Después
de casi dos meses de huelgas y parálisis parcial o total de más de 40
empresas maquiladoras en la fronteriza ciudad de Matamoros, y pese a un
primer triunfo parcial, la lucha no ceja y nuevos trabajadores se
mantienen en pie de lucha, no sólo demandando un incremento sustancial a
sus salarios sino reivindicando en realidad su ser social como parte de
una clase a la que de tiempo atrás dejó de tomarse en cuenta como
factor del desarrollo y de la nación. Con los obreros de la maquila ha
vuelto a la escena nacional, después de muchos años, la lucha
independiente por recuperar algo de lo mucho que la clase laborante
perdió durante 42 años de políticas restrictivas contra el salario. Es
la primera lucha en décadas en que los trabajadores han pasado a la
ofensiva para romper de tajo con esas políticas, dictadas de manera
conjunta por los gobiernos de nuestro país, los organismos empresariales
y las organizaciones internacionales de gestión del capitalismo, como
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Por ello mismo, por tratarse de una lucha con una perspectiva histórica de lo que las políticas neoliberales han representado para nuestro país y en particular para la clase trabajadora, es también un conflicto reivindicativo de la presencia de los trabajadores, en cuanto tales y no como ciudadanos, en la vida del país.
Desde el 11 de enero pasado, como se ha difundido ampliamente, los operarios de 42 plantas maquiladoras suspendieron las labores en demanda de un 20 por ciento de incremento a sus percepciones salariales y del pago de un bono anual de productividad por 32 mil pesos, pactado en los contratos colectivos en 2018 y que los patronos no han cubierto. Acuerpados en el Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales de la Industria Maquiladora (SJOIIM), formalmente afiliado a la CTM, los huelguistas resistieron a despidos, amenazas, chantajes y desconocimiento de su movimiento, al que se señaló de “ilegal” y al que se culpó de millonarias pérdidas en dólares, obviamente para las empresas. Pero pese a todo las huelgas prosiguieron en medio de la incomprensión o indiferencia de los gobiernos local y federal. Son alrededor de 30 mil o más los trabajadores que estuvieron participando en la primera etapa del movimiento que dio nuevamente un rostro clasista a la presencia de los habitualmente adormecidos sindicatos de esa y casi todas las ramas de la producción en México. En este caso, se afectaba el interés de empresas dominadas por el capital extranjero y cuyo mercado no se ubica mayormente dentro de las fronteras mexicanas sino fuera de éstas.
La respuesta patronal siempre ha sido acusar al movimiento de estar promovido por “agitadores profesionales” que “incitan a las masas”; pero también, sobre todo, realizar cientos de despidos desde los primeros días del movimiento, y la amenaza permanente de que las empresas podrían cerrar en esa plaza para emigrar a otros lugares donde encuentren mejores condiciones para la explotación de los trabajadores. El poderoso Consejo Nacional de la Industria Maquiladora de Exportación (Index, con presencia en al menos 25 Estados de la República), la Asociación de Maquiladoras de Matamoros y la Confederación Patronal de la República Mexicana han utilizado los recursos a la mano para levantar los paros obreros, casi siempre sin lograrlo.
Pero el éxito del movimiento estriba no sólo en que el 8 de febrero el SJOIIM levantó su movimiento habiendo doblegado en las últimas empresas la resistencia de la parte patronal a pagar los incrementos demandados, sino que al triunfo de éste entró al relevo el Sindicato Industrial de Trabajadores en Plantas Maquiladoras y Ensambladoras de Matamoros (SITPME), el otro organismo laboral importante en esa ciudad fronteriza, también en paro demandando incrementos salariales superiores al 8 por ciento que ofrecen las empresas. También entraron en paro las filiales de grandes empresas comerciales como Walmart, Soriana, Smart, Chedrahui y Coca-Cola Femsa. Se trata de una especie de efecto dominó, donde las primeras movilizaciones sindicales condujeron a que otros destacamentos de trabajadores se motivaran a luchar por demandas económicas que, si bien parecían desmedidas al inicio de la movilización, hoy se reconocen asequibles en el caso de empresas grandes y directamente vinculadas el mercado exterior, por lo que reciben divisas.
Ulteriormente, las huelgas de Matamoros se han visto complementadas por las estalladas en el sector educativo, como la UAM, Chapingo, la UABJO y otras, de manera que estamos ante una oleada que abarca una parte del sector productivo privado, pero también de instituciones públicas educativas.
El movimiento obrero de Matamoros —ahora replicado en otros puntos del país, y que seguramente tendrá todavía repercusiones en el conjunto del sindicalismo del país— presenta algunos rasgos que lo hacen peculiar y probablemente único.
Es la hora de promover en el mundo del trabajo un cambio real de prioridades e iniciativas, así sea moviendo piezas claves en la estructura que ha dado orden a la acumulación de capital durante más de cuatro décadas.
En 1935, poco después de inaugurado el periodo presidencial del general Lázaro Cárdenas, una oleada de huelgas cimbró al país. Con su movilización, los trabajadores buscaban recuperar la capacidad de compra perdida por los salarios durante la crisis de 1929-1933 y, al mismo tiempo, reivindicar su derecho a organizar sindicatos en todas las empresas. Esa oleada tuvo no solamente efectos económicos en el país, sino también políticos. El presidente Cárdenas apoyó decididamente las demandas sindicales frente al sector patronal; enfrentó al ex presidente Plutarco Elías Calles, hasta ese momento jefe máximo de la política nacional, quien terminó deportado un año después; se consolidó el régimen presidencialista; y se crearon o fortalecieron los sindicatos nacionales de industria y, ulteriormente, la poderosa Confederación de Trabajadores de México.
López Obrador, quien ha manifestado repetidamente su admiración por el gobernante michoacano y su intención de emularlo, no ha asumido una toma de posición con claridad semejante ni un compromiso expreso con la defensa de los derechos laborales. Pero lo cierto es que la superación efectiva de lo que la política neoliberal ha representado para la clase obrera requiere ya de definiciones y firmeza que, si no por los gobernantes, sí serán asumidas, como Matamoros lo proclama, por los trabajadores.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Por ello mismo, por tratarse de una lucha con una perspectiva histórica de lo que las políticas neoliberales han representado para nuestro país y en particular para la clase trabajadora, es también un conflicto reivindicativo de la presencia de los trabajadores, en cuanto tales y no como ciudadanos, en la vida del país.
Desde el 11 de enero pasado, como se ha difundido ampliamente, los operarios de 42 plantas maquiladoras suspendieron las labores en demanda de un 20 por ciento de incremento a sus percepciones salariales y del pago de un bono anual de productividad por 32 mil pesos, pactado en los contratos colectivos en 2018 y que los patronos no han cubierto. Acuerpados en el Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales de la Industria Maquiladora (SJOIIM), formalmente afiliado a la CTM, los huelguistas resistieron a despidos, amenazas, chantajes y desconocimiento de su movimiento, al que se señaló de “ilegal” y al que se culpó de millonarias pérdidas en dólares, obviamente para las empresas. Pero pese a todo las huelgas prosiguieron en medio de la incomprensión o indiferencia de los gobiernos local y federal. Son alrededor de 30 mil o más los trabajadores que estuvieron participando en la primera etapa del movimiento que dio nuevamente un rostro clasista a la presencia de los habitualmente adormecidos sindicatos de esa y casi todas las ramas de la producción en México. En este caso, se afectaba el interés de empresas dominadas por el capital extranjero y cuyo mercado no se ubica mayormente dentro de las fronteras mexicanas sino fuera de éstas.
La respuesta patronal siempre ha sido acusar al movimiento de estar promovido por “agitadores profesionales” que “incitan a las masas”; pero también, sobre todo, realizar cientos de despidos desde los primeros días del movimiento, y la amenaza permanente de que las empresas podrían cerrar en esa plaza para emigrar a otros lugares donde encuentren mejores condiciones para la explotación de los trabajadores. El poderoso Consejo Nacional de la Industria Maquiladora de Exportación (Index, con presencia en al menos 25 Estados de la República), la Asociación de Maquiladoras de Matamoros y la Confederación Patronal de la República Mexicana han utilizado los recursos a la mano para levantar los paros obreros, casi siempre sin lograrlo.
Pero el éxito del movimiento estriba no sólo en que el 8 de febrero el SJOIIM levantó su movimiento habiendo doblegado en las últimas empresas la resistencia de la parte patronal a pagar los incrementos demandados, sino que al triunfo de éste entró al relevo el Sindicato Industrial de Trabajadores en Plantas Maquiladoras y Ensambladoras de Matamoros (SITPME), el otro organismo laboral importante en esa ciudad fronteriza, también en paro demandando incrementos salariales superiores al 8 por ciento que ofrecen las empresas. También entraron en paro las filiales de grandes empresas comerciales como Walmart, Soriana, Smart, Chedrahui y Coca-Cola Femsa. Se trata de una especie de efecto dominó, donde las primeras movilizaciones sindicales condujeron a que otros destacamentos de trabajadores se motivaran a luchar por demandas económicas que, si bien parecían desmedidas al inicio de la movilización, hoy se reconocen asequibles en el caso de empresas grandes y directamente vinculadas el mercado exterior, por lo que reciben divisas.
Ulteriormente, las huelgas de Matamoros se han visto complementadas por las estalladas en el sector educativo, como la UAM, Chapingo, la UABJO y otras, de manera que estamos ante una oleada que abarca una parte del sector productivo privado, pero también de instituciones públicas educativas.
El movimiento obrero de Matamoros —ahora replicado en otros puntos del país, y que seguramente tendrá todavía repercusiones en el conjunto del sindicalismo del país— presenta algunos rasgos que lo hacen peculiar y probablemente único.
- Se trata de una movilización que,
en la mayoría de los casos, no esperó al vencimiento de los
emplazamientos para la revisión contractual, sino que decidió proceder a
paros parciales o totales para “ablandar” a los patronos, presionarlos
a cumplir condiciones de trabajo ya pactadas, y aceptar incrementos
más allá de lo prescrito habitualmente en estas revisiones.
-
Los trabajadores han aprovechado la coyuntura favorable que
representó la nueva política salarial del gobierno del país, que
decidió elevar de manera inusitada el salario mínimo general y la
duplicación de éste en la franja fronteriza norte del país. Los
trabajadores de la maquila no perciben el salario mínimo, pero
decidieron que sus retribuciones no se rezagaran con respecto de lo
otorgado a éste.
- Deliberada o involuntariamente, este
movimiento se ubicó en sintonía con el sindicalismo de Canadá y los
Estados Unidos que en la negociación del nuevo pacto comercial el año
pasado demandó un incremento sustancial a los salarios mexicanos que
hasta ahora han operado como formas de subsidio (dumping) a las
exportaciones de nuestro país y como un límite o barrera a la capacidad
de compra de nuestro mercado a las exportaciones de manufacturas de
esos países.
- Matamoros y sus secuelas han rebasado a
las enmohecidas o corruptas estructuras sindicales prevalecientes y,
sin romper con ellas, aceptaron la asesoría de la abogada Susana Prieto
Terrazas, con vasta experiencia en las luchas obreras en Ciudad
Juárez. Sin ser integrante del SJOIIM, a ella se atribuye la estrategia
que logró que la mayoría de empresas paralizadas aceptaran pagar el 20
por ciento de incremento y el bono anual de 32 mil pesos. Ahora lo que
sigue es que los trabajadores recuperen el control sobre sus
estructuras sindicales para usarlas en su defensa y beneficio en
cualquier nueva situación a futuro.
- Las huelgas de
2019 han puesto de inmediato a prueba la política laboral del gobierno
de Andrés Manuel López Obrador, que, si bien decretó la referida
elevación de los salarios mínimos, continúa aplicando a los
trabajadores del sector público (universidades) la política de topes salariales
que desde 1978 propinaron los gobiernos a la clase obrera mexicana. En
un artículo anterior (“La prueba salarial del gobierno
lopezobradorista”, 12 de octubre de 2018) escribí que “muy pronto habrá
que atender las demandas de las mayorías, que han depositado su
confianza en que el cambio de gobierno, anunciado también como un
cambio de régimen, deje atrás la etapa de oscuridad que se ha vivido
durante cuarenta años, con un acelerado deterioro en las percepciones
salariales y en las condiciones de trabajo”. Esa prospectiva se ha
materializado en la coyuntura del presente año, animada por la propia
política económica y laboral, pero no obedeciendo a ésta sino
desbordándola con movilizaciones de hecho.
Es la hora de promover en el mundo del trabajo un cambio real de prioridades e iniciativas, así sea moviendo piezas claves en la estructura que ha dado orden a la acumulación de capital durante más de cuatro décadas.
En 1935, poco después de inaugurado el periodo presidencial del general Lázaro Cárdenas, una oleada de huelgas cimbró al país. Con su movilización, los trabajadores buscaban recuperar la capacidad de compra perdida por los salarios durante la crisis de 1929-1933 y, al mismo tiempo, reivindicar su derecho a organizar sindicatos en todas las empresas. Esa oleada tuvo no solamente efectos económicos en el país, sino también políticos. El presidente Cárdenas apoyó decididamente las demandas sindicales frente al sector patronal; enfrentó al ex presidente Plutarco Elías Calles, hasta ese momento jefe máximo de la política nacional, quien terminó deportado un año después; se consolidó el régimen presidencialista; y se crearon o fortalecieron los sindicatos nacionales de industria y, ulteriormente, la poderosa Confederación de Trabajadores de México.
López Obrador, quien ha manifestado repetidamente su admiración por el gobernante michoacano y su intención de emularlo, no ha asumido una toma de posición con claridad semejante ni un compromiso expreso con la defensa de los derechos laborales. Pero lo cierto es que la superación efectiva de lo que la política neoliberal ha representado para la clase obrera requiere ya de definiciones y firmeza que, si no por los gobernantes, sí serán asumidas, como Matamoros lo proclama, por los trabajadores.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario