El poder no interesa ya a el ex presidente Luis Echeverría
El abogado Juan Velázquez habla de las dificultades que enfrentó el ex mandatario, sobre todo la acusación por genocidio por la que estuvo en arresto domiciliario
Andrés Becerril
CIUDAD DE MÉXICO, 31 de octubre.- El
miércoles 13 de julio de 2011 el abogado Juan Velázquez recibió una
llamada telefónica del ex presidente Luis Echeverría Álvarez. Sin más
detalle, aunque en tono amable, Echeverría le dijo: “Juan, ven mañana a
mi casa a las once de la mañana, en punto”.
Echeverría Álvarez fue presidente de México en el sexenio 1970-1976. Su mandato quedó marcado por la matanza de estudiantes del 10 de junio de 1971, que tuvo como antecedente otra, la del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, cuando él era secretario de Gobernación, y la llamada guerra sucia emprendida contra las agrupaciones guerrilleras, a cuyos integrantes siempre trató como delincuentes.
Hace diez años, Vicente Fox Quesada, el primer presidente en la historia de México no priista, puso en la mira a Echeverría. Las matanzas de Tlatelolco y la del Jueves de Corpus rompieron la aparente tranquilidad en la que vivía el ex Presidente.
Primero tuvo que declarar ante el agente del Ministerio Público por esos dos casos y luego en 2006 se abrió un proceso en su contra por genocidio, que lo llevó a enfrentar prisión domiciliaria. El juicio terminó en 2009, cuando un tribunal federal decretó libertad absoluta y lo exoneró de los cargos de genocidio.
El abogado de Echeverría afirma que “don Luis está viviendo unos últimos años de vida muy dignos, muy ocupados y muy preocupado por la situación nacional, que si el desempleo, que si la inseguridad, de todo lo que oímos todo el tiempo. No es un señor de 90 años que esté ahí abandonado, esperando a que le pase la vida”.
Cuenta Velázquez que el jueves 14 de julio de 2011, a la hora decretada por Echeverría, “don Luis estaba de pie esperando al nuevo embajador de China en México, que minutos antes había ido a presentarle sus cartas credenciales al presidente Felipe Calderón”.
El embajador chino Zeng Gang, quien hace 30 años estudió en México y 14 años atrás tuvo un cargo en la embajada de su país aquí, tan pronto como terminó su encuentro con Calderón en Los Pinos se enfiló hacia San Jerónimo, a la calle de Magnolia, para encontrarse con Echeverría.
Juan Velázquez, que ha estado muy cerca de Echeverría los últimos años, a raíz de los cargos penales fincados por la Fiscalía para delitos del pasado, cuenta ese momento que vivió hace 15 meses, subrayando la importancia que el gobierno de China le da a Echeverría, quien hace 40 años, siendo Presidente de México, estableció en 1972 relaciones con el gigante asiático.
Recuerda el abogado que una vez que llegó el diplomático chino, los tres se sentaron y lo primero que le dijo Zeng Gang a Echeverría fue: “Ya estoy acreditado como embajador de China… y cumplo la instrucción de mi presidente, diciéndole que China jamás olvida a sus amigos”.
Cuenta Velázquez que en la conversación con el diplomático chino, el ex presidente mexicano mantuvo la misma inquietud con la que él lo conoce: pregunte y pregunte de todo sobre China. “Es difícil que don Luis diga algo; la constante de don Luis es preguntar, su afán es estar enterado de todo”, dice.
Con el relato de este pasaje reciente en la vida de Echeverría, que en enero pasado cumplió 90 años y que hace 36 años dejó de ser Presidente de México, Juan Velázquez trata de mostrar cómo ha cambiado la vida de quien condujo los destinos de México en el momento en que los países del tercer mundo, a los que tanto apeló Echeverría, se catapultaban como un bloque independiente en el nuevo mapa de la geopolítica mundial.
“La vida de don Luis como ex presidente ha ido cambiando, desde luego. Hace años era muy social, muy deportista, pero ahora tiene 90 años y, no obstante esa edad, yo diría que sigue con un estado de salud envidiable.
“Lo veo una vez a la semana, el sábado, el domingo, y cuando llego a su casa siempre está vestido de traje, con una gran personalidad y una actitud muy digna; no porque sea sábado o domingo, o porque no vaya a salir está descuachalangado, siempre muy formal”, afirma Velázquez.
Después de haber dejado Los Pinos el 30 de noviembre de 1976, la ex presidencia de Echeverría comenzó con su salida del país. José López Portillo, gran amigo de la juventud y su sucesor, lo mandó lejos. Primero lo nombró representante diplomático de México ante Australia, Nueva Zelanda y las islas Fiji. Luego lo envió como embajador de México ante la UNESCO, con sede en París, hasta 1979.
Posteriormente Echeverría se hizo cargo en México del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo y asumió la presidencia de la Asociación Latinoamericana de los Derechos Humanos (Aldhu).
Después de convertirse en el primer ex presidente de México en recibir un auto de formal prisión y permanecer en detención domiciliaria, Echeverría ha pasado los últimos años de su vida en su domicilio de San Jerónimo Lídice, con esporádicos viajes a Cuernavaca o a Ixtapa-Zihuatanejo.
Juan Velázquez dice que, como siempre, el trato de Echeverría sigue siendo muy formal, “aunque conmigo, muy afectuoso”.
El ex mandatario pasa la mayor parte del tiempo leyendo. “Si llego temprano, en la mañana, ya leyó todas las revistas —incluidas las de chismes del espectáculo—, los periódicos, y los ha marcado. Si llego más tarde, al filo del mediodía, lo encuentro entonces leyendo libros: libros de historia, de política, de economía”.
Además, cuenta el abogado que Echeverría conserva su actitud de estar todo el tiempo preguntando. “De todo, absolutamente de todo quiere saber. Quiere oír qué es lo que pasa en México”.
Los golpes de la vida
La tranquilidad de la ex presidencia de Echeverría no se rompió solamente por las denuncias penales de hechos del siglo pasado, que lo persiguieron hasta este siglo XXI.
La primera sacudida fue en 1983. Ese año murió su hijo Rodolfo Echeverría Zuno, a los 31 años de edad. Apareció ahogado en una alberca, cuando se perfilaba para ser el heredero político de entre los ocho hijos que Luis Echeverría procreó con María Esther Zuno Arce.
Otra perturbación ocurrió en 1995. Ese fue un enfrentamiento que Echeverría tuvo con el entonces también ya ex presidente de México Carlos Salinas de Gortari.
Con ganas de retomar un papel protagónico en la política nacional en septiembre de ese año, Echeverría acusó a Salinas de la crisis económica del país y de haber querido buscar una reelección.
En diciembre siguiente, Salinas se defendió de los dichos de Echeverría y lo acusó de ser el coordinador de un grupo de políticos que habían sido sus colaboradores y que arremetían en su contra. Fue entonces cuando Echeverría acuñó la frase “No coordino a nadie, ni a mis nietos”.
La muerte de doña María Esther Zuno, el 4 de diciembre de 1999, fue otra de las grandes crisis que tuvo Luis Echeverría fuera de Los Pinos.
“La compañera María Esther”, como él le decía a su esposa, fue una pieza clave en la vida del abogado, que se casó con ella después de un noviazgo de apenas ocho días.
Con motivo de la muerte de la esposa del ex presidente, Guadalupe Loaeza publicó algunos destellos de lo importante que María Esther fue en el clan Echeverría-Zuno, en la etapa de la ex presidencia de su marido.
En el texto la escritora refiere las historias que “la compañera María Esther” le contaba a sus nietos, de cuando la pareja era joven.
“Como estábamos muy pobres, de luna de miel nos fuimos a Cuernavaca. A mí no me importaba que su abuelo no tuviera dinero. Me importaba que tuviéramos las mismas ideas y que fuera inteligente.
“Además, no me lo van a creer, pero yo ya sabía que llegaría muy lejos. Recuerdo que un día, recién casados, estábamos paseando por el Zócalo y justo cuando pasamos enfrente de Palacio, le señalé el balcón y le dije: ‘Mira, Luis, allí vas a estar tú’. Él no me creyó.
“Esa noche, me acuerdo, fuimos a merendar al Café Tacuba y me preguntó que por qué le había dicho eso. ‘Es que clarito te vi’, le contesté. Se rió y me besó la mano. Ya ven, niños, yo siempre he sido muy intuitiva. Yo sabía que su abuelo llegaría a ser Presidente de la República…”, escribió Loaeza.
Al respecto, Juan Velázquez confirmó que, sin duda, una de las mayores desgracias en la vida del ex mandatario “fue justamente el fallecimiento de doña María Esther”. Prueba del fervor que tiene por su esposa muerta a consecuencia de complicaciones de diabetes, Echeverría “tiene junto a él, en su recámara, una efigie de doña María Esther”, revela el abogado.
Velázquez cuenta cómo pasó Echeverría la otra gran intranquilidad que ha tenido en su larga ex presidencia de 36 años: las acusaciones por delitos del pasado.
“Fue muy pesado, porque durante todo ese proceso, que duró varios años, don Luis estuvo en aprisionamiento domiciliario.
“Claro, no fue de a tiro carcelario, pero el dicho ‘la jaula, aunque sea de oro, jaula se queda’, es real. Sin embargo don Luis enfrentó esa historia con enorme dignidad. Con el absoluto convencimiento de que sería absuelto.”
El abogado de Echeverría contó que durante los tres años que defendió ese caso veía constantemente al ex Presidente. “Lo mantenía informado, todavía más me preguntaba; le explicaba mis alegatos, mis defensas.
“Afortunadamente me tuvo la confianza suficiente para que, no obstante todos los traspiés que fueron sucediendo, pues me mantuviera como abogado para al final de cuentas conseguir la absolución.”
Sobre las supuestas ganas de formar un grupo de poder, como se lo achacó Salinas de Gortari en 1995, Juan Velázquez dice: “Yo diría que muchos de los viejos políticos actuales se hicieron a la sombra de don Luis, pero supongo que a estas alturas don Luis está más allá de cualquier ambición de poder.
“A don Luis lo que le interesa es despertar, bañarse, vestirse de traje, desayunar, leer, recibir a alguien, preguntarle a todo el mundo, seguir leyendo, estar informado, estar preocupado. No creo que ya, a estas alturas de la vida de don Luis, el poder sea algo importante para él.”
2012-10-31 06:53:00
Echeverría Álvarez fue presidente de México en el sexenio 1970-1976. Su mandato quedó marcado por la matanza de estudiantes del 10 de junio de 1971, que tuvo como antecedente otra, la del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, cuando él era secretario de Gobernación, y la llamada guerra sucia emprendida contra las agrupaciones guerrilleras, a cuyos integrantes siempre trató como delincuentes.
Hace diez años, Vicente Fox Quesada, el primer presidente en la historia de México no priista, puso en la mira a Echeverría. Las matanzas de Tlatelolco y la del Jueves de Corpus rompieron la aparente tranquilidad en la que vivía el ex Presidente.
Primero tuvo que declarar ante el agente del Ministerio Público por esos dos casos y luego en 2006 se abrió un proceso en su contra por genocidio, que lo llevó a enfrentar prisión domiciliaria. El juicio terminó en 2009, cuando un tribunal federal decretó libertad absoluta y lo exoneró de los cargos de genocidio.
El abogado de Echeverría afirma que “don Luis está viviendo unos últimos años de vida muy dignos, muy ocupados y muy preocupado por la situación nacional, que si el desempleo, que si la inseguridad, de todo lo que oímos todo el tiempo. No es un señor de 90 años que esté ahí abandonado, esperando a que le pase la vida”.
Cuenta Velázquez que el jueves 14 de julio de 2011, a la hora decretada por Echeverría, “don Luis estaba de pie esperando al nuevo embajador de China en México, que minutos antes había ido a presentarle sus cartas credenciales al presidente Felipe Calderón”.
El embajador chino Zeng Gang, quien hace 30 años estudió en México y 14 años atrás tuvo un cargo en la embajada de su país aquí, tan pronto como terminó su encuentro con Calderón en Los Pinos se enfiló hacia San Jerónimo, a la calle de Magnolia, para encontrarse con Echeverría.
Juan Velázquez, que ha estado muy cerca de Echeverría los últimos años, a raíz de los cargos penales fincados por la Fiscalía para delitos del pasado, cuenta ese momento que vivió hace 15 meses, subrayando la importancia que el gobierno de China le da a Echeverría, quien hace 40 años, siendo Presidente de México, estableció en 1972 relaciones con el gigante asiático.
Recuerda el abogado que una vez que llegó el diplomático chino, los tres se sentaron y lo primero que le dijo Zeng Gang a Echeverría fue: “Ya estoy acreditado como embajador de China… y cumplo la instrucción de mi presidente, diciéndole que China jamás olvida a sus amigos”.
Cuenta Velázquez que en la conversación con el diplomático chino, el ex presidente mexicano mantuvo la misma inquietud con la que él lo conoce: pregunte y pregunte de todo sobre China. “Es difícil que don Luis diga algo; la constante de don Luis es preguntar, su afán es estar enterado de todo”, dice.
Con el relato de este pasaje reciente en la vida de Echeverría, que en enero pasado cumplió 90 años y que hace 36 años dejó de ser Presidente de México, Juan Velázquez trata de mostrar cómo ha cambiado la vida de quien condujo los destinos de México en el momento en que los países del tercer mundo, a los que tanto apeló Echeverría, se catapultaban como un bloque independiente en el nuevo mapa de la geopolítica mundial.
“La vida de don Luis como ex presidente ha ido cambiando, desde luego. Hace años era muy social, muy deportista, pero ahora tiene 90 años y, no obstante esa edad, yo diría que sigue con un estado de salud envidiable.
“Lo veo una vez a la semana, el sábado, el domingo, y cuando llego a su casa siempre está vestido de traje, con una gran personalidad y una actitud muy digna; no porque sea sábado o domingo, o porque no vaya a salir está descuachalangado, siempre muy formal”, afirma Velázquez.
Después de haber dejado Los Pinos el 30 de noviembre de 1976, la ex presidencia de Echeverría comenzó con su salida del país. José López Portillo, gran amigo de la juventud y su sucesor, lo mandó lejos. Primero lo nombró representante diplomático de México ante Australia, Nueva Zelanda y las islas Fiji. Luego lo envió como embajador de México ante la UNESCO, con sede en París, hasta 1979.
Posteriormente Echeverría se hizo cargo en México del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo y asumió la presidencia de la Asociación Latinoamericana de los Derechos Humanos (Aldhu).
Después de convertirse en el primer ex presidente de México en recibir un auto de formal prisión y permanecer en detención domiciliaria, Echeverría ha pasado los últimos años de su vida en su domicilio de San Jerónimo Lídice, con esporádicos viajes a Cuernavaca o a Ixtapa-Zihuatanejo.
Juan Velázquez dice que, como siempre, el trato de Echeverría sigue siendo muy formal, “aunque conmigo, muy afectuoso”.
El ex mandatario pasa la mayor parte del tiempo leyendo. “Si llego temprano, en la mañana, ya leyó todas las revistas —incluidas las de chismes del espectáculo—, los periódicos, y los ha marcado. Si llego más tarde, al filo del mediodía, lo encuentro entonces leyendo libros: libros de historia, de política, de economía”.
Además, cuenta el abogado que Echeverría conserva su actitud de estar todo el tiempo preguntando. “De todo, absolutamente de todo quiere saber. Quiere oír qué es lo que pasa en México”.
Los golpes de la vida
La tranquilidad de la ex presidencia de Echeverría no se rompió solamente por las denuncias penales de hechos del siglo pasado, que lo persiguieron hasta este siglo XXI.
La primera sacudida fue en 1983. Ese año murió su hijo Rodolfo Echeverría Zuno, a los 31 años de edad. Apareció ahogado en una alberca, cuando se perfilaba para ser el heredero político de entre los ocho hijos que Luis Echeverría procreó con María Esther Zuno Arce.
Otra perturbación ocurrió en 1995. Ese fue un enfrentamiento que Echeverría tuvo con el entonces también ya ex presidente de México Carlos Salinas de Gortari.
Con ganas de retomar un papel protagónico en la política nacional en septiembre de ese año, Echeverría acusó a Salinas de la crisis económica del país y de haber querido buscar una reelección.
En diciembre siguiente, Salinas se defendió de los dichos de Echeverría y lo acusó de ser el coordinador de un grupo de políticos que habían sido sus colaboradores y que arremetían en su contra. Fue entonces cuando Echeverría acuñó la frase “No coordino a nadie, ni a mis nietos”.
La muerte de doña María Esther Zuno, el 4 de diciembre de 1999, fue otra de las grandes crisis que tuvo Luis Echeverría fuera de Los Pinos.
“La compañera María Esther”, como él le decía a su esposa, fue una pieza clave en la vida del abogado, que se casó con ella después de un noviazgo de apenas ocho días.
Con motivo de la muerte de la esposa del ex presidente, Guadalupe Loaeza publicó algunos destellos de lo importante que María Esther fue en el clan Echeverría-Zuno, en la etapa de la ex presidencia de su marido.
En el texto la escritora refiere las historias que “la compañera María Esther” le contaba a sus nietos, de cuando la pareja era joven.
“Como estábamos muy pobres, de luna de miel nos fuimos a Cuernavaca. A mí no me importaba que su abuelo no tuviera dinero. Me importaba que tuviéramos las mismas ideas y que fuera inteligente.
“Además, no me lo van a creer, pero yo ya sabía que llegaría muy lejos. Recuerdo que un día, recién casados, estábamos paseando por el Zócalo y justo cuando pasamos enfrente de Palacio, le señalé el balcón y le dije: ‘Mira, Luis, allí vas a estar tú’. Él no me creyó.
“Esa noche, me acuerdo, fuimos a merendar al Café Tacuba y me preguntó que por qué le había dicho eso. ‘Es que clarito te vi’, le contesté. Se rió y me besó la mano. Ya ven, niños, yo siempre he sido muy intuitiva. Yo sabía que su abuelo llegaría a ser Presidente de la República…”, escribió Loaeza.
Al respecto, Juan Velázquez confirmó que, sin duda, una de las mayores desgracias en la vida del ex mandatario “fue justamente el fallecimiento de doña María Esther”. Prueba del fervor que tiene por su esposa muerta a consecuencia de complicaciones de diabetes, Echeverría “tiene junto a él, en su recámara, una efigie de doña María Esther”, revela el abogado.
Velázquez cuenta cómo pasó Echeverría la otra gran intranquilidad que ha tenido en su larga ex presidencia de 36 años: las acusaciones por delitos del pasado.
“Fue muy pesado, porque durante todo ese proceso, que duró varios años, don Luis estuvo en aprisionamiento domiciliario.
“Claro, no fue de a tiro carcelario, pero el dicho ‘la jaula, aunque sea de oro, jaula se queda’, es real. Sin embargo don Luis enfrentó esa historia con enorme dignidad. Con el absoluto convencimiento de que sería absuelto.”
El abogado de Echeverría contó que durante los tres años que defendió ese caso veía constantemente al ex Presidente. “Lo mantenía informado, todavía más me preguntaba; le explicaba mis alegatos, mis defensas.
“Afortunadamente me tuvo la confianza suficiente para que, no obstante todos los traspiés que fueron sucediendo, pues me mantuviera como abogado para al final de cuentas conseguir la absolución.”
Sobre las supuestas ganas de formar un grupo de poder, como se lo achacó Salinas de Gortari en 1995, Juan Velázquez dice: “Yo diría que muchos de los viejos políticos actuales se hicieron a la sombra de don Luis, pero supongo que a estas alturas don Luis está más allá de cualquier ambición de poder.
“A don Luis lo que le interesa es despertar, bañarse, vestirse de traje, desayunar, leer, recibir a alguien, preguntarle a todo el mundo, seguir leyendo, estar informado, estar preocupado. No creo que ya, a estas alturas de la vida de don Luis, el poder sea algo importante para él.”
Respuesta a Díaz Ordaz
Las desmemorias
En la amplia nota de la página 8 de la primera sección del pasado 30 de octubre de Excélsior,
el reportero Andrés Becerril asegura que el hijo mayor del presidente
Gustavo Díaz Ordaz, Gustavo Díaz Ordaz Borja, asegura que su padre
asegura en sus memorias inéditas, que los culpables, no los responsables
(¿?) de la matanza de Tlatelolco en 1968 serían los líderes
estudiantiles, y me menciona a mí de manera especial.
Es una versión con la que no concuerdo y con
la que no puedo concordar. Soy el primero en sostener que no tengo claro
si los hechos de aquel 2 de octubre fueron llevados a cabo por Díaz
Ordaz o contra Díaz Ordaz, pero aun en esta segunda conjetura es preciso
buscar a los “culpables” no en las filas estudiantiles sino en las del
mismísimo gabinete presidencial, con la presumible participación de
instigadores y patrocinadores provenientes de los áureos trigales del
Septentrión. Los dichos de Díaz Ordaz Borja no aclaran en absoluto la
espesa niebla que cubre la dinámica represiva de aquel año y, al
contrario, no hacen más que contribuir a enturbiarla otro poco.
Lo que queremos saber los mexicanos es si en
aquel año se produjo en nuestro país, como más de una fuente asevera, un
intento de golpe de Estado, y si ese intento fracasó o se convirtió en
un “golpe de Estado ciego” en la que la figura del Presidente se vuelve
meramente decorativa.
Tales asertos son pues irresponsables.
Constituyen un lugar común extemporáneo y banal. Las declaraciones, de
guerra y de amor, deben tomarse con más seriedad y sobre todo con
elementos que las sustenten. De lo contrario no son sino una mera
provocación.
— Marcelino Perelló
No hay comentarios.:
Publicar un comentario