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rebelion.orgEl Bicentenario de Playa de Oro
Apuntes de Barrio Caliente en secuencia de riffs [1] bundeao. La escritura desde abajo, desde las comunidades negras tiene eso de jam-session con sus riffs de la oralidad caligrafiada.
Riff nº 1
Se aproxima el Bicentenario de la epopeya en la región de las Esmeraldas, esa Gran Comarca Afropacífica vuelta a traer a estos años por el Proceso de Comunidades Negras [2]. La celebración unicultural de los Bicentenarios autoriza decir que los gestores del festejo del 10 de agosto de 1809 y ahora del 5 de agosto de 1820 mantienen el arcaísmo cultural que los causó. Por ahí deben tener pelucas y coletas. 200 años ya deberían servir para enderezar una república multiétnica que por estos tiempos de discursos interculturales todavía va torcida en esos temas. Autoridades y gente del común no tienen la culpa, los fantasmas de la mala educación son dueños de sus memorias culturales y no las traicionan, no se atreven, a pesar de lecturas antropológicas y proclamas constitucionales. Es posible que haya decisión política, pero le falta calores en el corazón para reventar prodigios más prodigiosos que los del fútbol, el único escenario de lo “pluricultural y multiétnico”.
Fue conocida en puertos y cortes como la Región de las Esmeraldas, por aquello de los “ríos que manaban” esas preciosidades. Siglos después, algún rey de España les impuso tributo en oro a los “negros de las minas de Guembí, San José (del Cachaví) y Playa de Oro”, por, dizque, meterse en líos de blancos. Nada, eso por allá ya estaba prendido y nadie acude acobijarse donde no va encontrar aquello que busca. La historiografía política leída, comentada y revivida desde las biografías de los próceres es una cosa monótona de nombres y halagos. Este jazzman se apoya en los conocimientos del historiador Juan García Salazar y en la publicación Los Maldonado en la Real Audiencia de Quito, de Piedad y Alfredo Costales, edición del Banco Central del Ecuador, 1987. Ahí se cuenta que don Nicolás de la Peña Maldonado, nieto de Pedro Vicente Maldonado, combatiente de la revolución agostina de 1 809, en Quito, escapó hacia la actual provincia de Esmeraldas.
Riff nº 2
Resumen del relato: Toribio Montes, el represor de aquellos próceres, persiguió a los alzados, a sol y sombra. Era 1813, en una carta remitida, a revienta caballo, al perseguidor Francisco Gregorio Angulo le alerta: “en las montañas y minas de Cachaví y Playa de Oro, se hallan refugiados Don Nicolás de la Peña… y algunos otros insurgentes principales”. Resistieron como pudieron y con aquello que tuvieron al alcance de la mano, hasta a trompada limpia. ¿Solitos, al estilo Rambo? No, por Dios, eran “auxiliados por unos cuantos esclavos negros, a quienes han prometido su libertad”.
Los capturaron con el siguiente armamento: “dos cañones de madera con cinchones de hierro, diecisiete fusiles, ocho pistolas, quince entre sables, puñales y machetes, ochocientos cartuchos de bala y algunos saquetes de pólvora, hallados en el fuerte que habían hecho, desde donde hicieron fuego vivo…” A los fugitivos del 10 de Agosto, los fusilaron por la espalda y las cabezas fueron enviadas como trofeo a Toribio Montes, incluida la de Rosa Zárate, esposa de Nicolás de la Peña. ¿Qué pasó con los combatientes “mandingas azabaches de Güembí (Wimbí) y Playa de Oro”? De acuerdo a los esposos Costales: “El fuego libertario se encendió en los horizontes del mar y de la selva, y allí, se luchó en busca de la independencia de su suelo, mucho antes de que Bolívar pensara siquiera en el decreto de manumisión de los esclavos negros”. El grito cimarrón de los afroecuatorianos, mujeres y hombres, debería ser, ¡viva el Bicentenario, pero de Wimbí y Playa de Oro! Si los actuales herederos putativos de los próceres, engolando la voz, quieren seguir bagreando cuenteos discursivos, allá ellos con sus afanes y vainas anacrónicas.
Riff nº 3
Interpretación, de Chet Baker:
Everytime we say goodbye, I die a little,
Everytime we say goodbye, I wonder why a little,
Why the Gods above me, who must be in the know.
Think so little of me, they allow you to go [3] .
Para no ser olvidados de la narración de la nación ecuatoriana, los ancestros combatientes inventaron estrategias de sobrevivencia de la Palabra viva y libre. Y por esa porfía estamos aquí, aunque bien lejos de los artificios del Bicentenario. A este jazzman y cientos de miles como él no les hace falta. Es cierto, muy cierto y no por bacanería. ¿A los afroecuatorianos, mujeres y hombres, les faltó el primer centenario? No mucho o quizás, ellos contaron el relato al revés del festejo de casa grande. Es más, tres años más tarde de esos festejos del 10 de agosto de 1910, comandados por Carlos Concha, Julio Sixto Mena, Federico Lastra, entre otros, se rebelaron contra el supuesto oprobio de la piel en la joven República del Ecuador. A mi ciudad de Esmeraldas y al país de la Mitad del Mundo le agobia el ignorar sus historias. Esmeraldas tiene fama tétrica, es la única ciudad ecuatoriana que en una tarde de febrero de 1914, los cañoneros de la Armada nacional, casi la borraron del mapa a tiro limpio. La orden la dio el presidente de ese entonces Leonidas Plaza Gutiérrez asistido por el general Manuel Ribadeneira. Tragedia de temerle a la piel del tigre o comedia de la desmemoria: al aeropuerto de Tachina, de la ciudad, le cargaron el sobrepeso cuestionable del nombre del militar incendiario. No hace mucho bajaron la marquesina y para subirla otro nombre. En la plantación, el dueño y el jornal de trabajo, dejan pendiente, sin fecha, los ajustes de cuentas.
Esta jam-session, a disposición de viejas y nuevas rebeliones, tiene callados sus cañones libertarios y sus testimonios corresponden a la memoria colectiva. Los “mandingas azabaches” de Wimbí y Playa de Oro bombardearon a las tropas colonialistas, enviadas por Toribio Montes, con cañones construidos de madera dura. Años después bajaron del monte para otras hazañas. Fueron vencidos y debieron pagar el tributo obligatorio de la derrota: 275 castellanos de oro para la fiesta de San Juan y otros tantos para Navidad. Eso era un carajal de dinero de la época. Así es que la gente debió escarbar montañas, playar en ríos y atrapar hasta la última pepita amarilla del oro aluvial, apenas observando los días de guardar, para reunir esa cantidad el costo de la solidaridad con los próceres que unos años después los expulsarían de sus libros y crónicas. Simón de la Trinidad, triunfante en Carabobo y Boyacá, les diría que inviertan esa fortuna en las luchas independentistas. El 5 de Agosto de 1820, bicentenario en ciernes, ocurriría varios amaneceres después.
Años más tarde y ya proclamada la República, con oro bueno compraron decenas de miles de hectáreas al Estado ecuatoriano y a quienes se habían adueñado de esos territorios, para crecer en paz, olvidar la ciencia de los cañones de madera y continuar su reinvención humanizante en estas costas afropacíficas. Así se formó la actual Comuna Río Santiago-Cayapas. El trato se hizo en los montes y los abuelos trajeron los costales a Quito. En Estados Unidos al menos les dieron 40 acres y una mula, por acá a los esclavizados manumitidos no se les dio ni las gracias. Nada, ni un chininín de ciudadanía. La gente quedó a la intemperie con la del cuerpo y la comida de ese día. Pero cuando, los británicos se pusieron impertinentes por el pago de las armas fiadas, un Gobierno agencioso de esos que en esta República siempre fueron y todavía son, les entregó completica la actual provincia de Esmeraldas, con gente y todo, para que se cobraran en crudo con lo que más pudieran. Los cañones de madera fueron armas de rebelión, los griots de Playa de Oro dicen que al menos uno está en algún museo gringo, a ese lo llamaban el descomulgao.
“El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado”, líneas atribuidas a Georges Orwel, escritas en 1984. Esa es la triste esencia de festejos de los Bicentenario. Diablos, es como si el tiempo no transcurriera y las negativas de los gallos de las madrugadas marcaran la perpetuidad del destino. Contradiciendo un primer sentimiento habría que pensar en preparar muchos riffs del Bicentenario. Aun para entibiar corazones con más razones de historicidad que percepciones historiográficas.
Notas:
[1] En un principio, frase breve y característica que se repetía como acompañamiento; la interpretaban -casi siempre en armonía- los músicos de primera línea, haciendo fondo al solista. Morton definía los riffs como “figuras” y decía que “ningún pianista puede tocar buen jazz si no trata de imitar a una banda, creando una base de riffs. Esta figura repetitiva fue viéndose poco a poco como un fin en sí misma.
[2] En Colombia está la organización Proceso de Comunidades Negras, pero en sus inicios, en Colombia y Ecuador fue el andar y caminar renacentistas de la gente negra de los dos países. Se trabajó historia, antropología, sociología y política con el liderazgo de Juan García, Carlos Rosero, Inés Morales, Pablo de la Torre, Jacinto Fierro, entre otros miles de comuneros y académicos. Se editaron libros, se reivindicó la Gran Comarca, a los palenkes y se asumió la defensa del territorio . Algunos de estos líderes de uno u otro la’o de la raya (frontera colombo-ecuatoriana) fueron asesinados.
[3] Cada vez que decimos adiós, yo muero un poco,
Cada vez que decimos adiós, yo me pregunto: ¿por qué un poco?
¿Por qué los dioses ubicados por encima de mí ya lo saben?
Ellos piensan tan poco en mí, que permiten tu alejamiento.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Riff nº 1
Se aproxima el Bicentenario de la epopeya en la región de las Esmeraldas, esa Gran Comarca Afropacífica vuelta a traer a estos años por el Proceso de Comunidades Negras [2]. La celebración unicultural de los Bicentenarios autoriza decir que los gestores del festejo del 10 de agosto de 1809 y ahora del 5 de agosto de 1820 mantienen el arcaísmo cultural que los causó. Por ahí deben tener pelucas y coletas. 200 años ya deberían servir para enderezar una república multiétnica que por estos tiempos de discursos interculturales todavía va torcida en esos temas. Autoridades y gente del común no tienen la culpa, los fantasmas de la mala educación son dueños de sus memorias culturales y no las traicionan, no se atreven, a pesar de lecturas antropológicas y proclamas constitucionales. Es posible que haya decisión política, pero le falta calores en el corazón para reventar prodigios más prodigiosos que los del fútbol, el único escenario de lo “pluricultural y multiétnico”.
Fue conocida en puertos y cortes como la Región de las Esmeraldas, por aquello de los “ríos que manaban” esas preciosidades. Siglos después, algún rey de España les impuso tributo en oro a los “negros de las minas de Guembí, San José (del Cachaví) y Playa de Oro”, por, dizque, meterse en líos de blancos. Nada, eso por allá ya estaba prendido y nadie acude acobijarse donde no va encontrar aquello que busca. La historiografía política leída, comentada y revivida desde las biografías de los próceres es una cosa monótona de nombres y halagos. Este jazzman se apoya en los conocimientos del historiador Juan García Salazar y en la publicación Los Maldonado en la Real Audiencia de Quito, de Piedad y Alfredo Costales, edición del Banco Central del Ecuador, 1987. Ahí se cuenta que don Nicolás de la Peña Maldonado, nieto de Pedro Vicente Maldonado, combatiente de la revolución agostina de 1 809, en Quito, escapó hacia la actual provincia de Esmeraldas.
Riff nº 2
Resumen del relato: Toribio Montes, el represor de aquellos próceres, persiguió a los alzados, a sol y sombra. Era 1813, en una carta remitida, a revienta caballo, al perseguidor Francisco Gregorio Angulo le alerta: “en las montañas y minas de Cachaví y Playa de Oro, se hallan refugiados Don Nicolás de la Peña… y algunos otros insurgentes principales”. Resistieron como pudieron y con aquello que tuvieron al alcance de la mano, hasta a trompada limpia. ¿Solitos, al estilo Rambo? No, por Dios, eran “auxiliados por unos cuantos esclavos negros, a quienes han prometido su libertad”.
Los capturaron con el siguiente armamento: “dos cañones de madera con cinchones de hierro, diecisiete fusiles, ocho pistolas, quince entre sables, puñales y machetes, ochocientos cartuchos de bala y algunos saquetes de pólvora, hallados en el fuerte que habían hecho, desde donde hicieron fuego vivo…” A los fugitivos del 10 de Agosto, los fusilaron por la espalda y las cabezas fueron enviadas como trofeo a Toribio Montes, incluida la de Rosa Zárate, esposa de Nicolás de la Peña. ¿Qué pasó con los combatientes “mandingas azabaches de Güembí (Wimbí) y Playa de Oro”? De acuerdo a los esposos Costales: “El fuego libertario se encendió en los horizontes del mar y de la selva, y allí, se luchó en busca de la independencia de su suelo, mucho antes de que Bolívar pensara siquiera en el decreto de manumisión de los esclavos negros”. El grito cimarrón de los afroecuatorianos, mujeres y hombres, debería ser, ¡viva el Bicentenario, pero de Wimbí y Playa de Oro! Si los actuales herederos putativos de los próceres, engolando la voz, quieren seguir bagreando cuenteos discursivos, allá ellos con sus afanes y vainas anacrónicas.
Riff nº 3
Interpretación, de Chet Baker:
Everytime we say goodbye, I die a little,
Everytime we say goodbye, I wonder why a little,
Why the Gods above me, who must be in the know.
Think so little of me, they allow you to go [3] .
Para no ser olvidados de la narración de la nación ecuatoriana, los ancestros combatientes inventaron estrategias de sobrevivencia de la Palabra viva y libre. Y por esa porfía estamos aquí, aunque bien lejos de los artificios del Bicentenario. A este jazzman y cientos de miles como él no les hace falta. Es cierto, muy cierto y no por bacanería. ¿A los afroecuatorianos, mujeres y hombres, les faltó el primer centenario? No mucho o quizás, ellos contaron el relato al revés del festejo de casa grande. Es más, tres años más tarde de esos festejos del 10 de agosto de 1910, comandados por Carlos Concha, Julio Sixto Mena, Federico Lastra, entre otros, se rebelaron contra el supuesto oprobio de la piel en la joven República del Ecuador. A mi ciudad de Esmeraldas y al país de la Mitad del Mundo le agobia el ignorar sus historias. Esmeraldas tiene fama tétrica, es la única ciudad ecuatoriana que en una tarde de febrero de 1914, los cañoneros de la Armada nacional, casi la borraron del mapa a tiro limpio. La orden la dio el presidente de ese entonces Leonidas Plaza Gutiérrez asistido por el general Manuel Ribadeneira. Tragedia de temerle a la piel del tigre o comedia de la desmemoria: al aeropuerto de Tachina, de la ciudad, le cargaron el sobrepeso cuestionable del nombre del militar incendiario. No hace mucho bajaron la marquesina y para subirla otro nombre. En la plantación, el dueño y el jornal de trabajo, dejan pendiente, sin fecha, los ajustes de cuentas.
Esta jam-session, a disposición de viejas y nuevas rebeliones, tiene callados sus cañones libertarios y sus testimonios corresponden a la memoria colectiva. Los “mandingas azabaches” de Wimbí y Playa de Oro bombardearon a las tropas colonialistas, enviadas por Toribio Montes, con cañones construidos de madera dura. Años después bajaron del monte para otras hazañas. Fueron vencidos y debieron pagar el tributo obligatorio de la derrota: 275 castellanos de oro para la fiesta de San Juan y otros tantos para Navidad. Eso era un carajal de dinero de la época. Así es que la gente debió escarbar montañas, playar en ríos y atrapar hasta la última pepita amarilla del oro aluvial, apenas observando los días de guardar, para reunir esa cantidad el costo de la solidaridad con los próceres que unos años después los expulsarían de sus libros y crónicas. Simón de la Trinidad, triunfante en Carabobo y Boyacá, les diría que inviertan esa fortuna en las luchas independentistas. El 5 de Agosto de 1820, bicentenario en ciernes, ocurriría varios amaneceres después.
Años más tarde y ya proclamada la República, con oro bueno compraron decenas de miles de hectáreas al Estado ecuatoriano y a quienes se habían adueñado de esos territorios, para crecer en paz, olvidar la ciencia de los cañones de madera y continuar su reinvención humanizante en estas costas afropacíficas. Así se formó la actual Comuna Río Santiago-Cayapas. El trato se hizo en los montes y los abuelos trajeron los costales a Quito. En Estados Unidos al menos les dieron 40 acres y una mula, por acá a los esclavizados manumitidos no se les dio ni las gracias. Nada, ni un chininín de ciudadanía. La gente quedó a la intemperie con la del cuerpo y la comida de ese día. Pero cuando, los británicos se pusieron impertinentes por el pago de las armas fiadas, un Gobierno agencioso de esos que en esta República siempre fueron y todavía son, les entregó completica la actual provincia de Esmeraldas, con gente y todo, para que se cobraran en crudo con lo que más pudieran. Los cañones de madera fueron armas de rebelión, los griots de Playa de Oro dicen que al menos uno está en algún museo gringo, a ese lo llamaban el descomulgao.
“El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado”, líneas atribuidas a Georges Orwel, escritas en 1984. Esa es la triste esencia de festejos de los Bicentenario. Diablos, es como si el tiempo no transcurriera y las negativas de los gallos de las madrugadas marcaran la perpetuidad del destino. Contradiciendo un primer sentimiento habría que pensar en preparar muchos riffs del Bicentenario. Aun para entibiar corazones con más razones de historicidad que percepciones historiográficas.
Notas:
[1] En un principio, frase breve y característica que se repetía como acompañamiento; la interpretaban -casi siempre en armonía- los músicos de primera línea, haciendo fondo al solista. Morton definía los riffs como “figuras” y decía que “ningún pianista puede tocar buen jazz si no trata de imitar a una banda, creando una base de riffs. Esta figura repetitiva fue viéndose poco a poco como un fin en sí misma.
[2] En Colombia está la organización Proceso de Comunidades Negras, pero en sus inicios, en Colombia y Ecuador fue el andar y caminar renacentistas de la gente negra de los dos países. Se trabajó historia, antropología, sociología y política con el liderazgo de Juan García, Carlos Rosero, Inés Morales, Pablo de la Torre, Jacinto Fierro, entre otros miles de comuneros y académicos. Se editaron libros, se reivindicó la Gran Comarca, a los palenkes y se asumió la defensa del territorio . Algunos de estos líderes de uno u otro la’o de la raya (frontera colombo-ecuatoriana) fueron asesinados.
[3] Cada vez que decimos adiós, yo muero un poco,
Cada vez que decimos adiós, yo me pregunto: ¿por qué un poco?
¿Por qué los dioses ubicados por encima de mí ya lo saben?
Ellos piensan tan poco en mí, que permiten tu alejamiento.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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