Líbano ante sus responsabilidades, por Thierry Meyssan
- El general Chamel Roukoz (en la foto) es la personalidad libanesa que cuenta con el mayor grado de legitimidad para reformar el país. Pero Estados Unidos preferiría que el general Joseph Aoun –sin parentesco cercano con el actual presidente de la República, Michel Aoun– asumiese el papel de “dictador”, en el sentido que ese título tenía en la Roma de la Antigüedad.
Un problema estructural,
heredado del pasado
Desde el inicio de los acontecimientos registrados en Líbano durante los últimos meses, hemos señalado desde la Red Voltaire que el problema actual de ese país no es la corrupción sino la organización misma del Líbano como un sistema comunitario confesional [1]. Además, incluso antes de que el problema bancario saliera a la luz del día, nosotros ya lo habíamos anunciado y habíamos explicado que, como todos los bancos en general, los bancos libaneses son dueños solamente de una décima parte de los fondos que guardan en sus bóvedas. Por consiguiente, cuando surge una crisis política de envergadura capaz de afectar la confianza de los clientes, ningún banco es capaz de devolver los fondos a su clientela.
Seguimos señalando que los libaneses se equivocan cuando atribuyen la responsabilidad de la crisis únicamente a los corruptos. Sólo los propios libaneses son responsables de haber aceptado que se mantuviera hasta ahora ese sistema feudal –heredado de la ocupación otomana– arropado por el comunitarismo confesional –heredado de la ocupación francesa. Un grupo de familias siguen controlando el país desde hace siglos y la guerra civil (1975-1990) no aportó ninguna modificación esencial.
Es totalmente sorprendente oír a los musulmanes libaneses negar la colonización otomana y a los cristianos maronitas caer en estado de adoración ante la menor mención de su «Madre Francia» (sic). Tanto los musulmanes libaneses como los cristianos maronitas tienen sus razones para haber adoptado tales actitudes pero la ceguera sobre las realidades del pasado no permite construir un futuro viable.
Estados Unidos e Israel no están tratando de destruir el Líbano
Es evidente que Estados Unidos está presionando en contra del Hezbollah. Sin embargo, como declaró el general Kenneth McKenzie, jefe del CentCom, durante su reciente visita en Beirut, se trata más bien de una presión indirecta sobre Irán. Nadie trata de destruir el Hezbollah, que posee el primer ejército no estatal del mundo. Nadie urde una guerra contra el Líbano, Israel menos que nadie.
Establecer lo anterior con toda precisión se hace especialmente necesario dado el hecho que Estados Unidos ha amenazado al Líbano con la adopción de represalias en caso de que este país no acepte la arbitraria línea divisoria que propuso el embajador estadounidense Frederic Hof para delimitar las zonas marítimas israelí y libanesa de manera que Israel tenga acceso a la explotación de las reservas de gas descubiertas. Estados Unidos también presiona al Líbano, en función de sus necesidades tácticas, en contra de Siria: un día exige al Líbano que se abstenga de toda forma de intervención en Siria y al día siguiente le exige que acoja a los refugiados sirios y los mantenga en territorio libanés, para hundir la economía siria.
En cuanto a Israel, ese país se ha convertido en el único Estado del mundo gobernado por dos primeros ministros a la vez. El “primer” primer ministro, Benyamin Netanyahu, es un colonialista en el sentido anglosajón de la palabra. Pretende extender el territorio de Israel «desde el Nilo hasta el Éufrates», conforme a lo que simbolizan las dos franjas azules de la bandera israelí. El “segundo” primer ministro, Benny Gantz, es un nacionalista israelí que espera vivir en paz con los países vecinos. La oposición entre Netanyahu y Gantz hace que estos se paralicen entre sí mientras que el ejército ve con inquietud los daños que el Hezbollah podría infligir a Israel en caso de guerra.
El proyecto persa que nadie quiere
El Líbano es un pequeño Estado artificial diseñado por los franceses. No tiene ninguna posibilidad de sobrevivir por sí mismo y sin contacto con el exterior y depende obligatoriamente no sólo de sus dos vecinos –Siria e Israel– sino también de toda la región.
La presión de Estados Unidos se concentra sobre Irán. Hace 3 semanas una importante explosión en la base militar de Tarchin, al suroeste de Teherán, dio lugar a una serie de declaraciones oficiales poco convincentes. La semana pasada, 7 pequeños barcos militares iraníes estallaron en el Golfo Pérsico, sin suscitar declaraciones de fuentes militares iraníes o estadounidense.
Bajo la presidencia de Hassan Rohani, Irán, país de mayoría chiita, cambió de rumbo desde 2013. Hoy en día, su objetivo estratégico, oficialmente adoptado en 2016, es la creación de una federación de Estados conformada por Líbano (país de mayoría relativa chiita), Siria (país laico), Irak (mayoría chiita) y Azerbaiyán (de mayoría turco-chiita). El Hezbollah asimiló ese proyecto al «Eje de la Resistencia» que se había constituido frente a las invasiones israelíes y estadounidenses. Pero Israel y Estados Unidos no fueron los únicos que se opusieron. También se opusieron al proyecto iraní los países que supuestamente serían miembros de esa federación –todos son resueltamente contrarios a la reconstitución de un imperio persa.
Sayyed Hassan Nasrallah, el secretario general del Hezbollah, estima que esa federación respetaría los sistemas políticos diferentes de los países que la integrasen. Pero otros dirigentes, como los partidarios del secretario general adjunto del Hezbollah, Naim Qassem, piensan, por el contrario, que todos los Estados miembros de tal federación tendrían que admitir la autoridad de una junta de sabios como la que describe Platón en su libro La República y como la que instauró en Irán el ayatola Rullah Khomeiny (gran conocedor de ese filósofo griego) bajo la denominación de Velayat-e faqih. Es importante entender que el Hezbollah ya no es sólo la red de resistencia que expulsó del Líbano a los ocupantes israelíes sino que sea ha convertido en un partido político en cuyo seno existen tendencias y facciones.
Sin embargo, el Velayat-e faqih, que parece una institución interesante, hoy se traduce en la práctica en la autoridad que ejerce el Guía de la Revolucion, el ayatola Alí Khamenei. Teherán no logrará extender a sus aliados un sistema que, de hecho, ya está siendo fuertemente cuestionado en Irán. Es un hecho que todos los actores regionales, incluyendo a sus enemigos, admiran al Hezbollah, pero también es un hecho que nadie quiere el proyecto iraní, que tendría que obtener el respaldo de otros actores, aparte del secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah.
La semana pasada, el embajador de Irán en Damasco declaró públicamente que comparte los objetivos de Rusia contra los ejércitos yihadistas pero diverge en cuanto al futuro de la región. Es la primera vez que una voz oficial iraní admite lo que venimos escribiendo desde hace mucho tiempo. Rusia y Estados Unidos también coinciden en cuanto a que no quieren –ni uno ni otro– esta supuesta federación chiita de la resistencia.
Esta semana, la agresión de Azerbaiyán (turco-chiita) contra Armenia (país ruso-ortodoxo), fuera de la tradicional zona de enfrentamiento del Alto Karabaj, viene a demostrar que el problema vinculado al proyecto iraní de federación se extiende más allá del Gran Medio Oriente.
Una eventual renuncia del Hezbollah a ese proyecto tendría importantes consecuencias ya que disolvería el sueño de un nuevo imperio persa. Pero, como nadie quiere ese proyecto y que por ende tal federación no tiene posibilidades de llegar a constituirse, el Hezbollah prefiere alimentar las dudas sobre su posición y seguir aprovechando por el mayor tiempo posible la cooperación de su aliado iraní.
La presión de Estados Unidos busca más bien obligar el Hezbollah a dar el paso que lo separaría de ese proyecto. Para aplacar la agresividad de Washington y sus aliados bastaría que el Hezbollah declarara que no opta por el proyecto de federación de la resistencia.
¿Cómo curar al Líbano?
Sin embargo, eso no resolvería el problema actual del Líbano. Cada una de las partes libanesas tendría que renunciar a sus privilegios de tipo comunitario confesional. O sea, no sólo se trata de que los cristianos maronitas renuncien al privilegio de que sólo un miembro de esa comunidad confesional pueda ejercer la presidencia de la República, o de que los musulmanes sunnitas renuncien al privilegio de que sólo un sunnita pueda ejercer el cargo de primer ministro, o de que los chiitas renuncien al privilegio en virtud del cual sólo un chiita puede presidir la Asamblea Nacional. Todos los grupos confesionales tendrían que renunciar a los puestos de diputados que la actual Constitución les asigna y también a toda otra forma sectaria de distribución de los cargos en la administración pública. Sólo entonces los libaneses podrán proclamar la igualdad de todos los ciudadanos, en virtud del principio «una persona, un voto» y convertirse por fin en la democracia que hasta ahora decían ser y que nunca han sido.
Ese cambio fundamental debería poner fin a siglos de confesionalismo, sin tener que pasar por una guerra civil. Pero será casi imposible lograrlo sin una fase autoritaria, que será lo único capaz de frenar los antagonismos durante el periodo de transición. Quien desempeñe el papel de reformador tendrá que disponer simultáneamente del apoyo de la mayoría y no estar en conflicto con ninguna de las 17 comunidades confesionales existentes en Líbano.
Algunos se inclinan por el general Chamel Roukoz, el jefe militar que derrotó al grupo yihadista Fatah al-Islam en Nahr al-Bared, en 2007, mientras que otros prefieren al jeque salafista Ahmed al-Assir, cuyos partidarios yihadistas atacaron al ejército libanés en la ciudad de Saida, en 2013.
Pero el prestigioso general Chamel Roukoz tiene en contra el hecho de ser uno de los yernos del actual presidente de la República, Michel Aoun, lo cual –precisamente a causa de la distribución de los cargos en función de criterios confesionales– le impidió llegar a ser jefe de las fuerzas armadas. Estados Unidos prefiere que el poder vaya a manos del militar que finalmente llegó a encabezar las fuerzas armadas, el general Joseph Aoun –quien como ya señalamos no tiene parentesco con el actual presidente de la República.
Para mejorar sus posibilidades, el general Roukoz acaba de lanzar un llamado a la dimisión de los «tres presidentes», o sea el presidente de la República –su suegro, el cristiano maronita Michel Aoun–, el del gobierno –el primer ministro musulmán sunnita– y el presidente chiita de la Asamblea Nacional.
El ejército regular del Líbano no ha llegado nunca a disponer del armamento necesario para defender el país y debido a ello se apoya en el Hezbollah para prevenir una nueva invasión israelí. Tanto el general Chamel Roukoz como el general Joseph Aoun han mantenido siempre buenas relaciones con el Hezbollah. Los dos cuentan con una reputación de imparcialidad ante todas las comunidades.
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