. El
pensamiento positivo es una basura. Hay que ver los claros y oscuros,
los grises, preguntarnos cómo podemos cambiar nuestras vidas pero sin
negar los espacios de negatividad que hay en nosotros mismos”, afirma.
Eso sí, su diagnóstico sobre España es sombrío. La película termina de
hecho con un plano del rostro de Nando, cabizbajo, durante el recuento
de votos de la última noche electoral, con la amplia ventaja del PP y el
decepcionante resultado de Unidos Podemos. “Qué país, qué país”, dice
negando con la cabeza. Hoy Nando no oculta su simpatía por Podemos –el
documental arranca con su asistencia a un mitin de Pablo Iglesias–, pero
insiste en que las transformaciones, si han de llegar, no pueden fiarse
a la política institucional. Tras una vida asomado a doctrinas con
vocación de abarcarlo todo, hoy en la síntesis de su pensamiento se
adivina más bien una confianza en las posibilidades políticas de las
redes de afecto y colaboración que surgen del encuentro en la calle,
donde cada cual ofrece lo que tiene sin banderas ni dogmatismos.
Sin elección
Volvamos al Nando de Madrid en los 60. El propio franquismo,
en su afán opresivo, fue el que desató al joven estudiante de Derecho,
que participó desde el origen en las manifestaciones estudiantiles,
aquellas de las tan mentadas carreras delante de los grises. Nando
sintió que no tenía elección. “Bastaba con no llevar unas anteojeras
para ver que aquello había que cambiarlo. La propia dictadura te
empujaba, porque te obligaba a definirte”, explica. Su indisciplina le
valió la expulsión del PCE –donde militó sin excesiva convicción– antes
de acabar en el París del 68, obteniendo el estatuto de refugiado
político. Es la etapa crítica de su peripecia, cuando la politización
alcanza su cumbre, hasta el punto de acudir a la Embajada de Cuba a
pedir ayuda –sin encontrarla– para incorporarse a las luchas
guerrilleras en América Latina. Los vídeos y las fotos muestran a un
joven alto, desgarbado, con dos ojos abiertísimos que le ocupan media
cara. El deseo de hacerlo todo, todo diferente y todo al máximo pasa
factura. Arte, política y vida se superponen en un entorno de
estudiantes de familia burguesa. Al tiempo que estudia Sociología en la
Université de Vincennes à Saint-Denis, descubre la vida comunal
libertaria y la revolución de las costumbres –sexuales, por ejemplo–. Y
en plena fiebre experimentadora, las drogas entran en tropel en su vida.
“El día que yo pruebo la heroína, se produce como un flechazo. Yo me
digo ‘esto es lo que yo buscaba, esto es lo que necesito’”, cuenta en la
cinta, que recoge incluso vídeos de la época en los que Nando y otros
de su círculo aparecen inyectándose. “No había patria a la que seguir,
ni dios, ni religión… Estaba todo agotado. Y nos encontramos con las
sustancias, las drogas”, reflexiona ahora. Su asignación como becario no
le permitía sufragarse la adicción, así que terminó preso por traficar
con las mismas sustancias que consumía. Nando sobrevivió y acabó
rehabilitado. No así su esposa, Catherine, que falleció de sobredosis
años después, en 1979, en España. El propio Nando tuvo una recaída, ya
en Málaga. Pero la superó en un centro de retiro budista en la Alpujarra
granadina.
Había regresado a España en el 77 y pronto terminó en la
capital de la Costa del Sol, donde acudió al salirle trabajo en la
Diputación y donde se convirtió con el andar de los años en padre de dos
hijos y abuelo de un nieto. A pesar de haber superado los 70, continúa
trabajando como funcionario municipal del área de accesibilidad, aunque
ahora está de baja. En el Ayuntamiento participó en el plan municipal
para la erradicación del chabolismo y en un programa de integración de
familias gitanas en el barrio de Los Asperones.
Nando nunca ha parado. En la política y el activismo local
a pie de calle es donde ha recuperado el entusiasmo político, que
perdió en la década de los 90. Asambleas, cooperativas, huertos urbanos…
Ahí es donde se ha movido todos estos años. Con el paso del tiempo ha
ido cobrando importancia en su forma de ver el mundo la filosofía
oriental, el budismo tántrico y la meditación. Ahí ha encontrado la
juventud para sus 72 años. Y también ahí cobra sentido el título del
documental, Caballo de viento, expresión alegórica de origen oriental referida al estado del alma cuando se aprende a vivir el presente.
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