La compatibilidad es uno de los fetiches de nuestro tiempo. Todo debe ser compatible: trabajo y ocio, ganar dinero y autorrealización
y, por supuesto, trabajo y familia, niños y carrera. En nuestra
extenuante marcha hacia la perfecta compatibilización, no olvidamos uno
de nuestros máximos deseos: no sólo debemos compatibilizarlo todo,
también hemos de hacerlo desde el máximo confort, sin remordimientos de ningún tipo.
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Así es como el hombre posmoderno pretende, además, liberarse de consecuencias declaradas “non gratas”: queremos prosperidad sin impacto, movilidad sin calles, physalis sin globalización.
Por otro lado, no podemos olvidar que el deseo de hacer posible lo imposible también ha sido y es motor civilizador y emancipador. Fijémonos, por ejemplo, en la introducción del arado, la rotación trienal o la invención de la máquina de vapor: estas técnicas son una expresión de la necesidad humana de poder cosechar o producir más con menos esfuerzo o menos mano de obra. Visto desde esta perspectiva, la civilización es el resultado del esfuerzo humano por hacer posible lo imposible.
Por lo tanto, no hay nada de malo en seguir intentando compatibilizar cosas que hoy nos parecen imposibles: energía barata y respetuosa con el medio ambiente para miles de millones de personas, prosperidad global y naturaleza intacta, envejecer libres de enfermedades, … el desaliento, el miedo al progreso y la hostilidad hacia la tecnología son justamente expresión de aquello que en absoluto necesitamos. La humanidad solo dominará los problemas a los que se enfrenta si es capaz de seguir fomentando la acción de los científicos, técnicos e ingenieros que intentan compatibilizar cosas que hoy nos parecen irreconciliables.
Un ejemplo: todos queremos energía abundante y barata, pero que no nos pongan un poste de la luz en el jardín, o una central nuclear en el vecindario, o ninguno de esos horribles molinos de viento modernos en nuestro paisaje favorito.
Donde mejor podemos ver la completa desconexión con la realidad del posmoderno mito de la compatibilidad es en el ámbito de los problemas personales. Allí donde no estamos dispuestos a asumir las consecuencias de nuestras acciones, allí donde ignoramos que las decisiones personales tienen consecuencias en nuestras vidas particulares, recurrimos a la comunidad. Los otros deben ayudar en nuestro afán compatibilizador y, si no lo hacen, será únicamente porque son insolidarios, antisociales y neoliberales.
La mayoría de nuestros contemporáneos únicamente se sienten realmente libres cuando no solo son maestros ilimitados (compatibilizados) de su biografía, sino que además pueden delegar las consecuencias de sus decisiones privadas en la sociedad, si fuese necesario. No es necesario explicar, creo, lo abyecto de la situación.
Los sabios padres de la Constitución de los Estados Unidos formularon, no sin razón, el derecho de de todo ciudadano a luchar por alcanzar su propia felicidad (pursuit of happiness). No, no se trata en absoluto de un derecho a la felicidad. Porque las personas pueden fracasar con sus elecciones de carrera, sus sueños y sus visiones. O su propio proyecto de vida puede ser difícil, complicado e incompatible con otras necesidades, preferencias y objetivos. Las personas generalmente tienen diferentes prioridades. Y en ocasiones es imposible reconciliarlas todas.
Quien quiera ser artista y vivir de su arte, difícilmente dispondrá de una paga mensual segura. Un atleta semiprofesional que quiere dedicar mucho tiempo a sus entrenamientos, debe hacerlo recortando tiempo en su profesión o su vida privada. Quienes fundan una familia, aquí tocamos uno de los puntos centrales del mito de la compatibilidad posmoderna, tendrán que estar dispuestos a renunciar a muchos otros objetivos, también en su carrera profesional.
Por lo general, fundar una familia es cosa de dos. Dos personas con dos proyectos vitales diferentes e individuales que deben llegar a acuerdos sobre los cambios y las renuncias que ambos están dispuestos a materializar para rediseñar los objetivos y los caminos del futuro: el de cada uno de ellos y el de esa nueva institución que crean: la familia. Las negociaciones han de ser duras, completas, de igual a igual, desde la consciencia de aquello a lo que se renuncia y aquello que se anhela.
Sin embargo, hoy unos cuantos vigilantes de la virtud se sirven de la idea del abrumado ciudadano, muy especialmente de la abrumada ciudadana, necesitado de medidas que permitan compatibilizar los sueños de soltería con los de la propia descendencia, vía socialización, y socavando con rotundidad los principios de responsabilidad individual y de autoridad parental.
Y quien quiera tener hijos que los tenga. Pero por favor, seamos adultos y asumamos las consecuencias de nuestras decisiones nosotros solitos. Después de todo, la felicidad que resulta de tales decisiones es algo profundamente personal, irrepetible, impagable.
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Así es como el hombre posmoderno pretende, además, liberarse de consecuencias declaradas “non gratas”: queremos prosperidad sin impacto, movilidad sin calles, physalis sin globalización.
Aparecen los políticos y sus diseñadores sociales vendiéndonos libertad sin responsabilidad, autonomía personal con seguro a todo riesgo, pecado sin penitenciaDesafortunadamente, la vida no es nunca como queremos que sea. La razón es muy sencilla: todas las acciones tienen consecuencias. Y esto parece resultar cada vez más molesto. ¡Sería tan agradable poder “hacer” y no tener que soportar las consecuencias! Y aquí es donde aparecen los políticos y sus diseñadores sociales vendiéndonos por un puñado de votos libertad sin responsabilidad, autonomía personal con seguro a todo riesgo, pecado sin penitencia (pero mucho remordimiento).
Por otro lado, no podemos olvidar que el deseo de hacer posible lo imposible también ha sido y es motor civilizador y emancipador. Fijémonos, por ejemplo, en la introducción del arado, la rotación trienal o la invención de la máquina de vapor: estas técnicas son una expresión de la necesidad humana de poder cosechar o producir más con menos esfuerzo o menos mano de obra. Visto desde esta perspectiva, la civilización es el resultado del esfuerzo humano por hacer posible lo imposible.
Por lo tanto, no hay nada de malo en seguir intentando compatibilizar cosas que hoy nos parecen imposibles: energía barata y respetuosa con el medio ambiente para miles de millones de personas, prosperidad global y naturaleza intacta, envejecer libres de enfermedades, … el desaliento, el miedo al progreso y la hostilidad hacia la tecnología son justamente expresión de aquello que en absoluto necesitamos. La humanidad solo dominará los problemas a los que se enfrenta si es capaz de seguir fomentando la acción de los científicos, técnicos e ingenieros que intentan compatibilizar cosas que hoy nos parecen irreconciliables.
El posmoderno culto a la compatibilidad es el resultado de la cultura de la comodidad, la falta de imaginación y el miedo a la realidadY aquí es donde nos damos de bruces con la raíz del problema: el nuevo, posmoderno culto a la compatibilidad no es expresión de una forma de pensar valiente, visionaria u optimista sobre nuestras capacidades. Es justamente lo contrario: es el resultado de la cultura de la comodidad, la falta de imaginación y el miedo a la realidad. El contemporáneo anhelo de compatibilidad absoluta no es más que la variante posmoderna de la táctica del avestruz: meter la cabeza en la arena, lanzar al aire nuestras recién descubiertas exigencias y esperar “que no pase nada”.
Un ejemplo: todos queremos energía abundante y barata, pero que no nos pongan un poste de la luz en el jardín, o una central nuclear en el vecindario, o ninguno de esos horribles molinos de viento modernos en nuestro paisaje favorito.
Donde mejor podemos ver la completa desconexión con la realidad del posmoderno mito de la compatibilidad es en el ámbito de los problemas personales. Allí donde no estamos dispuestos a asumir las consecuencias de nuestras acciones, allí donde ignoramos que las decisiones personales tienen consecuencias en nuestras vidas particulares, recurrimos a la comunidad. Los otros deben ayudar en nuestro afán compatibilizador y, si no lo hacen, será únicamente porque son insolidarios, antisociales y neoliberales.
Existe una tendencia a socializar los costos de las decisiones privadas, de los estilos de vida particulares para transferirlos a la sociedadEs posible mantener una larguísima discusión sobre si esta cosmovisión es síntoma de una progresiva infantilización de los individuos en nuestras sociedades occidentales o simplemente consecuencia directa de la decadencia asociada al bienestar alcanzado. En cualquier caso, y durante décadas, podemos observar una progresiva tendencia a socializar los costos de las decisiones privadas y los estilos de vida particulares y transferirlos a la sociedad; aquí los rescates bancarios apenas son un botón de muestra.
Los derechos de nuevo cuño: fruto de la lucha clientelista
La hiperproliferación de derechos de nuevo cuño, que no son otra cosa que el fruto de la desesperada lucha clientelista entre quienes se disputan el poder, exige el generalizado e ilimitado apoyo social y financiero. La asunción de responsabilidad no se ve ya como el producto consecuente del uso de la libertad individual, sino como su limitación.La mayoría de nuestros contemporáneos únicamente se sienten realmente libres cuando no solo son maestros ilimitados (compatibilizados) de su biografía, sino que además pueden delegar las consecuencias de sus decisiones privadas en la sociedad, si fuese necesario. No es necesario explicar, creo, lo abyecto de la situación.
Los sabios padres de la Constitución de los Estados Unidos formularon, no sin razón, el derecho de de todo ciudadano a luchar por alcanzar su propia felicidad (pursuit of happiness). No, no se trata en absoluto de un derecho a la felicidad. Porque las personas pueden fracasar con sus elecciones de carrera, sus sueños y sus visiones. O su propio proyecto de vida puede ser difícil, complicado e incompatible con otras necesidades, preferencias y objetivos. Las personas generalmente tienen diferentes prioridades. Y en ocasiones es imposible reconciliarlas todas.
Quien quiera ser artista y vivir de su arte, difícilmente dispondrá de una paga mensual segura. Un atleta semiprofesional que quiere dedicar mucho tiempo a sus entrenamientos, debe hacerlo recortando tiempo en su profesión o su vida privada. Quienes fundan una familia, aquí tocamos uno de los puntos centrales del mito de la compatibilidad posmoderna, tendrán que estar dispuestos a renunciar a muchos otros objetivos, también en su carrera profesional.
Formar una familia implica renuncias
Los niños necesitan atención; la atención necesita tiempo. Tiempo que nos faltará para hacer otras cosas. Por lo tanto, los padres tienen que asumir pequeñas (o grandes) renuncias: en su deporte favorito, sus intereses culturales, sus reuniones con los amigos y también en su trabajo. Tener hijos, en general, es incompatible con el estilo de vida de los “niños” que anteriormente no tenían hijos. Y quien piensa en formar una familia pensando que nada va a cambiar en su vida, actúa de forma groseramente negligente. Las acciones tienen consecuencias. Siempre.Quien piensa en formar una familia pensando que nada va a cambiar en su vida, actúa de forma negligenteNo me malinterpreten: ¡Los niños son algo grandioso! Acompañarlos en su proceso de crecimiento físico, emocional e intelectual compensa todas las renuncias que inevitablemente asumimos como padres. Pero uno no debe pretender que estas renuncias no existen. Por otro lado, en ningún sitio está escrito que únicamente el proyecto de vida de la mujer sea el que tenga que “sufrir” por la aparición de los hijos.
Por lo general, fundar una familia es cosa de dos. Dos personas con dos proyectos vitales diferentes e individuales que deben llegar a acuerdos sobre los cambios y las renuncias que ambos están dispuestos a materializar para rediseñar los objetivos y los caminos del futuro: el de cada uno de ellos y el de esa nueva institución que crean: la familia. Las negociaciones han de ser duras, completas, de igual a igual, desde la consciencia de aquello a lo que se renuncia y aquello que se anhela.
Fundar una familia es cosa de dos personas, que deben llegar a acuerdos sobre las renuncias que ambos están dispuestos a materializarLa educación de los hijos es y siempre ha sido un trabajo físico y emocional difícil. Para nuestros propios padres y abuelos tal vez incluso más que para nosotros, que estamos perfectamente equipados con logros modernos como juegos infantiles, lavadoras, pediatría, … Desde siempre, “sacar a los hijos adelante” se ha considerado una parte ardua, pero normal de la vida.
Sin embargo, hoy unos cuantos vigilantes de la virtud se sirven de la idea del abrumado ciudadano, muy especialmente de la abrumada ciudadana, necesitado de medidas que permitan compatibilizar los sueños de soltería con los de la propia descendencia, vía socialización, y socavando con rotundidad los principios de responsabilidad individual y de autoridad parental.
Algunos pretenden compatibilizar los sueños de soltería con los de descendencia, socavando los principios de responsabilidad individual y de autoridad parentalDeberíamos aprender, recordar diría yo, que hay cosas que son incompatibles. Elegir un proyecto vital nuevo tiene su precio, y no le corresponde a la sociedad compensarlo. Tampoco diseñarlo. Quien quiera ser artista y vivir de su arte debería intentarlo, como quien entrena para la Maratón de Nueva York.
Y quien quiera tener hijos que los tenga. Pero por favor, seamos adultos y asumamos las consecuencias de nuestras decisiones nosotros solitos. Después de todo, la felicidad que resulta de tales decisiones es algo profundamente personal, irrepetible, impagable.
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