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El escándalo Cambridge Analytica: la última esperanza progresista
Dante Augusto Palma
Más de 350 apoyos entre diarios y semanarios recibió, de cara
a las elecciones del año 2016, la candidata demócrata Hillary Clinton.
Su oponente republicano, Donald Trump, apenas si superó la docena. A
propósito de ello, en “There really was a media liberal Bubble”, Nate
Silver afirma que los medios estadounidenses fallan en lo que respecta a
profesar la diversidad de opinión, han perdido toda independencia y
están cada vez más centralizados geográficamente. Para apoyar esta
afirmación brinda un dato: en 2013 solo el 7% de los periodistas
estadounidenses asumía su condición de “republicano”. Además, la crisis
del modelo de negocios de la prensa escrita ha hecho, entre otras cosas,
no solo que se despidan a más de la mitad de los trabajadores de prensa
sino que la producción periodística, especialmente en el formato
digital, tuviera su desarrollo centralizadamente en New York, Washington
o Los Angeles, esto es, distritos cosmopolitas en los que en general la
mayoría vota demócratas.
Se puede agregar a esto el detalle de la composición de las redacciones en las que a diferencia de lo que ocurría en los años 70, donde los periodistas con título universitario apenas si superaban la mitad, el número de egresados universitarios se ha acrecentado a más del 92%, dato que en sí mismo parece no decir nada hasta que caemos en la cuenta que en las universidades estadounidenses el pensamiento demócrata es abrumadoramente hegemónico. Si con esto no alcanzase, imagine qué sucedería cuando los periodistas se enteren que Twitter no es el termómetro del sentir popular sino una cámara de eco que reafirma los prejuicios, los sesgos y los microclimas de los propios periodistas y su extracción social.
¿Se puede vivir en esa burbuja y al mismo tiempo captar que Trump podía ganar en 2016? ¿Se puede vivir en esa burbuja y ser ecuánime con el gobierno republicano? Algo parecido ha sucedido con el Brexit más allá de que allí hubo encuestas que auguraban algún final mínimamente abierto pero, con medios nucleados en Londres y embebidos del cosmpolitismo progresista londinense, no resultaba fácil poder interpretar el sentir de una “Inglaterra profunda” con un quiebre generacional e ideológico evidente. Sin embargo, los resultados fueron los que todos ya sabemos. ¿Llevó esto a un replanteo? ¿Produjeron estas decisiones un deseo de avanzar hacia medios descentralizados, diversos e independientes? Para nada. Más bien todo lo contrario porque cuando se habla de diversidad se incluye todo menos la diversidad ideológica.
Para quienes no lo recuerden, Cambridge Analytica fue una empresa de minería de datos y asesoramiento electoral, acusada de utilizar la información brindada por 87 millones de usuarios de Facebook para crear una campaña de microsegmentación acorde a los intereses de sus clientes. Trabajaron en muchos países, entre ellos, el mío, Argentina, a favor de quien resultaría presidente: Mauricio Macri. Sin embargo, el documental se ocupa de los casos más resonantes: su participación en las elecciones estadounidenses a favor de Trump y en el referéndum en Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea (“Leave EU”).
Lo que el documental quiere instalar está bien resumido en una declaración de Christopher Wylie, un joven programador y exempleado de la compañía, que dice ser el responsable de las campañas de microsegmentación y ha sido uno de los arrepentidos. En una entrevista reproducida por el diario El País el 27 de marzo de 2018 afirma: “El brexit no habría sucedido sin Cambridge Analytica”. Y esto es lo que el documental nos quiere legar: los dos resultados electorales más conmocionantes en mucho tiempo, solo fueron posible por una manipulación maliciosa de los votantes. Porque nadie en su sano juicio podría votar por Trump ni por el Brexit: solo gente manipulada y engañada por estrategias comunicacionales que incluyen fake news y que están pensadas para modificar conductas electorales. En otras palabras, el voto racional es el voto progresista. La “Verdad” está allí. Si otros piensan que esa no es la “Verdad”, simplemente están equivocados o han sido engañados. Es curioso: está de moda el progresismo relativista pero al momento de defender la idea de verdad salen a desempolvar el concepto unitario de “Verdad” de Sócrates y Platón, y al momento de tratar de explicar el voto, siguen presos de la idea de que hay votos de buena calidad (los racionales) y votos de mala calidad (los emocionales).
Cada vez son más los documentales y los editoriales de una prensa indignada con los avances de las derechas en el mundo pero la culpa nunca la tiene la progresía ni el desvarío ideológico de las izquierdas que en muchos casos la prensa misma representa. A su vez, esa misma prensa que ha sido protagonista en la desestabilización y estigmatización de gobiernos ahora cree que el problema de las noticias falsas es un fenómeno estrictamente restringido a las redes sociales.
Hablamos de Trump y del Brexit pero lo mismo sucedió en Brasil: cómo puede ser que haya triunfado un personaje como Bolsonaro, nos interrogamos. ¿Y alguien se pregunta qué agenda tomó el PT? ¿Fue la agenda de los trabajadores o fue la agenda de unas élites universitarias ilustradas con acceso a medios de comunicación y a los debates públicos? ¿No habrá sido esa una de las razones, no la única, claro, antes que el hecho de que Bolsonaro hiciera una campaña sucia a través de Whatsapp?
¿Y no será que Trump representa a un sector importantísimo y mayoritario que no se siente identificado con la agenda de Twitter, el partido demócrata, los grandes medios, Hollywood y Netflix? ¿Son esos votantes zombies fascistas? ¿Son esos votantes idiotas manipulados por una empresa que identificó perfiles a partir de los Me Gusta que los usuarios dejaron voluntariamente en Facebook? ¿Acaso la utilización del Big Data para Obama era virtuosa y ejemplo de campaña moderna pero cuando lo usan los republicanos es una amenaza a la democracia? ¿Que los medios británicos no representen la agenda de millones de británicos conservadores es un problema de los ciudadanos británicos de ideología conservadora o de los medios que dicen ser neutrales? ¿Por qué los mismos periodistas que afirman que los medios son incapaces de manipular a la opinión pública porque la gente no es idiota, afirman que Cambridge Analytica sí pudo hacerlo?
A nadie le importa la inexistencia de estudios serios que sean capaces de poder expresar cuánto pudo haber influido una campaña de manipulación en estas elecciones, y digo esto para no entrar en el debate acerca de cuándo una campaña se transforma en una campaña de manipulación y hasta qué punto la política sería algo demasiado distinto de un modo de conducción de conductas. Es más, está cada vez más extendido entre quienes trabajan en campañas políticas y análisis del comportamiento en redes, que las viralizaciones hechas con mala fe y las campañas de desinformación son más efectivas para confirmar prejuicios que para modificar posiciones, de modo tal que su incidencia sería más que relativa.
El caso de Cambridge Analytica es escandaloso porque expone hasta qué punto una empresa puede hacerse de la principal mercancía de la actualidad: nuestros datos. Sin embargo, me temo que detrás de la correspondiente exposición del caso, se puede ver también otra cosa: la incapacidad que tiene el pensamiento progresista de la corrección política para aceptar que por fuera de su burbuja y su cámara de eco, hay un mundo y hay gente que está reaccionando.
Foto: Roya Ann Miller
Se puede agregar a esto el detalle de la composición de las redacciones en las que a diferencia de lo que ocurría en los años 70, donde los periodistas con título universitario apenas si superaban la mitad, el número de egresados universitarios se ha acrecentado a más del 92%, dato que en sí mismo parece no decir nada hasta que caemos en la cuenta que en las universidades estadounidenses el pensamiento demócrata es abrumadoramente hegemónico. Si con esto no alcanzase, imagine qué sucedería cuando los periodistas se enteren que Twitter no es el termómetro del sentir popular sino una cámara de eco que reafirma los prejuicios, los sesgos y los microclimas de los propios periodistas y su extracción social.
¿Se puede vivir en esa burbuja y al mismo tiempo captar que Trump podía ganar en 2016? ¿Se puede vivir en esa burbuja y ser ecuánime con el gobierno republicano? Algo parecido ha sucedido con el Brexit más allá de que allí hubo encuestas que auguraban algún final mínimamente abierto pero, con medios nucleados en Londres y embebidos del cosmpolitismo progresista londinense, no resultaba fácil poder interpretar el sentir de una “Inglaterra profunda” con un quiebre generacional e ideológico evidente. Sin embargo, los resultados fueron los que todos ya sabemos. ¿Llevó esto a un replanteo? ¿Produjeron estas decisiones un deseo de avanzar hacia medios descentralizados, diversos e independientes? Para nada. Más bien todo lo contrario porque cuando se habla de diversidad se incluye todo menos la diversidad ideológica.
El voto racional es el voto progresista. La “Verdad” está allí. Si otros piensan que esa no es la “Verdad”, simplemente están equivocados o han sido engañadosEntonces primero se enojaron con los votantes y en paralelo decidieron encarnar una campaña obsesiva de descrédito contra Trump y los conservadores británicos, algo que, naturalmente, muchas veces no les ha llevado demasiado trabajo gracias a algunos de los desaciertos que cometen los recién mencionados. Pero algunos meses después de ambas elecciones apareció la excusa perfecta: el escándalo de Cambridge Analytica que dio lugar a un documental estrenado en Netflix apenas unos días atrás. Su título original es The Great Hack y la traducción, bastante alejada del original, Nada es privado.
Para quienes no lo recuerden, Cambridge Analytica fue una empresa de minería de datos y asesoramiento electoral, acusada de utilizar la información brindada por 87 millones de usuarios de Facebook para crear una campaña de microsegmentación acorde a los intereses de sus clientes. Trabajaron en muchos países, entre ellos, el mío, Argentina, a favor de quien resultaría presidente: Mauricio Macri. Sin embargo, el documental se ocupa de los casos más resonantes: su participación en las elecciones estadounidenses a favor de Trump y en el referéndum en Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea (“Leave EU”).
Lo que el documental quiere instalar está bien resumido en una declaración de Christopher Wylie, un joven programador y exempleado de la compañía, que dice ser el responsable de las campañas de microsegmentación y ha sido uno de los arrepentidos. En una entrevista reproducida por el diario El País el 27 de marzo de 2018 afirma: “El brexit no habría sucedido sin Cambridge Analytica”. Y esto es lo que el documental nos quiere legar: los dos resultados electorales más conmocionantes en mucho tiempo, solo fueron posible por una manipulación maliciosa de los votantes. Porque nadie en su sano juicio podría votar por Trump ni por el Brexit: solo gente manipulada y engañada por estrategias comunicacionales que incluyen fake news y que están pensadas para modificar conductas electorales. En otras palabras, el voto racional es el voto progresista. La “Verdad” está allí. Si otros piensan que esa no es la “Verdad”, simplemente están equivocados o han sido engañados. Es curioso: está de moda el progresismo relativista pero al momento de defender la idea de verdad salen a desempolvar el concepto unitario de “Verdad” de Sócrates y Platón, y al momento de tratar de explicar el voto, siguen presos de la idea de que hay votos de buena calidad (los racionales) y votos de mala calidad (los emocionales).
Cada vez son más los documentales y los editoriales de una prensa indignada con los avances de las derechas en el mundo pero la culpa nunca la tiene la progresía ni el desvarío ideológico de las izquierdas que en muchos casos la prensa misma representa. A su vez, esa misma prensa que ha sido protagonista en la desestabilización y estigmatización de gobiernos ahora cree que el problema de las noticias falsas es un fenómeno estrictamente restringido a las redes sociales.
Hablamos de Trump y del Brexit pero lo mismo sucedió en Brasil: cómo puede ser que haya triunfado un personaje como Bolsonaro, nos interrogamos. ¿Y alguien se pregunta qué agenda tomó el PT? ¿Fue la agenda de los trabajadores o fue la agenda de unas élites universitarias ilustradas con acceso a medios de comunicación y a los debates públicos? ¿No habrá sido esa una de las razones, no la única, claro, antes que el hecho de que Bolsonaro hiciera una campaña sucia a través de Whatsapp?
¿Y no será que Trump representa a un sector importantísimo y mayoritario que no se siente identificado con la agenda de Twitter, el partido demócrata, los grandes medios, Hollywood y Netflix? ¿Son esos votantes zombies fascistas? ¿Son esos votantes idiotas manipulados por una empresa que identificó perfiles a partir de los Me Gusta que los usuarios dejaron voluntariamente en Facebook? ¿Acaso la utilización del Big Data para Obama era virtuosa y ejemplo de campaña moderna pero cuando lo usan los republicanos es una amenaza a la democracia? ¿Que los medios británicos no representen la agenda de millones de británicos conservadores es un problema de los ciudadanos británicos de ideología conservadora o de los medios que dicen ser neutrales? ¿Por qué los mismos periodistas que afirman que los medios son incapaces de manipular a la opinión pública porque la gente no es idiota, afirman que Cambridge Analytica sí pudo hacerlo?
A nadie le importa la inexistencia de estudios serios que sean capaces de poder expresar cuánto pudo haber influido una campaña de manipulación en estas elecciones, y digo esto para no entrar en el debate acerca de cuándo una campaña se transforma en una campaña de manipulación y hasta qué punto la política sería algo demasiado distinto de un modo de conducción de conductas. Es más, está cada vez más extendido entre quienes trabajan en campañas políticas y análisis del comportamiento en redes, que las viralizaciones hechas con mala fe y las campañas de desinformación son más efectivas para confirmar prejuicios que para modificar posiciones, de modo tal que su incidencia sería más que relativa.
El caso de Cambridge Analytica es escandaloso porque expone hasta qué punto una empresa puede hacerse de la principal mercancía de la actualidad: nuestros datos. Sin embargo, me temo que detrás de la correspondiente exposición del caso, se puede ver también otra cosa: la incapacidad que tiene el pensamiento progresista de la corrección política para aceptar que por fuera de su burbuja y su cámara de eco, hay un mundo y hay gente que está reaccionando.
Foto: Roya Ann Miller
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