Nuestro habitual desdén hacia cuanto ocurre en el mundo, especialmente grave con lo que sucede en América, ha hecho que apenas se haya reparado en los tejemanejes que se traen los mandamases cubanos para proponer una nueva Constitución
en la isla, que, a la manera del Gatopardo, lo cambie todo para que
todo siga igual. Y, sin embargo, ese propósito, nada inocente, pone de
manifiesto alguna de las inconsistencias más llamativas del régimen cubano, de “la Revolución”.
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No faltaran los analistas que vean en esos cambios un intento de que Cuba se mueva hacia una fórmula similar a la china, un régimen autoritario con un mercado supuestamente abierto, pero muy sometido a controles políticos, y un cierto pluralismo civil radicalmente castrado por el control político de la cúpula que se propone heredarse a sí misma por los siglos de los siglos en nombre de la revolución, el socialismo y la fidelidad a Fidel, el fidelismo. Quienes quieran valorar positivamente ese cambio verán en él, una nueva oportunidad política para fomentar una supuesta autonomía (pero una efectiva sumisión) de la sociedad civil de la isla.
Ya se verá lo que se termina aprobando, y lo que acabe por suceder, aunque, desgraciadamente, no cabe ser simplista y negar posibilidades de supervivencia a un régimen que ha dado ya sobradas pruebas de perdurabilidad y que no se anda con chiquitas a la hora de defender los privilegios de quienes lo rigen. No hay demasiado margen para el optimismo, pero, desde fuera, el texto en curso nos brinda la oportunidad de hacer una reflexión muy de fondo.
Lo que ha funcionado en China, de momento, cuya tradición imperial es milenaria, no debiera validarse en un hemisferio en el que la democracia se reconoce, sin duda alguna, como el ideal y el fin a perseguir, pero los herederos de Fidel pretenden que en Cuba no sea así, que pueda haber una especie de libertad otorgada sin capacidad ninguna de discutir los designios del partido que gobierna en nombre de un intangible, de la Revolución, que es evidente que ha fracasado por completo.
¿Ha fracasado? La supresión del comunismo como régimen social es la prueba más obvia de que la revolución no ha conseguido, pese a tanta sangre y tanto dolor, lo que se proponía, y por eso la palabra comunismo se expulsa del nuevo texto, de manera que la Revolución sí ha fracasado desde el punto de vista de los objetivos que supuestamente la legitimaban, pero, y esto es lo realmente importante, ha sido un éxito total al crear un esquema de poder que ya puede prescindir de cualquier legitimidad ajena a su propia fuerza. Así pues, la Revolución ha fracasado en lo que decían buscar, pero ha triunfado plenamente en lo que de hecho buscaban, un poder sin límites, el absolutismo de los vencedores.
Esta realidad política, que a nosotros nos ha de parecer tan asombrosa como insoportable, se ha impuesto en la isla más española. El poder político se identifica de manera absoluta e indiscutible con Cuba, con una realidad histórica, política y social de la que se apropia de manera enfáticamente irreversible, por lo que se niega a los simples cubanos cualquier capacidad de discrepancia al respecto. En consecuencia, se establece que “la traición a la patria es el más grave de los crímenes”, un delito que solo al poder corresponde dilucidar e imputar y frente al que no hay defensa independiente posible.
Una nueva vuelta de tuerca en este régimen criminal legitima la lucha popular, y armada, contra los supuestos enemigos de la patria, puesto que se reconoce el derecho a actuar “contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”.
De la misma forma que el franquismo establecía que los principios del Movimiento Nacional eran, por su propia naturaleza permanentes e inalterables, el artículo 24 de la nueva Constitución establece que los principios de ese peculiar socialismo y del no menos estrambótico sistema político “en ningún caso resultan reformables”. El franquismo se pudo desmontar porque encomendó a la Monarquía, una institución centenaria que nada le debía, la continuidad del poder político, y ese rey que ahora tanto denostamos, no tuvo duda alguna de que él debía ser la clave para una autentica transformación política de la sociedad española, una realidad palpable de la que solo dudan los que querrían romper la unidad nacional (los supremacistas y separatistas) y los que buscan ponerlo todo patas arriba para emprender sin pausa la vía venezolana o cubana. Hay que esperar que nuestras desdichas nunca lleguen tan lejos.
No deja de ser una ironía, que los castristas seguramente no saben captar, pues la habrían evitado, que ese remozo de su Constitución tenga que pagar el precio de reconocer que el comunismo es un fracaso. Se trata de una evidencia que viene de lejos, pero que adquiere aquí el valor de una demostración: Marx nunca puso especial empeño en explicar cómo habría de funcionar la economía en el paraíso comunista, y ahora ya sabemos que no funciona de ninguna manera racionalmente defendible. Sin embargo, esa mentira hipócrita e inmoral sigue impulsando a fuerzas que solo buscan lo que los castristas han conseguido sobradamente: mandar sin límite alguno ni de ley ni de plazo temporal, conseguir que todos hayan de esforzarse en trabajar para que los revolucionarios puedan mandar y sestear a placer. Ésta es la inequívoca lección que nos está dando la Cuba que dice ya no ser comunista.
Foto Augustin de Montesquiou
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No faltaran los analistas que vean en esos cambios un intento de que Cuba se mueva hacia una fórmula similar a la china, un régimen autoritario con un mercado supuestamente abierto, pero muy sometido a controles políticos, y un cierto pluralismo civil radicalmente castrado por el control político de la cúpula que se propone heredarse a sí misma por los siglos de los siglos en nombre de la revolución, el socialismo y la fidelidad a Fidel, el fidelismo. Quienes quieran valorar positivamente ese cambio verán en él, una nueva oportunidad política para fomentar una supuesta autonomía (pero una efectiva sumisión) de la sociedad civil de la isla.
Ya se verá lo que se termina aprobando, y lo que acabe por suceder, aunque, desgraciadamente, no cabe ser simplista y negar posibilidades de supervivencia a un régimen que ha dado ya sobradas pruebas de perdurabilidad y que no se anda con chiquitas a la hora de defender los privilegios de quienes lo rigen. No hay demasiado margen para el optimismo, pero, desde fuera, el texto en curso nos brinda la oportunidad de hacer una reflexión muy de fondo.
Lo que ha funcionado en China, de momento, cuya tradición imperial es milenaria, no debiera validarse en un hemisferio en el que la democracia se reconoce, sin duda alguna, como el ideal y el fin a perseguirAl reconocer, como se hace, la propiedad privada, y al eliminar la palabra “comunismo”, se intenta usar un lenguaje distinto al tradicional, muy gastado por su carácter ideológico y su mentira, para realizar una doble maniobra que debiera ser inverosímil en el mundo occidental: dibujar una sociedad más abierta y alejada de cualquier comunismo, al tiempo que se establecen, y se refuerzan, los mecanismos que sitúan al poder político que se autoperpetúa más allá de cualquier discusión, amenaza o alternativa.
Lo que ha funcionado en China, de momento, cuya tradición imperial es milenaria, no debiera validarse en un hemisferio en el que la democracia se reconoce, sin duda alguna, como el ideal y el fin a perseguir, pero los herederos de Fidel pretenden que en Cuba no sea así, que pueda haber una especie de libertad otorgada sin capacidad ninguna de discutir los designios del partido que gobierna en nombre de un intangible, de la Revolución, que es evidente que ha fracasado por completo.
¿Ha fracasado? La supresión del comunismo como régimen social es la prueba más obvia de que la revolución no ha conseguido, pese a tanta sangre y tanto dolor, lo que se proponía, y por eso la palabra comunismo se expulsa del nuevo texto, de manera que la Revolución sí ha fracasado desde el punto de vista de los objetivos que supuestamente la legitimaban, pero, y esto es lo realmente importante, ha sido un éxito total al crear un esquema de poder que ya puede prescindir de cualquier legitimidad ajena a su propia fuerza. Así pues, la Revolución ha fracasado en lo que decían buscar, pero ha triunfado plenamente en lo que de hecho buscaban, un poder sin límites, el absolutismo de los vencedores.
La supresión del comunismo como régimen social es la prueba más obvia de que la revolución no ha conseguido, pese a tanta sangre y tanto dolor, lo que se proponíaEsta debiera ser, al menos, la enseñanza para los que, de momento, no hemos sido víctimas de un timo revolucionario, como el que ha triunfado en Cuba, se abre paso en Venezuela y amenaza en otros lugares, incluso en España, con Podemos, IU y hasta en algunos sectores agazapados del PSOE, esa política que consiste en proponer lo imposible, y al precio de la destrucción de lo que haga falta, para llegar al poder y eliminar a toda costa cualquier atisbo de oposición hasta lograr el sometimiento universal a las consignas de los milagreros.
Esta realidad política, que a nosotros nos ha de parecer tan asombrosa como insoportable, se ha impuesto en la isla más española. El poder político se identifica de manera absoluta e indiscutible con Cuba, con una realidad histórica, política y social de la que se apropia de manera enfáticamente irreversible, por lo que se niega a los simples cubanos cualquier capacidad de discrepancia al respecto. En consecuencia, se establece que “la traición a la patria es el más grave de los crímenes”, un delito que solo al poder corresponde dilucidar e imputar y frente al que no hay defensa independiente posible.
Una nueva vuelta de tuerca en este régimen criminal legitima la lucha popular, y armada, contra los supuestos enemigos de la patria, puesto que se reconoce el derecho a actuar “contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”.
De la misma forma que el franquismo establecía que los principios del Movimiento Nacional eran, por su propia naturaleza permanentes e inalterables, el artículo 24 de la nueva Constitución establece que los principios de ese peculiar socialismo y del no menos estrambótico sistema político “en ningún caso resultan reformables”. El franquismo se pudo desmontar porque encomendó a la Monarquía, una institución centenaria que nada le debía, la continuidad del poder político, y ese rey que ahora tanto denostamos, no tuvo duda alguna de que él debía ser la clave para una autentica transformación política de la sociedad española, una realidad palpable de la que solo dudan los que querrían romper la unidad nacional (los supremacistas y separatistas) y los que buscan ponerlo todo patas arriba para emprender sin pausa la vía venezolana o cubana. Hay que esperar que nuestras desdichas nunca lleguen tan lejos.
Marx nunca puso especial empeño en explicar cómo habría de funcionar la economía en el paraíso comunista, y ahora ya sabemos que no funciona de ninguna manera racionalmente defendibleEn Cuba, la nueva propuesta constitucional constituye una especie de santísima trinidad dictatorial e indiscutible: partido único, sistema irrevocable y criminalización radical y sectaria de cualquier atisbo de discrepancia política. Puede que esto lleve a algo mejor que lo que hay, pero no será por la voluntad de los que tratan de lavar la imagen de la vieja y disfuncional dictadura castrista.
No deja de ser una ironía, que los castristas seguramente no saben captar, pues la habrían evitado, que ese remozo de su Constitución tenga que pagar el precio de reconocer que el comunismo es un fracaso. Se trata de una evidencia que viene de lejos, pero que adquiere aquí el valor de una demostración: Marx nunca puso especial empeño en explicar cómo habría de funcionar la economía en el paraíso comunista, y ahora ya sabemos que no funciona de ninguna manera racionalmente defendible. Sin embargo, esa mentira hipócrita e inmoral sigue impulsando a fuerzas que solo buscan lo que los castristas han conseguido sobradamente: mandar sin límite alguno ni de ley ni de plazo temporal, conseguir que todos hayan de esforzarse en trabajar para que los revolucionarios puedan mandar y sestear a placer. Ésta es la inequívoca lección que nos está dando la Cuba que dice ya no ser comunista.
Foto Augustin de Montesquiou
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