lunes, 20 de julio de 2020

El espacio menguante de los medios de comunicación

disidentia.com

El espacio menguante de los medios de comunicación

José Carlos Rodríguez

Si no lo ha hecho aún, corra el lector a leer la carta de dimisión de Bari Weiss escrita a Arthur G. Sulzberger, publisher del diario The New York Times. Está pulcramente traducida al español por Pepe Albert de Paco. El nombre de Bari Weiss no le dirá nada, a no ser que hayan leído algo sobre el incidente protagonizado por el senador Tom Cotton precisamente en The New York Times. Lea, si no, a Dante Augusto Palma. El título de su artículo, No publicarás, parece ahora un augurio sobre la propia Weiss.

Más que una dimisión, parece una carta de despedida a un mundo que se desvanece. Es una llamada a los que se conforman, un testimonio para escándalo de historiadores futuros (ella menciona la historia en su misiva), y un ajuste de cuentas con el periódico y con su propia trayectoria profesional.

Weiss formaba parte del equipo editorial del diario. Los editores del diario la contrataron para que les ayudara a entender, a ellos y a sus lectores, la victoria de Donald Trump. Fue como un gran terremoto sobre una tierra sin fisuras, una catástrofe imprevisible; un cisne negro como el futuro de la democracia en América. O así lo entendió el diario. El realismo y el instinto de supervivencia le llevaron a abrirse, como dice Weiss, a “otros americanos”; a los que Hillary Clinton llamó “despreciables” y que The New York Times despreciaba desde una altura intelectual y moral en la que, efectivamente, a los votantes de Trump no se les divisa.

Weiss cuenta con detalle el acoso que ha sufrido por parte del staff del periódico; ella y todos a los que ella señalaba como sus amigos, o apoyos. Si estás con ella, estás contra nosotros es el lema que parece regir esa redacción

Aun con traje de protección biológica, la dirección del diario ha ido aceptando la entrada de opiniones que ponían en cuestión el dogma progresista. Pero la paciencia de algunos de sus compañeros se agotaba. El asunto de Tom Cotton es síntoma de esa exasperación. Esos contenidos amenazadores estaban sometidos a un escrutinio severo, “pero aún no ha aparecido ninguna nota adjunta a la entrevista de Cheryl Strayed a la escritora Alice Walker, una orgullosa antisemita que cree en illuminati reptilianos”.

Weiss cuenta con detalle el acoso que ha sufrido por parte del staff del periódico; ella y todos a los que ella señalaba como sus amigos, o apoyos. Si estás con ella, estás contra nosotros es el lema que parece regir esa redacción. El propio receptor de la carta, Sulzberger, alababa su entereza ante los ataques, pero sólo se atrevió a decirlo en privado. Es una censura implacable, pero efectiva. Cree la periodista que muchos de sus ex compañeros no comulgan con los últimos salmos de la religión progresista, pero ellos también ceden ante la presión de “un puñado de iluminados” que han asumido la labor de administrar una ortodoxia, en palabras de Weiss.

Weiss es la última noticia del mundo periodístico estadounidense, y como periodista he corrido a presentársela, pero no la única. Andrew Sullivan posee una de las inteligencias más agudas del periodismo estadounidense. Conservador y católico, es también abiertamente homosexual; un detalle biográfico que, al respecto de su papel de opinador, es mucho menos relevante para la derecha estadounidense que para la izquierda. Sullivan ha publicado su carta de despedida del New York Magazine.

“Lo que ha ocurrido, creo, es relativamente simple: Una masa crítica del staff y de dirección del New York Magazine y de Vox Media ya no quiere verse asociada conmigo y, en un tiempo de presupuestos cada vez más estrechos, me he convertido en un lujo que ya no quieren permitirse”, escribe Sullivan. Como en el caso de Weiss, el conflicto de Sullivan con su publicación es que no se ha adherido al dogma del momento. El problema es que “cualquier escritor que no se adhiera a la teoría crítica en cuestiones de raza, género, orientación sexual e identidad de género está dañando activamente, físicamente a sus compañeros simplemente por existir en el mismo espacio virtual”.

Es, dice, como si todos estuviésemos sometidos al sectarismo de los campus universitarios; de ese Harvard en el que sólo un 1,46 por ciento de los estudiantes se reconoce conservador. Es conservador, dice el periodista, “lo que en mi caso quiere decir que me opongo apasionadamente a Donald Trump, fuí pionero en el matrimonio homosexual, apoyo la legalización de las drogas, la reforma criminal y de la justicia, una mayor redistribución de la riqueza, una acción decidida contra el cambio climático, la reforma policial, una política exterior realista y que las leyes protejan a los transexuales de la discriminación”. Apoyó a Obama al principio y ha anunciado su voto por Biden. Y acaba preguntándose: “Me parece que, si este conservadurismo es tan repugnante que muchos de mis compañeros se avergüenzan de estar trabajando en la misma revista, no tengo ni idea de qué versión del conservadurismo podrían llegar a tolerar”.

Quienes conocemos a Sullivan, lo hemos leído durante quince años en su blog, The Daily Dish. A él vuelve. A la libertad radical de la URL, donde se atrincheran otros pensadores independientes “que no están sujetos al espacio, cada vez más estrecho, del pensamiento aceptable de los medios de masas”.

¿Cuál es la causa de este “nuevo macartismo” del que habla Weiss? En el asunto de Tom Cotton, ella recurrió para explicarlo a Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. En La transformación de la mente moderna hablan del safetysm, quizás el “segurismo”. En cualquier caso la pretensión de no estar sometido a la insoportable tensión de enfrentarse a un pensamiento alternativo, que ponga en duda las nuevas certezas, que eche por tierra el desgaste psicológico de haber actualizado el credo. Mientras que el cristianismo reza el mismo credo desde hace casi mil setecientos años, la teoría crítica exige una actualización constante.

Quizás sea sólo eso. Muchos buscan una seguridad en un mundo sin referencias claras. Una seguridad que les permita decir que ellos son buenos, que están en el lado correcto de la historia en este preciso minuto. Quizás sólo sea la búsqueda de un avatar que nos permita jugar sin sobresaltos en esta vida literalmente intrascendente; un salvoconducto que nos permite vivir, seguir nuestro camino sin más pretensiones.

Ahora Weiss forma parte de lo que ella llamó oscura red intelectual de renegados. Una red sin apenas nodos en los que se encuentran pensadores unidos sólo por su decisión de no sucumbir a la resignación.

Foto: dimitrisvetsikas1969



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