de si la tierra fue siempre de éstos o de aquéllos,
sobre quién llegó primero,
o si en la Declaración de Balfour
una nación prometió solemnemente a una segunda
el territorio de una tercera,
dejando en el despojo a Palestina.
Tampoco fue porque la frontera
pasa por aquí, por allá o más acá;
de si las agresiones santifican victorias,
de si el socialismo y el capitalismo
son el paraíso o el infierno.
No, queridos amigos
Se trata de algo más simple y a la vez complejo:
se trata de saber con qué derecho
un ser humano le arranca la vida a otro.
Con qué derecho una fuerza intrusa
expulsa a naciones de sus tierras y de su historia
porque no me gusta tu color ni tu manera de andar,
porque sospecho de tus barbas, de tu atuendo
y de la forma de mirar de tu mirada.
Tampoco se trata de tus sedas,
que olerán a azufre o a jazmines
dependiendo de tu lengua o de tu olfato,
que igual te apedreará o quemará
en el fuego que redime, libera o purifica.
No, caros amigos, compañeras:
No es cuestión de libros sagrados sino de justicia;
no es cuestión de leyes sino de derechos históricos.
La Humanidad sufre un Estado de Sitio
bajo la ley dictatorial de un solo imperio,
este Apartheid sionista de prisiones y exterminios,
de lavanderías étnicas y gritos despavoridos,
de niños abandonados, de niños sin niñez,
y de esta esclavitud que nunca acaba.
No nos engañemos, camaradas:
aún desnudos nos desnudan;
aún torturados, nos torturan;
aún atados nos amarran,
nos despedazan sus perros,
nos arrancan la piel,
y nos siguen matando después de muertos.
¿Por qué me haces tu mujer
si no eres mi hombre?
¿Por qué seré yo tu hombre
si no eres mi mujer?
¿Cuál título o propiedad nos une,
si nacemos sin cadenas
y somos distintos aunque en el fondo iguales?
No, queridos amigos, compañeras.
Se trata de que una niña cuasi mujer
o una mujer cuasi niña
(llamémosla, simplemente, Ahed),
acaba de dejar sus juguetes en el baúl de su infancia
para sacar a pasear su dignidad
por los senderos de la Patria insurrecta
y darle de bofetadas,
una, otra y otra cachetada,
al asesino que mató a su familia
(la que le enseñó el alfabeto de la libertad);
al ladrón
que robó las tierras, aguas y mares de Palestina;
al usurpador
que decapitó sus sueños de jugar en la playas de Palestina;
al carcelero
que condena a perpetuidad a los niños sin futuro de Palestina.
Ahed no solo dejó su muñeca en su baúl de infancia.
Para liberar su dignidad de tantas ataduras,
con ella también enterró rencores,
su inocencia de niña,
su miedo a la muerte,
su temor a lo desconocido,
porque sólo el amor es capaz de sepultar el odio.
Ahed odia porque ama.
Ahed ataca porque protege.
Ahed resiste porque comprende.
Niña cuasi mujer, mujer cuasi niña:
Con sus dedos de muñeca maltratada,
con su frágil bracito de tallo en flor,
Ahed dio bofetadas al Sionista
que retumbaron en el Cosmos
y le hicieron pedir perdón en su placenta.
Por eso yo, que cuando niño
juré también destruir igual infamia,
brindo por las bofetadas de Ahed Tamimi,
por su valor,
por su malcriadez
por crecer antes de tiempo,
por su ocurrencia y arrojo;
y brindo, ante todo, por su rebeldía,
por su genial locura ¡que tanta falta hace!,
porque solamente la rebelión
y únicamente la rebelión,
nutrida en la resistencia,
¡renovará la piel de nuestros pueblos!
Ciudad Panamá, 9 de marzo de 2018.
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