Algo que solemos escuchar con cierta insistencia es que en la
vida nada es blanco o negro, sino que existe una amplia zona gris
donde, dicen, se encuentra la verdad. Y puede que sea cierto, ya que
tantas personas lo repiten cada vez que hay que abordar una cuestión
espinosa.
Entiendo que es bastante más cómodo imponer a los demás nuestras exigencias que cargar con ellas sobre nuestros propios hombros, pero el refranero, que es muy sabio, nos lo advierte: si quieres que algo se haga, hazlo tú mismo. Así que adelante, probar suerte y emprender, queridas huelguistas. Cuantas más iniciativas, más probabilidades habrá de acertar y “salvar” este oficio en beneficio de todos, hombres y mujeres. Lo que no tiene sentido es que en una profesión donde la precariedad es abrumadora, se entable ahora una guerra de sexos entre pordioseros.
Entiendo que es mucho más fácil imponer a los demás la igualdad de representación, con todo lo que esto implica en costes de transacción y pérdida de talento, que llevarla a la práctica uno mismo, con tu propio negocio, arriesgando no ya tu dinero sino posiblemente tu patrimonio, poniendo todos los huevos en un único cesto. Pero lamentablemente esa es la única manera de comprobar qué hay de verdad y qué de dogmatismo en nuestras dignísimas exigencias. Todo lo demás es disparar con pólvora del rey.
En definitiva, si lo que uno persigue es la igualdad de oportunidades, no hay otro juez más imparcial que el mercado. Así que salid ahí fuera y deslumbrarnos con vuestra iniciativa, asombrarnos con vuestro talento… no con lamentos y quejas.
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Sin embargo, cuando la zona gris amenaza con engullirnos y
silenciarnos, la única alternativa es actuar de forma binaria, es decir,
recapacitar y simplemente preguntarnos qué es lo correcto y qué lo incorrecto.
Porque sucede que la mayoría de las veces ese vasto espacio grisáceo no
es más que un mar de justificaciones, de excusas, de razones
interesadas donde intentamos confundirnos con el paisaje para no
afrontar nuestra responsabilidad.De ese vasto mar gris de medias verdades, o mentiras completas, bebe el manifiesto “Las periodistas paramos”De ese vasto mar gris de medias verdades, o mentiras completas, bebe el manifiesto Las periodistas paramos, cuyo enlace añado a continuación aquí. De todo lo apuntado en este manifiesto, sólo destacaré una de sus “denuncias” por resultar especialmente molesta: “De la misma manera denunciamos la inestabilidad laboral de las compañeras freelance y de las falsas autónomas, una situación de precariedad que se ha hecho habitual en los últimos años”. En realidad, se sabe bien dentro de la profesión que esa práctica nos penaliza a todos, no sólo a las mujeres.
Una huelga política para rematar al sector
Diría más, la precariedad es una realidad que, tras la Gran Recesión, afecta a muchas actividades profesionales, no sólo al periodismo, y perjudica a mujeres y hombres de manera indiscriminada. Si acaso en el periodismo se ha manifestado con súbita crudeza por ser un sector que, como el inmobiliario, alcanzó durante los días de vino y rosas una sobredimensión que, a la vista está, era completamente irreal. Hemos aterrizado sobre la dura realidad de una economía renqueante, donde el viejo modelo de negocio de los diarios y, pronto también de las televisiones, no tiene demasiado futuro.Si queremos agravar la crisis del sector, nada mejor que seguir añadiendo regulaciones, reglamentos, auditorías de género y demás excesos burocráticosAdemás, por si no lo sabían las convocantes, cuantas más reglas se imponen a quienes sí están dispuestos a emprender, menos incentivos tienen para hacerlo. Y eso nos empobrece a todos. No lo digo yo, lo dicen los estudios. Así que, si queremos agravar la crisis del sector, nada mejor que seguir añadiendo regulaciones, reglamentos, auditorías de género y demás excesos burocráticos. Como no hay suficientes trabas a la actividad económica, lo mejor es hacer una huelga para exigir que pongan unas cuantas más y enviar, así, a otro numeroso grupo de compañeros a la calle.
Hacia la “inmersión de género”
No es el machismo sino una legislación laboral delirante y la hiperregulación los factores que más inciden en la precariedad. Sin embargo, quienes más dicen amar a los trabajadores y más apoyan esta huelga, y las que vengan, son quienes con más vehemencia se niegan a afrontar esta situación por culpa de prejuicios ideológicos. Y también, sospecho, porque en el fondo esperan obtener su parte del botín, su particular enchufe sumándose con entusiasmo a una causa politizada.La igualdad de representación que exigen no es más que una nueva barrera de accesoAl fin y al cabo, la igualdad de representación que exigen no es más que una nueva barrera de acceso, que perjudicará a unos y beneficiará a otros de manera injusta. Lo que se propone es una “inmersión de género”, muy similar a la inmersión lingüística que tanto daño ha hecho. Y no es eso, no, queridas colegas huelguistas.
Menos quejarse y más emprender
También diría a esas mujeres periodistas que tan discriminadas se sienten que, en vez de tratar de imponer la igualdad de representación, probaran a crear su propia empresa periodística. Porque quizá donde está el mayor desequilibrio sea precisamente ahí, en la escasa vocación emprendedora de quienes constantemente se lamentan de la falta de oportunidades. Y es que adosado a este feminismo de salón hay una mentalidad funcionarial que es incompatible con el periodismo, mucho menos en estos tiempos de profunda transformación, donde sólo la injerencia política está frenando, de manera interesada y perjudicial, una reconversión completa de la profesión.Lo que no tiene sentido es que en una profesión donde la precariedad es abrumadora, se entable ahora una guerra de sexos entre pordioseros
Entiendo que es bastante más cómodo imponer a los demás nuestras exigencias que cargar con ellas sobre nuestros propios hombros, pero el refranero, que es muy sabio, nos lo advierte: si quieres que algo se haga, hazlo tú mismo. Así que adelante, probar suerte y emprender, queridas huelguistas. Cuantas más iniciativas, más probabilidades habrá de acertar y “salvar” este oficio en beneficio de todos, hombres y mujeres. Lo que no tiene sentido es que en una profesión donde la precariedad es abrumadora, se entable ahora una guerra de sexos entre pordioseros.
Activismo y ganancias particulares
También puede ser que esta sea una lucha por el poder en la cima de la pirámide, una movilización de una parte interesada que pretende emular el movimiento #MeToo, que al final, una vez pasada la tormenta mediática, ha servido para que algunas actrices “discriminadas” cobren seis millones de dólares por película, en vez de los cochambrosos cuatro millones de antes. Los demás trabajadores de la industria, los curritos y curritas, siguen como estaban. Pero a lo mejor me equivoco. Y no es más que altruismo, equivocado pero altruismo.Entiendo que es mucho más fácil imponer a los demás la igualdad de representación, con todo lo que esto implica en costes de transacción y pérdida de talento, que llevarla a la práctica uno mismo, con tu propio negocio, arriesgando no ya tu dinero sino posiblemente tu patrimonio, poniendo todos los huevos en un único cesto. Pero lamentablemente esa es la única manera de comprobar qué hay de verdad y qué de dogmatismo en nuestras dignísimas exigencias. Todo lo demás es disparar con pólvora del rey.
Sacar adelante una empresa poco o nada tiene que ver con el género y sí mucho con el sacrificio, la capacidad de trabajo y la gestión del talento, que ha de ser por fuerza enemiga de cualquier tipo de discriminaciónPuedo asegurar por propia experiencia que sacar adelante una empresa poco o nada tiene que ver con el género y sí mucho con el sacrificio, la capacidad de trabajo, la gestión del talento (que ha de ser por fuerza enemiga de cualquier tipo de discriminación), el acierto en la definición del proyecto y del producto y, claro está, la suerte, que, nos guste o no, siempre es un factor relevante.
Sin un mercado más abierto no hay futuro para nadie
Se ataca mucho al mercado, como si fuera una deidad omnipotente y maligna, pero resulta que de todos es el entorno más impersonal y, en consecuencia, más feminista que cabe imaginar. Puede que para alguna organización jurásica aún no sea así, no lo discuto, pero al mercado no le importa el sexo. Le da igual si eres hombre o mujer, alto o bajo, delgado o ancho de cintura, amarillo o naranja, simplemente premia las buenas iniciativas y, por su puesto, penaliza las malas. Cuando esto no sucede así, suele ser porque alguien desde el poder lo estropea, aunque sea con la mejor intención.En definitiva, si lo que uno persigue es la igualdad de oportunidades, no hay otro juez más imparcial que el mercado. Así que salid ahí fuera y deslumbrarnos con vuestra iniciativa, asombrarnos con vuestro talento… no con lamentos y quejas.
Lo que nos acosa y agrede es un sectarismo atroz
Si por un momento quienes viven obsesionados por el género pudieran ignorar que soy varón, les diría con total franqueza que el problema del periodismo, entre otros muchos, no es el presunto machismo sino un sectarismo atroz. No es ser mujer lo que puede arruinar o minusvalorar una carrera sino la independencia, es decir, no alistarse en ningún bando o facción para asumir y defender acríticamente todos y cada uno de sus dogmas. Esto también lo sabemos en la profesión, aunque estaba prohibido decirlo… hasta hoy. Pero para eso algunos, en vez de lamentarnos, nos hemos liado la manta a la cabeza, para romper tabúes y silencios. Hechos son amores y no buenas razones, queridas colegas huelguistas.¿Para cuándo un manifiesto contra el sectarismo, la discriminación ideológica y en defensa de la libertad de pensamiento dentro de la profesión?¿Para cuándo un manifiesto contra el sectarismo, la discriminación ideológica y en defensa de la libertad de pensamiento dentro de la profesión? Porque mucho me temo que el prejuicio ideológico y el gregarismo, además de alejar a los diarios del público, y convertir a los medios en parte del problema de la polarización social, es responsable de infinidad de injusticias laborales, acosos, agresiones, precariedades y despidos. Digámoslo claramente: hoy en el periodismo no hay profesionales sino tribus. Y ¡ay! de aquel que pretenda trabajar sin contemporizar con alguna de ellas, cuando no directamente convertirse en un activista incondicional, capaz de pervertir hasta la más noble causa.
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