-¿Por
qué vienen aquí todas estas personas llegadas de países de mierda?
-pregunta el inenarrable presidente estadounidense, Donald Trump.
Parece ser que, aparte de su exceso ponderal, él se encuentra de maravilla. ¡Tanto mejor para él! Menos que el hombre es la extrema-derechización y el salvajismo de las democracias occidentales, cuyo comportamiento es su perfecto reflejo, lo que debería preocuparnos.
Si la indignación provocada es legítima, tiene en cambio la debilidad de ser selectiva. Donald Trump no hace sino repetir alto y fuerte el pensamiento que, en Europa, procede a la clasificación de migrantes en “buenos”, que hay que recibir con humanidad, y en “malos”, a los que hay que dejar pudrirse en el infierno libio, morir en el Mediterráneo, o ser rechazados con firmeza cuando logran, al precio de mil y un obstáculos, alcanzar suelo europeo.
Más importante que las declaraciones de tal o cual dirigente estadounidense o europeo en busca de legitimidad ante un electorado asustado porque desinformado, es la mirada que dirigimos sobre nosotros mismos los africanos y africanas y los afro-descendientes en un mundo de injusticia, de desprecio y de negación de humanidad. Los golpes que nos llevamos en este momento, entre los que figura este nuevo insulto, contribuirán, espero, a despertar nuestras conciencias adormiladas por el discurso soporífero sobre el crecimiento económico, los acuerdos “ganador-ganador”, y la emergencia. Dejemos de confundir la sombra con la proa.
Los constructores de muros no quieren un África emergente que acabe, como ocurrió con Asia, creándoles problemas. ¿En qué otras reservas buscarían petróleo, gas, uranio, metales escasos y otros recursos estratégicos si África consiguiera industrializarse y convertirse en un mercado de dos billones de consumidores de productos africanos? Lo que buscan los países dominantes es, en realidad, mercados emergentes destinados a que los bienes y servicios de sus grandes empresas favorezcan al relanzamiento de sus economías, del crecimiento y del empleo.
Estamos llegando sin duda al final de un ciclo y de un mito: el de la globalización feliz, como atestiguan igualmente la amplitud de los atentados terroristas y el calentamiento climático. Nunca ha habido tantos muros en el mundo desde la caída del de Berlín, cuando se suponía que esta debía marcar el principio de un planeta abierto a todos y a todas.
Me habría gustado que nuestros embajadores que piden a Donald Trump que se retracte plantearan, ya puestos, preguntas a los dirigentes europeos sobre el racismo anti-negro que es manifiesto en su gestión de los flujos migratorios y el trato particularmente inhumano y vejatorio reservado a los subsaharianos y subsaharianas. El Presidente senegalés Macky Sall rozó únicamente el tema en la cumbre de La Valeta, donde declaro que “no se puede insistir en readmitir a los africanos en sus países mientras se habla de acoger a sirios y otros…”
Es preciso estar amenazado o perseguido en su propio país para tener derecho al asilo, dicen los partidos y los movimientos anti-inmigración. Pero ese movimiento humano no es ajeno a la guerra. Es tanto más destructivo cuanto que el FMI, la Banca Mundial y la OMC se encuentran en el bando de los países ricos. Los migrantes “económicos” son por lo tanto víctimas de esa guerra y por ello deberían tener derecho al asilo o a un pacto de no agresión económica o militar por parte de los países que consideran que no pueden seguir acumulando toda la miseria del mundo.
Las mujeres africanas y sus numerosos hijos que son, al parecer, un factor de desestabilización del continente, tienen una enorme revancha que tomar contra el orden impuesto por los ricos por la discriminación positiva en provecho de los productos africanos. Los intelectuales y los artistas ilustrados y comprometidos tienen que pronunciarse en esta cuestión.
MIGRANCES, el encuentro anual de artistas, de intelectuales y otros actores y actrices de la sociedad civil cuya edición número 12 acaba de tener lugar, del 18 al 16 de diciembre de 2017, en el centro Amadou Hampaté Bâ (CAHBA) de Bamako, es una iniciativa a favor de la deconstrucción de las tesis dominantes sobre las razones de la huida y de la errancia de los africanos y africanas por el desierto del Sáhara, por el mar, por las fronteras de Europa y en el interior de estas.
No existen “países de mierda” ni en África ni en ningún otro lugar, sino países agredidos y conmocionados, hasta los cimientos, por un puñado de naciones para disponer de sus riquezas. Sus pueblos desamparados, con destinos confiscados, reivindican con toda justicia su derecho a la movilidad, a la humanidad y a la dignidad.
No existen “países de mierda” sino un orden mundial depredador, congénitamente corrompido y corruptor, racista y bélico.
Los lazos entre África y las Antillas son más que alusivos. Son históricos y dolorosos, porque fueron forjados por la sangre, el sudor y las lágrimas de los esclavos sin los cuales ni Europa ni los Estados Unidos habrían podido aspirar a la prosperidad que justifica tanta arrogancia.
Una vez más, para ocultar los crímenes que se cometieron antaño y los que se están perpetrando hoy, intentan cubrir de vergüenza el continente negro. Tenemos indiscutiblemente enormes desafíos por afrontar. Pero no nos sintamos bajo ningún concepto “mierdosos”, sino afligidos, por aquellos a los que Aimé Césaire llamaba “nuestros vencedores omniscientes e ingenuos”.
¡La vergüenza debe cambiar de campo!
Parece ser que, aparte de su exceso ponderal, él se encuentra de maravilla. ¡Tanto mejor para él! Menos que el hombre es la extrema-derechización y el salvajismo de las democracias occidentales, cuyo comportamiento es su perfecto reflejo, lo que debería preocuparnos.
Si la indignación provocada es legítima, tiene en cambio la debilidad de ser selectiva. Donald Trump no hace sino repetir alto y fuerte el pensamiento que, en Europa, procede a la clasificación de migrantes en “buenos”, que hay que recibir con humanidad, y en “malos”, a los que hay que dejar pudrirse en el infierno libio, morir en el Mediterráneo, o ser rechazados con firmeza cuando logran, al precio de mil y un obstáculos, alcanzar suelo europeo.
Más importante que las declaraciones de tal o cual dirigente estadounidense o europeo en busca de legitimidad ante un electorado asustado porque desinformado, es la mirada que dirigimos sobre nosotros mismos los africanos y africanas y los afro-descendientes en un mundo de injusticia, de desprecio y de negación de humanidad. Los golpes que nos llevamos en este momento, entre los que figura este nuevo insulto, contribuirán, espero, a despertar nuestras conciencias adormiladas por el discurso soporífero sobre el crecimiento económico, los acuerdos “ganador-ganador”, y la emergencia. Dejemos de confundir la sombra con la proa.
Los constructores de muros no quieren un África emergente que acabe, como ocurrió con Asia, creándoles problemas. ¿En qué otras reservas buscarían petróleo, gas, uranio, metales escasos y otros recursos estratégicos si África consiguiera industrializarse y convertirse en un mercado de dos billones de consumidores de productos africanos? Lo que buscan los países dominantes es, en realidad, mercados emergentes destinados a que los bienes y servicios de sus grandes empresas favorezcan al relanzamiento de sus economías, del crecimiento y del empleo.
Estamos llegando sin duda al final de un ciclo y de un mito: el de la globalización feliz, como atestiguan igualmente la amplitud de los atentados terroristas y el calentamiento climático. Nunca ha habido tantos muros en el mundo desde la caída del de Berlín, cuando se suponía que esta debía marcar el principio de un planeta abierto a todos y a todas.
Me habría gustado que nuestros embajadores que piden a Donald Trump que se retracte plantearan, ya puestos, preguntas a los dirigentes europeos sobre el racismo anti-negro que es manifiesto en su gestión de los flujos migratorios y el trato particularmente inhumano y vejatorio reservado a los subsaharianos y subsaharianas. El Presidente senegalés Macky Sall rozó únicamente el tema en la cumbre de La Valeta, donde declaro que “no se puede insistir en readmitir a los africanos en sus países mientras se habla de acoger a sirios y otros…”
Es preciso estar amenazado o perseguido en su propio país para tener derecho al asilo, dicen los partidos y los movimientos anti-inmigración. Pero ese movimiento humano no es ajeno a la guerra. Es tanto más destructivo cuanto que el FMI, la Banca Mundial y la OMC se encuentran en el bando de los países ricos. Los migrantes “económicos” son por lo tanto víctimas de esa guerra y por ello deberían tener derecho al asilo o a un pacto de no agresión económica o militar por parte de los países que consideran que no pueden seguir acumulando toda la miseria del mundo.
Las mujeres africanas y sus numerosos hijos que son, al parecer, un factor de desestabilización del continente, tienen una enorme revancha que tomar contra el orden impuesto por los ricos por la discriminación positiva en provecho de los productos africanos. Los intelectuales y los artistas ilustrados y comprometidos tienen que pronunciarse en esta cuestión.
MIGRANCES, el encuentro anual de artistas, de intelectuales y otros actores y actrices de la sociedad civil cuya edición número 12 acaba de tener lugar, del 18 al 16 de diciembre de 2017, en el centro Amadou Hampaté Bâ (CAHBA) de Bamako, es una iniciativa a favor de la deconstrucción de las tesis dominantes sobre las razones de la huida y de la errancia de los africanos y africanas por el desierto del Sáhara, por el mar, por las fronteras de Europa y en el interior de estas.
No existen “países de mierda” ni en África ni en ningún otro lugar, sino países agredidos y conmocionados, hasta los cimientos, por un puñado de naciones para disponer de sus riquezas. Sus pueblos desamparados, con destinos confiscados, reivindican con toda justicia su derecho a la movilidad, a la humanidad y a la dignidad.
No existen “países de mierda” sino un orden mundial depredador, congénitamente corrompido y corruptor, racista y bélico.
Los lazos entre África y las Antillas son más que alusivos. Son históricos y dolorosos, porque fueron forjados por la sangre, el sudor y las lágrimas de los esclavos sin los cuales ni Europa ni los Estados Unidos habrían podido aspirar a la prosperidad que justifica tanta arrogancia.
Una vez más, para ocultar los crímenes que se cometieron antaño y los que se están perpetrando hoy, intentan cubrir de vergüenza el continente negro. Tenemos indiscutiblemente enormes desafíos por afrontar. Pero no nos sintamos bajo ningún concepto “mierdosos”, sino afligidos, por aquellos a los que Aimé Césaire llamaba “nuestros vencedores omniscientes e ingenuos”.
¡La vergüenza debe cambiar de campo!
Fuente original:
http://www.sanborondon.info/index.php/desarrollo/politica/76392-africa-y-haiti-frente-a-los-muros-del-olvido-y-del-desprecio
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